sábado, 23 de noviembre de 2013

La Maliciosa y el bosque de las Neuronas

    Los viernes por la tarde soy una explosiva mezcla de estrés y agotamiento. Lo he dado todo durante los últimos cinco días, a gran velocidad y de antes de sol a después de sol. Por eso cuando llego a casa aviso de que a la mínima voy a estallar o voy a castigar a algún hijito revoltoso, de forma injusta y excesiva. Mi mente continúa luchando por la pervivencia de la empresa, por darla a conocer, por atraer, por dirigir a un grupo de personas leal y fuerte, por invertir sin que el banco nos esclavice, por luchar por nuestro futuro. El discurso del rey me rescata de todo eso y serena mis pensamientos. Disfruto de un sueño profundo y reparador. Hoy, después de mucho tiempo, mi mujer y yo subimos a caminar a las montañas. Los niños pasarán la mañana en el parque con mis padres. La mañana es gélida y el cielo azul y limpio. En el coche, de camino a la sierra, el estrés y la lucha se cuelan de nuevo en nuestra conversación,  mientras escapamos del cemento y nos adentramos paulatinamente en paisajes de vacas y bosques, con las nevadas cumbres como destino. Captación de clientes, trabajo y lucha, competidores, esfuerzo...Nos vaciamos hasta que nos quedamos en silencio. Mi mujer sabe cuando recibir mi empuje y cuando aportarme paz, tan sólo con su silencio. Albert Rivera se hace dueño de la conversación a través de la radio y escuchamos a un hombre sensato justo hasta el momento en el que apago el motor del coche en el aparcamiento de La Barranca. Equipados con ropa y botas de montaña, nos cubrimos la cabeza con gorros y las manos con guantes. En nuestras mochilas, algo de comida y de agua. Arriba, a nuestra izquierda, el mirador. Recorre esas paredes, a media altura, un camino, entre pinos espolvoreados de nieve, que alcanza la loma previa al ascenso final a la Bola del Mundo, frente a nosotros. A nuestra derecha, la imponente y brutal peña de La Maliciosa. En el centro, nuestro valle, que termina en un fondo de saco entre ambas cumbres. Un pequeño embalse acumula las aguas del deshielo junto al aparcamiento. Sus aguas son transparentes y densas, como una gélida sopa repleta de vida. El bosque nos espera y nos adentramos en él caminando en silencio. Tan sólo se escucha el discurrir de las aguas del río. Un murmullo poderoso y refrescante. Y el sonido que el viento rescata de las copas de los árboles. También escuchamos cantar al pájaro. Y el reseco sonido de nuestras pisadas sobre la tierra y la pinaza. Además de nuestra profunda respiración de ritmo suave. La luz penetra en el bosque ténue, sin calor, y dibuja un improvisado caleidoscopio de luces y sombras caprichosas que dan la placentera sensación de ser lo único real que uno haya visto jamas. El manto de helechos es marrón en invierno y la luz les hace parecer de bronce. Los troncos de los árboles, con su rugosa piel, me recuerdan al axón de una neurona y sus ramas son las dendritas. Sus hojas son los impulsos químicos y eléctricos y el viento las mece para que se toquen y formen un enorme cerebro. El bosque de las neuronas piensa. Y cuando me adentro en él y me conecto a su tupida red mis pensamientos son suyos. Siempre se queda con los peores. Se me van cayendo, se van quedando pegados a la corteza de los árboles, se funden con la tierra y fluyen por los axones y las dendritas hasta ser aniquilados, contrarrestados. El estrés, la ansiedad, las dudas, el miedo, los remordimientos,  las preocupaciones...El viento y el silencio se los llevan y los hacen fluir por los árboles hacia el cielo limpio y azul. Y pienso ya en Vargas Llosa, en García Márquez, en Vicente Ferrer. Pienso en grandes hombres de palabra y obra acompasadas. Y recuerdo El discurso del rey. Pienso en un duque que no quiere ser rey, en un niño dolido escondido en un adulto fuerte y sufridor, pienso en un actor que tartamudea como un rey y cómo simula que lucha contra su defecto, y en lo bien que lo hace. Y pienso que la literatura y el arte son un montón de maravillosas mentiras juntas que tratan de que emerja alguna pequeña verdad desde lo profundo del alma del ser humano, ese alma tan seca y abotargada, tan anodina e insensible, tan despiadada a veces, tan rodeada de grandes verdades inmutables, ese montón de terribles mentiras dispersas.
    El camino está marcado en los troncos de los árboles con los colores de la bandera de Extremadura,  la tierra de mi mujer. Y es ella quien me señala los matorrales de jaras junto a la ribera del riachuelo, mientras lo vadeamos. Nuestra senda se cruza con el camino principal, ancho y apisonado. Nos cruzamos con gente que me parece débil y cabizbaja. Y con jóvenes que también han venido al bosque a gritar y no decir nada. Aparecen los primeros neveros junto a la fuente de La Campanilla. Siempre pienso en Peter Pan y en su pequeña hada revoloteando entre los árboles. Hacemos sonar la campana y bebemos su agua pura que sabe a tierra, a sol y a libertad. A partir de aquí la senda está marcada por la bandera del Vaticano, amarilla y blanca, en su ascenso hacia La Maliciosa. Resulta extraño pensar que el camino marcado por la casa de Dios en la tierra termine en la cima del infierno. Estamos solos en el valle y la nieve cruje hueca bajo nuestras botas, y puedo sentir su crepitar en mis pies. Ascendemos con lentitud entre madroños de frutos rojos que resisten el frío de la noche oscura. Algunos han caído al suelo y han sido aplastados por un caminante del alba. Parecen manchas de sangre que tiñen la nieve. El sendero hacia la infernal cima se asemeja a las puertas del cielo. El níveo manto refulge ante los ahora tibios rayos de sol y dejamos atrás el bosque. Si uno mira la nieve bajo sus pies descubre miles de diminutos brillos e insondables caminos, casi microscópicos, perlados de ramitas y trozos de tierra. La fría manta que cubre la tierra parece agredirla pero en verdad la enriquece con su agua y la proteje del frío de la noche. Hemos dejado atrás el bosque y caminamos a cielo abierto, próximos a las cumbres. La Maliciosa nos amenaza con su presencia. Sus bloques de roca  irradian su fuerza maligna y agresiva. Sentimos la peligrosa caída al vacío de sus escarpaduras. A gran altura nuestros pies se hunden hasta media pierna en la nieve blanda y decidimos dar la vuelta. No llevamos polainas ni bota de suela dura ni crampones. No esperábamos tanta nieve en esta época del año. Descendemos por la misma trocha a paso tranquilo y despreocupado, caminando en un dulce silencio.
    Somos cómplices de las aguas del arroyo y de los sonidos del monte, de la suave luz y del frío aire que nos limpia los pulmones. Nos adentramos de nuevo en el bosque y sentimos su energía pacificadora. Despacio y seguro, me entrego a él. Y me convierto en polvo de estrellas, que es lo único que realmente somos, y me fundo con la corteza de los árboles. Floto en el sonido del viento, que me espolvorea por la tierra, la nieve, la pinaza reseca, me enreda entre las jaras y los madroños,  me sumerge en las aguas límpidas del arroyo. Abandono la senda del Vaticano, no subo a las maliciosas cimas, no desciendo al valle, con los hombres. Mi esencia, sea lo que sea, exista o no, se funde con el bosque. Mi cuerpo y mi mente continúan bajando. Ya me reuniré con ellos el lunes por la mañana.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Arenga en prosa poética para red social

Premio Santa Apolonia de Relato Breve 2014



Candidatura al sindicato ya.
Elecciones al sindicato ya.
Convenio colectivo ya.
Lucha contra las no S.L.Profesionales ya.
Campaña publicitaria institucional nacional indefinida ya.
Lucha contra la publicidad engañosa ya.
Unión de recursos y líderes ya.
Movilización de los jóvenes ya.

Están abriendo una franquicia ahora mismo.
Están publicitando un precio bajo coste ahora mismo.
Está expandiéndose una gran empresa ahora mismo.
Se está firmando un contrato basura ahora mismo.
Hay un consejo de administración reunido tomando decisiones ahora mismo.
Hay abogados ganándonos pleitos ahora mismo.

Ya. Ahora mismo.


A las cinco de la tarde, AHORA MISMO, se está colocando un implante cutre, barato, por un dentista joven y apocopado, que cobra una miseria a través de un contrato basura y que traga con todo porque tiene miedo de que le echen. Está empalado y el miedo le impide revelarse.

A las cinco de la tarde, AHORA MISMO, un dentista que lleva un año en el paro ha aceptado un trabajo de camarero en una tasca.

A las cinco de la tarde, AHORA MISMO, un dentista ha comprado un billete de autobús de regreso a su pueblo y, resignado, mañana acudirá al campo a ayudar a su padre. Ganará más dinero que como dentista, no tendrá tanta responsabilidad y vivirá en paz.

A las cinco de la tarde, AHORA MISMO, una comercial de una franquicia está retocando el presupuesto del tratamiento que ha planificado un dentista, para que resulte el doble de caro. El dentista se dará cuenta pero agachará la cabeza porque necesita su mísero salario.

A las cinco de la tarde, AHORA MISMO, una joven dentista toma un avión con destino a París. Habla inglés a la perfección pero no le servirá de nada. La espera una amiga que en la intimidad le ha confesado que lo está pasando muy mal. La tiemblan las piernas y llora en el baño del avión mientras observa desconsolada una foto de sus padres.

A las cinco de la tarde, AHORA MISMO, un dentista de cincuenta años echa el cierre de su segunda consulta. Se endeudó cuando, ilusionado, decidió abrirla y gran parte de esa deuda continúa ahí. Se ha visto obligado a echar a las dos auxiliares. En su otra clínica también ha tenido que echar a una. Pasa los fines de semana gastando lo mínimo pero disimulando para que su mujer y sus hijas no se enteren y rezando para que esto pase rápido. Una de ellas quiere ser dentista como papá, y cuando lo dice él calla. Se la imagina trabajando en la franquicia que han abierto frente a su consulta, por cuatro perras, humillada y odíandole por no haber hecho nada frente a esto, por no haber luchado cuando aún era joven.

A las cinco de la tarde, AHORA MISMO, hay un hombre trabajando en su despacho. Viste un traje de mil euros, corbata de seda y lujosos zapatos. Gafas de diseño y corte de pelo impecable. A través de la fachada acristalada de su amplio despacho enmoquetado puede ver su deportivo, recién adquirido. Sonríe confiado mientras estira las piernas y se reclina en su sillón de cuero. Gana 200.000 al año más objetivos y bonus en acciones. Tan sólo lleva un mes en su nueva empresa. Es Director de Desarrollo y Planificación de la compañía, un sonoro y costoso fichaje en el sector directivo dental. Proviene de la más directa competencia, una franquiciadora de clínicas dentales a la que, con sus bastos conocimientos, ayudó a implantarse por todo el país. Él sabe que hay dos claves para que el negocio funcione: recorte drástico en salarios, proveedores y materiales y captación de ilusos franquiciados y posterior exprimición de los mismos. Sabe que si dentistas y franquiciados se largan hay mucha más carne de cañón, no hay problema. Y además, siempre van dóciles al matadero. Debido a todo esto que sabe le ha fichado su actual empleador: una aseguradora. Ellos también conocen cómo funciona este negocio pero quieren al mejor, al que exprime a la gente hasta el final. Al que lucha por el último 1% de margen aplastando a quien sea necesario. Pues ese mismo es él. Hoy ha cerrado la planificación de 2014 y va a ser la gran eclosión. Apertura de 30 clínicas propias al año durante los próximos tres años. Y sólo es el comienzo. Si cumple los objetivos marcados para el trienio - no le cabe duda de que lo hará - se llevará un millón extra. Antes de apagar el ordenador, entra en el foro de facebook Salvemos la Odontología. Un conocido le ha colado y le gusta terminar el día leyendo lo que escriben las hormiguitas y reírse un rato. Las carcajadas se escuchan desde el fondo del pasillo, también en la planta de abajo; incluso algunos compañeros le miran extrañados desde el parking, junto a su flamante deportivo rojo. Casi se mea en los pantalones. Esto se lo tiene que contar a alguien. Telefonea a su mejor amigo, que aún trabaja en la franquiciadora que él ayudó a levantar y quedan a tomarse unas cervezas en un pub cercano. Pasarán una de las noches más divertidas de su vida, contándose chistes de dentistas.

A las nueve de la noche, AHORA MISMO, un dentista cierra su consulta y regresa a casa. Está muy preocupado. Conduce distraído y poco le falta para tropellar a una anciana. Abrió su consulta hace veinticinco años en una ciudad dormitorio del sur de Madrid. Viéndolo con perspectiva fue fácil. Los grandes y buenos años de crecer, aprender, ir a congresos, reuniones...Con el paso de los años llegó a tener siete gabinetes y a atender a ochenta pacientes al día. Luego incorporó especialistas y él, ilusionado, comenzó a poner implantes. Qué felicidad, qué pasión. Además, cuidaba de su familia, tenía a su mujer como a una reina y sus hijas crecían felices. Aparecieron los seguros dentales. No los introdujo en su consulta y le siguió yendo bien. Ni siquiera pensaba en ellos. Después apareció Vitaldent. Abrieron una franquicia en su localidad. Le quitaron los malos pacientes, los quejicas, los que no daban valor a su trabajo pleno de dedicación, aunque un puntito de miedo anidó en su corazón. Cuando comenzaron a regresar suplicando que les arreglara los desaguisados que les habían hecho, se infló de orgullo y recuperó la confianza. El futuro continuaba siendo suyo. Por ello, cuando su hija mayor le dijo que deseaba estudiar odontología se sintió pleno de felicidad de que su primogénita siguiera sus pasos. Ella haría crecer aún más el negocio familiar y disfrutaría de la misma vida placentera y burguesa que él.
Se ríe por no llorar mientras conduce en la noche oscura, bajo la lluvia. Hoy ha atendido a cuatro pacientes. Dos revisiones, unos selladores de fisuras y una endodoncia de un segundo molar superior. Ninguna primera visita. Mañana, por primera vez en veinticinco años, la agenda está vacía. Hace un par de años se inauguró una clínica a dos pasos de la suya con grandes carteles que ofrecen implantes a 222 euros, como en el supermercado. Siente una mezcla de rabia, impotencia y miedo. Sobre todo miedo; no, más bien pavor desaforado. Pasa las noches sin dormir, tumbado en la cama junto a su esposa, en silencio, rígido por lo negro de la noche. Se ha transformado en un hombre con brotes agresivos y un estilo taciturno y derrotado. Entra en casa y procura sonreír y transmitir alegría con su tono de voz. Lo primero que hace es preguntar por su chica mayor. Está estudiando en su habitación.  Es una leona con los estudios pero un pajarillo en el mundo real. De naturaleza bondadosa y despreocupada, incapaz de hacer daño a nadie o de defenderse de nada. Trabaja mucho porque es consciente de que sus padres gastaron 50.000 euros en pagar sus estudios de odontología y otros tantos en un máster de ortodoncia que dura otros cinco años. Tuvo prohibido trabajar mientras estudió el máster por las incompatibilidades impuestas por el centro de estudios. Siente algo extraño respecto a esto aunque no sabe muy bien qué es. Cuando vio a la auxiliar de su padre cementar brackets, cambiar ligaduras y colocar alambres en la boca de los pacientes mientras a ella le temblaban las manos y tardaba el doble que ella después de cinco años de máster, supo que algo no iba bien. Sabe que su padre está arruinado y que deja pasar el día encerrado en el despacho de la consulta, solo. Así que estudia francés en secreto. Dentro de un mes finaliza sus estudios y se marchará a Francia. Siente un miedo pavoroso. No sabe nada de la vida y sabe que no sabe nada de la vida.. Alguna amiga le ha hablado de la existencia en Francia, de las fiestas, las reuniones, las risas...pero también de la soledad, la añoranza, la tristeza, las lágrimas, la rabia, la frustración. Siente tanto miedo que a veces se imagina trabajando en secreto en la franquicia que han puesto junto a la consulta de su padre. No sabe nada más que de dientes. ¿Qué hará? Se imagina viviendo con sus padres hasta los cuarenta o malviviendo en Francia, alquilada en pisos compartidos de estudiantes de por vida. Sin casa, sin hijos, sin ahorros, todo el día trabajando...
   Su padre abre la puerta del dormitorio.
- ¿Qué tal cariño?
- Muy bien papá.¿Y tú?
- Otro gran día para nuestra clínica princesa. Estoy deseando que empieces. Vas a tener la agenda a reventar.
- Sí papá, yo también estoy deseando ir.




martes, 12 de noviembre de 2013

El peón

    He llegado puntual a mi cita. Sentado en la sala de espera, solo, aguardo a ser recibido, engullido por un cómodo sofá. Frente a mi, una puerta abierta, y tras ella, una mujer sentada tras una mesa, consultando en susurros sus problemas laborales al teléfono mientras me lanza miradas furtivas. Estoy excitado y muevo la pierna izquierda de forma compulsiva. Alargo el brazo para coger una revista y al hacerlo me tiembla la mano. Desisto y la devuelvo a la mesa. Todo esto me queda grande. Con la otra mano atenazo una carpeta azul de cartón. Me doy cuenta de que el sudor de la palma la ha mojado. Me he puesto mi mejor camisa y mis zapatos brillan. Estoy muy nervioso y doy mil vueltas a la conversación que tanto he preparado. Casi no he dormido esta noche pasada. Respiro hondo e intento pensar en algo agradable pero el caballo está desbocado y no consigo domarlo. Mi mente vuelve al mismo tema una y otra vez. La espera me resulta intolerable.
    Por fin, una amable secretaria aparece con mi nombre en la boca y me pide que la siga. Me tiemblan las rodillas al levantarme y sonrío sin enseñar los dientes. Mientras camino por el pasillo me invade el pánico. Me pregunto qué hago aquí y me imagino dando la vuelta y escapando de aquel lugar. La secretaria me invita a cruzar el umbral de una gran puerta. Entro en su lujoso despacho, enmoquetado y con techos muy altos.
    Él me espera tras una desmesurada mesa de madera brillante. Me da la bienvenida y me invita a sentarme. Su presencia es imponente. Se reclina con seguridad en su mullido sillón y sin mayor preámbulo comienza a amenazarme y amedrentarme con una seguridad altiva, despectiva. Me arrugo en el sillón y me noto empapado en sudor mientras aguanto sus invectivas. Me hace sentir incapaz, pequeño. Recibe una llamada y la contesta sin ni siquiera dignarse a pedir disculpas. Se levanta de la mesa decidido, con el teléfono en la mano y sale por la enorme puerta mientras contesta a su interlocutor. Me quedo solo en su despacho. Mi mirada se dirige a los pocos papeles que hay en su mesa, el portátil, una foto de su familia...y llaman mi atención unas piezas de ajedrez, negras y blancas, de madera. Tienen un papelito pegado con celo. Las giro una por una y descubro sorprendido pequeñas fotos de carnet pegadas. Él es el rey de negras. Mi jefe es el rey de blancas. Descubro caras que conozco:directivos y compañeros, trabajadores suyos, alguna esposa...y mi cara, adherida a un insignificante peón blanco, situado en la esquina de un tablero compuesto por una gran hoja de papel que contiene el esquema de un minucioso y enrevesado plan para conseguir sus objetivos por encima de nosotros. Regresa al despacho y recupera la posición en su trono, dedicándome una mirada displicente, no, despectiva. Levanta su dedo índice, con el codo apoyado en la mesa, dispuesto a continuar su agresivo discurso. Antes de que medie palabra, le lanzo mi sudada carpeta azul, sosteniéndole embravecido la mirada. Abre la palma de su mano hacia arriba, en un gesto de sorpresa, y se pone las gafas mientras abre el documento. Encuentra unos pocos papeles y algunas fotos. También algunas conversaciones grabadas transcritas en un papel. Noto que ya ha leído todo lo que tenía que leer pero es incapaz de levantar la cabeza. Sus hombros se agachan de manera casi imperceptible y su frente comienza a brillar, perlada por pequeñas gotas de sudor. Se derrumba contra el respaldo de su sillón y su mirada rezuma miedo. Sin mediar palabra, me levanto, sujeto mi peón blanco y golpeo al rey negro con un gesto corto y seco. Jaque mate. El peón blanco gira sobre sus talones y abandona el despacho. Yo voy dentro de él.

miércoles, 9 de octubre de 2013

El Doctor Babitas

   Al doctor le apasionan los dibujos animados. Todos. Sentado en el sofá, descalzo, con sus piececitos al fresco, observa embobado el televisor. Tiene manchas de comida en su polo azul, la barbilla húmeda por las babitas y el pelo alborotado. Con su mano izquierda abraza un muñeco sobado por el cariño, mientras murmura palabritas con su dulce voz y sonríe con la mirada. Suena su teléfono de plástico rosa, forrado de pegatinas desgastadas de colores.
- ¿Sí?
- ¿Doctor Babitas?
- ¿Sí?
- Estoy enfermo doctor.¿Puedo ir a verle?
- Sí.
    El doctor Babitas se levanta del sofá para ir a su dormitorio y buscar su maletín. Uno de sus lados es rojo intenso y el otro transparente. Contiene todo el instrumental y medicación que necesita. Lo sujeta por el asa y corretea descalzo y sonriente de vuelta al cómodo sofá. Al poco aparece el paciente que acaba de llamar.
- Buenas tardes doctor.
- Muy bien.
- Sí, esto...mire doctor, me encuentro muy mal. Necesito que me vea.
- Sí. Siéntate aquí.
- Gracias por atenderme tan rápido, doctor Babitas.
- Muy bien.
   El paciente toma asiento a su lado mientras el doctor abre el maletín de plástico. Primero toma un martillo amarillo y le da un golpecito en la rodilla. El paciente levanta la pierna en un rápido sube y baja, imitando un movimiento reflejo. Luego, le coloca el martillo delante de cada ojo, muy despacio.
-¿Te duelen los ojos?
- ...
- Ya está. Sí. Muy bien.
   Tranquilo y en silencio, devuelve el martillo a su sitio mientras una gotita de baba comienza a descolgarse de su barbilla. Coge ahora un instrumento con forma de embudo y un mango de color rojo y toca la punta con el dedo mientras murmura:
- La luz...
    Lo coloca en el oído del paciente y mira por el instrumento mientras hace suaves ruiditos con su boca, muy despacio. El paciente puede notar su olor a mantequilla templada. El instrumento amplifica el murmullo y cree entender:
- Miau. Soy el gatito cariñoso...
Haciendo caso omiso de tan extrañas palabras, le responde:
- Doctor, me noto muy caliente.
El doctor Babitas toma un termómetro grande y rojo. Mueve la escala hasta los cuarenta grados y le apoya la punta en la frente.
- Estás frio.
- Doctor, se coloca en la boca.
- Estás frío.
- ... Me duele la garganta también doctor.
El doctor Babitas devuelve el termómetro al maletín y saca un palo de madera plano.
- Esta punta no hace pupa.-dice.
    Lo mete en la boca del paciente de forma brusca y le golpea el fondo de la garganta. El paciente sufre una arcada.
- Muy bien.
  Saca ahora un fonendo de plástico amarillo y azul. Los extremos no le caben en los oídos y los deja apoyados en el cuello. Sujeta el otro extremo y lo coloca en el pecho del paciente.
- Le duele el estómago.
- Pero doctor, el estómago está más abajo y ese aparato no...
- Muy bien.
    Por último, saca una jeringa de colores sin aguja y cuyo émbolo no contiene líquido, sino una esponjita espumosa. Se la pone en la boca y presiona con suavidad.
- La medicina. Ya está.
- Doctor, sigo encontrándome muy mal.
    El doctor Babitas vuelve a mirar distraído el televisor. Todo el instrumental está desparramado sobre el sofá. Un hilo de baba le cuelga hasta casi alcanzar sus pantalones de pana gruesa. Cruza sereno sus piececitos desnudos y respira lento y suave. Su cuerpo está relajado mientras deja pasar unos segundos.
- Nos queremos mucho,¿eh? -dice con su dulce voz, mientras se gira y le da un abrazo.
    Por fin el doctor Babitas ha encontrado la medicina que su papá necesitaba. Una vez más,  el paciente está curado.


domingo, 22 de septiembre de 2013

Bárnabo el escribidor

    Esa mañana se despertó plenamente consciente de que se había vuelto loco y que al mismo tiempo se sentía mejor que nunca. Se levantó y dejó la cama sin hacer. Se duchó y dejo el baño patas arriba. Se vistió con lo primero que encontró, desayunó y dejó la cocina empantanada. Cuando estaba a punto de salir por la puerta, su mujer se levantó de la cama y, viendo cómo había dejado la casa, le increpó:
- Bárnabo, cariño,¿has visto cómo has dejado la casa?¿Te crees que soy tu sirvienta?
Bárnabo la miró extrañado. Con su pelo alborotado y algunas migas de pan en la comisura de los labios. Pensó en el comportamiento de su mujer en los últimos meses por un fugaz instante, pero desechó esas ideas de inmediato y con una sonrisa desquiciada contestó:
- Es que estoy escribiendo.
Cerró la puerta tras de sí y se marchó. Ya en el ascensor un vecino se subió en el siguiente piso, de bajada. Era su vecino de abajo, un tipejo que no pagaba la comunidad y que subía a acosarles por nimiedades.
- Buenos días Bárnabo.-dijo con un deje de altanería y desprecio.
Bárnabo, haciendo un esfuerzo, correspondió con un gesto de cabeza.
- Pero bueno, ¿es que eres incapaz de dar siquiera los buenos días? Qué maleducado. Si ya se lo digo yo a mi mujer...
Bárnabo abrió la puerta del ascensor y dándole la espalda dijo:
- Es que estoy escribiendo.
En el portal le esperaba el portero. Se pasaba todo el día holgazaneando en la puerta, eso sí, de chaqueta y corbata, hecho un pincel, fumando y charlando con medio vecindario. A la hora en la que todos salían a trabajar se ponía a fregar el portal.
- Pero bueno, ¿no ve que estoy fregando? Podría pasar por un lateral como todo el mundo,¿no?.- le increpó.
- Es que estoy escribiendo. - contestó Bárnabo con una amplia sonrisa mientras se revolvía la melena y se limpiaba las migas de la boca, dejándolas caer al suelo.
Se dirigió a su coche y se encontró que un vigilante de tickets estaba a punto de multarle. El horario de multas comenzaba a las nueve y eran las nueve y dos minutos. Se acercó por detrás del individuo, que pasaba el día dando vueltas pensando en sus cosas y hablando por el móvil, asomó un brazo por encima de su hombro y pulsó el botón rojo de cancelar en la maquina de emitir multas.
- ¡Pero qué hace!¿Quién se ha creído usted que es? No puede hacer eso, sinvergüenza.
- Es que estoy escribiendo.- dijo mientras se montaba apresuradamente en el coche y salía pitando.
En la gasolinera, llenó el depósito a tope.
- Son ochenta y cinco euros, caballero.
Pagó con un billete de cien euros y recibió quince euros de vuelta. Este billete era falso. Se lo habían colocado en la farmacia la semana anterior. Se subió al coche y mientras arrancaba murmuró:
- Es que estoy escribiendo.
 Se incorporó al atasco matinal. Por el retrovisor pudo ver a un niñato conduciendo un deportivo barato, adelantando por la derecha, sin poner el intermitente y saltándose un semáforo en rojo, a punto de atropellar a unos niños. Justo cuando le iba a adelantar por la derecha, Bárnabo se cambió de carril y frenó en seco. El niñato estampó su deportivo contra la tartana de Bárnabo, un coche comprado hace veinte años. Vio al niñato salir de su coche con la cara roja, gritando:
- ¡Imbécil¿De qué vas, sin poner el intermitente? Te voy a matar, cabrón...
Bárnabo asomó su cabezota por la ventanilla, junto las manos alrededor de la boca y le grito:
- ¡Es que estoy escribiendo!.- exclamó mientras arrancaba su coche y dejaba al niñato con el deportivo humeando y el morro aplastado.
Por fin llegó al banco. El director le hizo pasar a su oficina.
-Por favor Bárnabo, toma asiento. Iré al grano. No nos ha gustado nada que canceles tu hipoteca de golpe y que te lleves tus ahorros a un banco de esos que no cobran comisiones. Nos sentimos estafados, con todo lo que hemos hecho por tí.
Bárnabo le miró a los ojos en silencio durante unos segundos que se hicieron eternos. Pensó en el interés de usura que había estado pagando, en la cláusula suelo, en las acciones preferentes que le habían intentado vender, en los cientos de euros que pagaba en comisiones. Respiró hondo, cogió una montaña de papeles que reposaba sobre la mesa del director, se levantó y, lentamente, fue tirando uno a uno sobre la moqueta del despacho, dejándolos volar. Abrió la puerta y, haciendo girar sus pupilas cantó:
- Es que estoy escribiendo.
Por fin llegó a la farmacia de la que era propietario. Saludó a Fermín, su ayudante, y pasó a su despacho. Colgó la chaqueta y encendió el ordenador. Entró en un foro profesional,  donde había vertido opiniones moderadas y constructivas, y se encontró con que un compañero de facultad, un vago redomado que había conseguido el título por ser hijode, le insultaba sin ton ni son. Se rascó la cabeza y procedió a denunciarle para que le bloquearan la cuenta. Y con mano temblorosa, no de miedo sino de extrema emoción,  le contestó:
- Es que estoy escribiendo.
Al poco recibió una llamada del propietario del local en el que tenía ubicada su farmacia. Después de quince años de pagar religiosamente el alquiler, pretendía venderle el local pidiéndole el doble de su valor de mercado.
-O eso ó nada Bárnabo, ya lo sabes.
Bárnabo acababa de comprar un local cercano aprovechando el pinchazo de la burbuja inmobiliaria y tenía casi terminada la reforma. Se carcajeó como un desequilibrado y le hizo una prolongada y sonora pedorreta al auricular del teléfono, hasta ponerse rojo.
- Es que estoy escribiendo.- Y colgó.
Fermín entró en su despacho muy ofendido, argumentando que llevaba muchos años en la empresa y que merecía un aumento sustancial de salario. Que la gente acudía a la farmacia gracias a su simpatía y buen hacer y que, sin que se lo tomara como una amenaza, podía montar una farmacia enfrente y dejarle sin clientes.
Bárnabo tenía a Fermín grabado en vídeo robando dinero de la caja, llevándose medicinas para revenderlas, hablando por el móvil durante horas, atendiendo a los clientes con grosería y desgana...Sacó de su cajón una carta de despido, la firmo delante de Fermín, la dobló con cuidado en cuatro, sacando la lengua mientras ajustaba las esquinas del doblez a la perfección, con el cuerpo pegado a la mesa, se levantó, se la introdujo en el bolsillo de la camisa, le cogió del cuello de la misma, con dos dedos, y le llevó casi en volandas hasta la calle. Dejó que las puertas de cristal se cerraran y mirando a Fermín a los ojos vocalizó, muy despacio, marcando el movimiento de sus labios:
- Es    que     estoy    escri    biendo.
Se colocó detrás del mostrador y al poco apareció la Sra. Ladrillo. Desde hoy había decidido llamarla así. Una ricachona de herencia que se permitía el lujo de instalarse en la farmacia y despotricar de todo el mundo, incluido él, porque le compraba una caja de analgésicos y se gastaba el dinero allí, un dineral por cierto, decía. Siempre le formaba una larga cola, por lo que algunos clientes terminaban por marcharse y los perdía. Mientras la señora Ladrillo parloteaba en voz alta para que todos la oyeran, Bárnabo sacó los analgésicos y los metió en una bolsita. Dio un fuerte golpe sobre el mostrador con la mano abierta, mirando a la señora con los ojos muy abiertos, enrojecidos, apretando los dientes y respirando rápido y profundo. Le arrebató el billete de las manos y lanzó la bolsita contra la puerta acristalada de la farmacia. La sra. Ladrillo dio un respingo y le miró espantada, retrocediendo. Bárnabo relajó bruscamente sus facciones y con la voz aflautada le espetó silbeante:
- Es que estoy escribiendo. 
La sra. Ladrillo recogió la cajita del suelo, temblorosa y puso pies en polvorosa.
Terminó su jornada laboral, cerró la farmacia y de camino al coche le asaltó un joven con una camiseta, una banderita y un montón de panfletos, perteneciente a un partido político. Comenzó a soltarle un mitín acerca de todas las maravillas que iban a hacer por su país en cuanto llegaran al gobierno. Bárnabo recordó el desastre en el que estaba sumido su país, en gran parte debido a los errores, inacción y corrupción de los políticos. Sin mediar palabra le arrebató el montoncito de panfletos y comenzó a comérselos uno a uno, muy despacio. Le quitó el banderín, se sonó los mocos con él y se lo devolvió.
- Pero, pero, ¡se arrepentirá!
-Es que estoy escribiendo.
Se metió en el coche y encendió la radio. Un tertuliano gritaba por encima de otro, tratando de ser mediático con sus huecas invectivas y poder así continuar su ronda de tertulias a mil euros cada una. Llamó al programa, se hizo el cuerdo con la persona que le atendió y le pusieron en antena para participar.
- Buenas noches caballero, ¿su nombre por favor?.-le preguntó el moderador.
Bárnabo inspiró tan fuerte como pudo, retuvo el aire y gritó a pleno pulmón:
- ¡¡¡Es que estoy escribiendooooooo!!!
Condujo hasta su casa y al llegar se encerró en su despacho sin saludar a su mujer. Se sentó en su mesa, cogió un folio en blanco y una pluma con su mano derecha. Se miró la mano y decidió que a partir de hoy escribiría con la izquierda. Escribió su nombre en el papel, pero lo emborronó con el lateral de su mano. Inconvenientes de escribir con la zurda. Bárnabo se convirtió en una mancha de tinta sobre un papel en blanco. Había pasado todo el día escribiendo historias en su mente, incluso había escrito una con sus acciones, pero ahora se sentía incapaz de ponerlo en un papel. Decidió que mañana subiría a la sierra, a caminar sobre el blanco manto de nieve. Allí será Bárnabo de las Montañas y, a su paso, no emborronará nada. Y piensa escribir con una rama, sobre el níveo manto, y dejar que el viento, por la noche, borre su cuerdo rastro de letras.



jueves, 19 de septiembre de 2013

Lacimurga

    Toño pedalea despacio, sin hacer ningún esfuerzo, por el centro de la calzada. Acaba de amanecer y hace fresco. Es domingo y las calles están vacías,  aunque no del todo. A estas horas se cruzan dos faunas antagónicas en teoría,  aunque en el pueblo no sea del todo cierto. Algunos de sus amigos salen del callejón tras una noche de copas. Sus ojos brillan y hablan a gritos, sudorosos y excitados. Por otro lado, circulan algunas camionetas y tractores de camino a las tierras que hay que trabajar cada día. En estas labores no hay domingo que valga. Algunos de los que conducen esos tractores son los padres de los que salen del callejón. Los jóvenes agricultores suelen descansar el domingo, al menos por la mañana,  para dormir la mona. Y es que en este pueblo los jóvenes no se han marchado, ó han tenido que volver. Casi todos tienen estudios pero el poco trabajo que hay ó la falta del mismo hace que continúen en la casa familiar, trabajando las tierras a tiempo completo ó parcial. Es el caso de Toño también. Realizó sus estudios de arqueología hace tiempo, tratando de hacer realidad un sueño. Y lo consiguió. Trabajó durante un par de años en las excavaciones de Lacimurga, a pocos kilómetros del pueblo. Pero después llegó la crisis y se acabó el dinero y cortaron el grifo.
    Por aquel entonces Toño ganaba poco pero era feliz. Se sintió desorientado un tiempo; mucho tiempo. Pasaba los días deambulando por la casa, desesperado, discutiendo con su familia por nimiedades, atascado, sin saber muy bien qué hacer ni cómo seguir con su vida, con una triste sensación de haber escogido el camino erróneo, sintiéndose un inútil, asaeteado por las invectivas de su padre y su hermano, que le conminaban a levantar el culo, dejar de lloriquear e ir al campo a doblar la espalda y colaborar en el sustento familiar y no ser una carga. Al fin lo hizo, con desgana y para cubrir el expediente,  un ratito cada día,  excepto los domingos.
    Toño es alto y grueso, pero no es fuerte, de hecho el esfuerzo físico le repulsa. Además, tiene la piel muy blanca y es pelirrojo, el duro sol de la Siberia le hace mal. Tiene facciones de británico y la verdad es que nadie se explica de dónde han salido esos genes tan arios. Hay que reconocer que no está hecho para labrar la tierra. Su carácter es afable en extremo, educado, conciliador, sonriente y cariñoso, buen amigo de las mujeres pero aterrado en su presencia, inseguro y sensible. Le gusta pensar en el bien de los demás, en ayudarles. Por eso, y por salir de casa y del campo, se animó a estudiar para las oposiciones a celador en el hospital de Don Benito. Le ilusiona ser un eslabón en la cadena de sanación de un ser humano. Y en ello está,  estudiando, presentándose a las convocatorias y suspendiendo, lo cual ha vuelto a minar su moral endeble y ha desarmado su coartada frente a su familia. Ha tenido que volver a echar media jornada en el campo para acallar a su padre. Alguna noche ha bebido más de la cuenta buscando arrancar todos esos densos pensamientos de su mente de raíz,  por unas horas, ser el agricultor de su cerebro y abonarlo con un güiski que abrase sus fúnebres ideas por una noche, y reírse, hasta que le duela el estómago, abrazado a sus amigos, y salir del callejón con los ojos brillantes y hablando a gritos, sudoroso y excitado. Después viene el infierno de dormir tres horas y despertar con ese sabor pastoso en la boca, reseca y maloliente, destilando alcohol por todos los poros de su cuerpo, con un dolor de cabeza insufrible que ni una ducha, un litro de agua y un ibuprofeno es capaz de mitigar. Y viene un día de resaca que le sumerge en una profunda tristeza, como si los negros pensamientos que consiguió esquivar la noche anterior se hubieran acumulado con los que le tocaba tener hoy y le estuvieran esperando todos juntos para llevarle al borde del suicidio.
    Así que un día tuvo la suficiente entereza para reconocer que ese no es el camino. Y por eso esta luminosa mañana de domingo Toño pedalea por las blancas calles de su pueblo. Algunas ancianas salen de sus casas para acudir a la primera misa antes de hacer sus labores. La mayoría van a la iglesia de Don Gregorio, en la plaza, pero las que tienen algo de fuerza para caminar e ilusión para recordar lo que las hace sonreír, suben las cuestas hasta la antigua iglesia en lo alto del pueblo, a las faldas de la sierra, y van a ver a su virgen, a la que llevan hablando desde que eran unas niñitas, mientras recuerdan cuando subían también al pozo junto a la iglesia para coger el agua del día, hasta hace bien pocos años. Otras abuelas riegan las plantas de sus ventanas ó salen a comprar el pan, mientras Toño pedalea. Hoy se siente bien, con la mente en blanco. Él, a sí mismo, cuando se encuentra así, se llama OToño. Una pequeña broma secreta, por cursi, que guarda para sí. El otoño es para él una estación apacible, equilibrada, serena, bella y algo melancólica, justo como piensa que él es ó quizá cómo le gustaría ser si le dejaran.
    Continúa pedaleando y deja atrás las últimas casas. Reconoce cada finca a su paso y piensa en cada familia que trabaja esas tierras, sus motes, sus cotilleos, su pasado...Otras veces, también en secreto, se dice a sí mismo Ñoño, porque se siente así en ocasiones,  ñoño, le gustaría ser un poco más rudo, menos sensible y soñador, dejar de querer hacer otras cosas y doblar la espina, trabajar sus tierras y envejecer tranquilo junto a su hermano en la casa familiar. En estas ensoñaciones a veces hay alguna mujer, pero después de tantos años de fracasos con el sexo opuesto cada vez aparecen menos. Sospecha que algunas chicas del pueblo también le llaman Ñoño, aunque él no se lo ha propuesto nunca.
    Tras unos pocos kilómetros por la carretera toma un camino de tierra ancho y bien apisonado que recorre varias fincas para dar acceso a las mismas a los tractores. Pedalea ahora con fuerza porque empieza a sentir el calor del sol y quiere llegar pronto a su destino. Al cabo de media hora comienza a vislumbrar el perfil del pantano y tras un repecho, su gran masa de agua dulce azul oscuro, rodeada de verdes veredas, reflejando los rayos del sol con cientos de mágicos brillos que brincan sobre su superficie. Desciende hacia la orilla mientras divisa ya su objetivo, situado en un promontorio sobre las mansas aguas del Guadiana: Lacimurga. Ha sentido su llamada y por fin se ha decidido a venir a escuchar qué tiene que decirle. Desde que se clausuraron las excavaciones por falta de fondos no había regresado aquí, tratando de olvidar el fracaso, de borrar de su mente lo que para él era El Camino, su gran ilusión,  su juguete roto, que guardó en el más oscuro desván de su mente. Siempre le ha llamado y él siempre se ha tapado los oídos con ambas manos, cerrando los ojos y negando con la cabeza, ha mirado para otro lado, ha tratado de olvidar. Pero ahora, más desesperado que nunca, no tiene nada que perder, y quiere escuchar lo que estas viejas ruinas tienen que decirle.
    Deja la bicicleta tirada en la hierba y cruza un pequeño arco para entrar en lo que queda del asentamiento romano. No está vallado y cualquiera puede entrar. Ningún cartel explica la historia de estas piedras. Las malas hierbas invaden el recinto, desdibujando cualquier idea que uno pudiera hacerse del antiguo esplendor de estas calles y plazas. La basura y los despojos se acumulan en las esquinas. Ruina, abandono y suciedad. Justo lo contrario de lo que él necesita. Gira una esquina y se topa con un pescador meando contra las piedras mientras le sostiene la mirada, desafiante, sin mediar palabra; ni un triste buenos días. Toño agacha la cabeza y continúa su camino, humillado, como si le estuvieran meando los pies y se encontrara amordazado y esposado, incapaz de quejarse ó defenderse. Busca una pared al final de la excavación,  que ya conoce, y se sienta apoyando la espalda en sus piedras, los dedos acariciando la hierba, a la sombra, de cara al pantano. La temperatura es suave y puede divisar decenas de kilómetros de esta olvidada Siberia. Brumosas colinas, castillos que señorean desde las alturas, densos bosques, apacibles dehesas, carreteras secundarias y caminos olvidados...puede ver el curso del Guadiana dividiendo el valle, hecho pantano, y dando vida...por un breve instante respira hondo y se siente en paz, y se abandona, afloja sus músculos y deja vagar su mente hasta caer en un profundo sueño...Y...sueña...nada...sí...ahora...ve...un niño, no, un joven imberbe, que camina por Lacimurga, ilusionado, soñador. Sí, ya puede verle, alto y espigado, muy moreno. Se llama Marco Aurelio, como el héroe de Gladiador. Claro, es que esto es un sueño y pasan estas cosas. Las calles están adornadas por cipreses y la luz es dorada, anaranjada, como en las  películas, así son los sueños. Marco Aurelio ha terminado sus clases de interpretación en el pequeño anfiteatro de Lacimurga, y quiere ser actor. Mira los dorados campos de cereal abajo, junto a la orilla del río y su ilusión se ensombrece. Vislumbra a su padre labrando la tierra feliz e imaginándole a él, su querido hijo, con una hazada en la mano, ayudándole, mano a mano, padre e hijo. El sueño continúa abrupto y ya está Marco Aurelio escapando de su casa por la noche y tomando el camino hacia Medellín. Allí le espera lo que para él es una gran ciudad, con un gran anfiteatro donde le acogerán y le enseñarán el oficio de actor, le ayudarán a sacar ese torrente arrasador de emociones que lleva dentro, y después,  cuando queden deslumbrados por su talento, un día brillante, será la estrella en el teatro de Mérida, representará las obras de los grandes, le lloverán las ramas de olivo, los aplausos, los piropos, las invitaciones a banquetes, la compañía de los filósofos y las mujeres...Puede ver todo esto Marco Aurelio, en la oscuridad de la noche, mientras camina acompañado por el sonido que sus sandalias de esparto hacen sobre la tierra, mientras los grillos cantan y el aire es frío y húmedo como el río, y Toño sonríe porque sabe que el muchacho lo conseguirá...
    Una manaza agarra el hombro de Toño y le agita con fuerza. Despierte caballero, dice el guardia civil. Abre los ojos y nota la barbilla llena de babas, que le caen hasta el cuello de la camiseta. Se limpia con disimulo y se pone en pie. El guardia civil le dice que no puede estar allí y que tiene que marcharse ahora mismo. Toño le mira en silencio y piensa que debió ser este joven estirado e inflexible el que hizo el ridículo tratando de echar a Chato y Tinto, sus amigos aparejadores, cuando levantaban el alzado de estas ruinas romanas, y que quien no podía estar allí era el pescador que mea sobre sus antepasados, y la basura y los matojos, y que él sí que debería poder estar allí, descubriendo las raíces y el rico pasado de su pueblo, honrando a sus ancestros y a los de este erecto guardia. Pero no dijo nada, dio la espalda al benemérito,  se montó en su bici y ascendió la cuesta de vuelta a casa, sin echar la vista atrás. Cuando Lacimurga queda solitaria los fantasmas de sus antiguos habitantes pasean por las calles y hacen su vida, como si no hubieran pasado dos mil años. Y un ciervo joven y blanco cruza las ruinas, buscando la sombra y mordisqueando las hierbas, de camino al pantano, donde calmará su sed.
    Mientras, Toño regresa al pueblo y le dice a su padre que le va a acompañar por la tarde a trabajar al campo. Esta tarde y todas las que siguen. Se ducha, se pone una camisa nueva y se acerca a la tasca de la plaza, donde la gente toma el aperitivo. Allí sabe que encontrará a Blanca, funcionaria del ayuntamiento y amiga suya.
- Buenos días Blanca,¿qué tal? Luis, ponme una caña. Oye guapa,¿tú sabes qué tengo que hacer para volver a poner en marcha las excavaciones de Lacimurga? Hace tiempo que no voy por allí,  pero queda mucho por sacar a la luz.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Los detectives salvajes de Bolaño

    La novela entró en mi vida como un objeto inerte, una más de las cosas que conforman el paisaje de un nuevo hogar. Mi mujer la trajo entre sus pertenencias y la colocó entre los demás libros, en la estantería. Un grueso libro de un autor para mí desconocido por aquel entonces. Ni siquiera ella la ha leído. Años reposando ignorada entre autores que adoro. Después leí a Vila-Matas y fue él quien me presentó a Bolaño, en diversas menciones en libros, ensayos y reseñas. Y repasando mi biblioteca descubrí que allí estaban, los detectives salvajes, Premio Herralde, editorial Anagrama. Su título me sedujo y a la vez me amedrentó, ante la amenaza de enfrentarme a una novela policiaca del montón. Pero este verano decidí pasar las vacaciones con mi familia y con Bolaño,  así que eché el libro en la maleta junto al mastodóntico 2666. En la arena de la playa, junto a la piscina ó en la cama, he devorado las más de 600 páginas de los detectives con mayor avidez que muchos libros de autores consagrados infinitamente menores en cuanto a número de páginas. Y es que el tamaño de la obra asusta en un principio,  hasta que te sumerges en su prosa sencilla que no simple, de maestro que ha vuelto a lo llano para alumbrar una gran obra. El poeta García Madero escribe un diario del año 1975, fecha en la que entró a formar parte del grupo de los real visceralistas, liderado por Ulises Lima y Arturo Belano, alter ego de Bolaño. Narra su despertar a la vida, el amor, el sexo y la literatura, envuelto en personajes desdibujados y en cierto modo melancólicos, incluso locos, como Quim Font y sus hijas, ó Piel Divina, entre otros. Navegamos por el DF envueltos en vidas insignificantes, acompañados de poetas que no escriben, de poetas que trafican para subsistir en la nada de sus vidas, agarrados a una corriente literaria hueca, cuyo único fin es dar sentido a la vacuidad. Recorremos la vida de jóvenes desamparados en un Méjico que les ignora, en un mundo que les apea de todo, y en el cual buscan desesperadamente construir, inventar una identidad simplemente para seguir adelante, para respirar al día siguiente, para tener algo de que hablar. Ulises Lima y Belano personifican el vacío que avanza, no sabemos bien qué aspecto tienen, ni qué piensan ó sienten, quienes son, pero sostienen la narración como sólidos fantasmas entorno a los que giran vidas también vacías pero que adquieren sentido gracias a ellos.
    La segunda parte del libro presenta una estructura original, con testimonios de más de cincuenta personajes que pincelan la existencia vácua y errante de Ulises y Belano a lo largo de veinte años. Dan la sensación de ser espectadores de su propia vida, la cual no tiene entidad en sí misma, la construyen otros con sus opiniones y sentimientos. Ellos viven en silencio, a veces parecen muñecos de trapo en manos de la nada, pasivos lectores de su propia existencia. Uno de los personajes les pone en la pista de Cesárea Tinajero, precursora y fundadora del real visceralismo en los años veinte.
La tercera parte de la novela continúa el diario de García Madero, relatando su huida junto a Ulises, Belano y Lupe, una prostitua perseguida por su chulo, al desierto de Sonora en el Impala de Quim Font, en busca de la desaparecida Cesárea Tinajero. Huyen también de sí mismos, se buscan y a la vez huyen, se construyen y se desmoronan. Investigan el paradero de la autora de un único poema gráfico sin palabras, autores poetas de los que no leemos ningún poema. Encuentran por fin a una mujer transformada, sin duda empeorada, que un día decidió dejar de ser y que resulta irreconocible y distante, a la que llevarán la muerte física cuando ya la otra muerte alcanzó hace décadas, encerrada en un cuartucho de un barrio marginal, escribiendo montañas de libretas negras. Nos queda un regusto a vacío,  a existencia desesperada por escapar de la nada, inventando un algo que es absolutamente nada. Y nos hace plantearnos el sentido de la existencia y si realmente lo tiene. A veces se percibe la imposición del destino a la voluntad humana, que se abandona a la fatalidad, sin opinión ni sentimiento, seres sin energía propia, incapaces de tomar las riendas de su propia vida, lo cual sería un banal esfuerzo, una lucha sin sentido frente a lo inevitable.
    Hoy he leído duras críticas de este libro que no comprendo de donde emergen. Estamos sin duda ante una obra maestra que retrata la orfandad del alma humana, pero no por ello deja una huella triste, sino un cálido deseo de vivir sin ambajes, investigando lo insignificante,  salvajes.

martes, 20 de agosto de 2013

Purita Pasión y el misterio del niño que lloraba sin lágrimas

    Tras décadas observando las miserias del ser humano,  incluidas las mías,  sostengo la opinión,  que se acrecenta cuando me encuentro rodeado de mucha gente, de que el ser humano sólo es un animal que ha caído en la desgracia de tener consciencia de su yo, de una manera incompleta, por supuesto, y en base a ello es capaz de sostener las más peregrinas ideas y llevar a cabo complejas acciones con el único fin de cubrir sus necesidades básicas,  a saber, alimento, descanso y reproducción,  aderezado con las máximas dosis de placer. Como cualquier otro animal salvaje. Todo lo demás es cuento, adorno, floritura. Se me podrán mencionar los grandes logros de la humanidad, pero yo no conozco a las personas que los realizaron, y en el fondo no hacen más que tomar tortuosos caminos para llegar a los mismos fines que la gran masa humana informe que pulula por este planeta entre el nacimiento y la muerte, como una hormiguita más. A esa masa, por desgracia, la conozco demasiado bien. Y podría pensarse que este modo de ver la vida lleva indefectiblemente a la depresión, y por un tiempo, en mi caso, así fue. Pero pasado el primer golpe, estas ideas me han llevado a una especie de manso fluir por el río de la vida. "Be water my friend", dijo Bruce Lee, aunque estoy seguro de que ambos llegamos a la misma conclusión por caminos bien distintos. Esta es la razón principal por la que trabajo para Purita Pasión. A pesar de lo que pueda hacer pensar un nombre impostado, Purita Pasión es la única persona que conozco que es consciente de ser sólo un animalito más,  y vive la vida de cara, sin máscaras ni circunloquios de ninguna clase. Nadie en la ciudad conoce su verdadero nombre, pero también diré que a ninguno nos interesa descubrirlo. Su nombre es perfecto, la define sin ambajes, en su totalidad, de golpe. Descubrir que se llama Pepa ó María sería una fatalidad. Yo poseo un nombre vulgar, y adoro los nombres compuestos. Mis preferidos son Luisfer y Juanfran, pero no son apropiados para un detective. Así que cuando comencé a trabajar en esta agencia me hice llamar Wilfred Johnson, cuya fonética, güilfred yonson, camufla a la perfección a Luisfer Juanfran. Esto es una absoluta estupidez, pero es que yo soy feliz con estas chorradas. Así que este nombre americano que me he dado acompaña a la perfección nuestra actividad y pienso yo que le da un toque de glamour a la agencia, por más que a alguno se le escape una sonrisita al contarles que nací en un pueblo de Soria. Podría dedicar una vida a hablar de Purita Pasión. Es una mujer arrolladora, en un sentido literal. Su personalidad y su presencia física se imponen en todas las circunstancias. De hecho, ella es la fundadora de una corriente de pensamiento, no, más bien de un modo de ser y afrontar la vida: el Salvajismo. Ser salvaje es ser total en todo lo que uno hace, pero también en lo que deja de hacer ó en lo que los demás hacen en relación a tí. Si Purita duerme, lo hace durante catorce horas, y ni siquiera una bomba atómica sería capaz de despertarla. Pero si no duerme, no lo hace nadie. Si estás agotado ó somnoliento,  no te da ni un minuto de tregua, hablando sin parar, tirando de tu brazo para hacer algo ó proponiendo mil actividades. Porque Purita Pasión tiene millones de ideas, todas a la vez, y es capaz de hablar durante horas en un monólogo abrumador que exige que la escuches como si fuera lo único importante en el universo. Si se te ocurre hacer algún comentario,  te dirá que no la dejas hablar...¡Que no la dejas hablar! Se enfada de forma radical, como un miura enloquecido. Creo que están pensando en ponerle su nombre a un huracán. Pero cuando te sonríe y te besa en la mejilla, y te habla con cariño, puede ser la mujer más dulce que existe. Ni se te ocurra decirla que coma algo, cuando está metida en algo alimentarse no va con ella, pero sin venir a cuento puede devorar una bolsa de patatas en un santiamén,  o beberse un vaso de leche de un solo trago, y andar por ahí hablando con la gente con un bigotito blanco bajo la nariz. Ella no habla, grita, a cada momento, y puede llegar a hacerte daño físico en los tímpanos. Adora a su familia y amigos por encima de todos y es el ser más maravilloso de la tierra. Lo dicho, podría hablar sobre Purita Pasión una eternidad.
    Pensaba en todas estas cosas tras haber recibido un nuevo encargo por teléfono, sentado en mi oficina, mientras Purita afrontaba su enésima entrevista para la televisión en su despacho. Una mujer de paso por la ciudad requería nuestros servicios de forma urgente y nos pidió que nos acercaramos a su hotel. Purita Pasión terminó la entrevista y me escuchó intrigada, deseando afrontar un nuevo caso a la mañana siguiente. "¿Está sola con su hijito, dices? Me encanta trabajar para las mujeres. Pero ahora vas a bajar a traer algo de cena Wilfred, tráeme unas patatas fritas y un cartón de leche, y un helado...ah, y un paquete de chicles, no tengo mucha hambre. Tú pedirás tu hamburguesa grasienta con patatas, ¿no?". Cualquiera le lleva la contraria. Bajé a la calle y compré todo lo que me había pedido, sin saber muy bien si compraba la hamburguesa porque me apetecía ó porque me lo había ordenado ella. Cuando volví, nos sentamos frente a la tele de la oficina y vimos la entrevista que le habían hecho hacía un rato en las noticias de las nueve. Purita mojó las patatas en la leche, chupó una vez el helado y lo dejó derritiéndose sobre la mesa y masticó un chicle por la eternidad. Mientras, en pantalla, la cámara hacía un travelling hacia una mujer deslumbrante con la melena agitada por el viento (encendieron un ventilador cochambroso que encontraron en la oficina), mientras una banda sonora arrolladora precedía la voz del locutor. "Purita Pasión,  la mujer del momento". La entrevista y el reportaje versaba sobre la apasionante vida de mi jefa y su estilazo, remarco, estilazo, afrontando el día a día, sus peligros y los misterios por resolver. "No por nada promuevo el Salvajismo - decía Purita en un momento de la entrevista -. No estamos en el mundo para andarnos con zarandajas ni remilgos, sino para vivir intensamente cada segundo, pese a quien pese". Me impactaba oirla decir eso en la tele, porque yo podía dar fe de que no era una pose, nuestra vida era un torbellino arrollador sin descanso. A veces recordaba el título de la película,  y me decía que la nuestra se titula "No habrá paz para los empleados"...de Purita Pasión. 
    A la mañana siguiente acudimos a la cita con la forastera, en su hotel. La encontramos en una tumbona sobre el césped,  junto a una piscina circular para niños,  en la que chapoteaba un precioso bebé con manguitos. Se levantó y nos apartó un poco, diciendo que no quería que el niño nos viera. Era una bella mujer de unos treinta y cinco años que dijo llamarse Ruth. Poseía una expresión y una forma de hablar dulces y serenos, las antípodas de mi jefa, que comenzó a impacientarse nada más ver el estilo de la posible clienta, y a cortarla cuando hablaba y a increparla para que fuera al grano. La conclusión fue que el niño de Ruth, Daniel, lloraba sin lágrimas, y ella no lo podía soportar. No aceptaba emocionalmente dicho comportamiento, y sabía que un psicólogo no iba a ser capaz de dar solución a tan extraño fenómeno. Las glándulas lacrimales funcionaban porque expelían unas gotitas cuando el bebé bostezaba, pero llorar, lo que es llorar, lo hacía en dique seco. Así que había decidido contratar a la mejor, Purita Pasión,  no le importaba el dinero. Purita aceptaba todos los casos, incluso antes de saber de qué se trataba, como un maquinista con los ojos vendados conduciendo un tren sin frenos hacia una vía que muere en un desfiladero. No se hable más, dijo, y no se preocupe, esta tarde volveremos preparados y resolveremos su problema. Le brillaban los ojos de pura ilusión mientras el niño chapoteaba con un cochecito de juguete en las cálidas aguas menores de decenas de bebés.
    Volvimos por la tarde. Purita me hizo sentarme en una tumbona y parapetarme tras Los detectives salvajes, de Bolaño, su libro preferido, aunque sólo por el título. Jamás lo había leído. Ella no lee nada que no lleve ilustraciones. Se quitó la ropa y me sorprendió con un bañador de cuerpo entero de ¡Hello Kitty!, rosa chicle, con volandas en la cintura. Se acercó al bebé y se metió en la piscina de meados como si tal cosa. Se puso a jugar con Daniel toda la tarde. Comprobamos que era un bebé adorable, tranquilo, emanaba serenidad, transmitía paz, su piel dorada por el sol, su sonrisa, sus palabritas y juegos, absolutamente encantador. Comía y dormía de maravilla y jamás hacía pucheros, no podía ser esa la causa de la sequedad de su llanto, unos continuos y desmesurados pucheros, tan habituales en niños mimados de esta edad. Comprobamos que en las contadas ocasiones que lloraba, efectivamente lo hacía sin lágrimas. Hasta su llanto deshidratado era suave, sereno, se acurrucaba con gesto tranquilo en los brazos de su madre, por un resbalón ó un golpecito. Purita Pasión se entregó en cuerpo y alma al caso, como hacía siempre, con una feroz determinación por desentrañar el misterio, atenta a cada gesto, a cada palabra, del chiquitín, infiltrada en su vida, de incógnito,  con su bañador Kitty rosa chicle, durante varios días. Cuando me acercaba a la página seiscientos de la novela, y sobre el caso planeaba la sombra del fracaso por primera vez en la dilatada carrera de Purita Pasión,  la intrépida fundadora del Salvajismo, ocurrió algo. En la mente de mi jefa sonó clic, se encendió la bombilla, lo vio todo claro. Se levantó de los cinco dedos de agua turbia que la cubrían de golpe, salió de la piscina y caminó hacia nosotros dando pasitos. Su carita estaba limpita, con el pelo mojado hacia atrás,  y nos sonrió. "He solucionado el misterio, Ruth, ahí, empapada en pis. Su hijo llora sin lágrimas porque probablemente sea el bebé más feliz de la tierra y hasta cuando llora es incapaz de sentir tristeza. Llora sin lágrimas de pura felicidad, total y absoluta. Es también un Salvajista, pero a su manera". Ruth se quedó embobada, incrédula al principio, pero después, poco a poco, una sonrisa iluminó su rostro y ella sí, comenzó a llorar de pura felicidad. Evidentemente no era una Salvajista. Purita Pasión me cerró el libro en las narices, haciendo que el marcapáginas se callera, no sabéis lo que me fastidia eso, y comenzó a tirar de mí decidida hacia la salida del hotel.
   Fue en ese preciso momento cuando escuchamos una voz femenina, casi igual a la de Ruth, que decía: "¡Alicia, se acabó el juego, a merendaaar! Y deja a tu padre tranquilo,  que le tienes de acá para allá toda la tarde, no le dejas ni leer un ratito en paz...¡Ven para acá!". Y ahí volví a ser Víctor Gómez Tulio, un nombre vulgar, de un vulgar oculista de la Siberia, provincia de Badajoz. Por la noche, en la oscuridad, metido en la cama, pensé que estaba harto de la realidad, producida por dos o tres agencias de noticias, esa realidad de armas químicas que luego no existen, de crisis que no existen pero luego arrasan nuestro mundo, de religiosos pederastas, de corruptos que no pisan la cárcel, esa realidad obtusa e inventada, que nos apretuja y nos hace sentir cucarachas, como Kafka, y pensaba en los miles de buenas noticias que deben producir los millones de seres humanos que pueblan la tierra, cada día,  y que nadie nos cuenta, y que son más reales que las que nos cuentan, y desde luego, más verdaderas y alegres. Deseé que existiera un periódico ó una cadena de televisión,  ó una radio, que se dedicará a dar buenas noticias, reales ó inventadas, como las que nos cuentan ahora. Así que decidí que a la mañana siguiente, si Purita Pasión quería, volvería a ser Wilfred Johnson, y sería su fiel escudero afrontando otro curioso misterio por resolver, hipnotizado y feliz, radical, entregado por completo al Salvajismo.

viernes, 16 de agosto de 2013

La Virgen de Sesimbra

    La silueta de la virgen se recorta sobre el azul del mar. Cae el sol, a punto de desaparecer tras las colinas. Miles de brillos dorados titilan sobre las crestas del suave oleaje y es cuando ocurre la magia. El aire es limpio y sereno, el único momento de la jornada en el que todo es real. A la virgen la engalanaron anoche, las abuelas, con su capa blanca y pesada de ribetes dorados y su tiara deslumbrante. Antes la enjabonaron, incluso la maquillan la carita divina y le lavan los pies. La rodearon de pequeños cirios y velaron su noche con rezos envueltos en la luz naranja de las piedras de la hermita del puerto. Murmuran sus plegarias las abuelas sin descanso hasta el amanecer,  total, ellas ya nunca duermen, pidiendo por un año de abundante pesca y ofreciendo nuestras humildes vidas. Al amanecer, entre la bruma que desde tiempo inmemorial se cuelga de las escarpaduras que rodean el pueblo, las abuelas han regado el altar de flores amarillas, cubriendo los pies de la talla. Y la dejan sola y a oscuras, cerrada a cal y canto, como si quisieran que pensara mucho en lo que le han pedido, como si le dieran un tiempecito para sentir sus penas y luego, en el fresco de la penumbra, pudiera contárselas a Dios y le pidiera en confianza un poquito de cariño para estos pobrecitos pescadores. Los pescadores hemos pasado la mañana repintando nuestros barquitos. Azul celeste el de Soares, rojo intenso el de Guimaraes, verde y blanco el de Souza, y así todos. El nuestro, el de Pessoa, es amarillo, como las flores que acarician los pies de la virgen. Y hay más, pero ya muy pocos. Los armadores, tan pobres como nosotros, con tantas deudas como nosotros, gastan hoy en pintura como si no hubiera mañana,  y colgamos adornos en cubierta. Nuestro barquito es la Saudade. Mi patrón dice que es descendiente del escritor, y le creemos, porque es un triste redomado y bebe mucho, como todos, pero tiene un beber melancólico y solitario. Escribe todo el día en una libreta que nadie ha leído y dice que cuando muera de cirrosis lo publicarán y será un éxito de ventas y su mujer y sus hijos vivirán a cuerpo de reyes. Llevo treinta y cinco años escuchando la misma historia e imagino que a este paso más que un libro publicará una enciclopedia con un solo tema: la mar. Ahora, mientras embarcamos la virgen en la chalupa blanca, su pedestal en el mar, recuerdo cuando mi padre, siendo yo chiquito, me traía a reparar las redes, a deshacer nudos, a limpiarlas, a ordenar los aparejos. Los primeros días de verano, al terminar el curso, mi padre me traía a limpiar el casco en el dique seco. Y yo ayudaba a aquellos hombres que a mi me parecían gigantes, grandes héroes, con sus barbas cerradas y sus fuertes brazos, escupiendo cada dos por tres y maldiciendo con una sonrisa y haciendo la señal de la cruz. Con el tiempo me convertí en uno de ellos. A mí estudiar nunca me interesó. Nadie en el pueblo le veíamos la utilidad a eso de los libros por aquel entonces. Vivíamos flotando en el mar, encajonados en el acantilado, unidos al mundo por una sinuosa carretera comarcal, peligrosa como una serpiente. Por ella llegaba algún eco de Lisboa y del mundo, pero ya débil, sin fuerza. Lo nuestro era la mar. Y me eché en sus brazos y le entregué mi vida, amante traicionera. Una vez instalada la virgencita en la cubierta, encendemos el viejo caset con música religiosa, a todo trapo, desembarcamos y marchamos a nuestras chalupas. Parte la comitiva del fondo del puerto y a poquito los compañeros acuden con sus embarcaciones a la llamada y se van uniendo. A la salida del puerto, junto al pequeño faro de franjas rojas y blancas que hay al final del malecón,  nos esperan un par de lanchas deportivas que se mezclan con nuestras barquitas. Niñatos imberbes de piel dorada nos fotografían con sus móviles y lo comparten por internet, mientras beben un cubata y besan a una preciosidad. Les miramos quietos, erguidos y en silencio, con las facciones petrificadas, y por dentro nuestra rabia es infinita. Hace años les tiraba cosas, les escupía y maldecía, pero ellos se reían aún más, y me hacían sentir como un mono enjaulado. Ahora guardo mi odio y mi humillación para mí e intento mostrarme digno y sereno. Quizá alguno de esos nos respete. En la playa, miles de personas salen de debajo de sus sombrillas y se acercan a la orilla del mar a contemplar el espectáculo. La mayoría son portugueses de clase media, de Lisboa, que han venido a pasar el feriado con su familia a la playa. Gente humilde que come de bocata sobre la toalla, hace castillos de arena y se baña sin mojarse el pelo. Disfrutan al ver pasar nuestros barquitos, de vivos colores, rodeados de música, llevando a la virgen en volanda sobre las olas. Miles de gaviotas, de estribor, reposan sobre las aguas. Bajo ellas bulle un gran banco de peces. Las espera un gran festín, la única noche del año en la que no se pesca. Pasamos frente a la fortaleza, en el centro de la playa. En invierno, al amanecer, entre la bruma, se puede ver al mar tratando de derribar sus muros. Y trae a mi memoria muchos malos momentos. Allá cuando comenzaron las cuotas, no impuestas desde Lisboa, no, sino desde Bruselas, dónde carajo está Bruselas y quién son esos del norte para venir a decirnos qué se pesca y qué no. Y por la serpiente de la carretera ya sólo empezaron a llegar malas noticias, pero muchas, muchas malas noticias, y yo soñaba que la cortábamos con una gran tijera, como si soltáramos amarras, pero cortándolas, y Sesimbra se convertía en una gran barcaza flotando a la deriva en el mar, limpio y con sus propias reglas, que yo entendía mejor que las de los hombres. El caso es que empezaron a caer los armadores, a pasar largas temporadas las tripulaciones en tierra. Luego vinieron los grandes barcos congeladores, mar adentro, que arrasaban los bancos. Después vino el euro, y más normas, y más cierres y más despidos...Y en ese periplo de sombras y hundimiento, de impotencia y tristeza, de largas noches de alcohol en la cantina del puerto, bebiendo para reírte de algo, para ahogar tu rabia rompiéndole la mandíbula a un amigo, para dejar de sentir y abotargar el corazón, en ese periplo decía, conocí a Rosa. Fue un día libre que pasé en Lisboa, visitando al primer estudiante universitario del pueblo. Ella era compañera de clase y a mi me deslumbró al instante. Me sentía bruto e ignorante frente a aquella flor de la inteligencia. Ella habló y habló y todavía habla y lee en casa, en la galería. Dice que la enamoraron mis manazas, mis barbas, mi cara de buenote y mis ojos tristes. Mis ojos siguen tristes y cada día me duele que lo dejara todo y me siguiera hasta este puertucho de mala muerte, hasta mi casa triste y pobre, desconchada, de jambas podridas y húmedos rincones. Ella dice que ha sido feliz, pero yo sé que miente. Con los años la he hecho sufrir de pobreza, de ignorancia, de soledad, de noches de alcohol y terribles resacas, de descargar mi ira infantil contra ella, pobre Rosa, como representante del mundo culto que nos estrangulaba poco a poco y que ella abandonó por mí. Y pasamos ahora frente al torreón del castillo, en lo alto de la colina, rodeado de bosques de pinos. En su iglesia nos casamos Rosa y yo, y puedo decir que es el único día feliz que he pasado allí. He subido muchas veces estos años, solo, a ver el pueblo desde lo alto, rodeado por las tumbas de grandes familias que circundan la muralla, y he llorado, viendo atardecer sobre el mar, he llorado en la iglesia, rodeado de azulejos blancos y azules. He llorado bajando por el bosque, de vuelta al pueblo. Pensando en Rosa, pensando en Raúl, nuestro querido hijo, en nuestro estrecho presente, en nuestro agonizante futuro, en la vida austera, qué digo, pobre, simple, que les he dado, y todo lo que me han soportado.
    Hemos llegado al otro extremo de la bahía y la pequeña comitiva de barcas de colores que hace de arco iris a la virgencita, da la vuelta. En estos largos años el pueblo se ha tranformado. Guardo viejas fotos en sepia, de nuestro cogollo de casitas rodeando la fortaleza, bastión de supervivientes. Hoy hierve toda la linea de playa de bañistas, apartamentos y hoteles cuelgan de los acantilados y los vagos del pueblo se hacen de oro sirviendo comidas mugrientas a precio de alta cocina en bares sombríos, guisadas en cocinas grasientas y pegajosas. Alcanzamos la plataforma, a la entrada del puerto, y allí nos espera una multitud, que recibe a la virgen y la lleva en volandas, salpicados por las flores amarillas, de regreso al fresco y al reposo del interior de la hermita, allá en el puerto. Les veo marchar, y veo dos o tres caras que se giran y me miran a los ojos, desde lejos, y levantan su mano para decirme adiós. Luego los veré, como siempre, pero por primera vez será de otra manera. Camino por el paseo marítimo hacia mi casa, entre los bañistas, que recogen sus cosas para volver a Lisboa algunos, a sus apartamentos y hoteles otros. Se ducharan, se arreglarán, y saldrán con sus hijos a cenar algo, junto a la orilla del mar. Y recuerdo aquel día en que recé mucho allá arriba, en el castillo. Y recuerdo que bajé a contarle a Rosa que hacía un mes que no trabajaba la mar, que ya no había jornal para mí, que marchaba al amanecer y volvía por la noche del bar, todo el día en el bar, con otros como yo, sin paro, ni ahorros ni nada. Y como ella ya sabía, y sabiendo, nada dijo esta vez, y mucho hizo. Ese día me esperaba su hermano, Cristiano, profesor de la universidad, que me montó en su coche y me llevó a Lisboa y me apuntó a un curso de hostelería, otro de gestión de comercios y otro de inglés. Y Rosa vino conmigo todos los días, y estudiamos juntos en casa, que paciencia tuvo con este bruto, y gastó sus ahorros, su pequeña herencia, y me quiso, me quiso mucho como me ha querido siempre. Y por eso ahora nuestra casa está reformada, y la parte de fuera y la galería, en el primer piso, son un pequeño restaurante. Comida italiana. Pizza, pasta, ensaladas, lambrusco. Pitanza sencilla pero bien hecha, y además con cariño. Cruzo el umbral y me encuentro con un gran buda y un velón. Subo las escaleras. Nuestro pequeño restaurante está decorado con muebles y telas blancas, comprado todo en el Ikea de las afueras de Lisboa. Los ventanales se abren de par en par hacia las arenas doradas, trufadas de sombrillas multicolores, hacia el azul del mar y hacia un sol cegador. Mi hijo atiende la caja, un ordenador con conexión a internet. Mi mujer atiende las mesas, toma nota de los pedidos a los bañistas y les sonríe. Casi todos de Lisboa, aunque también hay españoles, ingleses, franceses y hasta japoneses. Me pongo el delantal, enciendo el horno y me embadurno las manos de harina, para hacer la primera pizza del día, a la vista de los comensales. Dentro, en la cocina, tengo mi virgencita, rodeada también de flores amarillas. Por cierto, todos me llaman Guterres, pero yo me llamo Pedro. Como el pescador que Jesús sacó del mar y sobre el que edificó su iglesia. A mi me ha llevado cincuenta años, pero también me han sacado del mar, y del alcohol. La virgen y mi mujer. Yo tan sólo quiero edificar nuestro propio futuro juntos.

martes, 6 de agosto de 2013

Beckett. La búsqueda de la identidad ó perder la sombra

NOTAS PREVIAS

Huído a un pueblito de la costa azul porque su unidad ha sido descubierta por los nazis.1942. Se hace pasar por campesino junto a su mujer Suzanne. Almacena material en su casa y ayuda a los maquis en las montañas.
Escribe para entretenerse. Es consciente de que está a la sombra de Joyce, su maestro, al que respeta. Recuerda su enorme enfado con Hemingway por criticarlo, y sospecha que detrás de ese excesivo enfado hay algo. Joyce es erudito, complejo y culto, mientras que Hemingway es mundano y seco en sus temas y lenguaje. Busca su propio camino, su identidad. Su dura vida y su contacto con gentes pobres acerca sus experiencias vitales actuales a H. Pero le chirría que en el fondo H. tiene una experiencia vital de rico y temática de rico. Le interesa su lenguaje desprovisto de florituras pero no sus frases cortas y descriptivas de acciones externas. Él quiere describir acciones internas, con frases más largas, y ser escatológicamente mundano y de humor agrio.


                               LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD Ó PERDER LA SOMBRA


ACTO ÚNICO

(Otoño de 1942. Pueblo de Roussillon, en la comarca de Vancluse, al sur de Francia. Samuel Beckett, miembro de la resistencia francesa frente a los nazis, ha tenido que huir junto a su mujer, Suzanne, ya que su célula ha sido descubierta. Se hacen pasar por campesinos. Samuel ara el campo a pleno sol)

No me gusta nada esa camioneta, nunca la he visto por aquí y es la tercera vez que pasa, me encuentro muy nervioso, así es imposible concentrarse en este trabajo, que por lo demás es nuevo para mí, un intelectual irlandés de ciudad, siempre he agradecido mi afición por los deportes cuando era joven, me curtieron y endurecieron el cuerpo y gracias a ello he podido soportar tantas penurias durante estos años, la pobreza en Londres, las privaciones de la guerra, los trabajos de la tierra ahora. Tengo fuerte gana de cagar, toda la mañana tirándome pedos debido a esas malditas alubias del desayuno, y ahora me cago ya sin más,  no puedo aguantar ni un minuto, pero sobre todo me cago en esa camioneta, quizá no sea nada, ó sí, no sé, no sé, pero por si acaso me cago en ella, en medio del cristal y en la cara del que va dentro, alomejor exagero, veo enemigos donde no los hay, quizá sólo sea un perito ó un topógrafo de la ciudad, pero puede ser las dos cosas, perito y espía, un cerdo colaboracionista, un vendido a estos malditos nazis, qué le habrán prometido, pues qué va a ser, dinero, montañas de dinero, y algún puesto con gente a quien mandar, no quiero pensar lo que nos harán si nos descubren, pobre Suzanne, la cortarán los dedos, pero antes la arrancarán las uñas, cosas terribles, terribles. Yo me cago, me voy a esconder tras esos matojos, ahí no me verá nadie, y si me ven pues que vean, ellos también tienen culo, ese fisgón de Pierre y su familia, tantas bienvenidas y preguntas, dedícate a arar tus tierras y dar de comer a tus hijos y no preguntes tanto, que si mi acento es extraño, preguntándome a bocajarro mi nacionalidad,  por mi pasado, haciendo comentarios sobre mis errores en la labranza, descarado, con esa cara embrutecida, una oreja más alta que la otra unidas por una única y selvática ceja. Otro colaboracionista, otro vendido a esos cerdos asesinos, tiranos que no me dejan ni cagar en paz. Le dije a mi madre, en aquella monumental bronca, que prefería la Francia en guerra que la Irlanda en paz, y entonces lo creía, creo que lo creía, sí, lo creía, no sé, pero ya no lo creo, aunque no se lo reconocería nunca, nunca, pero ya no pienso así, después de tanto miedo y sufrimiento, tanta hambre e insomnio, aunque mirándolo bien, me desdigo, no cambiaría mi vida por nada, por nada, bueno, por un paseo por los verdes prados de Irlanda sí, y por una buena pinta, pero por nada más, bueno sí, por otra pinta, ya sale, qué alivio, mis principios no los cambio por una cómoda vida, por mucho que haya sufrido, tanta gente buena que he conocido, pobres como ratas, algunos malditos locos, desquiciados por la guerra, enfermos y moribundos, la muerte recorriendo la vida, la vida real, la de verdad, sí, la de verdad, no esa vidorra que llevan en Dublín, contra los nazis mientras tomas el té en tu delicado salón, escuchando música, oh dios, cómo extraño la música,  un rato de paz escuchando a Mozart, respirando tranquilo, con ropa limpia, pero no, no, no me dejaré llevar por ensoñaciones, aunque me ha venido a la memoria una tarde en casa de James, con su hija, pobre loquita, me quería, pero yo era incapaz de amar, escuchando esa música, hablando de literatura, de su Ulises, de cómo construir la siguiente novela, de todo lo que me pedía investigar para levantarla, ayudarle en sus detalles, que son importantes. Ya está, qué bien me siento, me limpiaré con estas hojas, es suficiente, más que suficiente, la camioneta ya se ha ido, qué bien se está bajo este arbusto, a su sombra, la sombra de Joyce, siempre James me dio sombra, pero Joyce me hace sombra, demasiada sombra, me llena el cerebro de sombra, no sé cómo puedo estar siempre pensando en estas cosas en plena guerra, y el caso es que yo le quiero, a mi gran amigo, pero su sombra, ay su sombra, esa me da ya frío a estas alturas, me bloquea, y yo a él le aprecio, qué digo, le quiero sinceramente, pero ya me rodea su sombra, y la sombra ensombrece, y yo hace tiempo que no busco protección ni sombra, labro a pleno sol, todos estos años, desde que marché a París, cuanta vida, cuanta vida, sin nada de sombra, como aquel día en París,  ahora que lo pienso, sí, pienso, quizá demasiado, o no, demasiado poco, pero pienso en aquel día, sí, ese fatídico día en que mi editora me presentó a Hemingway,  Ernest, que no earnest, aquel juego de Wilde, ilustre alumno precursor en mi escuela, nada de earnest, ese hombre grande y seguro de sí, tan pagado, pero a mi no me engañó, era como un niño,  con sus cazas, su fanfarronería, sus mujeres, sus historias, tan bebido como yo, bueno no, tanto como yo no, pero muy bebido, y hablando mal de James, llamándole viejo, con cariño sí, decía él, con cariño, pero viejo al fin y al cabo, agotado debió acabar el viejo después de escribir Ulises, decía, y no se le puede pedir mucho después de eso, decía, y yo no decía nada, al principio no, efervescía primero, luego acumulaba lava, sentía roja mi cara y azules las venas de mi sién, me temblaban las gafas, sí, temblores como de terremoto, volvería a ponerme a cagar sobre él, maldito engreído, con ese aire de hombre de mundo, y ahora lo sé, sí que lo sé, demasiado bien, que no es hombre de mundo, no sabe nada de este horrible mundo, del sufrimiento humano, sólo sabe del suyo, ese sufrimiento burgués de niña escondida bajo ese corpachón mimado, lo que no entiendo es por qué me irritó tanto, bueno, sí lo sé, claro que lo sé, vaya si lo se. Es esa sombra, la de Joyce, en la que me he integrado, tan culto, tan erudito, tan trabajado, los temas, el lenguaje, los detalles, los significados ocultos, y ahí estaba él, el gran Hemingway,  con sus frases cortas, sin adjetivos, todo verbo, todo acción,  tan viril, tan experimentado, tan de vuelta de todo, tan sombra a su manera, a su manera, pero con cierta razón,  por eso me enfadé tanto, porque tenía razón, porque Joyce estaba agotado, me había agotado, era yo su sombra, no él la mía, yo no era yo, no existía un yo que fuera yo, tenía razón el muy cerdo, por entonces no lo entendía, mi tremendo enfado, pero ahora sí, ahora sí. Tengo que volver a casa, con Suzanne, tan sola, pobre, aguantando mi gusto por la soledad, necesito estar solo, solo pero con ella, que me acompaña siempre, y yo la rehuyo, le digo que necesito estar solo, pero con ella, con ella, pero solo, mucho rato solo, la mayor parte del tiempo, de hecho quiero volver a casa con ella, pero que me deje en paz, en paz, que se ocupe con algo, que se ocupe de lo de las armas, vendrán a recogerlas al atardecer, cómo nos seguimos arriesgando, por la libertad, guardando esas armas en el garaje, sí, vienen hoy, que se ocupe ella, yo he de estar solo, y escribir, para evadirme, de todo esto, esta cagada, otra más y no mía, esta mierda de vida, escribir, además,  para responder a todos, para renacer, no, renacer no, nacer, nacer como escritor, después de tanto escrito ya, ahora voy a nacer, salir de la sombra, escribirle a Joyce, no a James, y escribirle a Hemingway,  y a mi madre, todos tan earnest, escribir sobre cómo se caga y así cagarme en ellos y salir de la sombra, a pleno sol, como ahora. Por eso tengo a Watt, ha nacido Watt que se pregunta, que me pregunta, Qué, What, Watt, se pregunta y le pregunta, a Mr. Knot, el Señor No, a quién dice no, pues a mí, a quién va a ser, a ese vagabundo irlandés que le hace de mayordomo, a Mr. Joyce, a Mr. Hemingway,  al señor no, le pregunta, qué desea, qué necesita, y le complace, Watt, tan diligente y aplicado, les complace a todos, pero también les observa y les comenta, a su manera, sí, a su manera, desde su triste experiencia, se ríe de todo, ácido y negro, se ríe de todo, aunque la verdad es que no tiene ninguna gracia, pero busca su camino, ya lo va encontrando, su propio camino, y el mío, que esta noche me llevará a salir con los maquis, al monte, a hacerles de enlace, y mientras Watt seguirá con su humor agrio, mundano, de largas frases, no cortas, largas, describiendo, pero no las acciones del mundo, sino las de su mente, tosco, iletrado, hombre de mundo este Watt, de mundo de verdad, del duro, buscando su propio camino mientras yo subo al monte por el mío.

sábado, 3 de agosto de 2013

La sala de espera

Yo soy yo y mi circunstancia
José Ortega y Gasset

    Un día más,  Pedro resiste. Abre los ojos pero es incapaz de ver. Sus párpados están tan inflamados que le cubren por completo las púpilas. Nota un bulto en el lado izquierdo de la cabeza. Se palpa con la mano y ahí está; un gran edema en la zona del cráneo que ha apoyado en la almohada esta noche. Camina a tientas, en la penumbra,  hasta el baño. Se lava la cara con agua helada y consigue vislumbrarse en el espejo. El reflejo le devuelve las formas de un monstruo. Todavía es joven y guapo y verse así cada mañana le produce taquicardia. Tabletea el corazón en su pecho y retumba en sus oídos. Respira profundo y despacio tratando de controlar sus emociones. "Se te va a pasar, se te va a pasar, tranquilo". Y también piensa en su tensión alta, su infarto y su by-pass. Llevaba un año saliendo a correr todas las mañanas pero en este estado le resulta imposible. Trabaja en una ong que apoya a mujeres maltratadas; a ellas no las fallará.Tiene que conseguir serenarse y empezar a asumirlo. Nota una punzada intensa en la boca que le recuerda su cita con el dentista dentro de una hora. Tienen que extraerle un diente fracturado que le está amargando la vida. "No pienso ir. Me atiborro a calmantes ó lo que sea, pero yo con este aspecto no aparezco por allí. Ahora mismo llamo y me invento cualquier cosa". Unas terribles ganas de fumar le invaden pero consigue controlarse y se mete en la ducha. Siente el agua en la cara y nota como se relajan los músculos. Mientras se seca con la toalla, se encuentra algo mejor. Puede ver con claridad y el bulto de la cabeza ha disminuido. Piensa que a esas horas no se va a cruzar con nadie en la sala de espera del dentista. Siente un dolor terrible en la mandíbula que le sube hasta la cabeza y decide ir. No se afeita ni se peina, no tiene ganas. Se pone lo primero que encuentra: una camiseta vieja y usada, pantalones cortos con bolsillos y unas sandalias de playa. Total, la clínica está a veinte metros, nadie le verá. Piensa volver corriendo y meterse de nuevo en la cama hasta la hora de ir al trabajo, por la tarde. Baja a la calle con un humor de perros.


   Un día más, Susana resiste. No ha dormido en toda la noche, dando vueltas en la cama, centrifugando horribles pensamientos, rumiando miedos. No puede casi dormir desde hace semanas. La han echado del trabajo y se ve incapaz de pagar sus deudas. Ocho años en la empresa dándolo todo, mientras la hija del jefe pasa los días arreglándose las uñas y hablando por teléfono, frente a ella. Su padre, al que adora, está ingresado por culpa de un tumor que le devora el cerebro, incapaz ya de conocer a nadie. Ella pasa todo su tiempo libre junto a él, lavándolo, alimentándolo, leyéndole los periódicos deportivos, hablando y sonriendo, acariciándolo...Se levanta de la cama y abre la persiana, dejando que la luz la ciegue. Cierra los ojos y camina tambaleante hasta el baño. Frente al espejo, se siente un monstruo. Tiene los ojos hundidos y la piel reseca. El pelo se le cae a mechones. Últimamente no oye bien debido al estrés. Le duele todo el cuerpo de puro agotamiento. Un intenso dolor en la cara la recuerda su cita con el dentista. "Ahora mismo llamo y anulo la cita, no tengo fuerzas para ir". Se mete en la ducha. El agua fría se lleva algunas nubes de su mente y reconforta sus músculos. Mientras se seca piensa que nada va a poder con ella. Irá. Después de peinarse, ponerse crema y maquillarse se siente algo mejor. Se pone un vestido negro y levemente ajustado que termina justo por encima de la rodilla y unas sandalias con tacón de esparto. Por último se pinta las uñas de manos y pies de rojo intenso, igual que los labios. Sigue siendo una mujer guapa y atractiva pero ella no lo sabe, sólo quiere sentirse un poco mejor. Baja a la calle con un humor de perros.


    Pedro entra en la sala y, para su sorpresa, encuentra a una mujer sentada. Le da los buenos días sin mirarla y se escurre arrugado hasta una silla. Coge una revista cualquiera con mano temblorosa y trata de taparse la cara lo que puede, sin que resulte llamativo. Mira a la mujer a hurtadillas, por encima del filo del papel. "Joder, pensaba que no habría nadie tan temprano. Qué vergüenza, estoy hecho un asco. Menos mal que al menos me he duchado. Aunque he olvidado el desodorante. Me encuentro fatal. Qué dolor. Y la mirada que me ha echado esta al entrar. Qué ojos de desprecio, la muy estirada. Ni siquiera me ha devuelto el saludo. Y vaya cara de amargada. Pues es muy guapa, pero con esa careta y esos modos pierde todo el atractivo. Se creerá que no noto cómo me mira. Mira cómo levanta la barbilla, la muy engreída. Seguro que es de esas que no ha dado palo en su vida y lo consigue todo por su cara bonita. La típica niñata egoista que sólo piensa en sí misma. No se por qué citan a dos personas a la misma hora. A ver si me llaman ya y pierdo a esta de vista."

  Susana ojea una revista cuando un hombre entra en la sala. Murmura algo que ella es incapaz de oir. " Qué maleducado, eso no es un saludo". Observa cómo se tambalea hasta la silla y coge una revista con temblor de manos. Ve sus ojos inchados y el bulto en la cabeza. Y también su ropa vieja y sucia." Menudo impresentable. Este viene todavía borracho. Y echo un cerdo, claro. Se nota que no ha dormido en toda la noche. Irá drogado también,  con esos temblores. Tiene que apestar el muy cerdo. Y me devora con la mirada a hurtadillas. Además un salido, me mira como si fuera un trozo de carne, el muy machista.  El típico despojo humano que no da ni palo. Y esa mirada agresiva, casi asesina. No me extrañaría nada que pegara a su mujer, si es que la tiene. Qué asco. Estoy deseando que me llamen y perder a este tío de vista."

- Buenos días, Pedro. Pasa al gabinete de enfrente, con el doctor. Hola, Susana. Pasa al otro gabinete con el dr. Sánchez-Salado. Enseguida os atienden a los dos.

   Susana y Pedro coincidirán en una fiesta de cumpleaños de un amigo común, dentro de tres semanas. Les sentarán juntos en la mesa durante la cena.