martes, 9 de septiembre de 2014

La imposición del ego

   Ciertos eventos acaecidos en el día de hoy a un buen amigo me confirman lo acertado del comportamiento de uno de mis yoes, que consiste en atenuar, atemperar, suavizar, incluso evitar, las relaciones personales con mis congéneres humanos, tan dados en estos fangosos tiempos a lucir sus miserias a la menor oportunidad, a airear su mezquindad con orgullo en medio de una conversación o en una plaza pública virtual, tan propensos a masacrar a otro ser por el más mínimo defecto, las más de las veces desde una profunda falta de inteligencia, desde la absoluta carencia de sensibilidad y desnudos de unos mínimos de cultura y educación. Esta mañana, de camino al trabajo, pensaba en una isla, rodeada de un mar sucio y pestilente. Una isla que destruía sus puertos y serenas bahías y que levantaba profundos acantilados contra los que rompían las negras olas. Afortunadamente, la isla cavaba sus propios túneles en busca de limpias aguas, de otros mares frescos y llenos de vida. Por algunos de esos pozos entraba ya algo de agua cristalina, otros comenzaban a humedecerse, algunos estaban secos o acababan en la nada...pero la isla seguía perforando la tierra, sedienta de amplios océanos. 
    Siento en el pecho un leve desasosiego y la mente se mece entre el vacío y el bloqueo. Quizá se deba a algunas ligeras coincidencias, sin importancia, pero que son capaces de afectar de algún modo a este leve ser del siglo XXI que soy yo. Bueno, mi yo oficial y solidificado se dice que está todo como siempre, pero afortunadamente hace ya algún tiempo que comencé a reconocerme a mí mismo la presencia de otros yoes, algunos transparentes, otros translúcidos, u oscuros, o escondidos de mi yo sedimentado y consistente. Alguno de esos yoes siente una leve desazón por el comienzo del horario de invierno en el trabajo, que acerca peligrosamente la hora de salida del mismo con la oscuridad en las calles y por tanto, con las sombras del alma. También se inquieta por la incorporación de mi hijo pequeño al ámbito escolar y por la expresión de cierta angustia existencial que mi mujer me ha comunicado al respecto. Otros años he sucumbido a esta umbría parte del año pero en esta ocasión tengo la esperanza de que mis otros yoes sigan cavando pozos en busca de nuevas aguas. Me aferro a la esperanza que me dan los libros y la imaginación, el cuidado del cuerpo y el amor de mi familia. He cortado todos los canales de comunicación que ensucian la mente, todas esas sucesiones de frases cortas y repetidas y de imágenes rápidas, todo ese batido de palabras vacío e irreflexivo barnizado de una falsa capa de erudición. Todo eso que llamamos sociedad, toda esa gran mentira, todo ese teatro que se otorga la potestad de afirmar que su farsa es la única verdad, la realidad. Este año prefiero a todas luces mis pequeñas mentiras, mi guiñol, mi impostura de mí mismo, mis pequeños y grandes jugueteos mentales, mis travesuras emocionales. Este año estoy firmemente decidido a comenzar a mentirme a mí mismo y a todos mis yoes y no permitir ni por un segundo que otros disfruten de ese inmenso placer. Albergo la esperanza de haber comenzado un camino que me lleve a la extinción del yo, a esfumarme en mis propias multitudes, a desaparecer como individuo que produce y que consume, y que no tiene tiempo para pensar ni energía para sentir. Aspiro a no hacer nada, a no ser nada, y a que esa nada destruya las barreras del ego que nos imponen tener, que reviente ese ser impuesto rebosante de opiniones, en exceso reactivo, profundamente irreflexivo, en que nos convertimos, tan interconectados con el exabrupto continuo del gran asno vulgar que es el llamado mundo. Aspiro, digo, a ser nada para poder así serlo todo.
    La vida nos obliga a recordar que el silencio es un bien escaso que no se vende en las ferreterías y por tanto de gran valor y enormemente apreciado por personas como yo. El ansiado recogimiento y la amable soledad nos persiguen a lo largo de la jornada como amada ausente, apartada de esta guerra contra no se sabe qué. Llega la noche y, bajo la tenue luz de mi salón, cruzo las piernas y estiro la espalda, respiro hondo y acompasado y me sumerjo poco a poco en aguas tranquilas y vacías, me abandono en la armonía del cuerpo sereno y la mente que se observa a sí misma. Y deseo no desear ni sentir aversión, persigo aquietar la mente y los sentimientos desbocados y ridículos y busco mi esencia y la esencia del mundo, que parece ser la nada que lo alberga todo. Allí se encuentra la paz de la negación y de la negación de la negación, del ni ser ni no ser, del ni estar ni no estar, del ni hacer ni no hacer, del ni ir ni no ir. Después leo un libro que me conecta con alguien entregado a la reflexión y a la búsqueda, a la duda razonable y al merodeo mental, al cultivo de la neurona y de la expresión artística, comportamiento absolutamente inexistente en mi entorno y deseo, al apagar la luz del dormitorio que hoy, por una vez, pueda recordar mis sueños.

   Ser ligeramente insociable se ha convertido para mi en algo absolutamente razonable. Sonreír y hablar mientras la mente se aparta del fango pegajoso de las palabras y frases repetidas una y otra vez, vacías de contenido sustancioso y llenas a rebosar de ideas simples y manidas. Y la búsqueda del vacío y de la ausencia del yo se ha vuelto, sin ser consciente de ello, una misión fundamental para mi supervivencia diaria. Los busco, al vacío y a la ayoidad, en dos fuentes que desde hace tiempo me chocan como dos trenes en dirección opuesta sobre la misma vía. En autores, escritores, desesperados, melancólicos a veces, siempre al borde del abismo de sí mismos. Por otro lado, en eruditos, filósofos y religiosos orientales, pletóricos de felicidad y armonía en su búsqueda de la nada y de la ausencia de yo.
   Por otra parte, de tanto hacernos pertenecer a grupos, barrios, ciudades, regiones, equipos, partidos políticos, religiones, se nos ha olvidado pertenecernos a nosotros mismos. El individuo, la persona, que piensa y siente de forma equilibrada y autónoma o dubitativa y caótica. La pertenencia a grupos y la organización de las ideas en filias y fobias es uno de los grandes destructores de la imaginación y la inteligencia humanas y, por tanto, de lo que nos hace personas. Los grupos como deshumanizadores, como creadores de ganado vacuno.

 
A la vista de la extraña existencia humana, cabría plantearse la posibilidad de que el gran desarrollo de nuestro córtex y nuestro lóbulo frontal fuera una enorme anomalía que se ha impuesto en la evolución y dirige nuestro destino con pasos erráticos. Siendo más optimistas, podríamos considerar a dicha parte de nuestra anatomía en una fase de transición evolutiva hacia un órgano plenamente desarrollado y que en la actualidad falla con bastante frecuencia. ¿Es el Yo la invención de un órgano defectuoso ó en crecimiento?¿Y el Ego, con todo su enorme tamaño actual, no será la falla de una mente enferma, estimulada por mentes aún más enfermas pero que aprovechan el mencionado defecto en su beneficio?La concepción moderna del individuo y su ego nos parecen lo más normal del mundo pero,¿siempre ha sido así?Vivir la ilusión de que todo tiene que ver con nosotros, de que nuestras experiencias son prácticamente únicas, diferenciadoras y especiales, otorgar tanta importancia a nuestras opiniones y sentimientos, dar por válido cualquier pensamiento apresurado que se nos pasa por la cabeza...Observando a la humanidad con algo de distancia, nos parecemos mucho a un hormiguero o, a lo sumo, a un panal de abejas. En sus estructuras sociales el individuo es importante como eslabón de una cadena, pero poco más. en ellas no hay cabida para los egos y el yo.¿Por qué nosotros vivimos la ilusión de que nuestra existencia está separada del mundo y adquirimos plena consciencia de ello como algo real e indubitable?¿Vive la humanidad, individuo a individuo, la prolongación indefinida del error de apreciación de algún ancestro, que en determinado momento marcó una diferencia evolutiva positiva? La verdad es que no se cuál de mis yoes se plantea todas estas preguntas, pero en ocasiones resulta agotador y me gustaría mucho que se tomara unas vacaciones. Aunque si no estuviera ahí planteándose estas ridículas cuestiones y "moribundeando" de vez en cuando - a temporadas más de lo deseable - la vida resultaría ciertamente aburrida desde un punto de vista intelectual. El yo que escribe en estos momentos sólo sabe que le duele la cabeza y que, como cualquier hombre de clase media y de edad mediana, siente una leve angustia de fondo, un tibio sinsentido, que provoca que la vida sea intensa a ratos - forzando en ocasiones -, angustiosa o anodina o simple las más de las veces.