martes, 4 de agosto de 2015

El Señor del Espejo

     Esta mañana, por primera vez en mi vida, he decido enviar a trabajar al Señor del Espejo. He escogido al que veo después de ducharme, vestirme y desayunar, para que fuera la mejor de las versiones. Me he dicho, qué narices, y he tirado fuerte de su brazo hasta sacarlo de ahí dentro. Da bien el pego, aunque, al ser un reflejo, resulta algo difuso, insulso diría yo, en su comportamiento. Muy apropiado, por tanto, para triunfar en estos tiempos que corren.
     He dedicado la mañana a leer Bajo el Volcán, de Malcom Lawry, cuyo protagonista decide bañar en alcohol su existencia y destruirse con saña. Apasionante y muy coherente, en mi opinión. Parece no soportar ni su persona ni la de los demás. Si hubiera sabido que podía enviar a su reflejo en el espejo a relacionarse con el mundo, se hubiera evitado muchos problemas.
     El Señor del Espejo vuelve a casa a mediodía y me cuenta, para mi sorpresa, que casi todo el mundo con el que se ha relacionado eran también señores o señoras del espejo, o perfiles de redes sociales. Se reconocen entre ellos con facilidad. Le ha resultado imposible entrar en contacto con ningún ser humano. Los que no eran reflejos o selfies, eran Señores del Medicamento, rodeados por un vapor que les difumina y protege del mundo real. Se ha sentido muy poco original y yo también me he llevado un chasco. Pero esto confirma una extraña sensación que ha crecido en mi interior con los años. La de haber nacido cuarenta años tarde, la de sentir una desconexión permanente, una sutil soledad, un abismo en el alma humana, escondida en casa, tras el espejo.
     Tras unas pocas semanas de ser sustituido por el Señor del Espejo mi vida social ha mejorado notablemente. Él se siente feliz, útil a su dueño, y entretenido después de tantos años confinado tras un cristal pulido. Estoy pensando en darle descanso los fines de semana, y sustituirle por algún perfil de red social. Yo, mientras tanto, estoy entregado al noble arte de la lectura y de la cinefilia, en un viaje por los recodos y pliegues del alma humana que todos hemos decidido dejar en casa. Y sufro sus consecuencias. Mi Sombra, de la cual no puedo desprenderme, cada vez es más negra y pesada. Cuando me atrevo a mirarla, de reojo, presa de un profundo pavor, siento que se prepara en secreto para devorarme, mientras, insensato de mí, la alimento sin mesura. Me tranquiliza el hecho de saber que, si me fagocita, nadie notará nada. El Señor del Espejo seguirá dando la cara por mí.