viernes, 24 de agosto de 2018

1984

    No sé cómo puede hablar de sus recuerdos un hombre sin memoria si no es inventándolos. Ignoro cómo puede hablar de ilusiones alguien que no sueña. Y sin embargo se recuerda y se sueña frente a la página en blanco, la mente concentrada y libre, activados sus resortes por el sonido de las teclas y su contacto con unas manos que se mueven ágiles y se entretienen, en un acto relacionado con el conocimiento y la creatividad en alguien que hasta hace bien poco se dedicaba a tallar el cuerpo de los Hombres. 
    Quizá sea el escritor tan solo un espectador descarriado que hace caso a ese batiburrillo inconexo que llamamos continuo mental, desechado, por incongruente e inútil, por el resto de los mortales. Presta atención a esa manta vieja que persevera en el salón ordenado y limpio, de la que cuelga un hilo suelto ignorado por todos. Hasta que llega el hombre sin recuerdos ni sueños y tira de él y saca una fibra que nunca se termina. El caso es que no puede parar de tirar, como cuando abres una bolsa de patatas fritas, y la vieja tela se acaba convirtiendo en un montón de hilo desmadejado y relleno de aire que pinta muy bien en el suelo, que anuncia posibilidades y nos interroga: ¿Qué vas a hacer conmigo?
    Montañas de hilo que son recuerdos inventados y sueños ficticios y preguntas vanas y apariencia de veracidad y de autobiografía. Sin embargo la mayor parte de la gente que lo observa está convencida de que es un acta notarial. Tan convencidos están de ello que el más mínimo intento de explicar lo contrario genera miradas de recelo o de aburrimiento. La fábula de la realidad no admite hilos sueltos. Y los seres sin recuerdos y sin sueños se van quedando también sin palabras. Tan solo les queda el parque de infinitas posibilidades que es una hoja en blanco.
    Y es así como recuerdo a aquellos líderes de los equipos de fútbol del patio del colegio, que se liaban a puñetazos casi en cada partido, que luego se cogieron cariño y hoy son hombres de bien. A los que miraban silenciosos y correctos el transcurrir de los días, o a los que vivían como un personaje de un juego de rol u organizaban batallas de espadachines, que se dedican a defender la Ley. O a aquellos huérfanos de mirada bondadosa y perdida, con un punto de miedo, que suspendían todas las materias y hoy enseñan con sabiduría. A los que les corroía el hambre de conquistar cuerpos y almas y ahora lo tienen todo. O a los estrictos observantes de las normas y la religión que hoy son descreídos apátridas que reniegan de sus raíces. A los que todos les rompían las gafas y hoy viven en otro mundo y exploran microuniversos. Aquellos otros en los que anidaba la semilla de la soberbia y que ha dado sus frutos. A los que sonreían satisfechos de medio lado y aún lo siguen haciendo, mientras brindan o patean un balón o detienen a un delincuente o acogen a un amigo. En definitiva, a los que sacaban buenas notas, eran aplicados deportistas, obedecían a sus padres, eran educados con los extraños; ayudaban a los ancianos, tocaban la flauta dulce, miraban de lejos a las chicas y volvían pronto a casa los viernes, un poco achispados; esos que hoy viven absolutamente perplejos. Los que saborean el recuerdo de un recuerdo y duermen noches sin sueños, que nunca escriben en la plaza pública, disfrazados tras sus canas y arrugas. Prefieren dejar la página en blanco y perseveran, perseveran. 


miércoles, 22 de agosto de 2018

Sexo, Instagram, me gusta, toma tu bandera y compra ahora haciendo clic aquí, machista

    Aún le funcionaba la mente abstracta. Con ella pudo imaginar, o quizá ver, una gigantesca red de palabras e imágenes --ideas-- que envolvía la Tierra, las cuales llovían sobre los humanos a través de máquinas capaces de encauzarlas hacia el oído o el ojo y así penetrar e impresionar la otra gran red del planeta: el tejido neuronal. El cual, a su vez, recombinaba lo recibido por los diversos canales y emitía de nuevo palabras y generaba acciones --imágenes-- que, por medio de los canales de captación esparcidos por nuestro pequeño mundo, regresaba a la red de palabras e imágenes planetaria o se extendía por la red neuronal con mayor o menor éxito. Ambos tejidos quizá fueran en el fondo uno solo, aunque la masa neuronal era la creadora del todo. Su tamaño, albergada dentro de los cráneos humanos, había crecido exponencialmente durante los últimos cien años, aunque también antes, y su necesidad de proyectarse, de salir fuera, resultaba desde hacía tiempo incontenible. 
    Él sabía que los cerebros tienen un punto débil: su dependencia para existir del resto del organismo que les alberga y al cual dirigen. Y quizá otro, relacionado en el fondo: su primitivismo en relación a los binomios placer-dolor, agrado-desagrado, gusto-disgusto, amor-odio. Y otro más: su connatural tendencia a generar respuestas impulsivas a estímulos externos --aún le funcionaba la mente abstracta--. Y otro: su propensión a simplificar la realidad para poder manejarla con sencillez, es decir, a colocar los hechos, las ideas y las personas en casillas estancas, embolsarlas y ponerles una etiqueta. Muchos defectos son esos. 
    Pudo imaginar, o quizá ver, como una porción de esa red neuronal utilizaba sus propios defectos para dirigir todo el tejido. Como se densificó la red de palabras e imágenes y las máquinas que las canalizan, y como ésta se utilizó para sobreestimular a esas neuronas tan primitivas y dominantes, esas pequeñas áreas de tejido impulsivo y director, viscoso, amoratado y sanguinolento, propietarias sin embargo de axones poderosos --y adictos--, bien conectados a centros de respuesta inmediata y ansiosa dentro de cada insignificante y desechable cuerpo humano, esa carcasa que utiliza la bacteria mitocondrial neuronal para expandirse.
    Pudo imaginar, o quizá ver, como esa porción de red neuronal --unos cuantos cerebros y sus correspondientes cuerpos-- comprendía todo esto y atesoraba los conocimientos y llevaba a término las acciones para su propio beneficio, para ir poco a poco --y al mismo tiempo muy rápido-- dominando, controlando y dirigiendo el resto del tejido neuronal con los estímulos recurrentes apropiados, provenientes de la gran red de palabras e imágenes, que a su vez se alimentaba cada vez más con las extensas masas de neuronas ya manipuladas --círculo vicioso o virtuoso, según el punto de vista--, con lo cual se acercaba el momento en el que el sistema se alimentaría a sí mismo y ya ni siquiera habría que dominar, controlar y dirigir, sino tan solo disfrutar de forma indefinida del cambio alcanzado, de la remodelación anatómica y real de los tejidos y sus conexiones, de su simplificación, de su rendición babeante, de su esclavitud complacida. Disfrutar de esas masas de tejido y vísceras cuyo órgano director se encontraba sojuzgado, hipnotizado por sus intensas y permanentes señales, ocupado y a la vez adicto al mundo imaginario que ellos mismos habían creado y que aprovechaba su primitivismo para convertirlos en autómatas a su servicio, en simples simios trabajadores-consumidores enganchados a la droga más poderosa que existe: el placer impulsivo. 
    Y todo esto lo pudo imaginar, o quizá ver, siendo parte de esas redes y conectado a ellas, porque era adicto al sabor de aquel filete imaginario, aquel que sabía que no era real pero que tanto le gustaba. Ya que, al fin y al cabo, él tan solo era una reminiscencia obsoleta del pasado, un pequeño defecto del sistema, y pronto moriría y con él, esa mente abstracta que aún le funcionaba. 


jueves, 16 de agosto de 2018

Un mal trato, siete patrias y una falsa potestad

    Aquella mujer era una sonrisa pegada a la imagen mutante de un espejo. Su marido era un signo de interrogación con barba, unas pupilas tatuadas con una exclamación, el brillo travieso de cualquier carcajada. Los aplastó un camión georgiano cargado de agua de mar y de sicarios y ya nunca más quedaron para escupirse en el café del otro. Ella aún camina como si fuera una muñeca rusa pero ahora algún equidistante lo nota. Él se ha convertido en el arbusto amarillo bajo la nieve, en el silencio que flota tras el paso del águila imperial. Un fotón que ha viajado durante millones de años acaba de chocar contra el excremento de un gusano con corazón de titanio. Ah, y este verano, ¡sálvate tú!


domingo, 12 de agosto de 2018

Barcelona

    Encontró el lenguaje degradado a una mera herramienta de venta o convencimiento. O sujeto a reglas y técnicas para entretener al lector, mientras no daba crédito a la libertad creativa que le transmitían aquellos montones de frutas colocados sobre la estructura alienígena que Gaudí imaginó un siglo atrás.
  Veía etiquetas escritas con jugo de limón sobre cada piel sintética y todas decían lo mismo: rápido. Recordó aquellos paseos serenos por el Parque Güell, cuando los dueños de las ciudades eran los vivos y se amaban de verdad, mientras leía un texto recargado, manido y vanal. Se reencontró con un desconocido que vive su vida paralela y le quiso abrazar, porque sabía que también vivía su vida pasada. Vio su mente lejana, devorada por los sueños que enjaulan, los nervios y la médula espinal colgando de un cerebro palpitante, sanguinolentos, arrancados de un cuerpo que ya ni siquiera es animal. Y recordó la infancia de su madre en una Barcelona mágica de pura verdad y sepia, aquella que aplastó a un genio con un tranvía y le regaló el silencio, la libertad y la serenidad eterna.


sábado, 4 de agosto de 2018

El Ganadero

    Aunque pueda parecer una vulgaridad, me llamo Soid. Siempre tuve vacas, ovejas, corderos, cabras. Era muy observador. Y me dio por estudiar. No recuerdo por qué, además no importa. Estudié mucho y ahora soy El Ganadero. Observé a mis animales y estudié aún más.
  Organicé un sistema productivo perfecto y me fue bien. Todo automatizado, sincronizado, coordinado, eficiente, limpio... Pero llegados a un punto, no daba para más. Y el ganado se moría. Creo que de tristeza y de aburrimiento. Observé y estudié aún más. Entonces tuve una visión.
    Mis vacas viven como reinas. Hacen cinco comidas al día. Disponen de su propio hospital. Cada una tiene su casa, con todas las necesidades más que cubiertas. Pastan durante horas junto a su familia y sus amigas. Cuando trabajan, disfrutan de puestos ergonómicos y ordeñadores especializados. Las lavamos y masajeamos a diario. Gozan de sus sementales. Pasan un mes al año de vacaciones en otros pastos. Escuchan música y ven imágenes del Paraíso. Lo único que conseguí fue retrasar sus depresiones, aunque estas se volvieron más prolongadas cuando aparecían.
    Observé y estudié aún más. Mis vecinos rezan. Entonces tuve una epifanía. Mantuve su vidorra de ensueño pero introduje situaciones de tensión y sufrimiento.
    Desde entonces mis vacas producen leche y miel. Cuero, lana y plumas. También corcho y marfil. Carne y láminas de oro. Sus ojos se convierten en diamantes. Sus pezuñas son cuñas de plata. Sus uñas me dan nácar y mirra.
   Sobrevuelo, de vez en cuando, cabalgando mi Pegaso, su pequeño mundo. Hace miles de años que ninguna de mis vacas me ha visto y ya no saben quién soy.
    Yo estudio y atesoro paz y silencio. Visto con diez túnicas iguales. Floto y escucho música. Pinto, esculpo, escribo. Bailo. Nado las auroras boreales. Respiro hondo. Charlo bajo los pinos. Dejo que el viento me acaricie la cara. Todo lo hago muy despacio. Leo al atardecer. Escucho a mi Hijo, un idealista que quiere empezar de cero, y a mi hija, un Espíritu libre. Dibujo el arco iris sobre el horizonte, cuando llueve. Dejo que la luz del sol me despierte y que las estrellas se cuelen en mis sueños. A veces creo lo que imagino, trazándolo con mis dedos en el aire. Hay días en los que mi cuerpo es de burbujas y plastilina.
    Soy lo que mis vacas sueñan que soy y eso me hace libre.