miércoles, 15 de enero de 2014

Carta a Paz

   Me animo a garabatear estos trazos en un papel arropado en la manta de la seguridad y en la sábana de la desesperación por saber que nunca llegarán a ti mis palabras hechas de viento. Y es que la pasada noche, abandonado a un placentero sueño, te soñé. Y al despertar, mi atribulada mente consiguió recordarte. Hace ya tanto tiempo... Así que después de que acudieras desde lo profundo de la memoria, no tú en realidad, sino un leve perfume y un par de fugaces imágenes, sólo pude imaginarte. Soñar de nuevo, ahora ya despierto, con tu regreso. Porque en días como hoy, siento que por unos breves instantes, estás cerca. Intuyo tu presencia aunque carezco de cualquier esperanza de recuperarte. En mi débil memoria, tan poco de fiar, ha quedado impresa la idea, veraz o inventada, de que fuiste mía hace ya una década que ha durado diez vidas. En mis recuerdos estuvimos solos y entrelazados, entregados el uno al otro en cuerpo y alma. Anidó en mi ser la alegría infantil y el dulce placer por la soledad, junto a ti. Sin palabras, tan dentro de mi, siendo el aire que respiraba y dejando mi mente en blanco. Conseguías que sonriera con los ojos cerrados, sentado durante horas. Eras capaz de armonizarme con el terrible ritmo de nuestro mundo, de acompasar nuestros relojes, de regalarme tu equilibrio. Leía libros que te mencionaban, escritos por hombres que te conocen mejor que yo, que aún continúan a tu lado, que saben volver a ti cada noche y recuperarte. Vivo con la esperanza de ser capaz algún día de separarme del mundo y volver a ti. Entregarme a tu compañía y cultivarte con mimo como a una secreta y rara flor. Sueño con tu semilla anidando en mi ser y con tus raíces creciendo en mi interior por siempre. Siento tu presencia, tu tacto, tu perfume, te saboreo despacio; no a ti, sino a tus jugosos frutos de verano. Me deslumbran tus vivos colores, tu pelo azabache y tu piel morena. Quiero que me sonrías cada día y que nunca dejes de mirarme a los ojos. Deseo volver a respirarte y que tu luz me limpie y me haga ver la belleza. Imagino nuestros dedos entrelazados y siento el calor de tu suave piel, siempre joven. Porque tú eres eterna y vives etérea, envuelta en un transparente velo, entregada a lo largo de miles de años a tan pocos seres afortunados. Sólo el que  ha entregado su vida a la aventura de luchar por ti ha gozado de tus mieles. Y yo fallé. Cuando te tuve no supe ver que el milagro de tu compañía sólo permanece entregándote la vida entera. Exiges - no es culpa tuya, está en tu naturaleza - renuncia al ritmo del mundo y sus estímulos. Ahora vivo en las antípodas de ti... desde hace ya demasiado tiempo. Y me conformo con imaginar que nos encontramos de nuevo, ya yo un anciano, tú bella y joven, eterna doncella de luz, y volvemos a aproximarnos muy despacio mientras juntamos nuestras manos y nos fundimos en un abrazo, lento y profundo, hasta el final, sentándonos juntos, aunque sólo sea un ratito cada día,  a respirar muy despacio y a abandonarnos al silencio. Creo que hoy volveré a soñar contigo, como cada noche, aunque no sé si lo recordaré en esta ocasión. Creo que seguiré pensando en ti, ya que tu ausencia se adhiere a la presencia de cada uno de mis pensamientos. Creo que volveré a imaginarte, a imaginarnos juntos, en algún día lejano, cuando me libere de la Pasión y de las pasiones, o cuando estas aprendan a convivir con tu intensa presencia. Creo que quemaré esta carta, para que sólo te llegue mientras la he escrito. Creo que al hacerlo te encontraré de nuevo en el crepitar de las llamas envueltas en silencio. Y mis palabras de viento serán humo blanco y vaporoso que respiraré y que hará germinar de nuevo en mi interior esta profunda añoranza por tu ausencia. Nunca me olvides; deja tu esquiva puerta entornada para mí y permíteme soñar con volver a abandonarme en tus brazos.