sábado, 6 de diciembre de 2014

Peligrosa mente

    Reconozco sin tapujos que soy un completo desequilibrado. A estas alturas de la vida puedo hacerlo abiertamente. De hecho, ha llegado a gustarme y disfruto con cierto placer de mi síndrome. Porque sí, estoy diagnosticado. Sin ningún género de duda padezco el extraño y complejo Síndrome de Korben Dallas. Mi dolencia mental fue descubierta por la peluquera de mi madre. Esa mujer era una especie de Leonardo da Vinci del siglo XXI. Igual de bien se le daba hacerte unas mechas, que pintarte las uñas, que te quitaba las arruguitas con un botox muy baratito o te rellenaba los labios mientras te bronceabas en una cabina. Llegó a ser capaz, a base de búsquedas de Google, de hacer liposucciones y arreglarle la boca a la gente del barrio, y todo en la misma salita, nada de grandes hospitales ni parafernalias de quirófanos, que todo eso se montaba para sacarte las perras, decía. Mi curioso caso lo diagnosticó tras leer un artículo de alto rigor científico en la revista Cuerpo y Mente. El único psiquiatra titulado de Burkina Faso se había desplazado a una remota y diminuta isla de Indonesia con la finalidad de estudiar el extraño comportamiento de sus habitantes indígenas. Estos, según sus crónicas, hasta hacía un par de lustros sólo habían mantenido contacto con el mundo exterior por medio de la llegada hace cientos de años de un solitario monje budista. Este les enseñó a meditar de forma que únicamente se concentraran en el momento presente, el aquí y el ahora. Trabajaron con tal intensidad esta idea generación tras generación que, según el Dr. Kalidou Sy, se había instalado en su información genética, lo cual, con el paso del tiempo, les había transformado en individuos incapaces de recordar prácticamente nada de su pasado y totalmente inhábiles para planificar el futuro. El eminente investigador regresó a su país impactado tras meses de convivencia con estas extrañas gentes. En el cuarto avión que tomó tras treinta horas de vuelo sin poder pegar ojo, sobreviviendo a tamaña experiencia aeroespacial a base de vodka con Red Bull, experimentó un intenso momento de lucidez al ver una película de Bruce Willis cuyo protagonista respondía al nombre de Corvent Dallas. En aquel incómodo asiento, aplastado por el presente en el que se encontraban permanentemente instalados los Alabulinés (los habitantes de la dichosa isla) y también por el obeso y sudoroso pasajero que viajaba a su lado, vislumbró con claridad que acababa de descubrir un extraño síndrome que, si quería dar a conocer al mundo con alguna posibilidad de éxito, no podia llamarse de Kalidou Sy. Y en ese preciso momento se fraguó el extraño padecimiento que sufro, el Síndrome de Corvent Dallas. La Toñi no nos cobró nada por un diagnóstico que tan poca gente en el mundo sería capaz de realizar desde la más absoluta genialidad, sin ninguna prueba diagnóstica, tan sólo con verme sentado ojeando una revista en silencio mientras le hacía la permanente a mi señora madre.
Con el paso de los años, es casi lo único que recuerdo, con vaguedad, entre brumas. Un extraño y para mí indescifrable mantra se ha instalado en mi cabeza y se repite sin cesar una y otra vez: 
Los seres humanos somos unos animales a los que alguien ha regalado un juguete muy complicado y lo ha colocado dentro de su cabeza. Como no sabemos utilizarlo, toqueteamos sin tino todos los botones y solemos causar dolor, sufrimiento y tristeza a nuestro alrededor, ya sea en el presente o en el futuro. ¿Qué significa?¿Alguien puede ayudarme a comprenderlo?