martes, 6 de agosto de 2013

Beckett. La búsqueda de la identidad ó perder la sombra

NOTAS PREVIAS

Huído a un pueblito de la costa azul porque su unidad ha sido descubierta por los nazis.1942. Se hace pasar por campesino junto a su mujer Suzanne. Almacena material en su casa y ayuda a los maquis en las montañas.
Escribe para entretenerse. Es consciente de que está a la sombra de Joyce, su maestro, al que respeta. Recuerda su enorme enfado con Hemingway por criticarlo, y sospecha que detrás de ese excesivo enfado hay algo. Joyce es erudito, complejo y culto, mientras que Hemingway es mundano y seco en sus temas y lenguaje. Busca su propio camino, su identidad. Su dura vida y su contacto con gentes pobres acerca sus experiencias vitales actuales a H. Pero le chirría que en el fondo H. tiene una experiencia vital de rico y temática de rico. Le interesa su lenguaje desprovisto de florituras pero no sus frases cortas y descriptivas de acciones externas. Él quiere describir acciones internas, con frases más largas, y ser escatológicamente mundano y de humor agrio.


                               LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD Ó PERDER LA SOMBRA


ACTO ÚNICO

(Otoño de 1942. Pueblo de Roussillon, en la comarca de Vancluse, al sur de Francia. Samuel Beckett, miembro de la resistencia francesa frente a los nazis, ha tenido que huir junto a su mujer, Suzanne, ya que su célula ha sido descubierta. Se hacen pasar por campesinos. Samuel ara el campo a pleno sol)

No me gusta nada esa camioneta, nunca la he visto por aquí y es la tercera vez que pasa, me encuentro muy nervioso, así es imposible concentrarse en este trabajo, que por lo demás es nuevo para mí, un intelectual irlandés de ciudad, siempre he agradecido mi afición por los deportes cuando era joven, me curtieron y endurecieron el cuerpo y gracias a ello he podido soportar tantas penurias durante estos años, la pobreza en Londres, las privaciones de la guerra, los trabajos de la tierra ahora. Tengo fuerte gana de cagar, toda la mañana tirándome pedos debido a esas malditas alubias del desayuno, y ahora me cago ya sin más,  no puedo aguantar ni un minuto, pero sobre todo me cago en esa camioneta, quizá no sea nada, ó sí, no sé, no sé, pero por si acaso me cago en ella, en medio del cristal y en la cara del que va dentro, alomejor exagero, veo enemigos donde no los hay, quizá sólo sea un perito ó un topógrafo de la ciudad, pero puede ser las dos cosas, perito y espía, un cerdo colaboracionista, un vendido a estos malditos nazis, qué le habrán prometido, pues qué va a ser, dinero, montañas de dinero, y algún puesto con gente a quien mandar, no quiero pensar lo que nos harán si nos descubren, pobre Suzanne, la cortarán los dedos, pero antes la arrancarán las uñas, cosas terribles, terribles. Yo me cago, me voy a esconder tras esos matojos, ahí no me verá nadie, y si me ven pues que vean, ellos también tienen culo, ese fisgón de Pierre y su familia, tantas bienvenidas y preguntas, dedícate a arar tus tierras y dar de comer a tus hijos y no preguntes tanto, que si mi acento es extraño, preguntándome a bocajarro mi nacionalidad,  por mi pasado, haciendo comentarios sobre mis errores en la labranza, descarado, con esa cara embrutecida, una oreja más alta que la otra unidas por una única y selvática ceja. Otro colaboracionista, otro vendido a esos cerdos asesinos, tiranos que no me dejan ni cagar en paz. Le dije a mi madre, en aquella monumental bronca, que prefería la Francia en guerra que la Irlanda en paz, y entonces lo creía, creo que lo creía, sí, lo creía, no sé, pero ya no lo creo, aunque no se lo reconocería nunca, nunca, pero ya no pienso así, después de tanto miedo y sufrimiento, tanta hambre e insomnio, aunque mirándolo bien, me desdigo, no cambiaría mi vida por nada, por nada, bueno, por un paseo por los verdes prados de Irlanda sí, y por una buena pinta, pero por nada más, bueno sí, por otra pinta, ya sale, qué alivio, mis principios no los cambio por una cómoda vida, por mucho que haya sufrido, tanta gente buena que he conocido, pobres como ratas, algunos malditos locos, desquiciados por la guerra, enfermos y moribundos, la muerte recorriendo la vida, la vida real, la de verdad, sí, la de verdad, no esa vidorra que llevan en Dublín, contra los nazis mientras tomas el té en tu delicado salón, escuchando música, oh dios, cómo extraño la música,  un rato de paz escuchando a Mozart, respirando tranquilo, con ropa limpia, pero no, no, no me dejaré llevar por ensoñaciones, aunque me ha venido a la memoria una tarde en casa de James, con su hija, pobre loquita, me quería, pero yo era incapaz de amar, escuchando esa música, hablando de literatura, de su Ulises, de cómo construir la siguiente novela, de todo lo que me pedía investigar para levantarla, ayudarle en sus detalles, que son importantes. Ya está, qué bien me siento, me limpiaré con estas hojas, es suficiente, más que suficiente, la camioneta ya se ha ido, qué bien se está bajo este arbusto, a su sombra, la sombra de Joyce, siempre James me dio sombra, pero Joyce me hace sombra, demasiada sombra, me llena el cerebro de sombra, no sé cómo puedo estar siempre pensando en estas cosas en plena guerra, y el caso es que yo le quiero, a mi gran amigo, pero su sombra, ay su sombra, esa me da ya frío a estas alturas, me bloquea, y yo a él le aprecio, qué digo, le quiero sinceramente, pero ya me rodea su sombra, y la sombra ensombrece, y yo hace tiempo que no busco protección ni sombra, labro a pleno sol, todos estos años, desde que marché a París, cuanta vida, cuanta vida, sin nada de sombra, como aquel día en París,  ahora que lo pienso, sí, pienso, quizá demasiado, o no, demasiado poco, pero pienso en aquel día, sí, ese fatídico día en que mi editora me presentó a Hemingway,  Ernest, que no earnest, aquel juego de Wilde, ilustre alumno precursor en mi escuela, nada de earnest, ese hombre grande y seguro de sí, tan pagado, pero a mi no me engañó, era como un niño,  con sus cazas, su fanfarronería, sus mujeres, sus historias, tan bebido como yo, bueno no, tanto como yo no, pero muy bebido, y hablando mal de James, llamándole viejo, con cariño sí, decía él, con cariño, pero viejo al fin y al cabo, agotado debió acabar el viejo después de escribir Ulises, decía, y no se le puede pedir mucho después de eso, decía, y yo no decía nada, al principio no, efervescía primero, luego acumulaba lava, sentía roja mi cara y azules las venas de mi sién, me temblaban las gafas, sí, temblores como de terremoto, volvería a ponerme a cagar sobre él, maldito engreído, con ese aire de hombre de mundo, y ahora lo sé, sí que lo sé, demasiado bien, que no es hombre de mundo, no sabe nada de este horrible mundo, del sufrimiento humano, sólo sabe del suyo, ese sufrimiento burgués de niña escondida bajo ese corpachón mimado, lo que no entiendo es por qué me irritó tanto, bueno, sí lo sé, claro que lo sé, vaya si lo se. Es esa sombra, la de Joyce, en la que me he integrado, tan culto, tan erudito, tan trabajado, los temas, el lenguaje, los detalles, los significados ocultos, y ahí estaba él, el gran Hemingway,  con sus frases cortas, sin adjetivos, todo verbo, todo acción,  tan viril, tan experimentado, tan de vuelta de todo, tan sombra a su manera, a su manera, pero con cierta razón,  por eso me enfadé tanto, porque tenía razón, porque Joyce estaba agotado, me había agotado, era yo su sombra, no él la mía, yo no era yo, no existía un yo que fuera yo, tenía razón el muy cerdo, por entonces no lo entendía, mi tremendo enfado, pero ahora sí, ahora sí. Tengo que volver a casa, con Suzanne, tan sola, pobre, aguantando mi gusto por la soledad, necesito estar solo, solo pero con ella, que me acompaña siempre, y yo la rehuyo, le digo que necesito estar solo, pero con ella, con ella, pero solo, mucho rato solo, la mayor parte del tiempo, de hecho quiero volver a casa con ella, pero que me deje en paz, en paz, que se ocupe con algo, que se ocupe de lo de las armas, vendrán a recogerlas al atardecer, cómo nos seguimos arriesgando, por la libertad, guardando esas armas en el garaje, sí, vienen hoy, que se ocupe ella, yo he de estar solo, y escribir, para evadirme, de todo esto, esta cagada, otra más y no mía, esta mierda de vida, escribir, además,  para responder a todos, para renacer, no, renacer no, nacer, nacer como escritor, después de tanto escrito ya, ahora voy a nacer, salir de la sombra, escribirle a Joyce, no a James, y escribirle a Hemingway,  y a mi madre, todos tan earnest, escribir sobre cómo se caga y así cagarme en ellos y salir de la sombra, a pleno sol, como ahora. Por eso tengo a Watt, ha nacido Watt que se pregunta, que me pregunta, Qué, What, Watt, se pregunta y le pregunta, a Mr. Knot, el Señor No, a quién dice no, pues a mí, a quién va a ser, a ese vagabundo irlandés que le hace de mayordomo, a Mr. Joyce, a Mr. Hemingway,  al señor no, le pregunta, qué desea, qué necesita, y le complace, Watt, tan diligente y aplicado, les complace a todos, pero también les observa y les comenta, a su manera, sí, a su manera, desde su triste experiencia, se ríe de todo, ácido y negro, se ríe de todo, aunque la verdad es que no tiene ninguna gracia, pero busca su camino, ya lo va encontrando, su propio camino, y el mío, que esta noche me llevará a salir con los maquis, al monte, a hacerles de enlace, y mientras Watt seguirá con su humor agrio, mundano, de largas frases, no cortas, largas, describiendo, pero no las acciones del mundo, sino las de su mente, tosco, iletrado, hombre de mundo este Watt, de mundo de verdad, del duro, buscando su propio camino mientras yo subo al monte por el mío.

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