miércoles, 27 de mayo de 2020

Aullidos




     Hechiza la noche azul bajo la luz de la Luna llena y las estrellas, que baña un gran claro en el denso bosque de pinos. Una manada de ciervos enfermos acude a beber del lago que descansa en su centro. Las tranquilas aguas vibran levemente por la suave caricia del viento, mientras los ciervos abrevan.
    Brillan ojos inyectados en sangre en las lindes del bosque oscuro. De un lado, los lobos; del otro, los chacales. Sus pequeños cerebros se encuentran dominados por la bioquímica de la violencia. Ambos grupos penetran en el claro y se aproximan a sus presas. Huelen su debilidad, enfermas y acorraladas.
    Los líderes de chacales y lobos aúllan y su grupo amplifica ese aullido, mecánicamente, sin pensar, sin ser conscientes de que alienta y anuncia el preludio de una masacre. La furia, el odio visceral y la respuesta mecánica y reactiva de los perros salvajes convierte el claro del bosque en un infierno de destrucción de vida y deja las antaño serenas aguas del lago revueltas y teñidas de sangre caliente, mientras los cadáveres de lobos, chacales y ciervos se pudren en la serena noche y la enfermedad de los astados se propaga por el bosque. 
   Los lobos y los chacales se han despedazado mutuamente y han acabado con todo. Su enfermedad es su simpleza. Incapaces de afrontar problemas complejos y con una única respuesta al entorno cambiante: la agresividad, la violencia. 
   El ciclo de la vida transformará sus restos en materia y energía para otros seres y asomará la Luna llena sobre el lago sereno cada veintiocho días, un baile perfecto junto a la Tierra que perdurará durante eones.

domingo, 24 de mayo de 2020

Las cadenas de la interdependencia



La subjetividad humana es inevitable pero su exceso resulta insoportable, ofende a la inteligencia y es fuente de graves problemas para la Humanidad en general y para cada persona en particular.
 En política el exceso de subjetividad es la norma y lejos de avergonzar a su propietario, se muestra con orgullo, especialmente entre extremistas de toda condición. Me asombra cómo estos extremistas

ven terriblemente peligrosas y ofensivas las concentraciones y manifestaciones ajenas mientras defienden o callan sobre las propias, en un flujo de doble dirección que se retroalimenta, y cómo multitud de individuos que no ganan nada con ello defienden lo indefendible y propagan y alimentan ideas simplonas y terriblemente subjetivas, lesivas e injustas, simplemente porque provienen de lo que ellos creen que es su tribu, de la cual aceptarán con gusto que les hunda la vida porque es la única que defiende todo lo bueno, justo y noble de este ridículo Teatro del Mundo.
Que mi destino, mi vida, inevitablemente inmerso en la colectividad a la que pertenezco, dependa en gran parte de personas con tan pocas luces, tan tribales y primitivas, resulta a veces desesperante. Una sociedad que fomenta la subjetividad y las emociones por encima de la inteligencia, el método científico y el sentido común está abocada a ser dominada y manipulada sin ser muchas veces consciente de ello.
 Cada decisión que se va tomando resuelve un nudo temporal que ya no tiene vuelta atrás. Vivimos en una sociedad en la que los datos y la información que estos contienen fluyen en todas direcciones. Los gobiernos toman decisiones con ese flujo de información y son los responsables de las consecuencias de esas decisiones. Ignorar el conocimiento deliberadamente en base a criterios subjetivos y emocionales ha tenido consecuencias gravísimas en una situación como la que vivimos(28.000 muertos sólo en España, con nombres, apellidos y familia) y puede tenerlas de nuevo en el futuro.
 Estoy saturado de adultos infantilizados e inmaduros que creen que pertenecen a una tribu que tiene la razón, y de personas que repiten mantras de optimismo ñoño sin base ninguna—cada vez que leo que de esta vamos a salir todos juntos no salgo de mi asombro, simplemente contradice los hechos, luego no es verdad—. Es ridículo y dañino pero es un fenómeno individual y colectivo que, lejos de detenerse, se propaga como una plaga. Todos somos un poco estúpidos, eso es inevitable, pero la estupidez extrema —que no sólo se encuentra en los extremos— resulta insoportable. Se alimenta de su estupidez extrema antagónica, no tiene vacuna y es altamente contagiosa.
Las grandes tragedias del siglo XX(ej: 2 Guerras Mundiales, Yugoslavia, Ruanda), que parecemos haber olvidado, se fraguaron sobre las mismas bases. La violencia —no sólo física — y la guerra es la suma de múltiples subjetividades, manipulaciones y estupideces extremas. El que se crea libre de la amenaza de la violencia y la guerra vive tan engañado como el que se creía libre de la amenaza de una pandemia. Víctima de la subjetividad, las emociones y la estupidez.

jueves, 21 de mayo de 2020

El avión



Había hecho un gran esfuerzo por coger ese vuelo. Subí al avión, me acomodé en mi asiento y me quedé dormido de puro agotamiento. Una turbulencia me despertó con brusquedad. No podía creer lo que veía. Varios pasajeros yacían muertos en sus asientos sin que nadie les ayudara. Muchos otros tosían y les dolía el pecho. Las azafatas que les habían auxiliado agonizaban al final del avión. Miré por la ventanilla y pude ver el motor envuelto en llamas. Me asomé al otro lado y encontré la misma situación. Me extrañó la verborrea sin sentido del piloto a través de los altavoces. Abandoné mi butaca y me dirigí hacia la cabina. Por el camino me crucé con varios pasajeros muy alterados, soliviantados, siendo reducidos por un corpulento azafato. Aporreé la puerta de la cabina y nadie respondió, aunque pude escuchar encendidas disputas. Me armé de valor y decidí abrir la puerta de una patada. Ante mis ojos se desplegó un espectáculo dantesco: varios hombres armados encañonaban al piloto. Lucían brazaletes con escudos de entidades que no existían. El copiloto se había abierto la camisa y dejaba entrever una camiseta con símbolos caducos, mientras trataba de arrebatarle al piloto el control del avión. Éste, un hombre de aspecto impecable, no paraba de gritar "el piloto soy yo, yo soy el piloto, yo, yo, yo", mientras se aferraba a los mandos, dirigiendo el avión contra una montaña reseca y baldía. Cerré la puerta y busqué los paracaídas por todas partes. Alguien me gritó que no había. Rugí como un león enjaulado. Regresé a mi asiento, junto a mis hijos. Me pellizqué fuerte en el brazo y me abofeteé la cara. No era una pesadilla, estaba pasando. Miré a mis hijos, los abracé muy fuerte y ya no los solté. Un impacto salvaje precedió a la bola de fuego que acabó con todos nosotros. Después, el mundo siguió girando durante eones.