sábado, 26 de diciembre de 2015

El fantasma de la Nochebuena

   Anoche me entregué de nuevo a mi secreto ritual cotidiano, consistente en disfrutar, en la penumbra de una habitación a oscuras, de tortilla de lentejas y de un batido de kiwi con carne picada. No hay nada que más me relaje. Sin embargo, en esta ocasión, y en fecha tan señalada como la Nochebuena, mi agradable rutina se vio truncada por la súbita aparición de un fantasma. Me pilló tratando de tragar una porción de tortilla mientras le daba un sorbo al batido. Me llevé tal susto que lo escupí de un golpe, dejando al pobre fantasma hecho unos zorros.
   -¡Pero qué haces!¡Mira cómo me has puesto!
    El fantasma llevaba un bonito atuendo de fiero pirata, arruinado a causa de los restos de lentejas esparcidos por su camisa blanca y por una mancha de kiwi adornando su tenebroso parche. Le pedí disculpas y tanteé la mesa hasta agarrar una servilleta de papel. Me levanté dispuesto a tratar de limpiarle un poco pero me despachó con cajas destempladas.
   -¡Quita! ¡Aparta tus sucias manos! Así no hay forma de asustar a nadie, narices...
   De su cuerpo emanaba una extraña fosforescencia blanquecina, y yo podía ver a través de él, lo cual me tranquilizó. Me encontraba ante un auténtico fantasma y no frente a cualquier listillo interesado en robarme la receta secreta de mi delicioso batido.
    -Permíteme un momento...
    Entonces se giró, y en un abrir y cerrar de ojos se había convertido en un famélico corredor de maratón, con su dorsal y todo, en cuya rasurada cabeza lucía un tocado de faraón egipcio y que sostenía, en su mano izquierda, una varita mágica.
-¿Está usted bien? -le pregunté
- Sí, sí. ¿Qué pasa, que no te doy miedo?Me han dicho que esto es lo último en atuendos para asustar a la gente...
-Miedo no, pavor es lo que siento ahora mismo.- respondí impertérrito.
- Bueno, vamos a ver, estoy aquí porque me han dicho que estás planeando convertirte, a partir de mañana, en una persona normal. ¿Pero es que te has vuelto loco?
-No, no. Bueno, ejem, fíjate, fíjate bien...
    Acerqué la mano a mi oído derecho e introduje los dedos con fuerza, hasta el fondo. Algo se movía y sabía que era ella. Se resistía a que la sacara de allí dentro, pero en un ágil movimiento final conseguí atraparla con tres dedos. Tiré con fuerza y el fantasma pudo ver como de mi oreja emergía una ristra de palabras que, aunque parezca mentira, conformaban una idea. Una vez fuera, y sostenida en vilo por mi mano, la idea se agitaba, como queriendo regresar al cerebro que la había creado.
-¿La ves?Es mi idea de convertirme en una persona perfectamente normal...
El fantasma hizo un mohín y mostró su disgusto ante tamaña visión.
-Aparta esa asquerosidad de mi vista.
Entonces cogí el batido con la otra mano y me dispuse a llevarlo a la cocina.
-¡Eso no, zopenco!La idea que cuelga de tu mano.- dijo mientras se recolocaba el tocado egipcio con gesto disgustado y señalaba mis palabras encadenadas con la varita mágica.
-¿No te da vergüenza hacer caso a ideas tan simples?Además, ¿no creerás que esa idea es tuya, verdad?
-Pero bueno, fantasmón-me crecí. ¿De quién va a ser si no?La tuve el otro día mientras veía por la televisión a toda esa gente tan normal. Se quejaban mucho y parecían bastante enfadados, pero al menos se les veía siempre con algo que hacer, algo que resolver. Se les ve siempre con alguna necesidad, algún deseo, siempre intentando conseguir lo que les falta, en constante movimiento. A la gente normal se les debe pasar la vida en un suspiro, siempre haciendo cosas. Así no da tiempo a pensar, debe ser un gusto. Se les ve a todos juntos, tan contentos, repitiendo las mismas cosas una y otra vez, así, muy rápido. Yo quiero ser normal. Como ellos y ellas.
- Pero muchacho,¿has perdido el juicio?¿Se te ha ido la chota?No puedo creer lo que estoy viendo. Tu abuelo tenía razón. No quería creerle pero es cierto. Y mira que me avisó. Me dijo, vete a verlo padre, ve a visitar a tu bisnieto y mira en lo que se ha convertido la degeneración de nuestros queridos genes, cuando los teníamos, claro. Yo a tu abuelo no le hago mucho caso porque allí, en el Cielo, se ha vuelto más llorica que cuando estaba vivo, y además le ha dado por amonestar a todo el mundo, vestido con una guerrera militar y un tutú de bailarina, que dice que hasta los muertos necesitamos una revolución con sonrisas. Pero en esta ocasión está en lo cierto...
    Miré al fantasma de mi bisabuelo, y no se parecía en nada a ese serio director de periódico de finales del XIX que había visto en los álbumes de fotos familiares. Mis tías me habían contado, eso sí, que había tenido fama de libertino, y que incluso había tenido el mal gusto de frecuentar, toda su vida, a artistas y escritores sin ni una sola idea política. Que había viajado por todo el mundo, habiendo desaparecido en varias ocasiones sin dejar rastro. De sus viajes tan sólo traía puñados de tierra y extraños instrumentos musicales. Es decir, una persona, ahora que lo pensaba bien, nada normal, y por tanto, muy poco de fiar.
    Mientras pensaba en todas estas cosas, ahora que podía, habiendo quedado mi cerebro totalmente vacío de esa idea para mí tan maravillosa de ser una persona normal, el fantasma de mi bisabuelo estiró su tísico brazo de maratoniano, todo sudado y brillante y, con la punta de su varita negra de extremos morados, enganchó mi idea, la enrolló en el mágico instrumento, y tiró de ella hasta arrancarla de mis dedos. Sin darme tiempo a reaccionar, absorto como estaba en imaginar a mi abuelo lloriqueando mientras su progenitor le echaba arena por la cabeza y le obligaba a tocar el sitar o un tambor africano, hizo una bola con las palabras de mi idea, la aplastó fuerte con ambas manos, y consiguió que todas las letras se entremezclaran, incluso aplastándose unas contra otras, y formando extraños símbolos y caracteres que a veces recordaban a las olas del mar, que se convertían en estilizados símbolos árabes, que se transformaban en dunas, de las que el viento arrancaba arena, que se arremolinaba formando notas musicales, que se convertían en pinceladas de ideogramas chinos y en otros extraños símbolos que casi me pareció entender, escuchar, como si Sherezade me susurrara mil historias que huelen a zoco, a rubíes, esmeraldas, y a alfanje ensangrentado.
¡Nooooo!¡Quiero ser normal!¡Noooooo!
    Abrí tanto la boca para gritar. Fue mi gran error, el cual aprovechó el fantasma para, en una ágil quebrada, colar la esfera de palabras y letras en mi garganta y, de paso, meterse él también dentro. La varita se le escapó de la mano y me acertó en todo el ojo, y todavía me sabe la boca a sudor de maratoniano y a tierra. Sentí un fuerte golpe, el de mis antepasados, en el corazón, y la cabeza me explotó en tal caleidoscopio de ideas alucinantes, mágicas y completamente inútiles para gobernar un país, que caí desmallado entre restos de carne picada, kiwi y tortilla de lentejas.
 
Esta mañana he despertado como si hubiera dormido mil y una noches. He abierto las ventanas y se han quedado así para siempre. Me he sentado frente a un papel y he comenzado a escribir:
"Anoche me entregué de nuevo a mi secreto ritual cotidiano...

martes, 22 de diciembre de 2015

Victoria, Na.Di.e o la Poligonera de San Blas



    Recuerdo, en otra agraciada plenitud de mi vida interior, a uno de esos seres, que no me atrevo a calificar de humanos, de mis vivencias de incipiente madurez. Aún corrían tiempos de pequeños espacios libres para que los desgraciados iletrados creyeran que campaban a sus anchas, allá por finales de los noventa. Por aquel entonces tuve la desgracia de relacionarme con un despojo humano que sabía disfrazar su hedor a tejido muerto, proveniente de su oscura alma, gracias a la capacidad de los individuos psicopáticos de relacionarse en sociedad disfrazados de normalidad, incluso en su entorno más cercano. Con el transcurrir de los benditos años de paz, amor y cariño que me ha regalado la vida, los detalles de las experiencias con los pocos necios con los que me he relacionado se han difuminado, quizá porque jamás me han interesado demasiado.
    Por aquel entonces ya había aprendido que el dinero, en muy pocas cantidades, es capaz de comprar el alma de los seres con amago de inteligencia más despreciables. Almas baratas, forma educada de llamar a los que se comportan peor que una de las profesiones más antiguas. Seres vivos muertos, sin memoria ni empatía, desgraciados desagradecidos, manipuladores capaces de relatar mentiras y de fabricar insultos, de contar medias verdades y completos embustes dependiendo de la persona que tuvieran delante y su facilidad para plegarse y adherirse a sus infectos planes. En aquellos tiempos se estilaba informar casi por completo a la sutil y exitosa zorra a la que inconscientemente se emulaba y desinformar y engañar vilmente al bondadoso  e incauto progenitor al que la genética familiar del propio género había sido capaz de sojuzgar en la generación anterior.
    Victoria, maldecida por su propio nombre, era un amasijo de células supuestamente vivas que apareció en nuestras vidas laborales dispuesta a recibir todo lo que las personas honestas sabemos dar, disfrazando la podredumbre heredada y aprendida en lo cotidiano de una manipuladora y estirada cucaracha, a cuya hija en fugaz iluminación autorredentora pensó en llamar Natividad, idea bloqueada ipso facto a causa del permanente recordatorio que supondría la límpida evocación del nombre de la hija en contraste con la putrefacción de los materialistas fines de la concepción de la mencionada hija y de sus hermanos. Victoria era mucho mejor, debió pensar, reflejaba una forma de ver la vida mucho más acorde con su conducta, dirigida por sus más básicos instintos animales, pero remozada con una buena capa de maquillaje, ropa y peluquería. 
    Recuerdo el día en que escuchamos decir a Victoria, escapándose por una pequeña grieta que el alcohol había abierto en su disfraz, que ella siempre conseguía lo que quería. Esa poderosa afirmación del ego refleja el engañoso sentimiento de superioridad que aflora en seres que carecen de la más mínima formación e inteligencia pero viven rodeados de familiares que de una forma u otra les sostienen, manipulados por arpías que saben manejar los afectos en su favor. Un buen ejemplo de todo ello era el pobre marido. Aquella misma noche comentaba, ufana y desinhibida, desatada, cómo había despreciado a su marido hasta que le había visto con un buen coche y una buena profesión y le había engatusado porque, de nuevo...ella siempre conseguía lo que quería. Y podías ver al pobre infeliz diciendo por ahí que Victoria era una buena chica, mientras viajaba por medio mundo currando como un esclavo para sostener sus caprichos y, el poco tiempo que pasaba en casa, era sojuzgado y obligado a trabajar de manitas del hogar y atender a los niños en pro de una supuesta igualdad de sexos, uno de los trucos más viejos para someter a un buen hombre, quien desahogaba su humillación velada en despedidas de soltero, entre alcohol y amiguitas de una noche.
    Conducía un coche negro barato y usado, de segunda mano, antiguo con apariencia de nuevo, de una marca de lujo, lo cual convertía en verdadero el axioma de que tu coche habla mucho de tu personalidad.
    Era dueña de un perro, el cual tenía permanentemente endosado al sector masculino de la familia en cuanto a su cuidado. Las pocas ocasiones en las que se hacía cargo de él, le permitía cagar dentro de las zonas comunes del edificio donde residía, y era capaz de enfrentarse e insultar a cualquier vecino que la increpara frente a su sucia e inadaptada conducta, y contarlo con visible satisfacción, esgrimiendo una sonrisa de orgullo.
    A la mínima oportunidad hacía gala de un profuso postureo de izquierdas, con pose de sufrida y esforzada trabajadora incluida, probablemente generada por la mala conciencia de ser una parasitaria hija de papá que había sido incapaz de hacer el mínimo esfuerzo por pasar del primer año de una carrera facilita de universidad privada. Cuando se fue acercando el momento de comenzar a parasitar también al ente público y, por tanto, robarnos a todos, trabajadores cotizantes sobre todo, abandonó sus comentarios de proletaria oprimida e incluso comenzó a vestir ropa menos "callejera".
    Victoria, o Na.....Di.. .e......., como la llamábamos sus compañeras, fue despertando, con el paso de los años, a una dura realidad. La de que la juventud camufla la ineptitud, porque castiga el esfuerzo, pero con el tiempo este se ve gratamente recompensado. Y en la década de los treinta años comenzó a llamar la atención en los círculos familiares, laborales y sociales en los que se movía, el patente hecho de que carecía de estudios, no sabía hablar con propiedad de nada, y tampoco sabía hacer nada útil y cualificado. Vamos, que aunque la mona se vista de ropa barata de internet, mona se queda. O lerda, incapaz, digamos que no le daba la cabeza para nada. Además, el inexorable paso del tiempo pasaba su amarga factura y la belleza propia de la juventud, ese arma que algunas mujeres creen que durará siempre, y a la cual lo apuestan todo ya que no tienen, no son, nada más, declinaba. Las arrugas, las canas, las ojeras, las patas de gallo, algunas partes del cuerpo colgando y otras abriéndose en canal, avanzaban sobre la geografía corporal de Nadie, la cual veía crecer el miedo en su alma hueca mientras comenzaba a tratar de disimular los surcos del tiempo con más capas de maquillaje, que ya utilizaba desde muy joven para ocultar sus patillas y su profusa pelusa facial.
    Entregada a una fachada de orgullo, altanería e impostada seguridad en sí misma, se esforzaba por ocultar el pavor que le producían su ineptitud e ignorancia supinas. Era tan simple que se había creído que tan sólo con dar fuertes golpes contra el suelo con sus tacones y tener una respuesta para todo mientras se mueve el cuello de lado a lado y se ponen caritas, como en los vídeos musicales de mujeres de color que sólo saben cantar, le iría bien. Lo que en el fondo sabía, era que todas esas divas de plástico a las que emulaba eran ídolos de niñatas, que siempre acaban mal. Y comenzó a hacer lo que toda mala mujer acorralada por sí misma hace en el mundo moderno: Utilizar a sus hijos, su maternidad, como su última y desesperada arma arrojadiza.
    Intentó coaccionar a mis jefas, unas bellísimas personas que habían confiado en ella, la habían hecho numerosos favores y la habían tratado con sincero cariño. Lo hizo en presencia de personas ajenas a la empresa, así de estirada, orgullosa, barriobajera y estúpida era. Ellas tuvieron que cerrar la sucursal en la que ella trabajaba y, en vez de echarla, la acogieron junto a nosotras en la central y la buscaron algo que hacer. Le pagaron formación para que accediera a una categoría mayor y ganara más dinero, pero ella se dedicó a despreciar semejante regalo sistemáticamente, aunque en el fondo todos sabíamos que era incapaz de estudiar nada. Tenía una de esas frentes tan estrechas que imposibilitan que ahí dentro hubiera un lóbulo frontal convenientemente desarrollado. Le pagaban más horas de las que trabajaba, accedía gratis a los caros servicios de la empresa, sus numerosos familiares sólo abonaban la mitad, cenas y comidas de empresa, regalos de Navidad, sincera preocupación por la salud de sus hijos... Al incorporarse de su tercera baja por maternidad las coaccionó, por medio de una abogaducha recién salida de la facultad, para que la echaran, y así poder pagarse el gimnasio y los caprichitos un par de años a costa del erario público, ya que se enteró de que nuestro maravilloso sistema la abonaba un paro exorbitado por el mero hecho de ser madre. Mis jefas se negaron a cometer un delito penado con cárcel y fuertemente perseguido, madres como eran también, y tuvieron que soportar el vomitivo hecho de ver cómo Nadie les decía a la cara que le daba exactamente igual lo que les pasara y que ella tenía que pensar en lo suyo. Sufrieron lo indecible, al principio, al resultar apuñaladas por la espalda por alguien a quien habían apoyado en todo y en quien habían confiado plenamente.
    Después, al no conseguir llevar a cabo sus abyectos planes de Judas de finales del siglo XX, descubrimos su verdadera personalidad. La Poligonera de San Blas, verdadero ser de rata de dos patas acorralada por la vida, que daba la cara al no conseguir su otro verdadero yo, la Niña de Papá, lo que quería. Regresó a la oficina obligada por las circunstancias, gritando, insultando y golpeando a todo lo que se movía. Se quejó amargamente de realizar la única tarea para la que estaba cualificada, limpiar y ordenar. Disfrutamos viendo sufrir a una mala persona que cuando se mira al espejo cree ver a alguien especial y de categoría social, y cuya imagen reflejada, la real, es una ignorante que sólo sabe limpiar y que ha conseguido llegar a los treinta y pico parasitando los esfuerzos y la clase social de su progenitor masculino. Y que, en una vuelta de tuerca a su alma barata y podrida, descubre que ahora no le queda más remedio que continuar parasitando, en esta ocasión a la sociedad, por medio de sus inocentes hijos. Es ahí cuando vino el período de inventarse visitas al médico, urgencias de sus hijos y bajas más o menos prolongadas, correspondientemente documentadas por un buen detective. Aún así, la podía el carácter soberbio y arrogante, y entonces aparecía la Zorra Revenía, y cometía faltas disciplinarias graves que la llevaban a pasar temporadas en casa sin empleo y sueldo. Lo cual ponía en serias dificultades esa vida aparente que trataba de llevar a base de comprar ropa barata de marca en internet, ir al gimnasio o pagar la letra del cochecillo usado que trataba de usar de insignia de una clase social a la que no pertenecía, o su apariencia de mujer trabajadora e independiente, una de las falsas coartadas para sojuzgar a su marido.
    Salió de nuestras vidas por la puerta de atrás, retratada como lo que en verdad era, una mala persona que ataca a la gente que la aprecia y se humilla por conseguir cuatro perras. Esta salida del armario también lo fue para sus familiares y allegados, algunos de los cuales -uno en especial- ponían su barba a remojar. Y es que algunas ideas oradan los surcos cerebrales como un gusano hambriento, y la de que Victoria era malvada y egoísta se instaló en el cerebro de su marido como en una manzana podrida. Y el gusanito continuó excavando túneles en sus vidas, y le llegó su turno. Mientras los demás progresaban y triunfaban gracias a sus estudios y su esfuerzo, ella, ya algo mayor, vaga, acostumbrada a parasitar y carente de inteligencia y capacidades, tan sólo tenía a sus hijos y a su abogaducha. Así que en esta ocasión los arrojó en forma de divorcio violento, inventando, como buena arpía que utiliza la triste situación de muchas buenas mujeres, una agresión por parte de su marido. Éste terminó viviendo en un pisucho barato alquilado, sin casi ver a sus hijos, y continuó trabajando como un esclavo para pasar a Nadie una pensión desorbitada que ella utilizaba para seguir poniendo capas sobre su vileza y podredumbre. Han pasado veinte años y sus hijos, que no la quieren, salieron jóvenes de casa, y poco a poco han retomado la relación con el buen hombre que es su padre. Ella, muy de cuando en cuando, me llama. Porque además de compañera de trabajo soy su hermana. Yo miro su nombre en la pantalla del teléfono, pulso el botón rojo, y sigo comiendo, feliz, con mi familia. No me ha llamado Nadie.

martes, 4 de agosto de 2015

El Señor del Espejo

     Esta mañana, por primera vez en mi vida, he decido enviar a trabajar al Señor del Espejo. He escogido al que veo después de ducharme, vestirme y desayunar, para que fuera la mejor de las versiones. Me he dicho, qué narices, y he tirado fuerte de su brazo hasta sacarlo de ahí dentro. Da bien el pego, aunque, al ser un reflejo, resulta algo difuso, insulso diría yo, en su comportamiento. Muy apropiado, por tanto, para triunfar en estos tiempos que corren.
     He dedicado la mañana a leer Bajo el Volcán, de Malcom Lawry, cuyo protagonista decide bañar en alcohol su existencia y destruirse con saña. Apasionante y muy coherente, en mi opinión. Parece no soportar ni su persona ni la de los demás. Si hubiera sabido que podía enviar a su reflejo en el espejo a relacionarse con el mundo, se hubiera evitado muchos problemas.
     El Señor del Espejo vuelve a casa a mediodía y me cuenta, para mi sorpresa, que casi todo el mundo con el que se ha relacionado eran también señores o señoras del espejo, o perfiles de redes sociales. Se reconocen entre ellos con facilidad. Le ha resultado imposible entrar en contacto con ningún ser humano. Los que no eran reflejos o selfies, eran Señores del Medicamento, rodeados por un vapor que les difumina y protege del mundo real. Se ha sentido muy poco original y yo también me he llevado un chasco. Pero esto confirma una extraña sensación que ha crecido en mi interior con los años. La de haber nacido cuarenta años tarde, la de sentir una desconexión permanente, una sutil soledad, un abismo en el alma humana, escondida en casa, tras el espejo.
     Tras unas pocas semanas de ser sustituido por el Señor del Espejo mi vida social ha mejorado notablemente. Él se siente feliz, útil a su dueño, y entretenido después de tantos años confinado tras un cristal pulido. Estoy pensando en darle descanso los fines de semana, y sustituirle por algún perfil de red social. Yo, mientras tanto, estoy entregado al noble arte de la lectura y de la cinefilia, en un viaje por los recodos y pliegues del alma humana que todos hemos decidido dejar en casa. Y sufro sus consecuencias. Mi Sombra, de la cual no puedo desprenderme, cada vez es más negra y pesada. Cuando me atrevo a mirarla, de reojo, presa de un profundo pavor, siento que se prepara en secreto para devorarme, mientras, insensato de mí, la alimento sin mesura. Me tranquiliza el hecho de saber que, si me fagocita, nadie notará nada. El Señor del Espejo seguirá dando la cara por mí.

lunes, 27 de julio de 2015

Estado evolutivo del ser humano, por capas.


Capa 1

Pensamientos y emociones simples basadas en el binomio agrado-desagrado.

Capa 2

Diversas sustancias, medicamentos y drogas circulantes por el organismo que pretenden reequilibrar el binomio dolor-placer físico y mental.

Capa 3

Cremas, geles y cirugías que aspiran a remodelar la superficie corporal.

Capa 4

Telas y complementos a los que se supone que se ha mudado la personalidad del sujeto.

Capa 5

Tecnologías de comunicación y audiovisuales destinadas a bloquear el cortex cerebral y anular la capacidad comunicativa compleja del individuo.

Capa 6

Espacios habitables y medios de transporte destinados a acumular la riqueza del ser humano y poder ser mostrada a sus congéneres como objetos palpables.

Capa 7

Acumulación de experiencias sensoriales fotografiables, desechables, superfluas, olvidables y rápidamente sustituibles por otras nuevas de igual calibre.

Capa 8

Barniz de opiniones y emociones estandarizadas que facilitan las relaciones con los demás clones.

Nos encontramos ante un simio trabajador-consumidor plenamente utilizable durante toda su efímera existencia. Debido al abandono de las capacidades del pensamiento abstracto y las emociones complejas, se observa por primera vez en la historia de la humanidad una disminución del cortex cerebral, capa exterior que se ha convertido, de súbito, en inservible.

martes, 21 de julio de 2015

Chaturanga

    


 Abrió el libro al azar, con los ojos cerrados, y posó su dedo índice sobre un párrafo cualquiera, como el Dr. Garrigan en El último rey de Escocia lo posa sobre un país  del globo terráqueo:

    "Caminamos por el sendero de la vida seguros de ver el suelo que pisamos, y lo que vendrá. Pero ese camino se recorre siempre en compañía. Nos aferramos a algunos seres y salimos corriendo, todos juntos, en un salto al vacío. Luego vienen las dificultades. Unos se van, otros caen, algunos no son lo que parecían, y nosotros tampoco. Hicimos planes perfectos, a toda prisa, y al resultar imperfectos, puede que nuestros acompañantes no quieran cumplirlos, o tengan sus propios nuevos planes...Pero a veces, muy pocas, podemos ser tan afortunados de contar con una persona que es sólida y pura como un diamante y sencilla, honesta, como un gran árbol. Puede ser un dios, o una idea, o mejor aún, un ser humano. Si cuentas con alguien así a tu lado, estás de suerte. Incluso, si alguien así se va, poco a poco, formando en tu interior, eres el ser más afortunado de la tierra".
Solomon LaBlanca


    Cerró el libro y miró de nuevo la portada: Chaturanga. Los orígenes del ajedrez. ¿Qué sentido tenía aquel párrafo en un libro sobre ajedrez? Volvió frente al ordenador y perdió la partida que estaba jugando en internet. No podía sacarse esas palabras de la cabeza. Se instalaron en sus entrañas, como un virus, y esa noche no pudo dormir.
    Con las primeras luces del amanecer, tomó el libro de nuevo, que reposaba latente en su mesilla de noche, y leyó en el claroscuro de los rayos de sol que se colaban por las rendijas de la persiana.

     "El tono de voz se encuentra compuesto por el que adopta el orador y por el que le interesa escuchar al oyente. El tono de escritura se compone en su mayor parte del que le interesa leer al lector. ¿De qué esta compuesto el tono en el ajedrez?Probablemente, de atávicos vocablos pertenecientes a lenguas ancestrales, del murmullo del Ganges y de los ecos de la Ruta de la Seda, del silencio de los desiertos y de las trastiendas de los zocos, sonidos de emociones grabados en los genes legados por nuestros antepasados, el tono de un viaje de milenios a través del tiempo hacia los orígenes de la inteligencia humana, plasmada en un juego de guerra llamado Chaturanga, que emerge, enriquecido y rebosante de pasiones, en los ojos de dos contrincantes modernos". 



Solomon LaBlanca.


     Cerró el grueso tomo y su mente vagó por las imágenes que el párrafo le evocó. Nunca pensó que el simple juego al que se había entregado con pasión durante los últimos años proporcionara tanto placer a su imaginación, sin ni siquiera jugar. Una ventana, una luz, despertó en su conciencia. La posibilidad de que en el tablero de ajedrez residieran la historia, los pensamientos y las emociones de todo el género humano. Se animó a leer otro párrafo al azar:



    "Resulta gratamente sorprendente cuando a los pusilánimes, poseídos y cegados por sus instintos más egoístas y putrefactos, se les desbaratan sus planes y no les queda más remedio que esforzarse, arrastrarse por los despojos de su propio ser y retratarse, dejar expuesta, sin tapujos, toda la pestilencia de su despreciable persona, sus miserias, mostrar a todos la basura de su verdadera identidad, escondida durante años, y que se destapa al oler cuatro perras que han decidido robarnos a todos. Enfrentarte cada mañana a tu imagen en el espejo y ser consciente de lo barata que es tu alma, y saberlo desde muy joven. Te quedan tantos años para tenerte asco, y para haber despertado una silenciosa alarma en tus allegados, en los que detectarás, para siempre, una sombra, mezcla de desprecio y cautela, en el fondo de sus ojos. Y saber que, de aquí en adelante, no eres NA..... DI.. .E......."




    Sorprendido por el texto, sin referencia alguna al juego, buscó el título del capítulo: El mundillo del ajedrez: amigos, enemigos y traidores. Le daba la impresión de que nuestro amigo Solomon había sufrido, cuando escribió este párrafo tan teñido de opinión y sentimiento, algún tipo de desengaño o puñalada trapera. Y esa extraña manera de escribir la palabra Nadie, como si contuviera algún mensaje, algún recado privado. Por primera vez comenzó a preguntarse quién era Solomon LaBlanca...Intrigado por las fuertes emociones de Solomon, plasmadas en un libro técnico en principio, continuó leyendo:




    "¿Por cuánto venderías tu humanidad?¿Cuánto(poco) dinero hace falta que huelas para convertirte en un despojo humano sin memoria ni empatía?¿Cuánto(poco) dinero hace falta para convertirte en alguien de quien te avergüences?¿Cuánto(poco) cuestan tus cacareados valores?¿Cuánto(poco) dinero hace falta para que no te importe el sufrimiento ajeno?¿Cuánto - siempre es poco- dinero hace falta para que los cercanos que te apoyan mientras tratas de apisonar a otro te desprecien y teman en secreto?¿Cuánto de tu idealizado ego tirarás a la basura a cambio de comodidad?¿Cuánto tarda la pequeña tribu que te rodea en despreciar a un líder cuando es capaz de tratar de matar a un amigo/familiar a cambio de comodidad o viles metales?...........¿Cuándo abandonará CADA ser humano el miedo y el egoísmo, nacidos de las ancestrales catacumbas de sus instintos básicos animales, y será capaz de abrazar la serenidad, la empatía, el cariño, la memoria, la confianza y el bien común?"




    La traición de un ser próximo, a cambio de dinero, parecía evidente. También transmitía la sensación de que Solomon había tratado a esa persona con especial atención, y que la traición resultaba doblemente dolorosa, aunque se estaba superando de forma rápida con altas dosis de desprecio. Cansado de tantos sentimientos negativos, abandonó el capítulo y abrió el tomo por uno titulado Personalidades y personajes del ajedrez:
    "Aquella noche se acordó del tío de su amigo, que creía tener el culo de cristal. Y decidió que, a partir de aquel momento, todo el mundo tendría la cabeza de cristal. Empezó a ser capaz de ver las ideas de la gente (o eso creía él) y fue el comienzo de su fin. Cuando más sufría era cuando veía su propia cabeza en un espejo. Tenía serias dificultades para distinguir a una persona de un vaso. Una tarde de otoño vertió una jarra de agua sobre la cabeza de su sobrino. Decía que ser capaz de ver las ideas de los demás le producía un enorme sufrimiento. La mayor parte de las veces no porque entreviera maldad, sino porque tan sólo traslucían estupidez o vacío. Sentía fuertes vértigos y, cuando se juntaba en una habitación con varias personas, aseguraba asomarse al abismo del mundo. Falleció en un manicomio, una mañana que salió a pasear, entre montañas. Le encontraron rodeado de cristales, roto su viejo culo de cristal. Fue uno de los mejores jugadores de ajedrez de la historia, aunque jamás disputó un sólo torneo, ya que se negaba a sentarse".
    Empezó a tener dudas de la capacidad de Solomon de atenerse estrictamente a los hechos, pero la verdad es que se rió mucho con la historia. Y eso le hizo preguntarse si alguien sobre la faz de la tierra poseía en verdad la mencionada capacidad. Y que, puestos a no tenerla, qué mejor forma de utilizar dicha carencia que para inventar o magnificar historias para asombro y deleite de lectores o escuchantes.¿Era el ajedrez, como podría parecer en un examen superficial, un juego frío y cerebral, o se encontraba, al igual que cualquier actividad humana, teñido por las pequeñas miserias, emociones y sentimientos desbocados de las personas que lo practican?Buscó otro capítulo: Ajedrez y comunicación no verbal, y comenzó a leer otro párrafo al azar:
"Debido a la evolución de la comunicación personal y social durante los últimos quince años, considero al silencio como uno de los mayores momentos comunicativos del ser humano. El silencio nos permite escucharnos, entablar un diálogo interior con nosotros mismos, aunque sospecho que hay mucha gente que lo evita a toda costa. El silencio, en compañía de un buen amigo, un hijo o la pareja, se convierte en la actualidad en el momento álgido de la comunicación. Se produce entre dos personas cuya comunicación es tan intensa que el diálogo, para bien o para mal, es capaz de entablarse sin una sola palabra. Cuando dos seres humanos son capaces de compartir el silencio han alcanzado, con toda probabilidad, un flujo de comunicación no verbal, emocional e intelectual, que supera cualquier palabra. No hay nada que decir porque su conversación es atemporal y por tanto, eterna. Por eso siempre me ha sorprendido la opinión que vilipendia el silencio en un matrimonio, que lo tacha de fracaso. Ya quisieran muchas parejas cuya conversación vital se basa en dar vueltas y vueltas sobre lo cotidiano, en rencillas estiradas con tal de no callar, en parloteo insustancial martilleante, alcanzar la paz y la comunión de almas del silencio compartido.
No tenemos más que observar a dos contrincantes durante una larga partida de ajedrez, sentados uno frente al otro, sumidos en un profundo silencio.¿Alguien se atrevería a decir que no existe comunicación entre ellos? El flujo de emociones e ideas entre ambos resulta emocionante y poderoso y, por tanto, ensordecedor".


    Solomon le pareció un amante del silencio y de la comunicación con uno mismo, un hombre que ansía la reflexión serena, el flujo tranquilo del río de los pensamientos, o incluso su extinción, frente a este mundo salvaje, con prisas, y por tanto, en continua y encadenada comisión de errores, dominado por los defectos más perentorios de la naturaleza humana: la codicia, el egoísmo y la egolatría, este último el sumun, el desaforado culto al yo con el que este sistema nos manipula para convertirnos en simios trabajadores-consumidores, inseguros y miedosos, y por tanto, agresivos cuando no conseguimos al momento el plátano al que nos han hecho creer que tenemos derecho o necesitamos desaforadamente. Le gustó que el libro le provocara estas reflexiones, que le parecían muy necesarias para afrontar el mundo de hoy y aprender poco a poco a labrar su propio camino. Continuó leyendo otro texto del mismo capítulo:
    "Y se dio cuenta, con espanto, de que nuestro desarrollo intelectual, en tanto individuos pertenecientes a una sociedad, había sucumbido. Habíamos renunciado a él, a lo único que nos distingue en verdad de los animales. Seres dedicados a trabajar o no, a consumir objetos, imágenes e ideas, gentes resignadas con gusto a ser un trozo de carne a través del cual fluye el dinero, reducidas a un saco de emociones adolescentes fácilmente agitables, obsesionadas con una idea implantada, como en Origen, la del culto al ego, obviando el hecho innegable de la existencia de 7000 millones de seres humanos vivos, inmersos todos en la absurda creencia de que su efímera vida es excepcional y muy fotografiable. Vidas dedicadas a poco más que ha obtener sustento, satisfacer necesidades básicas con mayor o menor sofisticación, y a evitar el dolor y obtener placer. Tan parecidas a la existencia de un león o una rata.Gran parte de la población nunca lee, y la que lo hace, consume, con suerte, literatura relacionada con su profesión. El resto, parece conformarse con lectura ligera, de entretenimiento. Novela, a ser posible policíaca, romántica o histórica. El ser humano moderno ha abandonado el deseo de adquirir conocimiento por sus propios medios y se conforma, displicente, con echar una ojeada al dominical del periódico mientras se toma una caña, o a pasar el dedito gordo sobre la pantalla del móvil a gran velocidad para leer titulares y ver fotos sobre cualquier tema de actualidad. En qué cuneta de la modernidad quedó enterrado nuestro ansia de saber, de conocer, de reflexionar, sobre Ciencias, Historia, Arte o Literatura, cuando en teoría disponemos de un acceso a la información casi ilimitado, cual monje erudito en la biblioteca de El Nombre de la Rosa. Nuestra entrega total al hedonismo y a lo cotidiano recuerda a los momentos previos a la caída de un gran imperio. Ciudadanos sin perspectiva para ver los negros nubarrones que ya se ciernen sobre sus simples y reemplazables existencias, responsables de su propia ruina, al abandonar la obligación - y el placer - de cultivarse a sí mismos y a sus hijos, de continuar desarrollando su corteza cerebral, repleta de ideas, imaginación y emociones positivas. La obligación digo, de evitar convertirse en esos zombis a los que tanto gusta mirar durante horas en la televisión.Y ahora, siéntate y juega una partida con un buen contrincante. Después de leer esto, juegas con negras, con jaque mental, y casi seguro que vas a perder.¿Qué harás después? ".
   Le pareció que Solomon sufría en cierto modo por sus congéneres, de los que transmitía que eran manipulados y a los que también adjudicaba responsabilidad en sus problemas, quizá por mera desidia, simple abandono, pereza, vagancia. Advirtió una dicotomía entre cómo la sociedad crea ególatras con la inteligencia emocional de un adolescente cuyo fin es vivir evitando el sufrimiento, anestesiados y aislados como zombis, pero a su vez con el alma empapada en miedo e inseguridad. Casi había olvidado el ajedrez...Saltó al capítulo Análisis del adversario y continuó leyendo:



    "El ser humano hiperurbano no tiene relación con la naturaleza ni con el medio rural y sus habitantes, y si alguna vez contacta, lo hace parapetado tras multitud de barreras y prejuicios. Vive enmarañado en un tejido mental y social de altísima densidad producida por otros seres iguales. Su ansia por la sofisticación le lleva a complejizar hasta el acto o palabra más simples, creando una barrera insalvable entre su ser y una vida sencilla y pacífica. Pierde por completo la naturalidad y la frescura y se vuelve altamente propenso al cinismo, al recelo y a la crítica devastadora. Es fácil reconocerle jugando al ajedrez. Bloquea todo el frente con sus peones mientras merodea con el caballo y la torre en la retaguardia. Alarga hasta el extremo cada turno y no para de hablar y comentar nuestro comportamiento y posición corporal mientras tratamos en vano de pensar por encima de sus palabras. Cada pequeño detalle significa algo y la estética del tablero y las piezas le resultan fundamentales. Es fácil vencerlo con movimientos básicos y tácticas simples. No recomendamos largas series de partidas con estos individuos porque corremos el riesgo de resultar contaminados. Bien es cierto que, por otro lado, muy pocos dominan el noble arte del ajedrez, aún cuando muchos de ellos ostenten bellos y llamativos tableros en sus casas".
¿Quién era Solomon LaBlanca?De la lectura de este párrafo se podía deducir que vivía en el campo o que, si residía en la ciudad, no la tenía en alta estima o al menos era muy consciente de sus defectos y del tipo de seres humanos que produce en ocasiones. Prosiguió su trompicada lectura:
"Hace unos años, durante la incipiente aparición de las redes sociales, emergió una curiosa costumbre que continúa en boga en nuestros días. La atrevida propensión a hacer gala pública de nuestros defectos, incluso convertirlos en nuestra bandera, amenazando a amigos o parejas con la aceptación de los mismos como una obligación para conseguir un misterioso tesoro de virtudes que tan sólo el individuo amenazante posee, todo ello en letras grandes, con colorines y dibujos alegóricos. En el juego del ajedrez, únicamente dos tipos de jugadores mantienen dicha actitud: el que se sabe perdido y utiliza sus defectos para acelerar el final de la partida, y el que, en un exceso de confianza y soberbia, se cree notablemente superior al otro jugador, mostrándose defectuoso en el juego, en una suerte de dejadez estratégica que puede acabar muy mal. El gran jugador de ajedrez, y me atrevo a desearlo también para los jugadores del amor y la amistad, muestra el mayor respeto por su compañero de juego cuando se esfuerza por pulir sus defectos y ofrecer en cada partida lo mejor de sí, con humildad, alegría y mucho mucho cariño".
    Respeto, humildad, cariño...le parecieron valores de los que hacía mucho tiempo que no oía hablar. Quizá la última vez fuera en la infancia, cuando existe un fuerte deseo por parte de los adultos de educar, de dejar en herencia lo mejor de sí mismos y de evitar transmitir las miserias y maldades que fluctúan en el ambiente adulto. Junto a este libro de ajedrez, juego que le apasionaba, su tío Alberto, ahora también llamado Tenzin en el monasterio budista en el que residía, le regaló otro titulado Siendo nadie, yendo a ninguna parte, escrito por una monja budista, ya fallecida, llamada Ayya Khema. Su tío le adoraba y el profundo cariño era mutuo. Sintió que quería atraerlo, a través de su afición, a una crítica consciente del mundo y ofrecerle algún tipo de solución o asidero, alguna referencia moral y espiritual, con las que afrontar la existencia. Le ofrecía una pequeña puerta en forma de libro hacia la serenidad y felicidad que su propio tío irradiaba. Así que subió las persianas para que la luz del sol inundara la habitación y abrió las ventanas de par en par, dejando pasar el aire limpio y frío de una luminosa mañana de invierno. Tomó el libro de Ayya Khema y comenzó a leer sentado en el suelo, junto a la ventana, sintiendo el tibio calor del sol en su piel. Esta vez comenzó por la primera página, por la primera palabra, y ya nunca se detuvo.



domingo, 5 de julio de 2015

Abismo

    En un instante, toda su racional, ordenada y cómoda vida desfiló ante sus ojos. Todos sus cálculos, sus planes de futuro, sus miedos y sus amores perdieron sentido. Sus odios y sus miserias se le antojaron ridículos y su gusto por perder el tiempo se le clavó en el corazón.
    Sus dedos resbalaron del asidero de roca. Despacio, sin nada que poder hacer para evitarlo. Notó todo el peso de su cuerpo inclinarse poco a poco hacia atrás. Dentro de sus botas, los dedos de los pies se le encogieron, tratando de aferrarse a la nada. En un fugaz instante se imaginó cayendo y reventándose contra las rocas cuando Bruno le sujetó fuerte de la muñeca. Sintió un súbito alivio mientras su corazón aún galopaba desbocado. Una ligera sonrisa se dibujó en su cara y levantó la cabeza con lentitud mientras un "gracias amigo" emergía desgarrado desde lo más hondo de su vientre. Sus ojos se encontraron con los de Bruno, que le miraban desafiantes, con un brillo metálico de invisible puñal. Vio su frente arrugada y el entrecejo contraído, mientras una triunfal y maligna sonrisa sin dientes se dibujaba en su rostro. Entonces, le soltó. Mientras caía a plomo de espaldas al abismo, su último pensamiento fue para Carla, su mujer, a la que cortejó cuando aún era la novia de Bruno, y el amor de su vida.

miércoles, 10 de junio de 2015

En el Samsara encontré el Nirvana

   Aprendiendo inglés en la Gran Bretaña, en la infancia. El interrail desparramado por media Europa, en la juventud. Perdido por Marruecos durante quince años. Vagabundo en Escocia en busca del misterioso monstruo. Aprendiendo cirugía en La Habana y persiguiendo a Fidel por la Selva Madre. Derritiendo glaciares en La Argentina. Tres luminosos veranos en el sur de la India junto a Vicente y los dalits. Soñando con el Annapurna desde los lagos de Pokara, donde me enamoré para siempre. Los templos budistas y el Kanchenchunga del Reino de Sikkim. Las noches al raso en el sahel senegalés, ayudando a los Poulaar. La curva de la tierra desde la cima del Mont Blanc y del Jbel Toubkal. El periplo interior por las ciudades de Jesús, Mahoma y Buda, donde hace mucho tiempo que hábito y encontré la paz. Y el gran viaje de toda una vida: la risa de la libertad y los ojos de la ilusión de mis hijos.

miércoles, 27 de mayo de 2015

El árbol de la esperanza. Un voluntariado con Vicente Ferrer.

Es una enorme alegría pode presentaros mi primer libro, basado en un diario escrito por el Dr. Gutiérrez y yo mismo durante un voluntariado en la Fundación Vicente Ferrer en India en el 2007. Podréis conocer este maravilloso país y sus gentes de una forma distinta y más profunda, compartir con ellos sus alegrías y penas, además de compartir el maravilloso trabajo de FVF. Viviréis el viaje interior de dos sanitarios, su humor, sus emociones y su forma de viajar por la India. Los fondos recaudados irán destinados a apoyar un proyecto de FVF en India y otro de Construye Mundo en Senegal. Os agradecería que lo compartáis por una buena causa. Espero que os guste!