miércoles, 21 de agosto de 2013

Los detectives salvajes de Bolaño

    La novela entró en mi vida como un objeto inerte, una más de las cosas que conforman el paisaje de un nuevo hogar. Mi mujer la trajo entre sus pertenencias y la colocó entre los demás libros, en la estantería. Un grueso libro de un autor para mí desconocido por aquel entonces. Ni siquiera ella la ha leído. Años reposando ignorada entre autores que adoro. Después leí a Vila-Matas y fue él quien me presentó a Bolaño, en diversas menciones en libros, ensayos y reseñas. Y repasando mi biblioteca descubrí que allí estaban, los detectives salvajes, Premio Herralde, editorial Anagrama. Su título me sedujo y a la vez me amedrentó, ante la amenaza de enfrentarme a una novela policiaca del montón. Pero este verano decidí pasar las vacaciones con mi familia y con Bolaño,  así que eché el libro en la maleta junto al mastodóntico 2666. En la arena de la playa, junto a la piscina ó en la cama, he devorado las más de 600 páginas de los detectives con mayor avidez que muchos libros de autores consagrados infinitamente menores en cuanto a número de páginas. Y es que el tamaño de la obra asusta en un principio,  hasta que te sumerges en su prosa sencilla que no simple, de maestro que ha vuelto a lo llano para alumbrar una gran obra. El poeta García Madero escribe un diario del año 1975, fecha en la que entró a formar parte del grupo de los real visceralistas, liderado por Ulises Lima y Arturo Belano, alter ego de Bolaño. Narra su despertar a la vida, el amor, el sexo y la literatura, envuelto en personajes desdibujados y en cierto modo melancólicos, incluso locos, como Quim Font y sus hijas, ó Piel Divina, entre otros. Navegamos por el DF envueltos en vidas insignificantes, acompañados de poetas que no escriben, de poetas que trafican para subsistir en la nada de sus vidas, agarrados a una corriente literaria hueca, cuyo único fin es dar sentido a la vacuidad. Recorremos la vida de jóvenes desamparados en un Méjico que les ignora, en un mundo que les apea de todo, y en el cual buscan desesperadamente construir, inventar una identidad simplemente para seguir adelante, para respirar al día siguiente, para tener algo de que hablar. Ulises Lima y Belano personifican el vacío que avanza, no sabemos bien qué aspecto tienen, ni qué piensan ó sienten, quienes son, pero sostienen la narración como sólidos fantasmas entorno a los que giran vidas también vacías pero que adquieren sentido gracias a ellos.
    La segunda parte del libro presenta una estructura original, con testimonios de más de cincuenta personajes que pincelan la existencia vácua y errante de Ulises y Belano a lo largo de veinte años. Dan la sensación de ser espectadores de su propia vida, la cual no tiene entidad en sí misma, la construyen otros con sus opiniones y sentimientos. Ellos viven en silencio, a veces parecen muñecos de trapo en manos de la nada, pasivos lectores de su propia existencia. Uno de los personajes les pone en la pista de Cesárea Tinajero, precursora y fundadora del real visceralismo en los años veinte.
La tercera parte de la novela continúa el diario de García Madero, relatando su huida junto a Ulises, Belano y Lupe, una prostitua perseguida por su chulo, al desierto de Sonora en el Impala de Quim Font, en busca de la desaparecida Cesárea Tinajero. Huyen también de sí mismos, se buscan y a la vez huyen, se construyen y se desmoronan. Investigan el paradero de la autora de un único poema gráfico sin palabras, autores poetas de los que no leemos ningún poema. Encuentran por fin a una mujer transformada, sin duda empeorada, que un día decidió dejar de ser y que resulta irreconocible y distante, a la que llevarán la muerte física cuando ya la otra muerte alcanzó hace décadas, encerrada en un cuartucho de un barrio marginal, escribiendo montañas de libretas negras. Nos queda un regusto a vacío,  a existencia desesperada por escapar de la nada, inventando un algo que es absolutamente nada. Y nos hace plantearnos el sentido de la existencia y si realmente lo tiene. A veces se percibe la imposición del destino a la voluntad humana, que se abandona a la fatalidad, sin opinión ni sentimiento, seres sin energía propia, incapaces de tomar las riendas de su propia vida, lo cual sería un banal esfuerzo, una lucha sin sentido frente a lo inevitable.
    Hoy he leído duras críticas de este libro que no comprendo de donde emergen. Estamos sin duda ante una obra maestra que retrata la orfandad del alma humana, pero no por ello deja una huella triste, sino un cálido deseo de vivir sin ambajes, investigando lo insignificante,  salvajes.

martes, 20 de agosto de 2013

Purita Pasión y el misterio del niño que lloraba sin lágrimas

    Tras décadas observando las miserias del ser humano,  incluidas las mías,  sostengo la opinión,  que se acrecenta cuando me encuentro rodeado de mucha gente, de que el ser humano sólo es un animal que ha caído en la desgracia de tener consciencia de su yo, de una manera incompleta, por supuesto, y en base a ello es capaz de sostener las más peregrinas ideas y llevar a cabo complejas acciones con el único fin de cubrir sus necesidades básicas,  a saber, alimento, descanso y reproducción,  aderezado con las máximas dosis de placer. Como cualquier otro animal salvaje. Todo lo demás es cuento, adorno, floritura. Se me podrán mencionar los grandes logros de la humanidad, pero yo no conozco a las personas que los realizaron, y en el fondo no hacen más que tomar tortuosos caminos para llegar a los mismos fines que la gran masa humana informe que pulula por este planeta entre el nacimiento y la muerte, como una hormiguita más. A esa masa, por desgracia, la conozco demasiado bien. Y podría pensarse que este modo de ver la vida lleva indefectiblemente a la depresión, y por un tiempo, en mi caso, así fue. Pero pasado el primer golpe, estas ideas me han llevado a una especie de manso fluir por el río de la vida. "Be water my friend", dijo Bruce Lee, aunque estoy seguro de que ambos llegamos a la misma conclusión por caminos bien distintos. Esta es la razón principal por la que trabajo para Purita Pasión. A pesar de lo que pueda hacer pensar un nombre impostado, Purita Pasión es la única persona que conozco que es consciente de ser sólo un animalito más,  y vive la vida de cara, sin máscaras ni circunloquios de ninguna clase. Nadie en la ciudad conoce su verdadero nombre, pero también diré que a ninguno nos interesa descubrirlo. Su nombre es perfecto, la define sin ambajes, en su totalidad, de golpe. Descubrir que se llama Pepa ó María sería una fatalidad. Yo poseo un nombre vulgar, y adoro los nombres compuestos. Mis preferidos son Luisfer y Juanfran, pero no son apropiados para un detective. Así que cuando comencé a trabajar en esta agencia me hice llamar Wilfred Johnson, cuya fonética, güilfred yonson, camufla a la perfección a Luisfer Juanfran. Esto es una absoluta estupidez, pero es que yo soy feliz con estas chorradas. Así que este nombre americano que me he dado acompaña a la perfección nuestra actividad y pienso yo que le da un toque de glamour a la agencia, por más que a alguno se le escape una sonrisita al contarles que nací en un pueblo de Soria. Podría dedicar una vida a hablar de Purita Pasión. Es una mujer arrolladora, en un sentido literal. Su personalidad y su presencia física se imponen en todas las circunstancias. De hecho, ella es la fundadora de una corriente de pensamiento, no, más bien de un modo de ser y afrontar la vida: el Salvajismo. Ser salvaje es ser total en todo lo que uno hace, pero también en lo que deja de hacer ó en lo que los demás hacen en relación a tí. Si Purita duerme, lo hace durante catorce horas, y ni siquiera una bomba atómica sería capaz de despertarla. Pero si no duerme, no lo hace nadie. Si estás agotado ó somnoliento,  no te da ni un minuto de tregua, hablando sin parar, tirando de tu brazo para hacer algo ó proponiendo mil actividades. Porque Purita Pasión tiene millones de ideas, todas a la vez, y es capaz de hablar durante horas en un monólogo abrumador que exige que la escuches como si fuera lo único importante en el universo. Si se te ocurre hacer algún comentario,  te dirá que no la dejas hablar...¡Que no la dejas hablar! Se enfada de forma radical, como un miura enloquecido. Creo que están pensando en ponerle su nombre a un huracán. Pero cuando te sonríe y te besa en la mejilla, y te habla con cariño, puede ser la mujer más dulce que existe. Ni se te ocurra decirla que coma algo, cuando está metida en algo alimentarse no va con ella, pero sin venir a cuento puede devorar una bolsa de patatas en un santiamén,  o beberse un vaso de leche de un solo trago, y andar por ahí hablando con la gente con un bigotito blanco bajo la nariz. Ella no habla, grita, a cada momento, y puede llegar a hacerte daño físico en los tímpanos. Adora a su familia y amigos por encima de todos y es el ser más maravilloso de la tierra. Lo dicho, podría hablar sobre Purita Pasión una eternidad.
    Pensaba en todas estas cosas tras haber recibido un nuevo encargo por teléfono, sentado en mi oficina, mientras Purita afrontaba su enésima entrevista para la televisión en su despacho. Una mujer de paso por la ciudad requería nuestros servicios de forma urgente y nos pidió que nos acercaramos a su hotel. Purita Pasión terminó la entrevista y me escuchó intrigada, deseando afrontar un nuevo caso a la mañana siguiente. "¿Está sola con su hijito, dices? Me encanta trabajar para las mujeres. Pero ahora vas a bajar a traer algo de cena Wilfred, tráeme unas patatas fritas y un cartón de leche, y un helado...ah, y un paquete de chicles, no tengo mucha hambre. Tú pedirás tu hamburguesa grasienta con patatas, ¿no?". Cualquiera le lleva la contraria. Bajé a la calle y compré todo lo que me había pedido, sin saber muy bien si compraba la hamburguesa porque me apetecía ó porque me lo había ordenado ella. Cuando volví, nos sentamos frente a la tele de la oficina y vimos la entrevista que le habían hecho hacía un rato en las noticias de las nueve. Purita mojó las patatas en la leche, chupó una vez el helado y lo dejó derritiéndose sobre la mesa y masticó un chicle por la eternidad. Mientras, en pantalla, la cámara hacía un travelling hacia una mujer deslumbrante con la melena agitada por el viento (encendieron un ventilador cochambroso que encontraron en la oficina), mientras una banda sonora arrolladora precedía la voz del locutor. "Purita Pasión,  la mujer del momento". La entrevista y el reportaje versaba sobre la apasionante vida de mi jefa y su estilazo, remarco, estilazo, afrontando el día a día, sus peligros y los misterios por resolver. "No por nada promuevo el Salvajismo - decía Purita en un momento de la entrevista -. No estamos en el mundo para andarnos con zarandajas ni remilgos, sino para vivir intensamente cada segundo, pese a quien pese". Me impactaba oirla decir eso en la tele, porque yo podía dar fe de que no era una pose, nuestra vida era un torbellino arrollador sin descanso. A veces recordaba el título de la película,  y me decía que la nuestra se titula "No habrá paz para los empleados"...de Purita Pasión. 
    A la mañana siguiente acudimos a la cita con la forastera, en su hotel. La encontramos en una tumbona sobre el césped,  junto a una piscina circular para niños,  en la que chapoteaba un precioso bebé con manguitos. Se levantó y nos apartó un poco, diciendo que no quería que el niño nos viera. Era una bella mujer de unos treinta y cinco años que dijo llamarse Ruth. Poseía una expresión y una forma de hablar dulces y serenos, las antípodas de mi jefa, que comenzó a impacientarse nada más ver el estilo de la posible clienta, y a cortarla cuando hablaba y a increparla para que fuera al grano. La conclusión fue que el niño de Ruth, Daniel, lloraba sin lágrimas, y ella no lo podía soportar. No aceptaba emocionalmente dicho comportamiento, y sabía que un psicólogo no iba a ser capaz de dar solución a tan extraño fenómeno. Las glándulas lacrimales funcionaban porque expelían unas gotitas cuando el bebé bostezaba, pero llorar, lo que es llorar, lo hacía en dique seco. Así que había decidido contratar a la mejor, Purita Pasión,  no le importaba el dinero. Purita aceptaba todos los casos, incluso antes de saber de qué se trataba, como un maquinista con los ojos vendados conduciendo un tren sin frenos hacia una vía que muere en un desfiladero. No se hable más, dijo, y no se preocupe, esta tarde volveremos preparados y resolveremos su problema. Le brillaban los ojos de pura ilusión mientras el niño chapoteaba con un cochecito de juguete en las cálidas aguas menores de decenas de bebés.
    Volvimos por la tarde. Purita me hizo sentarme en una tumbona y parapetarme tras Los detectives salvajes, de Bolaño, su libro preferido, aunque sólo por el título. Jamás lo había leído. Ella no lee nada que no lleve ilustraciones. Se quitó la ropa y me sorprendió con un bañador de cuerpo entero de ¡Hello Kitty!, rosa chicle, con volandas en la cintura. Se acercó al bebé y se metió en la piscina de meados como si tal cosa. Se puso a jugar con Daniel toda la tarde. Comprobamos que era un bebé adorable, tranquilo, emanaba serenidad, transmitía paz, su piel dorada por el sol, su sonrisa, sus palabritas y juegos, absolutamente encantador. Comía y dormía de maravilla y jamás hacía pucheros, no podía ser esa la causa de la sequedad de su llanto, unos continuos y desmesurados pucheros, tan habituales en niños mimados de esta edad. Comprobamos que en las contadas ocasiones que lloraba, efectivamente lo hacía sin lágrimas. Hasta su llanto deshidratado era suave, sereno, se acurrucaba con gesto tranquilo en los brazos de su madre, por un resbalón ó un golpecito. Purita Pasión se entregó en cuerpo y alma al caso, como hacía siempre, con una feroz determinación por desentrañar el misterio, atenta a cada gesto, a cada palabra, del chiquitín, infiltrada en su vida, de incógnito,  con su bañador Kitty rosa chicle, durante varios días. Cuando me acercaba a la página seiscientos de la novela, y sobre el caso planeaba la sombra del fracaso por primera vez en la dilatada carrera de Purita Pasión,  la intrépida fundadora del Salvajismo, ocurrió algo. En la mente de mi jefa sonó clic, se encendió la bombilla, lo vio todo claro. Se levantó de los cinco dedos de agua turbia que la cubrían de golpe, salió de la piscina y caminó hacia nosotros dando pasitos. Su carita estaba limpita, con el pelo mojado hacia atrás,  y nos sonrió. "He solucionado el misterio, Ruth, ahí, empapada en pis. Su hijo llora sin lágrimas porque probablemente sea el bebé más feliz de la tierra y hasta cuando llora es incapaz de sentir tristeza. Llora sin lágrimas de pura felicidad, total y absoluta. Es también un Salvajista, pero a su manera". Ruth se quedó embobada, incrédula al principio, pero después, poco a poco, una sonrisa iluminó su rostro y ella sí, comenzó a llorar de pura felicidad. Evidentemente no era una Salvajista. Purita Pasión me cerró el libro en las narices, haciendo que el marcapáginas se callera, no sabéis lo que me fastidia eso, y comenzó a tirar de mí decidida hacia la salida del hotel.
   Fue en ese preciso momento cuando escuchamos una voz femenina, casi igual a la de Ruth, que decía: "¡Alicia, se acabó el juego, a merendaaar! Y deja a tu padre tranquilo,  que le tienes de acá para allá toda la tarde, no le dejas ni leer un ratito en paz...¡Ven para acá!". Y ahí volví a ser Víctor Gómez Tulio, un nombre vulgar, de un vulgar oculista de la Siberia, provincia de Badajoz. Por la noche, en la oscuridad, metido en la cama, pensé que estaba harto de la realidad, producida por dos o tres agencias de noticias, esa realidad de armas químicas que luego no existen, de crisis que no existen pero luego arrasan nuestro mundo, de religiosos pederastas, de corruptos que no pisan la cárcel, esa realidad obtusa e inventada, que nos apretuja y nos hace sentir cucarachas, como Kafka, y pensaba en los miles de buenas noticias que deben producir los millones de seres humanos que pueblan la tierra, cada día,  y que nadie nos cuenta, y que son más reales que las que nos cuentan, y desde luego, más verdaderas y alegres. Deseé que existiera un periódico ó una cadena de televisión,  ó una radio, que se dedicará a dar buenas noticias, reales ó inventadas, como las que nos cuentan ahora. Así que decidí que a la mañana siguiente, si Purita Pasión quería, volvería a ser Wilfred Johnson, y sería su fiel escudero afrontando otro curioso misterio por resolver, hipnotizado y feliz, radical, entregado por completo al Salvajismo.

viernes, 16 de agosto de 2013

La Virgen de Sesimbra

    La silueta de la virgen se recorta sobre el azul del mar. Cae el sol, a punto de desaparecer tras las colinas. Miles de brillos dorados titilan sobre las crestas del suave oleaje y es cuando ocurre la magia. El aire es limpio y sereno, el único momento de la jornada en el que todo es real. A la virgen la engalanaron anoche, las abuelas, con su capa blanca y pesada de ribetes dorados y su tiara deslumbrante. Antes la enjabonaron, incluso la maquillan la carita divina y le lavan los pies. La rodearon de pequeños cirios y velaron su noche con rezos envueltos en la luz naranja de las piedras de la hermita del puerto. Murmuran sus plegarias las abuelas sin descanso hasta el amanecer,  total, ellas ya nunca duermen, pidiendo por un año de abundante pesca y ofreciendo nuestras humildes vidas. Al amanecer, entre la bruma que desde tiempo inmemorial se cuelga de las escarpaduras que rodean el pueblo, las abuelas han regado el altar de flores amarillas, cubriendo los pies de la talla. Y la dejan sola y a oscuras, cerrada a cal y canto, como si quisieran que pensara mucho en lo que le han pedido, como si le dieran un tiempecito para sentir sus penas y luego, en el fresco de la penumbra, pudiera contárselas a Dios y le pidiera en confianza un poquito de cariño para estos pobrecitos pescadores. Los pescadores hemos pasado la mañana repintando nuestros barquitos. Azul celeste el de Soares, rojo intenso el de Guimaraes, verde y blanco el de Souza, y así todos. El nuestro, el de Pessoa, es amarillo, como las flores que acarician los pies de la virgen. Y hay más, pero ya muy pocos. Los armadores, tan pobres como nosotros, con tantas deudas como nosotros, gastan hoy en pintura como si no hubiera mañana,  y colgamos adornos en cubierta. Nuestro barquito es la Saudade. Mi patrón dice que es descendiente del escritor, y le creemos, porque es un triste redomado y bebe mucho, como todos, pero tiene un beber melancólico y solitario. Escribe todo el día en una libreta que nadie ha leído y dice que cuando muera de cirrosis lo publicarán y será un éxito de ventas y su mujer y sus hijos vivirán a cuerpo de reyes. Llevo treinta y cinco años escuchando la misma historia e imagino que a este paso más que un libro publicará una enciclopedia con un solo tema: la mar. Ahora, mientras embarcamos la virgen en la chalupa blanca, su pedestal en el mar, recuerdo cuando mi padre, siendo yo chiquito, me traía a reparar las redes, a deshacer nudos, a limpiarlas, a ordenar los aparejos. Los primeros días de verano, al terminar el curso, mi padre me traía a limpiar el casco en el dique seco. Y yo ayudaba a aquellos hombres que a mi me parecían gigantes, grandes héroes, con sus barbas cerradas y sus fuertes brazos, escupiendo cada dos por tres y maldiciendo con una sonrisa y haciendo la señal de la cruz. Con el tiempo me convertí en uno de ellos. A mí estudiar nunca me interesó. Nadie en el pueblo le veíamos la utilidad a eso de los libros por aquel entonces. Vivíamos flotando en el mar, encajonados en el acantilado, unidos al mundo por una sinuosa carretera comarcal, peligrosa como una serpiente. Por ella llegaba algún eco de Lisboa y del mundo, pero ya débil, sin fuerza. Lo nuestro era la mar. Y me eché en sus brazos y le entregué mi vida, amante traicionera. Una vez instalada la virgencita en la cubierta, encendemos el viejo caset con música religiosa, a todo trapo, desembarcamos y marchamos a nuestras chalupas. Parte la comitiva del fondo del puerto y a poquito los compañeros acuden con sus embarcaciones a la llamada y se van uniendo. A la salida del puerto, junto al pequeño faro de franjas rojas y blancas que hay al final del malecón,  nos esperan un par de lanchas deportivas que se mezclan con nuestras barquitas. Niñatos imberbes de piel dorada nos fotografían con sus móviles y lo comparten por internet, mientras beben un cubata y besan a una preciosidad. Les miramos quietos, erguidos y en silencio, con las facciones petrificadas, y por dentro nuestra rabia es infinita. Hace años les tiraba cosas, les escupía y maldecía, pero ellos se reían aún más, y me hacían sentir como un mono enjaulado. Ahora guardo mi odio y mi humillación para mí e intento mostrarme digno y sereno. Quizá alguno de esos nos respete. En la playa, miles de personas salen de debajo de sus sombrillas y se acercan a la orilla del mar a contemplar el espectáculo. La mayoría son portugueses de clase media, de Lisboa, que han venido a pasar el feriado con su familia a la playa. Gente humilde que come de bocata sobre la toalla, hace castillos de arena y se baña sin mojarse el pelo. Disfrutan al ver pasar nuestros barquitos, de vivos colores, rodeados de música, llevando a la virgen en volanda sobre las olas. Miles de gaviotas, de estribor, reposan sobre las aguas. Bajo ellas bulle un gran banco de peces. Las espera un gran festín, la única noche del año en la que no se pesca. Pasamos frente a la fortaleza, en el centro de la playa. En invierno, al amanecer, entre la bruma, se puede ver al mar tratando de derribar sus muros. Y trae a mi memoria muchos malos momentos. Allá cuando comenzaron las cuotas, no impuestas desde Lisboa, no, sino desde Bruselas, dónde carajo está Bruselas y quién son esos del norte para venir a decirnos qué se pesca y qué no. Y por la serpiente de la carretera ya sólo empezaron a llegar malas noticias, pero muchas, muchas malas noticias, y yo soñaba que la cortábamos con una gran tijera, como si soltáramos amarras, pero cortándolas, y Sesimbra se convertía en una gran barcaza flotando a la deriva en el mar, limpio y con sus propias reglas, que yo entendía mejor que las de los hombres. El caso es que empezaron a caer los armadores, a pasar largas temporadas las tripulaciones en tierra. Luego vinieron los grandes barcos congeladores, mar adentro, que arrasaban los bancos. Después vino el euro, y más normas, y más cierres y más despidos...Y en ese periplo de sombras y hundimiento, de impotencia y tristeza, de largas noches de alcohol en la cantina del puerto, bebiendo para reírte de algo, para ahogar tu rabia rompiéndole la mandíbula a un amigo, para dejar de sentir y abotargar el corazón, en ese periplo decía, conocí a Rosa. Fue un día libre que pasé en Lisboa, visitando al primer estudiante universitario del pueblo. Ella era compañera de clase y a mi me deslumbró al instante. Me sentía bruto e ignorante frente a aquella flor de la inteligencia. Ella habló y habló y todavía habla y lee en casa, en la galería. Dice que la enamoraron mis manazas, mis barbas, mi cara de buenote y mis ojos tristes. Mis ojos siguen tristes y cada día me duele que lo dejara todo y me siguiera hasta este puertucho de mala muerte, hasta mi casa triste y pobre, desconchada, de jambas podridas y húmedos rincones. Ella dice que ha sido feliz, pero yo sé que miente. Con los años la he hecho sufrir de pobreza, de ignorancia, de soledad, de noches de alcohol y terribles resacas, de descargar mi ira infantil contra ella, pobre Rosa, como representante del mundo culto que nos estrangulaba poco a poco y que ella abandonó por mí. Y pasamos ahora frente al torreón del castillo, en lo alto de la colina, rodeado de bosques de pinos. En su iglesia nos casamos Rosa y yo, y puedo decir que es el único día feliz que he pasado allí. He subido muchas veces estos años, solo, a ver el pueblo desde lo alto, rodeado por las tumbas de grandes familias que circundan la muralla, y he llorado, viendo atardecer sobre el mar, he llorado en la iglesia, rodeado de azulejos blancos y azules. He llorado bajando por el bosque, de vuelta al pueblo. Pensando en Rosa, pensando en Raúl, nuestro querido hijo, en nuestro estrecho presente, en nuestro agonizante futuro, en la vida austera, qué digo, pobre, simple, que les he dado, y todo lo que me han soportado.
    Hemos llegado al otro extremo de la bahía y la pequeña comitiva de barcas de colores que hace de arco iris a la virgencita, da la vuelta. En estos largos años el pueblo se ha tranformado. Guardo viejas fotos en sepia, de nuestro cogollo de casitas rodeando la fortaleza, bastión de supervivientes. Hoy hierve toda la linea de playa de bañistas, apartamentos y hoteles cuelgan de los acantilados y los vagos del pueblo se hacen de oro sirviendo comidas mugrientas a precio de alta cocina en bares sombríos, guisadas en cocinas grasientas y pegajosas. Alcanzamos la plataforma, a la entrada del puerto, y allí nos espera una multitud, que recibe a la virgen y la lleva en volandas, salpicados por las flores amarillas, de regreso al fresco y al reposo del interior de la hermita, allá en el puerto. Les veo marchar, y veo dos o tres caras que se giran y me miran a los ojos, desde lejos, y levantan su mano para decirme adiós. Luego los veré, como siempre, pero por primera vez será de otra manera. Camino por el paseo marítimo hacia mi casa, entre los bañistas, que recogen sus cosas para volver a Lisboa algunos, a sus apartamentos y hoteles otros. Se ducharan, se arreglarán, y saldrán con sus hijos a cenar algo, junto a la orilla del mar. Y recuerdo aquel día en que recé mucho allá arriba, en el castillo. Y recuerdo que bajé a contarle a Rosa que hacía un mes que no trabajaba la mar, que ya no había jornal para mí, que marchaba al amanecer y volvía por la noche del bar, todo el día en el bar, con otros como yo, sin paro, ni ahorros ni nada. Y como ella ya sabía, y sabiendo, nada dijo esta vez, y mucho hizo. Ese día me esperaba su hermano, Cristiano, profesor de la universidad, que me montó en su coche y me llevó a Lisboa y me apuntó a un curso de hostelería, otro de gestión de comercios y otro de inglés. Y Rosa vino conmigo todos los días, y estudiamos juntos en casa, que paciencia tuvo con este bruto, y gastó sus ahorros, su pequeña herencia, y me quiso, me quiso mucho como me ha querido siempre. Y por eso ahora nuestra casa está reformada, y la parte de fuera y la galería, en el primer piso, son un pequeño restaurante. Comida italiana. Pizza, pasta, ensaladas, lambrusco. Pitanza sencilla pero bien hecha, y además con cariño. Cruzo el umbral y me encuentro con un gran buda y un velón. Subo las escaleras. Nuestro pequeño restaurante está decorado con muebles y telas blancas, comprado todo en el Ikea de las afueras de Lisboa. Los ventanales se abren de par en par hacia las arenas doradas, trufadas de sombrillas multicolores, hacia el azul del mar y hacia un sol cegador. Mi hijo atiende la caja, un ordenador con conexión a internet. Mi mujer atiende las mesas, toma nota de los pedidos a los bañistas y les sonríe. Casi todos de Lisboa, aunque también hay españoles, ingleses, franceses y hasta japoneses. Me pongo el delantal, enciendo el horno y me embadurno las manos de harina, para hacer la primera pizza del día, a la vista de los comensales. Dentro, en la cocina, tengo mi virgencita, rodeada también de flores amarillas. Por cierto, todos me llaman Guterres, pero yo me llamo Pedro. Como el pescador que Jesús sacó del mar y sobre el que edificó su iglesia. A mi me ha llevado cincuenta años, pero también me han sacado del mar, y del alcohol. La virgen y mi mujer. Yo tan sólo quiero edificar nuestro propio futuro juntos.

martes, 6 de agosto de 2013

Beckett. La búsqueda de la identidad ó perder la sombra

NOTAS PREVIAS

Huído a un pueblito de la costa azul porque su unidad ha sido descubierta por los nazis.1942. Se hace pasar por campesino junto a su mujer Suzanne. Almacena material en su casa y ayuda a los maquis en las montañas.
Escribe para entretenerse. Es consciente de que está a la sombra de Joyce, su maestro, al que respeta. Recuerda su enorme enfado con Hemingway por criticarlo, y sospecha que detrás de ese excesivo enfado hay algo. Joyce es erudito, complejo y culto, mientras que Hemingway es mundano y seco en sus temas y lenguaje. Busca su propio camino, su identidad. Su dura vida y su contacto con gentes pobres acerca sus experiencias vitales actuales a H. Pero le chirría que en el fondo H. tiene una experiencia vital de rico y temática de rico. Le interesa su lenguaje desprovisto de florituras pero no sus frases cortas y descriptivas de acciones externas. Él quiere describir acciones internas, con frases más largas, y ser escatológicamente mundano y de humor agrio.


                               LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD Ó PERDER LA SOMBRA


ACTO ÚNICO

(Otoño de 1942. Pueblo de Roussillon, en la comarca de Vancluse, al sur de Francia. Samuel Beckett, miembro de la resistencia francesa frente a los nazis, ha tenido que huir junto a su mujer, Suzanne, ya que su célula ha sido descubierta. Se hacen pasar por campesinos. Samuel ara el campo a pleno sol)

No me gusta nada esa camioneta, nunca la he visto por aquí y es la tercera vez que pasa, me encuentro muy nervioso, así es imposible concentrarse en este trabajo, que por lo demás es nuevo para mí, un intelectual irlandés de ciudad, siempre he agradecido mi afición por los deportes cuando era joven, me curtieron y endurecieron el cuerpo y gracias a ello he podido soportar tantas penurias durante estos años, la pobreza en Londres, las privaciones de la guerra, los trabajos de la tierra ahora. Tengo fuerte gana de cagar, toda la mañana tirándome pedos debido a esas malditas alubias del desayuno, y ahora me cago ya sin más,  no puedo aguantar ni un minuto, pero sobre todo me cago en esa camioneta, quizá no sea nada, ó sí, no sé, no sé, pero por si acaso me cago en ella, en medio del cristal y en la cara del que va dentro, alomejor exagero, veo enemigos donde no los hay, quizá sólo sea un perito ó un topógrafo de la ciudad, pero puede ser las dos cosas, perito y espía, un cerdo colaboracionista, un vendido a estos malditos nazis, qué le habrán prometido, pues qué va a ser, dinero, montañas de dinero, y algún puesto con gente a quien mandar, no quiero pensar lo que nos harán si nos descubren, pobre Suzanne, la cortarán los dedos, pero antes la arrancarán las uñas, cosas terribles, terribles. Yo me cago, me voy a esconder tras esos matojos, ahí no me verá nadie, y si me ven pues que vean, ellos también tienen culo, ese fisgón de Pierre y su familia, tantas bienvenidas y preguntas, dedícate a arar tus tierras y dar de comer a tus hijos y no preguntes tanto, que si mi acento es extraño, preguntándome a bocajarro mi nacionalidad,  por mi pasado, haciendo comentarios sobre mis errores en la labranza, descarado, con esa cara embrutecida, una oreja más alta que la otra unidas por una única y selvática ceja. Otro colaboracionista, otro vendido a esos cerdos asesinos, tiranos que no me dejan ni cagar en paz. Le dije a mi madre, en aquella monumental bronca, que prefería la Francia en guerra que la Irlanda en paz, y entonces lo creía, creo que lo creía, sí, lo creía, no sé, pero ya no lo creo, aunque no se lo reconocería nunca, nunca, pero ya no pienso así, después de tanto miedo y sufrimiento, tanta hambre e insomnio, aunque mirándolo bien, me desdigo, no cambiaría mi vida por nada, por nada, bueno, por un paseo por los verdes prados de Irlanda sí, y por una buena pinta, pero por nada más, bueno sí, por otra pinta, ya sale, qué alivio, mis principios no los cambio por una cómoda vida, por mucho que haya sufrido, tanta gente buena que he conocido, pobres como ratas, algunos malditos locos, desquiciados por la guerra, enfermos y moribundos, la muerte recorriendo la vida, la vida real, la de verdad, sí, la de verdad, no esa vidorra que llevan en Dublín, contra los nazis mientras tomas el té en tu delicado salón, escuchando música, oh dios, cómo extraño la música,  un rato de paz escuchando a Mozart, respirando tranquilo, con ropa limpia, pero no, no, no me dejaré llevar por ensoñaciones, aunque me ha venido a la memoria una tarde en casa de James, con su hija, pobre loquita, me quería, pero yo era incapaz de amar, escuchando esa música, hablando de literatura, de su Ulises, de cómo construir la siguiente novela, de todo lo que me pedía investigar para levantarla, ayudarle en sus detalles, que son importantes. Ya está, qué bien me siento, me limpiaré con estas hojas, es suficiente, más que suficiente, la camioneta ya se ha ido, qué bien se está bajo este arbusto, a su sombra, la sombra de Joyce, siempre James me dio sombra, pero Joyce me hace sombra, demasiada sombra, me llena el cerebro de sombra, no sé cómo puedo estar siempre pensando en estas cosas en plena guerra, y el caso es que yo le quiero, a mi gran amigo, pero su sombra, ay su sombra, esa me da ya frío a estas alturas, me bloquea, y yo a él le aprecio, qué digo, le quiero sinceramente, pero ya me rodea su sombra, y la sombra ensombrece, y yo hace tiempo que no busco protección ni sombra, labro a pleno sol, todos estos años, desde que marché a París, cuanta vida, cuanta vida, sin nada de sombra, como aquel día en París,  ahora que lo pienso, sí, pienso, quizá demasiado, o no, demasiado poco, pero pienso en aquel día, sí, ese fatídico día en que mi editora me presentó a Hemingway,  Ernest, que no earnest, aquel juego de Wilde, ilustre alumno precursor en mi escuela, nada de earnest, ese hombre grande y seguro de sí, tan pagado, pero a mi no me engañó, era como un niño,  con sus cazas, su fanfarronería, sus mujeres, sus historias, tan bebido como yo, bueno no, tanto como yo no, pero muy bebido, y hablando mal de James, llamándole viejo, con cariño sí, decía él, con cariño, pero viejo al fin y al cabo, agotado debió acabar el viejo después de escribir Ulises, decía, y no se le puede pedir mucho después de eso, decía, y yo no decía nada, al principio no, efervescía primero, luego acumulaba lava, sentía roja mi cara y azules las venas de mi sién, me temblaban las gafas, sí, temblores como de terremoto, volvería a ponerme a cagar sobre él, maldito engreído, con ese aire de hombre de mundo, y ahora lo sé, sí que lo sé, demasiado bien, que no es hombre de mundo, no sabe nada de este horrible mundo, del sufrimiento humano, sólo sabe del suyo, ese sufrimiento burgués de niña escondida bajo ese corpachón mimado, lo que no entiendo es por qué me irritó tanto, bueno, sí lo sé, claro que lo sé, vaya si lo se. Es esa sombra, la de Joyce, en la que me he integrado, tan culto, tan erudito, tan trabajado, los temas, el lenguaje, los detalles, los significados ocultos, y ahí estaba él, el gran Hemingway,  con sus frases cortas, sin adjetivos, todo verbo, todo acción,  tan viril, tan experimentado, tan de vuelta de todo, tan sombra a su manera, a su manera, pero con cierta razón,  por eso me enfadé tanto, porque tenía razón, porque Joyce estaba agotado, me había agotado, era yo su sombra, no él la mía, yo no era yo, no existía un yo que fuera yo, tenía razón el muy cerdo, por entonces no lo entendía, mi tremendo enfado, pero ahora sí, ahora sí. Tengo que volver a casa, con Suzanne, tan sola, pobre, aguantando mi gusto por la soledad, necesito estar solo, solo pero con ella, que me acompaña siempre, y yo la rehuyo, le digo que necesito estar solo, pero con ella, con ella, pero solo, mucho rato solo, la mayor parte del tiempo, de hecho quiero volver a casa con ella, pero que me deje en paz, en paz, que se ocupe con algo, que se ocupe de lo de las armas, vendrán a recogerlas al atardecer, cómo nos seguimos arriesgando, por la libertad, guardando esas armas en el garaje, sí, vienen hoy, que se ocupe ella, yo he de estar solo, y escribir, para evadirme, de todo esto, esta cagada, otra más y no mía, esta mierda de vida, escribir, además,  para responder a todos, para renacer, no, renacer no, nacer, nacer como escritor, después de tanto escrito ya, ahora voy a nacer, salir de la sombra, escribirle a Joyce, no a James, y escribirle a Hemingway,  y a mi madre, todos tan earnest, escribir sobre cómo se caga y así cagarme en ellos y salir de la sombra, a pleno sol, como ahora. Por eso tengo a Watt, ha nacido Watt que se pregunta, que me pregunta, Qué, What, Watt, se pregunta y le pregunta, a Mr. Knot, el Señor No, a quién dice no, pues a mí, a quién va a ser, a ese vagabundo irlandés que le hace de mayordomo, a Mr. Joyce, a Mr. Hemingway,  al señor no, le pregunta, qué desea, qué necesita, y le complace, Watt, tan diligente y aplicado, les complace a todos, pero también les observa y les comenta, a su manera, sí, a su manera, desde su triste experiencia, se ríe de todo, ácido y negro, se ríe de todo, aunque la verdad es que no tiene ninguna gracia, pero busca su camino, ya lo va encontrando, su propio camino, y el mío, que esta noche me llevará a salir con los maquis, al monte, a hacerles de enlace, y mientras Watt seguirá con su humor agrio, mundano, de largas frases, no cortas, largas, describiendo, pero no las acciones del mundo, sino las de su mente, tosco, iletrado, hombre de mundo este Watt, de mundo de verdad, del duro, buscando su propio camino mientras yo subo al monte por el mío.

sábado, 3 de agosto de 2013

La sala de espera

Yo soy yo y mi circunstancia
José Ortega y Gasset

    Un día más,  Pedro resiste. Abre los ojos pero es incapaz de ver. Sus párpados están tan inflamados que le cubren por completo las púpilas. Nota un bulto en el lado izquierdo de la cabeza. Se palpa con la mano y ahí está; un gran edema en la zona del cráneo que ha apoyado en la almohada esta noche. Camina a tientas, en la penumbra,  hasta el baño. Se lava la cara con agua helada y consigue vislumbrarse en el espejo. El reflejo le devuelve las formas de un monstruo. Todavía es joven y guapo y verse así cada mañana le produce taquicardia. Tabletea el corazón en su pecho y retumba en sus oídos. Respira profundo y despacio tratando de controlar sus emociones. "Se te va a pasar, se te va a pasar, tranquilo". Y también piensa en su tensión alta, su infarto y su by-pass. Llevaba un año saliendo a correr todas las mañanas pero en este estado le resulta imposible. Trabaja en una ong que apoya a mujeres maltratadas; a ellas no las fallará.Tiene que conseguir serenarse y empezar a asumirlo. Nota una punzada intensa en la boca que le recuerda su cita con el dentista dentro de una hora. Tienen que extraerle un diente fracturado que le está amargando la vida. "No pienso ir. Me atiborro a calmantes ó lo que sea, pero yo con este aspecto no aparezco por allí. Ahora mismo llamo y me invento cualquier cosa". Unas terribles ganas de fumar le invaden pero consigue controlarse y se mete en la ducha. Siente el agua en la cara y nota como se relajan los músculos. Mientras se seca con la toalla, se encuentra algo mejor. Puede ver con claridad y el bulto de la cabeza ha disminuido. Piensa que a esas horas no se va a cruzar con nadie en la sala de espera del dentista. Siente un dolor terrible en la mandíbula que le sube hasta la cabeza y decide ir. No se afeita ni se peina, no tiene ganas. Se pone lo primero que encuentra: una camiseta vieja y usada, pantalones cortos con bolsillos y unas sandalias de playa. Total, la clínica está a veinte metros, nadie le verá. Piensa volver corriendo y meterse de nuevo en la cama hasta la hora de ir al trabajo, por la tarde. Baja a la calle con un humor de perros.


   Un día más, Susana resiste. No ha dormido en toda la noche, dando vueltas en la cama, centrifugando horribles pensamientos, rumiando miedos. No puede casi dormir desde hace semanas. La han echado del trabajo y se ve incapaz de pagar sus deudas. Ocho años en la empresa dándolo todo, mientras la hija del jefe pasa los días arreglándose las uñas y hablando por teléfono, frente a ella. Su padre, al que adora, está ingresado por culpa de un tumor que le devora el cerebro, incapaz ya de conocer a nadie. Ella pasa todo su tiempo libre junto a él, lavándolo, alimentándolo, leyéndole los periódicos deportivos, hablando y sonriendo, acariciándolo...Se levanta de la cama y abre la persiana, dejando que la luz la ciegue. Cierra los ojos y camina tambaleante hasta el baño. Frente al espejo, se siente un monstruo. Tiene los ojos hundidos y la piel reseca. El pelo se le cae a mechones. Últimamente no oye bien debido al estrés. Le duele todo el cuerpo de puro agotamiento. Un intenso dolor en la cara la recuerda su cita con el dentista. "Ahora mismo llamo y anulo la cita, no tengo fuerzas para ir". Se mete en la ducha. El agua fría se lleva algunas nubes de su mente y reconforta sus músculos. Mientras se seca piensa que nada va a poder con ella. Irá. Después de peinarse, ponerse crema y maquillarse se siente algo mejor. Se pone un vestido negro y levemente ajustado que termina justo por encima de la rodilla y unas sandalias con tacón de esparto. Por último se pinta las uñas de manos y pies de rojo intenso, igual que los labios. Sigue siendo una mujer guapa y atractiva pero ella no lo sabe, sólo quiere sentirse un poco mejor. Baja a la calle con un humor de perros.


    Pedro entra en la sala y, para su sorpresa, encuentra a una mujer sentada. Le da los buenos días sin mirarla y se escurre arrugado hasta una silla. Coge una revista cualquiera con mano temblorosa y trata de taparse la cara lo que puede, sin que resulte llamativo. Mira a la mujer a hurtadillas, por encima del filo del papel. "Joder, pensaba que no habría nadie tan temprano. Qué vergüenza, estoy hecho un asco. Menos mal que al menos me he duchado. Aunque he olvidado el desodorante. Me encuentro fatal. Qué dolor. Y la mirada que me ha echado esta al entrar. Qué ojos de desprecio, la muy estirada. Ni siquiera me ha devuelto el saludo. Y vaya cara de amargada. Pues es muy guapa, pero con esa careta y esos modos pierde todo el atractivo. Se creerá que no noto cómo me mira. Mira cómo levanta la barbilla, la muy engreída. Seguro que es de esas que no ha dado palo en su vida y lo consigue todo por su cara bonita. La típica niñata egoista que sólo piensa en sí misma. No se por qué citan a dos personas a la misma hora. A ver si me llaman ya y pierdo a esta de vista."

  Susana ojea una revista cuando un hombre entra en la sala. Murmura algo que ella es incapaz de oir. " Qué maleducado, eso no es un saludo". Observa cómo se tambalea hasta la silla y coge una revista con temblor de manos. Ve sus ojos inchados y el bulto en la cabeza. Y también su ropa vieja y sucia." Menudo impresentable. Este viene todavía borracho. Y echo un cerdo, claro. Se nota que no ha dormido en toda la noche. Irá drogado también,  con esos temblores. Tiene que apestar el muy cerdo. Y me devora con la mirada a hurtadillas. Además un salido, me mira como si fuera un trozo de carne, el muy machista.  El típico despojo humano que no da ni palo. Y esa mirada agresiva, casi asesina. No me extrañaría nada que pegara a su mujer, si es que la tiene. Qué asco. Estoy deseando que me llamen y perder a este tío de vista."

- Buenos días, Pedro. Pasa al gabinete de enfrente, con el doctor. Hola, Susana. Pasa al otro gabinete con el dr. Sánchez-Salado. Enseguida os atienden a los dos.

   Susana y Pedro coincidirán en una fiesta de cumpleaños de un amigo común, dentro de tres semanas. Les sentarán juntos en la mesa durante la cena.