miércoles, 11 de septiembre de 2019

Atención al ciudadano

Buzón de atención al ciudadano del gobierno de España.
Solicito:
- Que la administración habilite una nueva opción de trato junto a Sr. o Sra: Completo Imbécil, a la cual me adscribiré inmediatamente. Necesito el mayor grado de sinceridad posible por parte del sistema. Me hará bien.
- Que la administración comience a tratarme oficialmente de nuevo como menor de edad, ya que ya lo están haciendo extraoficialmente.
- Que me proporcionen un listado de categorías a las que podría adscribirme como víctima de algo y que pueda acceder a ayudas por ello en un sólo clic. Me da mucha pereza andar buscando pero hay tantas que seguro que pertenezco a alguna.
- La abolición del sistema actual de recuento de votos y la sustitución por un sistema de asignación de mi voto al azar o rotatorio a cada partido político. No encuentro diferencias y me ahorraría el viaje hasta la urna.
- Que, una vez emitido el voto, se tire a la basura, y se cubran los puestos de gobierno con un sistema de tipo oposición por puntos, valorándose objetivamente capacidades como la idiocia, la egolatría y la psicopatía como altamente positivas para obtener el puesto. Ahorraríamos mucho tiempo y dinero y no harían falta cuotas.
- Un sistema oficial de manipulación de alta capacidad con un puesto de conexión en mi domicilio al cual poder enchufarme cada día durante un rato. Algún tipo de sistema de conexión a mi red neuronal que se salte mis sentidos y me aplique todo el chorro de texto, voz e imágenes directamente y en un breve período de tiempo. Así el resto del día podré dedicarme a lo importante y se asegurarán de que recibo mi dosis y hago lo que quieren.
- Que se me permita mostrarme orgulloso y chulesco respecto a mi ignorancia en general y mi falta de formación en particular. Que se me autorice a hablar y a escribir mal, a insultar y a mentir sin que nadie me intente hacer sentir mal por ello ni me reprenda, me corrija o me llame la atención. He observado que es práctica común pero necesito un documento oficial que me certifique.
- Algún tipo de reconocimiento, condecoración, placa o insignia por mis aptitudes: Peón de España, Manipulable Pro, Soplagaitas Official o Carnaza del Poder Premium.
- Que el Código Penal incorpore una nueva pena para mí en el caso de que cometiera un delito grave: obligarme a leer todos los comentarios de los españoles sobre política en las redes sociales y a ver todos los selfies con pose. Moriré muy pronto.
- Un manual --a ser posible con una guía rápida con dibujos, emoticonos y colorines adjunta-- en el que me guíen paso a paso en cómo ser utilizado convenientemente. Con el batiburrillo actual, uno se pierde y a veces se equivoca. Además, me libraría de esa incómoda y estúpida creencia que me sobreviene a veces: que tengo cierto grado de libertad.
- Que se prohíba pensar, reflexionar, analizar o meditar. Que se prohíba el método científico y el análisis crítico. Los pocos individuos que realizan estas acciones resultan molestos y extemporáneos e impiden el correcto funcionamiento de la sociedad, que se rige, como todo el mundo sabe, por las emociones.

En base a ello solicito que se atiendan mis peticiones de inmediato o sino entenderé que se están hiriendo mis sentimientos y procederé a presentar la correspondiente denuncia penal o, en su defecto, una queja en un punto lila.

Un saludo y que pasen una buena mañana, una estupenda tarde y que descansen y que tengan un buen día entero y de tu parte y hasta lueguito.




domingo, 8 de septiembre de 2019

Las banderas de Gulliver



Los España, apellido ilustre, son una extraña familia --padre, madre y diecisiete hermanos-- que ha decidido encerrarse en su casa y liarse a golpes e insultos sin salir de sus camas, bien juntitas, compartiendo con entusiasmo, eso sí, el original objetivo de suicidarse a base de fumar cuatro paquetes diarios, mientras sus vecinos hacen deporte, comen sano y disfrutan del aire freshhhhko.
Tomaron esta decisión cuando leyeron un capítulo apócrifo de Los Viajes de Gulliver, en el que el protagonista llega a una extraña isla habitada por seres con el cuello torcido hacia delante y un pulgar derecho descomunal, los cuales adoraban las banderas de colores intensos. En seguida Gulliver identificó las dos o tres que más les gustaban y construyó unas banderas gigantes que le convirtieron en su rey. Los Sallopilig --así se llamaba este extraño pueblo-- eran una raza casi sin cráneo, cuyo cerebro estaba compuesto por una capa de neuronas del grosor y la forma de un folio y que hacía tiempo que habían perdido el sentido del oído y, lo peor de todo, del olfato y del buen gusto.  Eran ordinarios y cainitas y lo único que les organizaba en grupos eran esas deslumbrantes banderas, entregados con frenesí a adorar la propia y a denostar la ajena. Gulliver agitaba desde el amanecer hasta el alba las suyas y comprobó que excitaban y atraían cada vez a más Sallopilig. Así que Gulliver se convirtió en el Emperador de los Sallopilig, que se parece mucho a ser el rey de los cerdos, lo cual te convierte en un grandísimo cerdo. Eso sí, todos decían disfrutar muchísimo. Unos disfrutones, estos Sallopilig y este Gulliver. Todos sus infantes eran dueños de un spin y los adultos, de una copia de su bandera preferida y de una sonrisa --solo una--. 
Lo malo es que las últimas páginas de este pozo de sabiduría, tan celosamente guardado por generaciones de masones, habían sido arrancadas por una mano negra que dejó impresa su huella dactilar con sabor a ketchup en la última hoja.
Los España, últimos receptores y guardianes de un saber tan peligroso y secreto, decidieron quemar este capítulo innombrable y entregarse a la noble tarea de la muerte por mano propia a base de nicotina y alquitrán, llevándose con ellos a la tumba un conocimiento tan nocivo para el común de los mortales. Eso sí, los cigarrillos, todos con sello del Estado y ultralight, que suicidarse, se querían suicidar, pero sin prisa. Además, ahora eso de ultralight ya no existe. La cantidad de veneno de las cajetillas se clasifica por colores. Colores intensos. Como los de las banderas de Gulliver.


miércoles, 4 de septiembre de 2019

El día de la marmota

Se venden paquetes de ideas intercambiables segmentadas por nichos de mercado, envueltas en plástico transparente protector, en caja de papel, en estuche de lujo, en papel de regalo con lazo y etiqueta, y en su correspondiente bolsa de marca con asas de cuerda, espolvoreada con hierbas aromáticas y polvo dorado. Todos los paquetes de ideas intercambiables vienen apoyados por estrategias de marketing multicanal, adaptadas al nicho de consumidor y al propio medio. Cada paquete viene asociado a un humano que las representa, las vocea y las vende, ducho en técnicas de venta, y apoyado por un equipo de profesionales expertos en neuromarketing y hábitos de consumo, que trabajan para colocar el producto a cambio de un único billete, el pasaporte al éxito de la organización que fabrica los paquetes de ideas. La competencia en este sector ha aumentado notablemente en los últimos años y entre 4 y 10 organizaciones compiten por un trozo de pastel de tan suculento mercado.
Los consumidores tienen hasta el domingo para seguir recibiendo impulsos de entrada y generar su única respuesta de salida, cumpliendo orgullosos con su papel de robots orgánicos desechables. A partir de ese momento, las organizaciones regatearán con sus paquetes de ideas y sus billetes únicos en pos de generar nuevos paquetes que les permitan hacerse con la hegemonía del mercado y coordinar la vida de los robots orgánicos. Todas las posibles respuestas posteriores de estos consumidores se encuentran tipificadas en 5 o 6 paquetes y el sistema dispone de medios para encauzarlas convenientemente, bajo el gobierno de un algoritmo que genera en el robot una sensación de libre elección individual, lo cual facilita la estabilidad del sistema y el correcto funcionamiento de cada unidad orgánica, sin pérdida de productividad laboral y consumidora.
Enhorebuene a todes.


Máximo



Durante todo el siglo XXI, la degradación e infantilización de las sociedades occidentales, y en concreto la española, parece no tener fondo. Compuestas por generaciones de individuos con rasgos desdibujados en cuanto al carácter, los valores y la épica de la existencia, pero bien definidos en su egoísmo, cobardía, pusilanimidad, cortoplacismo, hedonismo barato y capacidad para la mentira sin sonrojo (el famoso Relato, que comparte raíz con Relativismo). Individuos que no damos para un único retrato eterno de pincel y recargado marco que plasme nuestra poderosa alma, sino que más bien parecemos la piel reseca y desechada que ha dejado atrás la serpiente retocada que aparece en miles de fotos utilizando nuestra cara. 
El homo sapiens ha sido sepultado. 
El individuo, despedazado y el ciudadano ha entregado su alma al diablo: la promesa de la felicidad eterna. Aún así, siguen siendo estas tres las únicas de entre nuestras condiciones que nos acercan un poco a la libertad y a una vida con sentido.
Las personas nos hemos vuelto tan ignorantes que nos hemos dejado arrebatar las conquistas de las grandes civilizaciones antiguas y de los últimos 500 años. Ahora sólo somos un conjunto pegajoso y maleable de identidades que nos definen como opresor u oprimido, víctima o verdugo, pudiendo ser una cosa o la otra en función de quién esté hablando y en qué semana lo haga. Y esa siempre ha sido la antesala del tribalismo y la confrontación, la cual degrada en todo tipo de violencias. Todo esto define el triunfo de los ignorantes y los mediocres persistentes sobre una masa de ignorantes y mediocres mentalmente débiles y humanamente perdidos, yonquis de la siguiente dosis de sonrío, disfruto y lo cuento, antesala de la caída maniacodepresiva que siempre llega y, oh, nos pilla desprevenidos y débiles.
Cada vez hay que mirar más lejos y a lugares más vacíos si lo que uno desea encontrar es algo que tenga un poco de sentido.
Nos merecemos cada cosa que nos pase. Ni siquiera somos los que eligen la pastilla azul de Matrix para permanecer en nuestro sueño. Somos más bien el abyecto judas que traiciona a los suyos para que le reingresen en la maldita cápsula de colores de la felicidad eterna, encantado de que nuestra sangre y nuestra carne sirvan de comida para un sistema degradado, el mismo que despedaza nuestro reblandecido y viscoso cerebro en las cuchillas del último modelo de temor-mix.
El único ser vivo conocido consciente (y el único consciente de su propia muerte, de lo cual ya dudo) reniega de su naturaleza intrínseca y de las grandes conquistas que nos elevan un poco del sufrimiento y nos convierten en privilegiados, para ponerse en manos de iletrados verborréicos infantiles y egoístas que nos clasifican, nos datan, tatúan sobre nuestra superficie pulida, lisa, vacía y brillante nuestros números de serie, esos que nos dictan qué bala somos, mientras nos utilizan como su munición y nos disparan contra nosotros mismos, esperando emerger de entre nuestros despojos como auténticos salvadores, en un patético drama que siempre termina mal para los mismos.
Transformar una bala roma en un cuchillo afilado parece tarea imposible y cada vez me da más la impresión de que efectivamente lo es. Es imposible.




El hombro



El hombro es la articulación que une el pensamiento y la acción, y el techo de las emociones: del corazón desbocado y de la respiración que presiente. Un lugar del mundo tan poco mencionado siendo, sin embargo, geografía de encuentros con el otro. Se ofrece para llorar sobre él. Y para ayudar a soportar las pesadas cargas de la vida de los otros, de los amados. Puede ser el susurro de la sensualidad, el comienzo de una aventura. Una mano sobre él transmite ánimo frente a la adversidad. Las dos manos regalan apoyo y confianza. Si se ponen a los lados, levantan el ánimo del que duda de sí mismo, le recompone y le afianza.

Es un arco, una bóveda, un puente. Un cruce de caminos, igual de buenos todos. Una puerta o un tobogán. El telescopio para ver las estrellas o la lupa que agiganta los secretos más diminutos.
Me parecía un buen lugar el hombro, sí señor, hasta hace bien poco. Un buen lugar.

Y es que en los últimos años he descubierto que también es un botón, un interruptor, una especie de palanca, en la mente de los cobardes, al menos. Sospecho que imaginan que acciona un resorte, que activa una maquinaria interna que pone en marcha lo que ellos están deseando ver, aunque no exista. Porque parece ser que del hombro puede partir un camino que lleve derechito a las vísceras. Las mismas que los cobardes tienen repletas de bilis.

Y así, la hembra golpea el hombro del hombre --estaba deseando poner esas tres palabras en la misma frase--. A veces lo empuja, ojos desencajados que no pestañean, torrente de voz estridente, a ver qué pasa. Otras lo golpea, repetida e insistentemente, con el dedo índice, acompañado de un buen puñado de gritos e insultos.

Nada.

Tras el fracaso propio, la hembra envía a otro hombre contra el hombro. Podría ser una copia mala de un malvado de los cómics de Tintín, sin entrar en detalles. Pone la mano en el hombro para amenazar, mirada oculta tras las gafas de sol.

Impasible.

Luego, uno de esos que está en un bando porque es demasiado cobarde para estar en el otro, aunque ganas no le falten. Una de esas personas a las que la realidad les importa un bledo, orgullosas de ser ignorantes. De los que quieren mandar callar la verdad a base de golpes que no dejan marca. Así que coge carrerilla para golpear hombro contra hombro, hombre contra hombre. Un títere de las hembras. Deseando que se accione el resorte y poder así contentar a las esposas poniendo las esposas.

Gandhi, Mandela, Ferrer. Muros de paz.

Golpear el hombro se descubre como la violencia de los cobardes. La misma violencia que quieren provocar y que no encuentran por mucho que busquen porque no existe. Esa violencia que ejercen, ya sin cortapisas, contra los más débiles, cuando nadie mira.

Los más débiles que son también los más amados, dueños de tus hombros golpeados, que ahora ofreces aún más fuertes. Que son su asidero y su refugio, su escudo, su lanza y su cobijo. Su sostén, sus cimientos, su chaleco antibalas, su cueva de la risa...

su canción.

Un buen lugar, el hombre. Perdón, el hombro.