miércoles, 23 de noviembre de 2016

Eres un mierda

    Eres un mierda. ¿No te lo había dicho nunca nadie?Pues lo eres. Un mierda de esos que compra en páginas de cupones descuento, creyéndose el más listo, y que cuando acude a recibir el servicio contratado y se encuentra con la única basura que le pueden ofrecer por las cuatro perras que pagó, pone una queja. Un mierda que contrata un seguro de salud para que le salga más barato su tratamiento y luego devuelve la cuota en el banco. Un mierda al que le encantan las tarjetas de puntos del supermercado y la gasolinera. Nunca pagas un café ni una ronda. Un mierda al que le cuesta donar dos euros al mes a una ong, contra la que siempre encuentras alguna cuita imaginaria. Un mierda que lleva a sus hijos a un colegio público y que se queja de tener que ayudarles con los deberes. Eres ese mierda que se pega cual mosca a la miel a cualquier pobre padre que caiga en sus garras, para teñir de inmundicias la reputación de una profesora o un centro educativo. Un mierda de esos que se pone bravo en Facebook o en Whatsapp. Eres un mierda, sí. Una de esas que cruza la calle de espaldas mientras habla por el móvil y amenaza al conductor que ha tenido la infinita paciencia de no atropellarla con llevarle a los juzgados. Una mierda de esas que amenaza a jefes y compañeros en el trabajo. Sí, un mierda que se pone chulo y agresivo parapetado tras la seguridad de su coche. Un mierda de esos a rebosar de derechos y eximido de todas las obligaciones. Un mierda que engaña a sus clientes y que no paga a sus proveedores, un mierda de esos que se inventa cualquier queja para no pagar al electricista que te ha cambiado las bombillas de casa. Un mierda, un mierda. Uno de esos que jamás reconoce un error y que mentirá y se pondrá agresivo hasta la muerte para taparlo. Un cacas de esos que no le sale de los cojones pedir perdón o dar las gracias. Un excremento incapaz de respetar a un muerto. Un mierda de esos, sí, de esos que jamás disculpa un error humano, sino que se engancha a él para hacer sentir mal a los demás y conseguirlo todo gratis. Un mierda de esos que se pone estupendo cuando va en grupo y le tira unas monedas al suelo a un indigente para que las recoja. Sí, una mierda de esas que tiene dinero para cremas caras y lujosos zapatos, o para ponerse tetas, pero que apaga la televisión cuando ve en las noticias un campo de refugiados o una guerra. Una mierda orgullosa de ser una maleducada y una inculta, o de inventarse una agresión para justificar un divorcio por dinero delante de cualquier coro de plañideras que te quiera escuchar. O un mierda que pega a su esposa  y que deja pasar primero a las mujeres por la puerta, rebosante de caballerosidad. Te has vuelto un despojo, un desperdicio, un detritus y, como nadie se queja, nadie te dice nada, todo el mundo te aplaude, te sientes pletórico de confianza y autocomplaciencia. Eres ese mierda que vocea los derechos y sufrimientos de los demás para conseguir lo que quieres. Ese cacas que humilla a los compañeros para conseguir un ascenso, ese jefe que pisotea a sus empleados para sentirse importante. Eres ese mierda que intenta sacarle el dinero a los ancianos o adquirir ventaja en una competición cuando nadie te ve. Ese cacas que rezuma envidia frente al éxito o la bondad de los demás. Eres esa mierda que busca cualquier excusa para no estar con sus hijos y que luego se queja de que en el colegio no les educan bien. Eres esa basura que se inventa una baja, o que no paga impuestos, esa basura que quiere cobrar un dineral por no haber hecho nada en la vida y que desprecia el esfuerzo de los demás. Ese mierda, sí, tú, orgulloso de ser un inculto y una mala persona. Ese mierda capaz de pisotear a cualquiera o despreciar el sufrimiento ajeno con tal de tener una casa más grande o un coche más caro. Uno de esos mierdas que rascan comisiones, uno de esos que ven a las personas como medios para conseguir sus objetivos. Una mierda de esas que no paga la comunidad de vecinos porque no tiene dinero mientras lleva un bolso de seiscientos euros colgado de su brazo izquierdo. Una de esas que pone un pleito al currito que te ha reformado la casa para no pagarle. Eres un mierda, sí, tú, una mierda. Un mierda de esos que lo sabe todo sin escuchar a nadie y que soluciona los problemas matándolos a todos, a voz en grito, para que se te oiga bien. Eres un mierda capaz de mentir durante semanas para llevar a cabo una venta y conseguir tu comisión. Eres una mierda de esas que siempre está hablando de lo duro que es atender a sus hijos, pobre pequeña burguesa maltratada. Una mierda de esas que deja tirada a una amiga en cuanto tiene un problema y no es divertida, un despojo egoísta que sólo quiere hablar de superficialidades. Un mierda de esos que jamás ha hecho un esfuerzo desinteresado por nadie, que nunca ha regalado su tiempo para cuidar de un familiar o un amigo. Eres ese mierda vacío, esa arpía manipuladora que se pasa horas mirándose al espejo, poniendo caritas y posturitas antes de hacerse un selfie y colgarlo en una red social, ansiosa de Me Gustas. Eres esa mierda incapaz de comprender el dolor ajeno pero que reclama la atención de todo el planeta porque se le ha roto una uña. Ese excremento que se tapa los ojos ante el sufrimiento y la miseria del mundo y que se merece ser feliz. Por eso parece que te va tan bien, precisamente porque eres una grandísima mierda apestosa recubierta de un montón de capas doradas incapaces de disimular tu hedor. Un mierda, sí, una mierda.

lunes, 14 de noviembre de 2016

El desencantado, de Budd Schulberg

    Hay libros que le dejan a uno sin aliento, y El desencantado es sin duda uno de ellos. No porque sea una trepidante novela de aventuras, lo cual es en cierto sentido, sino a causa del torbellino emocional en el que se ve uno implicado. Schulberg utiliza su experiencia como guionista de Hollywood junto a Scott Fitzgerald para construir un relato que parece reconciliar una pasión icónica por los años veinte con su posterior crítica feroz. Su alter ego, un joven guionista llamado Shep, se embarca en la escritura de un guión junto al famoso escritor Manley Halliday. Amor sobre hielo es una comedia tonta y vacía garabateada por Shep y que Víctor Manim, poderoso director de estudio hollywodiense, espera que Halliday convierta en una obra maestra gracias a su genio literario. Ese toque, esa magia, desapareció con el fin de la década de los veinte en la cual Halliday fue encumbrado a la categoría de dios literario gracias a la capacidad de retratar una sociedad opulenta y salvaje, que simplemente cogía lo que quería. Halliday es en ese momento, 1939, un fracasado de larga duración que siempre a tenido muy a gala despreciar el cine pero que se ve abocado a aceptar el encargo para poder pagar sus deudas de la fiesta de la década anterior. Ann le ha ayudado a salir del alcoholismo y a afrontar su diabetes pero no ha conseguido extirpar de su mente los fantasmas del pasado, ni desalojar la enfermedad de la nostalgia de su corazón. Jere, jere... esa misteriosa y alocada mujer que marcará la vida de Halliday, esa niña malcriada y caprichosa, esa pareja eternamente inmadura y salvaje. Cuando Shep y Manley se ven obligados a viajar a Nueva York por exigencias del guión, Halliday comienza el descenso a los abismos del pasado con su primer sorbo de champán. El alcohólico resucita y sumerge a Shep en un torbellino de burbujas y desequilibrio autocompasivo junto a su ídolo literario de juventud. Poco a poco el desencanto se apodera de él al conocer al verdadero Halliday, mientras que este baña su propio desencanto en litros de alcohol. El crack del veintinueve no sólo supuso su ruina económica sino también la literaria, en cuanto que significó la demonización de su vida y su obra. Ese autor generacional tan brillante quedó rápidamente obsoleto y olvidado. El alcoholismo y el fracaso se convierten en una fascinante aventura en compañía de Halliday, en una historia trepidante a través de una tormenta emocional de la que uno no desea salir. Late aún en Halliday un último estertor de lucha por significarse a sí mismo y a toda una época vilipendiada dentro de un viejo prematuro que arrastra sus miserias hasta una universidad que le sitúa frente a su ídolo pagano: la eterna juventud. Un Manley corpóreo que es un deshecho tragicómico habitado por una mente que se estancó en el pasado, ciego de amor por una Jere que es puro artificio, picardía e inmadurez, una niña bien que juega a la guerra en Europa y que seguirá jugando a la literatura, la fiesta y el amor por el resto del mundo, hasta que pierda el control de la pócima que consigue que todo sea mágico y trepidante: el alcohol. 
    Dos pálidos fantasmas se reencuentran en Nueva York y la sensación de vivir enamorados de alguien que hace mucho que no existe les asalta. Manley alzará al viento el puño reivindicativo de su genio con un manuscrito que sueña con sobrevolar la muerte y vislumbrar los porqués de la gran fiesta. Una novela que no podemos evitar relacionar con la juerga vivida en España a principios de siglo, seguida de nuestra propia década de desencanto. Aquí ha faltado el glamour que destilan los personajes y las vidas de El desencantado. Una historia de esas que consigue que la pasión por la literatura nos estalle en el pecho. 

domingo, 6 de noviembre de 2016

Limónov, de Emmanuel Carrère

    Ayer fue el cumpleaños de mi hija mayor y mi mujer regresó de un viaje de cooperación por tierras africanas. Hemos disfrutado de dos días de reencuentro y felicidad familiar, que hemos finalizado viendo El puente de los espías, protagonizada por Hanks, dirigida por Spielberg y escrita por los Coen. Una película situada en la guerra fría y que narra la historia de la defensa legal de un espía ruso y su posterior intercambio por espías americanos. También cuenta el triunfo de las ideas democráticas sobre las opiniones populares y el miedo. Y siempre ando yo a vueltas con esto de los ideales, las ideas y las opiniones. Me ronda desde hace años la ¿idea, opinión? de que los virus más mortíferos que existen sobre la faz de la tierra son los ideales, las ideas y las opiniones, todas o casi todas, y no sólo en las que obviamente estamos pensando. Porque también presenciamos el linchamiento de un hombre que defiende sus ideales y el de su familia por una sociedad burguesa y cínica que reacciona en base a opiniones populistas y violentas. 
    Marcho a la cama con estas y otras ideas y me acuesto junto a una mujer que ha estado en Senegal luchando por sus ideales frente a las opiniones de sus interlocutores. Me pide que apague la luz, lo cual hago con gusto. Bien merecido tiene su ansiado descanso. Yo leía Limónov, de Emmanuel Carrère, libro que relata las andanzas de un personaje, ¿persona, ser humano?, real, Eduard Limónov, y de paso, pincela la vida del propio autor. Una vida, la de Limónov, que corre paralela a la de su país de nacimiento, Rusia. Arranca en la guerra fría que describe la película y nos embarca en un viaje global por la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Carrère nos ofrece lo que él denomina un personaje aventurero y digno de envidia.
    A mitad del libro nos relata el encuentro del autor con un ídolo suyo, el cineasta Herzog, autor de películas que reflejan el intenso sufrimiento humano, quizá bajo el yugo de grandes ideales y opiniones. Y cómo se encuentra frente a un hombre que le desprecia y le humilla gratuitamente. Sus reflexiones sobre la entrevista recalan en un sutra budista: el hombre que se considera superior, inferior o incluso igual que otro hombre no comprende la realidad. Parece hablarnos del ego de Herzog, pero sin duda también del de Limónov, y hasta del suyo propio. Y es que Limónov se nos aparece como un ego superlativo construido sobre una montaña de opiniones chuscas. Una vida que no se me parece en nada a la de un aventurero envidiable: macarra, poeta fracasado, embaucador, llorica, lameculos, pordiosero, chapero, escritor de moda, guerrillero, político populista... una vida de mierda dirigida por opiniones ególatras. Otra existencia cuyas cenizas se llevará el viento del tiempo hacia la noche oscura que constituye el olvido. Leemos un libro ameno y cercano, entretenido, escrito en un género que navega entre la biografía, el diario, el autorretrato y la novela. Pero que a mí me ha llevado a las ciénagas de las ideas, las opiniones, los egos y los ideales. Y reflexionar sobre el daño que estos han hecho, hacen y harán a la Humanidad - no hay más que encender la televisión y ver cómo, por ejemplo, los ideales del Corán se transforman en opiniones violentas, o cómo se manipulan los inocentes ideales populares para transformarlos en peligrosas ideas populistas - pero también sobre el daño que nuestras en aparente dóciles ideas u opiniones pueden causar en nuestros hijos, amigos o compañeros de trabajo.
    Limónov vive obsesionado por el reconocimiento, porque se le distinga como alguien especial, diferente, superior. En el fondo es un esclavo de las opiniones de los demás y carece de ideales. Su ego ejerce el resto de la tiranía a la que vive sometido, obsesionado por remarcar una identidad que quizá no exista - ni la suya ni la de nadie, puede que tan sólo sea una idea más - a base de retales sucios. Y es que quizá, leyendo a Carrère, uno no coincida con la opinión de que su vida retrata la evolución de Rusia. Más bien siento, aunque esto es sólo otra opinión, que sitúa a la Humanidad frente a sus propias miserias modernas, completamente ciega, y no al modo de la justicia, frente a los pocos ideales que quizá pudieran reconciliarnos con nosotros mismos.