lunes, 16 de junio de 2014

Los ojos cerrados de fuego...y una lágrima de hielo

La Sra. Lipstin nos persigue por toda la casa para comernos. El gatito corretea delante de mí, maullando y dando grititos, que expresan emoción, excitación y un miedo fingido. Damos vueltas en círculos a través de los claroscuros de las habitaciones, descalzos, haciendo crugir la tarima, mientras cae lenta la tarde de verano tras las ventanas. Nos acurrucamos en la litera, bajo las sábanas rosas de Hello Kitty, que huelen un poco a pis y a limpio al mismo tiempo. Muy apropiado para un gatito cariñoso. Me dice que la Sra. Lipstin acaba de comer tarta de chocolate y, después de un ratito mirándonos en silencio a los ojos mientras la luz de la lámpara ilumina nuestras caras a través de la tela, también me dice que me quiere. Sin venir a cuento y sin darle importancia. La Sra. Lipstin aparece y se come el pie derecho del gatito pero, por arte de magia, continúa allí. Y el gatito se levanta y sigue dando vueltas en círculo por la casa, feliz, y uno piensa que este es un gran momento, uno de esos instantes inolvidables que mañana mismo ya no recordaré.
Sin embargo sí recuerdo cuando, hace unos días, piqué toda la escarcha de mi vieja nevera y la puse en un barreño azul de plástico. Una montaña de nieve en pleno verano, que vertimos en la bañera. El gatito llenó la pila de agua e hizo desaparecer grandes trozos de hielo en el líquido, cada vez más frío, ensimismado, con los ojos brillantes, mientras Purita Pasión cocinaba una sopa de hielo en un cuenco de colores, sobre una toalla, en el suelo. Eso todavía no lo he olvidado, pero seguro que lo haré, y por eso lo escribo ahora, para tener el recuerdo de un recuerdo olvidado. Y escribo también porque la Feria del Libro pasó y no compré ningún libro. Acudí una mañana de diario, mucho antes de que abrieran, y me sentí un poco mal, como desamparado, no se explicarlo. También estuve el sábado a mediodía. A pleno sol y abarrotada de gente, justo cuando la aborrezco. Creo que acepté ir en ese momento porque no quería comprar literatura, no sabía a quién leer, en el fondo no quería leer más desvaríos de locos porque me da miedo que me apasionen. Aunque esto es tan sólo una creencia que alomejor acabo de inventar. Me gustó ver la feria a la mañana siguiente, recien amanecido, mientras el viento fresco limpiaba el aire y las hojas de los árboles brillaban bajo el incipiente y frío sol. Las casetas cerradas bajo el limpio cielo azul, conteniendo millones de pensamientos, emociones y promesas de ingentes horas de aventuras y pasiones para el espíritu humano, aunque no necesariamente buenas. Eso sí, liberadas de autores que aparentan ser escritores, con su rictus congelado, incrédulos de ser capaces de engañar a toda esa masa de carne humana que hace cola para intercambiar absurdas palabras y llevarse un ejemplar garabateado. Supe que mi autor favorito firmaba pero no fui ni hice el pequeño esfuerzo de acudir a la caseta de su editorial para comprar su último libro. Lo compraré y lo leeré seguro, pero ese día me faltó la pasión y el ansia de adquirirlo, lo cual me puso muy contento. Sin anelo, sin ansia, sin deseo, sin apego. Esa noche, en un perdido bar de un barrio perdido de Madrid, un viejo amigo me habló de su inquietud por la ausencia de pasión en la vida. A mí hasta la pasión por la ausencia de pasión me apasiona, la pasión por lo desapasionado, e incluso la apasionante lucha contra las pasiones. Por eso cuando me acosté y traté de dormirme, recostado de lado, una lágrima de puro sueño, que no de tristeza, resbaló lentamente de mi ojo izquierdo, se escurrió por el puente de la nariz, y fue a caer a mi ojo derecho. Imaginé que mi ojo lloroso, de cansancio que no de pena, era una mujer rubia de ojos azules, angelical y sonriente, amada por mí por su serenidad, su armonía y su limpia belleza, pacífica y sabia, presente, consciente, atenta, pura de espíritu y plena de felicidad suave y eterna. E inventé que mi ojo derecho, sobre el cual caía esa lágrima dulce de sueño, sin sal por sin pena, era una bella mujer morena de pelo denso y negro, misteriosa y apasionada, entregada a la aventura y a las bellas palabras, a las miradas cómplices y a las más alocadas ocurrencias, inteligente e imaginativa, viajera de cuerpo y mente, un volcán al borde de la erupción. Y supe que una era la paz interior que me llama cada mañana y cada noche, y que la otra era la literatura que latía dentro de las casetas de la feria, aunque me da miedo albergar la duda de cual es cual. O quizá no sea nada de eso y de nuevo me lo esté inventando todo. No sé. Lo que sí se es que me gusta dar vueltas en círculo por la casa detrás de mi gatito y colocarle el pelo detrás de la oreja a Purita Pasión para acariciarle la carita. Y ver cómo un trozo de hielo siempre se disuelve en el agua, por grande que sea.