A
Roberto García Plaza y Gonzalo Crooke
“ –
¿Por qué subir montañas?
–
Porque están ahí.”
George
Mallory, 1923.
Raúl abre la cremallera de la tienda principal y entra en ella.
Afuera la ventisca es salvaje. Su cara está cubierta de nieve a
pesar de llevar la capucha puesta y cerrada. Tan sólo ha tenido que
realizar un trayecto de unos diez metros de una tienda a otra. Mira a
su alrededor y siente la derrota en los corazones de sus compañeros.
Rafa está tumbado en el suelo, sobre su saco sin abrir, hecho un
ovillo y con la mirada perdida. Benito limpia sus botas con un
cepillo de dientes, el entrecejo contraído, con cara de estar a
punto de echarse a llorar. Juan se fuma un porro mientras mira fotos
de chicas desnudas en su portátil, sentado a la mesa. Sabe que no
pueden ponerse en marcha hasta las dos de la mañana y que nadie va a
dormir hasta entonces. Sabe que el tiempo seguirá siendo infernal.
Sabe que los italianos están dispuestos a ayudarles. Las cuerdas
fijas y las escaleras en el glaciar puede que aguanten, pero más
arriba… No sabe cómo encontrarán los campos intermedios, ni si
subir servirá de algo. Mira a sus amigos y sólo ve sus debilidades
y el poderoso miedo a la muerte instalado en ellos. Nadie ha
levantado la cabeza cuando él ha entrado.
Raúl camina despacio por la tienda hasta la alacena. Sabe
perfectamente dónde está el whisky. También coge cuatro vasos de
cristal pequeños. Con el hielo no hay problema allí. Lo coloca todo
sobre la mesa mientras dedica una mirada fugaz a la chica que Juan
mira en internet y se deja envolver por el olor dulzón de su porro.
Mete la mano en el bolsillo de su chaqueta y saca una baraja
española.
–
¿Un mus?
Rafa y Benito no se inmutan. Juan le dedica una mirada esquiva, gesto
serio, y regresa a la pantalla.
–
Digo que si echamos un mus.
–
¿Ahora? Se te va la olla –responde Juan a través del humo azulado
que desprende su cigarro.
–
¿Y por qué no? Aquí nadie va a pegar ojo en toda la noche. Lo
sabemos todos. Prefiero echar una partida a pasármela rumiando.
Anda, apaga eso y vamos a jugar. Yo voy con Rafa. ¿Qué dices
Rafa?¿Te apuntas?
Rafa estira las piernas y los brazos y levanta la cabeza para mirar a
Raúl. Le sostiene la mirada, inexpresivo. Por fin, muy despacio, se
incorpora y, sin mediar palabra, toma asiento junto a la mesa, frente
a Raúl.
–
Vamos Benito, deja eso y vente para acá. Vas con Juan.
–
Pero es que Roberto… –responde Benito en tono lloroso.
–
Benito, deja el puto cepillo de dientes ahora mismo si no quieres que
te lo meta por el culo, y vamos a echar una partida de mus.
–
Vale hombre, vale. No hace falta que te pongas así. Si yo ya lo
había pensado antes, sinceramente–responde Benito airado mientras
se levanta y se incorpora a la mesa.
Raúl toma la baraja en sus manos, mezcla las cartas y reparte.
–
Corrido y sin señas. A ver quién es mano. De momento jugamos a una
vaca, gana el que llegue a tres juegos, ¿vale?
Nadie dice nada. Benito coge sus cuatro cartas y las mira nervioso
mientras las cambia de sitio. Juan las levanta de la mesa, les echa
un vistazo y las vuelve a dejar. Rafa ni siquiera las mira. Raúl
deja las cartas sobrantes a un lado. Pone un pedazo de hielo en cada
vaso y los llena de whisky.
–
No me apetece beber –dice Benito.
–
Sí, sí te apetece –responde Raúl.
–
Bueno, sólo una ronda, la verdad es que antes estaba pensando que un
copazo no me vendría mal.
–
Pues eso. Bebe y juega. Hablas tú.
–
Paso a grande.
Rafa
hace un gesto lateral y largo con la cabeza.
–
Y yo –dice Juan.
–
Se fue –cierra Raúl.
–
Y a chica –dice Benito.
Otro
gesto de Rafa.
–
Hala.
–
Se fue.
–
Pares no.
Rafa
niega con la cabeza.
–
No.
–
No.
–
Juego sí.
Rafa
niega de nuevo.
–
No.
–
No.
–
Creo que tengo la una… –dice Benito.
–
¿Cómo que crees? Eso no se cree. ¿La tienes o no? –responde su
compañero, irritado y sudoroso, mientras le da una calada rápida y
profunda al porro, que le hace hablar algo ahogado y nasal.
–
Tengo la una, sinceramente.
–
Vale, pues ya está. Eres mano. Reparto yo de nuevo –dice Raúl.
Raúl recoge todas las cartas y las junta con las del resto de la
baraja. Mientras mezcla, Juan le dice:
–
¿Qué vas a hacer?
–
¿Cómo que qué voy a hacer? Será qué vamos a hacer, ¿no? Pues lo
único que se puede, Juan. Subir. Hablamos de Roberto. Nuestro
Roberto. El mismo que os ha enseñado todo lo que sabéis… Anda,
corta.
Raúl deposita el mazo sobre la mesa y Juan le da un toque con su
dedo índice mientras le dedica una mirada de desdén. Raúl recupera
las cartas y empieza a repartir.
–
Rafa. Estás muy callado. Así es muy difícil ganar al mus –dice
Raúl.
Rafa
se encoge de hombros sin levantar la vista, fija en las cartas que
van cayendo frente a él.
–
Te pongo pares y juego –dice Benito.
–
¿Cómo que me pones? En todo caso te los pondré yo a ti, que soy
postre. Pareces nuevo, joder. Tú dirás, tío –responde Juan.
–
Puede que esté mintiendo… –dice Benito.
–
¿Y a quién le importa? ¿Quieres hablar de una vez? ¿Hay mus o no
hay mus? – responde Juan.
–
Bueno pues nos ponemos. Paso, hasta mi compañero.
Rafa
hace otro gesto lateral con la cabeza.
–
Dos –dice Juan.
–
Y dos más –contesta Raúl.
–
Se ven –cierra Juan con sonrisa taimada, como si calculara
habérselo llevado todo.
–
Paso a chica.
Gesto
de Rafa.
–
Y yo.
–
Se fue.
–
Pares no –dice Benito.
–
¿Cómo que pares no?¿Te cortas tu propia mano sin pares? Menuda
pareja me he echado… –dice Juan mientras niega con la cabeza
agachada.
–
Sinceramente, creía que les ibas a echar todas a grande y a chica…
–responde Benito.
–
Anda, cállate. Cállate y juega –dice Juan.
Rafa
hace rato que ha hecho un gesto de afirmación visiblemente marcado
para todos.
–
Pares sí –dice Juan.
–
Sí –responde Raúl mientras le mira sereno a los ojos.
Juan
le sostiene la mirada mientras echa cálculos. Piensa en cuánto debe
arriesgar y qué gana él con ello.
–
Cuatro –dice.
–
Todas –responde Raúl al momento.
Juan
parpadea fuerte e inclina levemente la cabeza hacia atrás, le da
otra calada a su porro y mira a Benito un segundo. Este lo toma por
una invitación a opinar.
–
Llevará dos seises. O dos sietes. Va de farol. Le ves el órdago,
Juan. O quizá no. A lo mejor va cargado de cerdos, unas medias, o
un duplex. Sinceramente, tú decides por los dos, tío.
–
Puffff –responde Juan mientras agacha la mirada en un gesto de
desprecio, hartazgo o condescendencia.
–
Todas –repite Raúl con firmeza–. Ya sabes que yo siempre voy
preparado y apuesto fuerte, chaval.
–
No siempre tío, no siempre… Mira hoy… –responde Juan con una
sonrisa irónica.
–
El pasado ya no cuenta, Juan. Lo que importa es lo que hacemos aquí
y ahora, en cada momento. O lo que pensamos hacer en el futuro. Lo
que pasa es que a veces no hay cojones para afrontar la realidad.
Todas, he dicho. Todas.
–
Está bien, Raúl. Se ven. Medias de pitos de primera mano. ¿Qué me
dices ahora, eh? –dice Juan con el cigarro colgado de sus labios,
sin vocalizar, sonriente –enseña ya lo que tienes, anda.
Juan pone la mano sobre las cartas de Raúl y las baja hasta la mesa.
–
¡Ja! Dos cincos. ¡Lo sabía! ¡Sabía que ibas de farol!
Raúl le deja que se carcajee unos segundos. Juan inclina su silla
hacia atrás y se lleva las manos a la tripa mientras se ríe y apoya
una bota sobre el borde de la mesa.
–
Medias de reyes – habla por fin Rafa mientras deja sus cartas sobre
la mesa.
–
¿Qué…? –deja de reír Juan, se inclina para ver las cartas, las
separa incrédulo para verlas bien – Pero…
–
Lo sabía… –dice Benito– yo ya lo sabía.
–
Una simple seña, Juan –dice Raúl –. Ese mordisquito lateral que
te has perdido. Demasiados trócalos, demasiado fanfarrón…
–
Eso mismo estaba pensando yo antes de que tú lo dijeras –dice
Benito.
–
¡Cállate! –le responden sus tres amigos, al unísono.
Se quedan todos en silencio por un segundo, mirándose sin pestañear,
y después estallan en carcajadas. Raúl toma su vaso y lo levanta.
–
¡Por Roberto!
–
¡¡¡Por Roberto!!!
–
Anda, id preparando las cosas. Ya queda poco para empezar a subir.
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