lunes, 27 de febrero de 2017

Metanoia


La habitación está vacía; reina un profundo silencio. Los muebles cumplen su papel de sedimento efímero mientras la alfombra polvorienta y sucia hace tiempo que abandonó el sueño de volar. Dos grandes ventanales emergen de la tarima crujiente y alcanzan el techo tres metros más arriba. O quizá son tres mil... Cortinas ajadas enmarcan su cristal en cuadrícula, que permite pasar una luz que transmite cierta esperanza. El cielo es azul, límpido, y el tibio calor del sol derrite la nieve acumulada en las aceras. Jeff siente la tibieza de sus rayos sobre una piel surcada por las arrugas de experiencias únicas. Porque no es verdad que la habitación esté vacía. Reposa su cuerpo consumido, retorcido como las raíces de un viejo árbol, sobre una silla de ruedas de apagados brillos metálicos. Sus exiguas piernas languidecen tapadas por una manta vieja. Su cabeza ladeada a la izquierda; su cara contraída en un rictus grotesco y atemporal. Jeff mira a través de los ventanales y la nieve evoca en su mente, lo único que funciona ya en él, recuerdos de aquellos días turbulentos y salvajes. La templada caricia del sol abona sentimientos ya casi olvidados, abandonados en el baúl de la memoria de aquel otro hombre que un lejano día fue. Aquel joven fuerte y atormentado, atrapado en un cruce de caminos cuyos destinos él creyó poder unir en uno solo.
Jeff puede oír cómo la puerta de la habitación se abre a sus espaldas pero es incapaz de girar la cabeza. Siente una enorme desazón. ¿Será ella? Una enfermera arranca sonidos de madera quebrada del entarimado, sus zuecos blancos pisando con firmeza. Se aproxima a Jeff y comprueba que todo está en su sitio. Él se viene abajo; no, no es ella, tan sólo otra persona más con la que es incapaz de comunicarse.
Fluyen sus pensamientos hacia aquella otra falta de entendimiento. Aquel padre que le tenía por un loco, una especie de hippie de las cumbres, y que tiró de él hacia uno de aquellos otros senderos. La empresa de material de montaña que fundó con Richard, quién resultó ser una carga más pesada que un macuto repleto de piedras. 
Aquella otra bella senda, Helen. Su pelo negro y su sonrisa, sus cálidas manos. Todavía siente el amor de su mirada y sus besos recorren aún su piel seca y sin vida. El fruto de ese amor le proporcionó un deleite efímero. Su hija, lo mejor que Jeff ha ayudado a hacer en la vida. La dueña de su corazón, que sigue latiendo a marchas forzadas. 
Todo lo abarcó y todo lo perdió en una cascada helada, imposible de escalar. La empresa quebró, su esposa le abandonó y la imagen de su hija se congeló en la de un lindo ángel de dos años de edad que voló hacia una ciudad inalcanzable. Los senderos se transformaron en abismos imposibles de superar. Sus paredes resbaladizas, inasibles, sin grietas ni repisas. Resbaló en caída libre hacia una sima insondable.
¿Es ese su coche? Aparca. Parece su pelo. Sí cariño, ven...Por favor, abrázame...No, no es ella...
Jeff sufre pero ya no puede llorar ni suplicar ayuda. Mendiga un cariño profesional que no pide y las manos que le acarician distraídamente le parecen bloques de hielo que queman su piel hambrienta.
Aquella depresión, aquellos dos meses de agonía y soledad destruyeron sus cadenas. Liberaron a Jeff de su temor, de sus deudas con los genes y la sociedad domesticada. Una mañana de primavera, igual que esta, emergió de su apartamento con una palabra que significaba todo, que daba sentido al sufrimiento y a la pérdida:

Metanoia.

Anduvo de vuelta por las trochas y sendas transitadas en pos de los sueños de otros y tomó por fin otra dirección: la suya. Un camino que para todos era una extraña y retorcida forma de suicidio pero que para él significaba un renacimiento explosivo, una forma de escribir una partitura única que regalara significado y alegres melodías al blues del perdedor en el que se había convertido su vida.
Decidió hacer frente al Ogro, ese monstruo suizo que había acabado con la vida de sesenta personas. Una mole de nieve y hielo de paredes pulidas como sus íntimos abismos que levantaba cuatro mil metros sobre las aguas tempestuosas de su mar interior.

Eiger.

Suena el timbre de la puerta principal y escucha los pasos de la enfermera. La puerta se abre y dos voces femeninas conversan. Es ella. Ha venido por fin... La quiero tanto. Necesito sentir su reposo, necesito poder verla una vez más antes de... Pasan los minutos y nadie entra en su salón solitario, y los fantasmas que flotan en ese aire denso se hacen cada vez más pesados y caen a plomo sobre el corazón de Jeff.
Pero Jeff no cayó durante aquellos terribles nueve días de 1991, sino que voló pegado a las paredes del majestuoso Eiger como si fuera un albatros remontando el vuelo contra las escarpaduras de un acantilado. Fueron las jornadas más duras y a su vez más felices de su compleja existencia. Ninguna de las tormentas demenciales que le aplastaron contra aquella pared doblegó su mente ni partió su frágil cuerpo humano. No importó que tuvieran que rescatarle en helicóptero de aquella cima para la historia. Las aspas de la libélula elevaron a Jeff hacia los cielos mientras observaba la nieve flotando en mágico torbellino, como si la última punta rocosa, el último filo agudo, creara brillantes estrellas blancas que viajarían con el viento helado para decirle al mundo que Jeff Lowe era el primer hombre en ascender la cara norte del Eiger. 

La vía Metanoia.

Siente una profunda emoción, una mezcolanza de nostalgia y alegría a partes iguales que le hacen sentirse vivo, encerrado en ese cuerpo degenerado y arrugado. Sin embargo, poco a poco, acompañando al lento decrecer de la luz del sol, su esperanza se apaga. Atardece y las sombras de los objetos se alargan. Penetran amenazantes por esos ventanales que dan al mundo y tiran del alma de Jeff hacia la sima de la desesperación. Hacia la única salida que encuentra para esta vida de pobreza, para esta agonía que le ha transformado en una planta marchita. Otra voz de mujer llega a sus oídos a través de las delgadas paredes de este viejo sanatorio. Tan sólo el cambio de turno de las enfermeras, alcanza a pensar mientras su alma cae en un sopor mortífero. Otro día esperándola; una nueva agonía.
 La puerta de la sala se abre despacio y unos tacones prometen bellas posibilidades. Un perfume conocido, suave, adornado con notas infantiles, despierta en Jeff los recuerdos de una niña dulce y hermosa. Siente una mano sobre su hombro, una mano que sube hasta su cuello, unos dedos que acarician su mejilla. Ella se inclina y aproxima sus labios hasta rozar la oreja de Jeff. Susurra las palabras que tanto deseaba escuchar.

Papá, soy yo. Ya pasó todo, querido papi. Olvida todos esos pensamientos oscuros. Por fin he reunido el dinero para los medicamentos y el ordenador de voz. Te vas a poner mejor y vamos a poder hablar durante toda otra vida. ¡Te quiero papá y jamás te abandonaré!
Un escalofrío recorre la columna vertebral de Jeff, el último rayo de luz de este atardecer, que parece haber viajado hasta su cuerpo a través de las caricias, los susurros y las bellas palabras de su hija. Una luz hermosa que marca de nuevo una senda no transitada, un desandar el camino y tomar un rumbo lleno de esperanza.

Metanoia.
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Metanoia (del griego μετανοῖεν, metanoien,cambiar de opinión, arrepentirse, o de meta, más allá y nous, de la mente) es un enunciado retórico utilizado para retractarse de alguna afirmación realizada, y corregirla para comentarla de mejor manera. Su significado literal del griego denota una situación en que en un trayecto ha tenido que volverse del camino en que se andaba y tomar otra dirección.

El Eiger es una montaña de 3970 m de altura de los Alpes berneses de Suiza, que forma parte del conjunto Jungfrau-Aletsch-Bietschhorn declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001. Es el pico más oriental de la cadena que se extiende cruzando el Mönch (4099 m) y la Jungfrau (4158 m). La ladera septentrional de la montaña se alza alrededor de 3 km sobre Grindelwald y otros valles habitados del Oberland bernés, y la cara meridional queda frente a la región del Jungfrau-Aletsch, cubierta por algunos de los glaciares más grandes de los Alpes.
El Eiger se menciona ya en documentos del siglo XIII pero no existen referencias claras del origen de su nombre. Las tres montañas de la cresta se llaman -normalmente de izquierda a derecha- el Ogro (Eiger), el Monje (en alemán Mönch) y la Doncella (en alemánJungfrau, que se traduce como "Virgen" o "Doncella"). El nombre ha sido relacionado con el término latino acer, que significa "agudo" o "puntiagudo", pero más comúnmente con el alemán eigen, en el sentido de "característico". Dado que es una montaña mítica del alpinismo por la dificultad de su cara norte, en la que han muerto muchos montañeros, se justifica el nombre de "Ogro".

Jeff Lowe fue uno de los más punteros alpinistas de su generación. En 1974 realizó la primera ascensión de las Bridalveil Falls (III, WI5+) en libre, una escalada en hielo de cascada inimaginable para la época, que pronto se encargó de superar él mismo al repetirla en solitario. En 1978, realizó una escalada impresionante en la arista norte del Latok I con su primo George Lowe, Michael Kennedy y Jim Donini (se quedaron a 150 m de la cima). En 1979, realizó la primera ascensión en solitario de una ruta nueva en la cara sur del Ama Dablam. Durante los años ochenta también realizó primeras ascensiones al Skyang Kangri (Pakistán), Kwangde, Kangtega y Tawoche (Nepal), además de la primera repetición –en solitario y en invierno– del Pilar Sureste del Nuptse. La escalada mixta actual le debe también tributo, pues suya fue la concepción del grado 'M' con la primera de Octopussy M8 (Colorado) en 1994.

Aunque probablemente fue Metanoia (VII, 5.10, M6, A4), en la cara norte del Eiger, su mayor creación. La hizo en un arrebato que muchos de sus amigos consideraron suicida, después de dos meses sin escalar y cuando atravesaba una serie de problemas personales. Pasó nueve días de invierno en la terrorífica Nordwand y salió indemne. La ruta sirvió de eje a un documental sobre la vida de Jeff Lowe, gravemente afectado desde hace años por una enfermedad degenerativa que lo ha relegado a una silla de ruedas.

domingo, 26 de febrero de 2017

Personnalité

    Personnalité es el extraño nombre de nuestro gato. Ya se llamaba así cuando nos lo entregaron. Provenía de una familia silenciosa y malhumorada, incapaz de cuidarle, y eso se notaba en su comportamiento. El pobre animal era un torbellino de actividad frenética. También era alegre y cariñoso por naturaleza.
    Es un gato precioso, de color blanco. Tan sólo una mancha negra que cubre su cabeza y parte de su oreja izquierda crea una nota discordante sobre su brillante y suave pelo. Sus bigotes son largos y su boca reposa sobre una sonrisa perenne. Es un ejemplar grande y fuerte, aunque nada agresivo. La mayor parte de su tiempo lo emplea en dormitar o en observar sereno la televisión y el deambular de coches y personas por nuestra atestada rue parisina, a través de los amplios ventanales del salón. Eso es ahora, porque cuando era pequeño ya digo, no paraba. Pero es que conseguir que un alma atormentada se aquiete y se armonice lleva su tiempo. Darle de comer por la mañana y por la noche le sentó muy bien. Crearle una rutina, ofrecerle asideros temporales. Agradeció, con el tiempo, la paciencia que tuvimos con su comportamiento arisco y veleidoso. Nuestros brazos y nuestra cara se cubrieron de sus arañazos al principio. Pero nuestro tesón dio sus frutos. Cada día le peinábamos con un cepillo de púas y le quitábamos el pelo que se le caía mientras él ronroneaba de gusto. A veces trepaba por mi cuerpo hasta aposentarse en el cogote. Se arrellanaba en mi nuca y allí se quedaba, tan diminuto como era. Otras veces se enganchaba a nuestra ropa con sus afiladas uñas, tembloroso e inseguro, hasta que le cogías y le acunabas mientras escuchaba los latidos de tu corazón.
   Destrozó el sofá y las sillas del salón. Rasgó el edredón de nuestra cama. Mordisqueaba las gomas del pelo de la niña y se comía las hojas de la planta de plástico.
    Muchas veces desaparece en busca de una soledad ansiada. Creo que es el reposo de su alma cansada. Le pierdes de vista y ni siquiera le buscas. Sabes que necesita estar solo. Aparece al tiempo caminando sereno y elegante sobre las anchas tablas del parqué y te busca. Da un salto sobre la cama en la que lees, junto a la lámpara de color melocotón. Se te acerca por un costado y trepa sobre ti, hasta posar sus patas sobre el latido de tu corazón. Al cabo de un rato duele un poco pero se aguanta. No te mira, hasta que le acaricias la cabeza y el lomo, y envuelves todo el recorrido de su cola en la palma de tu mano. Entonces posa sus pupilas verticales, las que flotan en un mar amarillo manzana, en tus ojos. Dura tan sólo unos segundos; lo suficiente para saber que te aprecia mucho. Después aparta sus pezuñas de tu pecho, aunque allí se quedan sus huellas.
    Tigre es nuestro otro gato. Personnalité cuida de Tigre como si fuera su hijo. Le enseña cómo debe ser un gato con su mera presencia. Deja que coma hasta saciarse y se reserva un poco de pienso para él. Acepta gustoso sus juegos alegres y juveniles, aún siendo él, a día de hoy, de carácter sereno. Lo hace porque le quiere y se le ve feliz, en el fondo, hecho una bola con el pequeño, mordisqueándose y jugueteando. Persiguiéndose a la velocidad del rayo por toda la casa o aceptando el reto de una emboscada. A veces se sientan juntos sobre un almohadón, junto a la ventana. Sus siluetas se recortan contra la claridad del día, como si fueran elegantes estatuillas egipcias, mientras observan el mundo en silenciosa compañía. Cuando les veo así, estoy seguro de que Personnalité se encuentra mucho mejor. La serenidad, la paciencia y el cariño que ha recibido en esta casa le han hecho mucho bien. Por las mañanas, cuando nos aseamos frente al espejo, aparece con paso tranquilo en el cuarto de baño. Trepa al retrete y, desde allí, se encarama a la encimera de mármol blanco. Se pasea por ella, sus patas esquivando con elegancia la jabonera y el cepillo de dientes. Luego se mete en la pila y se acurruca. A mí me da por pensar que esa porcelana pulida es la mitad de un huevo enorme del que él ha nacido. O una especie de nido en el que se siente en paz.
    Todos los días camina entre mis piernas, dejando que su lomo roce contra la pernera del pantalón. Después se planta delante de mí y se deja caer fulminado, de lado, mientras levanta sus pezuñas o se estira como un chicle, sujeta sus garras a la pata de una silla e inclina su cabecita hacia atrás. Quiere que me agache y le acaricie, y eso es lo que hago. Paso mi mano por su lomo, a favor del pelo. Rasco su cabeza y se la agarro. Dejo las yemas de mis dedos sobre el tacto gomoso de sus huellas y se las acaricio en un suave masaje. Entonces le veo. Realmente le veo allí, junto a mí. Quiero confesarte, aún a riesgo de que pienses que estoy loco, una percepción; no, un misterioso convencimiento. La mancha negra que cubría su cabeza ha comenzado a disminuir. Sí amigo. Al principio pensé que me estaba volviendo loco y rebusqué entre algunas fotos antiguas. No podía creer lo que veía. Luego lo justifiqué diciéndome que el gato crecía y la mancha no. Pero no puedo evitar reconocer esta realidad tan inquietante. La mancha negra se ha transformado en un solitario lunar que desaparece poco a poco con nuestras caricias. Su cabeza luce blanca y despejada y yo puedo ver cómo Personnalité es cada día más feliz.

sábado, 25 de febrero de 2017

Partidazo

Colaboración de Darío López Arroyo, 5 años. Su primer cuento.

Yo juego al fútbol en el equipo de mi colegio.
Real Madrid- Celta.
¡Goooooooool del Real Madrid! De Darío, rodillazo.
El Real Madrid casi, fuera.
Saca el portero.
¡Goooooooool de Álvaro! 1-1.
La tiene Darío, para Alejandro.
No llega.
Saque de puerta.
¡Gooooooooool!
Se acaba el partido. Real Madrid 2- Celta 1.

Fin

viernes, 24 de febrero de 2017

Mac y su contratiempo, nuevo libro de Enrique Vila-Matas

    Hace tan solo unos pocos días que he decidido escribir mi autobiografía, género que detesto profundamente y por tanto, del que he leído infinidad de libros. El enemigo, cuanto más cerca, mejor. Me he propuesto llevar a cabo todos los esfuerzos necesarios - eso sí, sin esforzarme ya lo más mínimo - para que no se convierta en un diario. Aunque también he reflexionado sobre la posibilidad de aspirar a escribir una novela completamente acabada, a modo de siguiente caja china, reescribiendo el último libro de Vila-Matas, por supuesto sin que él se entere. Copiaré su Mac y su contratiempo y lo reescribiré a mi gusto, del cual carezco por completo. Será una novela escondida entre líneas en mi autobiografía, aunque sopeso la posibilidad de que ambos géneros se solapen por completo. Si por un casual el autor se entera - posibilidad que barajo debido a mi deseo de ocultar mi texto en un grupo de novelas por capítulos en Google+ -, me importará un bledo. De hecho, ansío que me denuncie por plagio, que me lleve ante un juez a causa del acto impío y rastrero de copiar a un repetidor, a un modificador. Escribo ya de hecho lo que escribiría si escribiera, una autobiografía que se reconoce totalmente inventada -o no- que trata, ya digo, de no convertirse en un diario y de confundirse con la copia de una novela. Y esto en gran parte es debido a que padezco una terrible secuela causada por mis intensos años de vida profesional: la completa y absoluta carencia de memoria, un problema que apareció ya en mi más tierna infancia. La gran ventaja de no tener memoria - una forma como otra cualquiera de desaparecer, incluso de haberlo hecho ya - es que puedes construir una autobiografía inventada y, con un poco de ayuda, ser capaz de encontrar algunos rasgos que le den credibilidad. Escuchar los cuentos que otros narran sobre tu persona para ser capaz de escribir justo lo contrario. Realizar una fidedigna copia del negativo de lo escuchado sobre ti, como justa venganza ante el agravio de la omnipresente idea de originalidad e innovación, Santo Grial de la modernidad, vacío, manido y muy poco original.
    Me llamo Bull y, hasta hace bien poco y durante veinte años, he sido un Hombre-orquesta. He vagado por todos los pueblos de la península, conduciendo mi furgoneta blanca, con el confesado deseo de que se me confundiera con un albañil. He acarreado conmigo todos mis instrumentos y con el tiempo me he dado cuenta de que la firme determinación de tocarlos todos a la perfección los ha convertido en algo muy pesado. Mi deseo de hacer sentir algo especial a cada una de las personas que escuchaban mi música ha terminado por convertirse en una pesada losa que me aplastó el dedo gordo del pie izquierdo, a causa de lo cual perdí la uña. Me ha acompañado en mi ansioso periplo un hombrecillo gris, del cual ahora no soy capaz de recordar su nombre. Se sentó a mi lado cuando fui a escuchar la música horrenda que se toca en el Auditorio Nacional y ya nunca más se separó de mí. En aquel momento el hombrecillo andaba decidiendo entre la posibilidad de hacerse cura o suicidarse, debido a que le habían rechazado en cinco ocasiones en la banda municipal de su pueblo. Le adopté y él olvidó la música al momento. Al principio le mandé a que aprendiera de otros Hombres-orquesta pero él hizo todo lo posible para no entender nada, aunque bien se cuidó de que yo no lo supiera. Después regresó a mi lado y ya nunca más se separó de mí. Se adjudicó el papel de ayudante - siempre se calificaba a sí mismo como un buenazo - pero jamás, en veinte años, le vi ayudar absolutamente a nadie, y menos aún a sí mismo. El caso es que con el paso del tiempo terminé viéndole como lo que era, una sanguijuela que bebía mi sangre, escondida tras mi mugriento calcetín derecho. Toqué el tambor, los platillos, el acordeón y la viola; la armónica y la zambomba. Incluso el violín, subido a un monociclo. Luché contra los que robaban del saquito de monedas y me di a conocer a voz en grito con un altavoz. Cociné mientras escribía las partituras y planché mientras elaboraba mis discursos. El hombrecillo siempre estuvo a mi lado, sentado en el asiento del copiloto, esperándome junto al calor del fuego arropado en su saco de dormir, sentado a la mesa como único comensal de mi nuevo guiso. Repitiéndome que él era un buenazo.
    Han pasado ya dos meses desde que decidí desaparecer. Ocurrió un sábado cualquiera, durante mi clase de natación. Sostenido por el agua clorada, sobrevolando el fondo de la piscina gracias al batir de mis alas. Llevaba puesto un gorro con la cara del Joker, ese payaso triste que se rajó las comisuras de la boca para sonreír mientras asesinaba a base de chistes malos. Las gafas empañadas me permitieron verlo todo con meridiana claridad. Me duché, con mis calcetines mugrientos puestos, y me dirigí - no recuerdo muy bien si iba vestido o desnudo - a la Librería Méndez, junto a la Puerta del Sol. La verdad es que nunca he comprendido para qué narices necesita el sol una maldita puerta. El caso es que allí me dejé aconsejar por Enrique, que por una razón que se me escapa me pidió por favor que me descubriera: los gorros de baño con la cara del Joker estaban terminantemente prohibidos en su librería. Le llevé una lista de los libros que Enrique Vila-Matas recomendaba leer para el mes de febrero y él me los buscó solícito, aunque no hizo el más mínimo esfuerzo por vendérmelos. A través de mis gafas empañadas pude ver la figura de un hombre mayor que se nos acercaba, quizá fuera el padre de Enrique. Puso en mis manos El invisible, escrito por Ge Fei y recomendado por Vila-Matas en su contraportada. El hombre borroso me espetó a bocajarro que acababa de leer el nuevo libro de Vila-Matas justo antes de que se publicara, hecho que ocurriría a la semana siguiente. Me habló con entusiasmo del regreso del autor divertido, inteligente y explorador de los abismos que todos adorábamos como lectores empedernidos.
   Me encerré en mi casa con El invisible y justo ahí es cuando decidí dejar de tocar el violín, mi instrumento más vulgar. Y me marché a Pekín a acompañar a ese "ciudadano común, un fabricante de sistemas de sonorización que lleva una existencia feliz pero torpe, y que va entrando en el ambiguo y transgresor mundo de un cliente muy enigmático que poco a poco parece indicarle que se abra a la diversidad y al misterio, pues aún está a tiempo de descubrir que en realidad la vida es extraordinariamente bella". Debo tener más cuidado en impedir que esta autobiografía se convierta en un diario, y también de que la novela perfecta copiada que anida en su interior no salga a la luz camuflada de cita, disfrazada tras la máscara de unas comillas.
   Pasó la semana y por fin me decidí a ducharme y a cambiarme de calcetines. Salí a comer algo y me bebí un cartón de vino peleón, tal y como el médico me había recomendado que no hiciera. Así fue cómo me armé de valor para comprar Mac y su contratiempo sin que Vila-Matas se enterara. lo camuflé entre una Historia de Roma y otra de Egipto, y pedí que me lo envolvieran todo para regalo utilizando para ello mis calcetines de Hombre-orquesta. Ya no los iba a necesitar puesto que, tras leer la contraportada, decidí despedirme a mí mismo de inmediato y dejar que el buenazo se encargara de todo. A partir de ese momento me dedicaría en cuerpo y alma a escribir mi autobiografía, guiado por el enconado empeño de ser leído y asesinar con mis chistes malos al mayor número de lectores, tal y como ha hecho siempre el Joker. Lo de rajarme las comisuras lo he sustituido por dos gruesas líneas de pintalabios rojo, que dan bastante bien el pego.
    Y aquí estoy, mirándome las marcas que han dejado en mi cuerpo las correas de mi enorme tambor, mientras me apetece además convertirme en crítico literario y ser capaz así de sumergirme en otro género que he frecuentado mucho en los últimos tiempos, precisamente porque también me resulta odioso y que, por qué no, encaja a la perfección en la autobiografía de un Hombre-orquesta. He leído el diario de un constructor arruinado que oculta a un abogado fracasado, lector empedernido, algo dado a la bebida y aprendiz de escritor por medio de un dietario que tiene la querencia de convertirse en una novela. Mac se declara con la intención de escribir una novela póstuma incompleta algún día. Mientras tanto, practica el arte de dejar de escribir escribiendo el discurrir de su día a día. Se declara abiertamente un repetidor, un modificador, y en ese acto reconoce lo escrito por otros y navega en busca de nuevos horizontes.- ¿Qué tal lo estaré haciendo? La verdad es que esto, como autobiografía, es una auténtica basura, y no digamos como crítica literaria -. Por tanto, no entiende el miedo a repetirse. En efecto, he vuelto a reírme solo con este libro en mis manos, y eso provocó que me expulsaran de un vagón de metro. No mis carcajadas, sino el ofensivo acto de leer un libro. Mac se disgusta además por la tensión que se genera en su texto entre el diario y la novela. La calle conspira para que así sea. Y es que Mac observa con cierto resquemor la vida literaria de Ander Sánchez, su famoso vecino escritor, hasta que decide reescribir su novela de juventud, Walter y su contratiempo, una vez que le escucha decir que la escribió borracho y que se alegra de que ya nadie la lea. Esto me ha animado a sacar del cajón una novela histórica que escribí hace veinte años y vomitar sobre ella. Después, la he leído y he vuelto a vomitar, pero a continuación me lo he pensado mejor y he lavado con agua cada folio y los he tendido con pinzas al tibio sol del patio interior de mi bloque. Una vez secas, y completamente vacías de contenido, convertidas en folios blancos arrugados como papiro egipcio - esto me pasa por leer la historia del antiguo Egipto -, he decidido incluirla en una historia de un médico recién licenciado que viaja a Marruecos a reunirse con su padre expatriado y repetirse todos los días la misma frase - hola qué hay - mientras escribe en soledad una horrenda novela histórica y viaja por el país en busca de aventuras y cuentos que le construyan como escritor.
   Esto no me hace olvidar que Mac, al principio del libro, se deja guiar por el horóscopo escrito por Peggy en el diario, una amante despechada de juventud de nuestro diarista. Mac se entrega al comentario de los capítulos de Walter y su contratiempo, cuentos que evocan a su vez a autores de cuentos, y que él planea modificar. De momento los sobrevuela y comenta, como buen lector que es, mientras persigue por el barrio a Ander en pos de la sospecha de una infidelidad con su mujer, basada en el hecho de que fueron novios antes de que se conocieran. El hombrecillo buenazo se encuentra ahora mismo bajo la ventana de mi casa tocando la tuba, y es en este preciso momento cuando decido desaparecer del todo y eliminar el doble check azul de mi cuenta de WhatsApp. Llevar a cabo una fuga radical, despidiéndome a la francesa, sin adiós, como la gente realmente bien educada. Y trato de dejarme llevar por la corriente del discreto saber, ya que prosperar demasiado puede resultar una forma de suicidio. Y me viene a la memoria también el personaje de Julio, el falso sobrino odiador de Ander Sánchez, el mejor escritor del mundo, que ansía desaparecer sin haber escrito una sola línea. Y me embarco, al igual que Mac, en ensoñaciones acerca de desaparecer habiendo dejado planificada la realización de un diario inconcluso, o de una autobiografía que contiene una novela perfectamente terminada y con una voz diferenciada. Y es que, al igual que Mac, comprendo a Claramunt, la voz del muerto, comprendo que abandonara el arte de la ventriloquía. Su mejor obra era su horario, y hacía tiempo que se dio cuenta de que fuera de la ventriloquía había vida. Sí, la vida de los cuentos, como ese que me cuento yo a mí mismo cuando también decido abandonar la extenuante vida de Hombre-orquesta y convertirme en un Joker sin calcetines, envarado en esa costa rocosa que es la tensión entre realidad y ficción. ¿O es quizá entre lo sencillo y lo complejo en literatura? No lo sé. Yo sólo sé qué es lo que hay que escribir para ganar un premio literario. La mujer de Mac es amante del sastre y yo huyo de mi vieja despechada, el desastre. No busco la Arabia Feliz ni el origen de los cuentos. Ese maravilloso viaje ya lo he transitado, de la mano de Vila-Matas y su ventrílocuo asesino de una sola voz, liquidador de barbero por mano de afilada sombrilla de Java. En Una casa para siempre y en Mac y su contratiempo, la reescritura de un modificador. "Me voy a Marruecos para nunca volver", como en el cuento musical de M-Clan. Allí pienso utilizar mi novela histórica en blanco para escribir, a su alrededor, la autobiografía de un hombre-sin memoria.

domingo, 19 de febrero de 2017

Margaret y su robot

   Margaret adora las conversaciones correctas, en las cuales todo va bien. Unos saludos afectuosos, un sincero interés por el otro, todo bañado en un tono de buen humor. Suficientemente formal para no caer en demasiadas intimidades y suficientemente honesto y natural para caer bien. Todo el mundo es así en el norte de Inglaterra y resulta que ese comportamiento encaja a la perfección en el ambiente burgués de Londres en el que se mueve. También ellos van a misa los domingos y se preocupan por el medio ambiente. Tampoco a ellos les interesa la política, la economía ni el cambio social; ese comportamiento resultaría vulgar, de gente mundana, poco elevada... ¡lo material! Se sienten plenamente satisfechos donando algunas libras cada año a alguna organización que lucha contra la pobreza en África, allí lejos.
Sus hijos son buenos estudiantes y sonríen muy a menudo. Son ordenados, educados y limpios. Nunca están ni demasiado alegres ni demasiado tristes.
Margaret se casó con un diseñador gráfico llamado Robert. De él le atrajo su energía inagotable, su vitalidad, su enardecido deseo de mejorar el mundo y su confianza en que se podía hacer cualquier cosa con un esfuerzo de cada persona. Se casó con él y tuvieron tres hijos. A Robert le iba bien en su trabajo y ella pudo quedarse en casa a cuidar de sus retoños. Pero Robert, encendido por su juventud y sus ilusiones, se embarcó en multitud de proyectos, deseoso además de proporcionar a su querida familia una vida cómoda y alejada de los peligros que acechan a la mayoría de las personas. Era un hombre inteligente, cultivado y crítico. También era una persona creativa, rebosante de ideas y emociones y todo ello, como no, le pasó factura. La verdad es que con el paso del tiempo aquella personalidad se convirtió en un severo incordio para Margaret y decidió separarse. Demasiada humanidad, demasiada vida real para ella.
Por supuesto que Robert ha debido hacerse cargo del bienestar material de su familia, como había venido haciendo siempre, y Margaret ha sabido agradecérselo como corresponde: con un educadísimo y sincero Thank you very much.
Ahora Margaret vive mucho más tranquila, que para ella es lo más importante. Robert continúa aportando lo que tiene que aportar pero ya no la molesta con tantas ideas y sentimientos, con tanto cambio. Para que todo termine de ir como un reloj, ha acudido a una Roboshop y se ha dejado aconsejar por un dependiente dinámico y jovial, sí, pero de esos que tiene la deferencia de no salir nunca de detrás del mostrador. Cuánto se lo agradece. Gracias a él ha hecho una magnífica adquisición. La va a pagar con la asignación de Robert, por supuesto, al fin y al cabo el bienestar de los niños pasa indefectiblemente por el suyo propio. Y el bienestar de sus hijos y por tanto, su tranquilidad, son lo primero, lo único que importa. Se lo han traído a casa, lo han programado con todas las especificaciones que Margaret les ha dado y se lo han dejado encendido y funcionando. Es un maravilloso ejemplar de Eros VI9, el marido perfecto que triunfa en tantos hogares occidentales. Ella le ha elegido guapo aunque no demasiado, y vestido con corrección. Además le han introducido una orden para que nunca desee cambiar ni el más mínimo detalle de su aspecto. Por supuesto, la ropa que lleva se autolimpia y no come jamás. Tan solo hay que enchufarle de vez en cuando a la corriente eléctrica, gracias a su bajo consumo. Ella ha dado instrucciones expresas para que no sea inteligente. No desea que tenga ninguna idea propia. Ninguna en absoluto. Además, su programa emocional ha sido anulado y sustituido por chips de buena educación y empatía, con pequeños trucos para que suenen absolutamente sinceras y humanas. Para que Margaret no note la diferencia. Como no siente ni piensa, posee la enorme ventaja de que nunca da ningún problema y jamás hay que prestarle atención ni escucharle de verdad. Gracias a ello, además, nunca, nunca, nunca, cambia, ni desea cambiar ni mejorar nada. Carece por completo de espíritu crítico: cualquier información que recibe le parece verdadera por naturaleza, creíble y correcta. Tiene bloqueada la capacidad de poner en duda cualquier idea o comportamiento y perturbar de ese modo infame la serenidad de su dueña. Todo lo que Margaret dice, que es más bien poco y falto de contenido, le parece bien. Cuando Eros VI9 detecta a un hijo de Margaret, entra en modo Father. Es cariñoso y les educa. Aprende lo que les gusta, lo que les emociona, y así puede generar sucedáneos de sentimientos para que les parezca que intiman y hacerles creer que les quiere. Está programado para hacer lo mismo con Margaret. Ella solicitó además un programa especial de control de la paciencia. Nunca la pierde, como sí les pasa a los imperfectos humanos, un defecto que a Margaret le desagrada sobremanera de su raza. Siempre ha pensado que no es de recibo ir por ahí perdiendo la paciencia tan solo porque a la gente le rebosen los problemas y las tensiones.
VI9 jamás deja de prestar atención a las necesidades y deseos de Margaret a causa del teléfono móvil, el ordenador, un libro, la música o el fútbol en la tele. Lleva todo incorporado en su interior y, al contrario que un hombre real, es capaz de hacer varias cosas a la vez. Nunca suda, ni eructa ni se tira pedos. Simplemente no puede. Es extremadamente educado: good morning, good evening, good night and sweet dreams. Hello, goodbye, thanks, please. Sorry, excuse me y todo lo que se pueda imaginar. Jamás sacrificará los buenos modales por resultar natural u ocurrente. Margaret ha llegado a detestar la improvisación y el ingenio. Siempre terminan prendiendo fuego a algo. Las buenas formas son sin embargo predecibles y seguras, lo cual es fuente de tranquilidad y sosiego.
Su pelo sintético jamás se caerá y sus abdominales de goma rocosa siempre estarán ahí. Conoce todas las obras de arte creadas por los humanos y puede imitar sensibilidad hacia ellas de forma que generen ternura y admiración en Margaret. Se muestra como un entregado amante de los animales y las plantas, gracias a la información que le proporcionan los canales de televisión de jardinería y mascotas. Él se ocupa de regar las plantas y de hablarlas con dulzura, siempre en presencia de Margaret, con el fin de generar en ella bellos sentimientos. Saca a pasear al perro tres veces al día, le alimenta y le lleva al veterinario, sufragado generosamente por Robert, y jamás se enfada o se queja si el pobre animalito se caga en medio del salón o le muerde un brazo. Él no siente dolor y los malos olores no le generan ninguna aversión.
Eros lleva incorporado además un programa de sexualidad y romanticismo, con el cual es capaz de interpretar, por medio de un sofisticado análisis de su tono de voz, sus gestos faciales y su lenguaje corporal, lo que Margaret desea en cada momento.  Que sea cariñoso con ella o que la deje en paz. Que se comporte como un amante salvaje o como un romántico melancólico. Sabe cuándo debe empezar él y cuando debe dejar que lo haga ella. Es capaz de imitar a la perfección miles de escenas de películas románticas, incluidas las comedias, y está preparado para reconducir los diálogos frente a la extraña eventualidad de que a Margaret le de por improvisar.
Eros VI9 nunca está cansado, nunca agotado; jamás distraído pensando en sus cosas, ya que no las tiene. Se conserva eternamente joven y jovial. Nada le molesta, no hay nada que le preocupe o le enfade. No tiene amigos que estorben, ya que está programado para no saber qué es la amistad, aunque eso sí, todo el mundo le quiere. Posee un programa de comportamiento social basado única y exclusivamente en el buenísmo, elaborado gracias a las aportaciones de los únicos hombres que continúan casados, la mayoría de ellos afeminados y dóciles como perrito fiel. Por medio de él es capaz de no entrar en conflicto jamás con nadie, una actitud, por otro lado, tan asquerosamente humana. Él siempre le da la razón a todo el mundo aunque para ello deba mentir constantemente. Eros VI9 es muy hacendoso y un perfecto caballero. Soluciona todas las tareas de la casa mientras Margaret y los niños están fuera. Está programado para no imaginar nada en absoluto, lo cual compensa con una terabítica memoria repleta de cuentos, canciones y chistes, todos provenientes de la imaginación de los humanos, pero libres de los inconvenientes de comportamiento de su proceso creativo. Ya se sabe que las personas con imaginación, los artistas, son gente complicada y nada recomendable como compañía.
Aunque no necesita hacer deporte, acompaña a Margaret al gimnasio. También se sienta a meditar con ella, y hace como que aprende de sus consejos espirituales. Eros VI9 no tiene espíritu ni sabe lo que es, quizá en esto se parezca a muchos humanos. Tampoco puede meditar, ya que entre otras cosas carece de mente y del concepto de yo, pero se sienta en posición de loto sobre su cojín y copia todos los gestos de Margaret. Lo debe hacer muy bien porque a ella se la ve muy ilusionada. Gracias a su programa de buenismo, se deshace en elogios para con la familia de Margaret. Siempre está allí para lo que puedan necesitar: antidepresivos, alcohol, un chófer... Lo que sea. Eros VI9 presenta la enorme ventaja de carecer de su propia familia. Margaret se ha librado del engorroso trance permanente de que la gente haya nacido de otro ser humano y continúen vivos y molestando. Eso sí, con la finalidad de compartir confidencias y bellos sentimientos ficticios, Eros VI9 disfruta de una detallada memoria sobre una infancia feliz rodeado de maravillosos padres, hermanos, tíos y primos, crecidos en armonía en un entorno idílico. Sus anécdotas graciosas y emocionantes recuerdos no tienen parangón en el mundo humano. Todos fallecieron juntos cuando viajaban en un autobús mientras él estaba en un campamento, detalle no menor del programa que le permite ser consolado cuando detecta que Margaret necesita sentirse humana un ratito con alguien, además de eliminar el mencionado problema de una insufrible familia real.
En definitiva, Margaret ha encontrado en Eros VI9 al hombre de su vida. Todo va como un reloj, jamás le da ningún problema, el guión se cumple a la perfección. Las noches de domingo tarda cinco minutos más en dormirse recordando el olor de Robert, pero se le pasa pronto. Comprará su colonia y le ordenará a Eros VI9 que se la ponga. Está pensando seriamente en solicitar un programa que copie su tono de voz. Por primera vez en su vida vive tranquila y feliz. Todo va bien.

Arcadia feliz

Arcadia (del griegoἈρκαδία) era una región de la antigua Grecia. Con el tiempo, se ha convertido en el nombre de un país imaginario, creado y descrito por diversos poetas y artistas, sobre todo del Renacimiento y el Romanticismo. En este lugar imaginado reina la felicidad, la sencillez y la paz en un ambiente idílico habitado por una población de pastores que vive en comunión con la naturaleza, como en la leyenda del buen salvaje. En este sentido posee casi las mismas connotaciones que el concepto de Utopía o el de la Edad de oro.
El tema es parte de mitos de la Grecia antigua y era mencionado en los cuentos populares y en los discursos de algunos sabios como ejemplo de vida.
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Paul ha nacido en una gran ciudad del sur de Inglaterra. Ha tenido que luchar desde que era un niño por hacerse un lugar en una sociedad competitiva que deja atrás a los débiles. Ha dedicado su vida a esforzarse para que su familia viviera en paz. A causa de ello ha caído en un proceso de estrés crónico del que brega por salir. Como siempre, continúa luchando, aunque ha decidido abandonar el papel que ha adquirido con los años en su entorno. Es una decisión firme.
-¿Por qué te importa tanto el dinero?– pregunta una radiante mañana de sábado su esposa Mary, nacida en Happyfluteshire, un idílico condado del norte, en el cual vivió ignorante de los problemas y preocupaciones de sus padres.
Paul no responde nada en esta ocasión. Se queda callado, ha abandonado su papel habitual, aunque siente que ni siquiera las personas por las que ha llevado a cabo tantos esfuerzos son capaces no de agradecerlo, sino de valorarlo en su justa medida. Durante las siguientes semanas, sin que nadie lo sepa y tras abandonar su estresante trabajo, se dedica a poner en venta sus bienes: sus empresas, sus inmuebles, sus acciones, todo. Después toma todo el dinero obtenido y lo dona a una organización benéfica que lucha contra la pobreza. Él se siente liberado de un gran peso y se dedica a meditar, sonreír y ser amable con todo el mundo. Es paciente, cariñoso, sabe escuchar y es tremendamente servicial. Nada le preocupa y puede concentrarse en dar todo lo inmaterial por los demás, tal y como hace un monje tibetano.
Otra luminosa mañana de domingo Paul se sienta frente a su esposa Mary, mientras los niños juegan en otra habitación, y le explica todo lo que ha estado haciendo con dulzura y cariño, su cara adornada por una enorme y sincera sonrisa. Ella al principio no entiende, le mira con los ojos abiertos como platos. Tras unos largos segundos de desubicación, a Mary le surge un único pensamiento, una única preocupación:
–¿Y de qué vamos a vivir ahora?
Paul la observa extrañado, como se mira a alguien poseído por preocupaciones nimias, y responde:
– No lo sé Mary, pero no lo entiendo. ¿Por qué te preocupa tanto el dinero?

Habitantes de Luoping

    Shang Yang asumió el mando del ejército del Qin en el 341 antes de Cristo, tras convencer al duque Xiao de los beneficios de un ataque al reino de Wei. Su primer acto de guerra consistió en el sitio de Luoping, ciudad afamada por sus poderosas fortificaciones. Shang Yang armó un poderoso ejército y se presentó ante las puertas de la ciudad. Pero el ejército de Luoping no se formó. Quizá el pánico bloqueaba sus decisiones. Al séptimo día de asedio unos hombres salieron de la ciudad. Lejos de portar armas, ante Shang Yang se desplegó toda la población de Luoping, pertrechada con herramientas. Dispuestos a desmantelar su ciudad paso a paso, con serena meticulosidad. No destruyeron Luoping, sino que la desmontaron tabla a tabla, piedra a piedra. Una vez finalizada la tarea, todo el pueblo se giró al unísono hacia el ejército de Shang Yang y les hizo frente. Sus generales le informaron de que la tropa sentía miedo frente a una población que despreciaba la muerte, así que se tomó la decisión de levantar el sitio sobre una ciudad que ya no existía. Fue la primera derrota de Shang Yang.
    Encuentro el regalo de este bello relato en El uso de las ruinas, de Jean-Yves Jouannais. Una historia que evoca la capacidad de los muros de atraer enemigos, de convertirse en pivotes a los que se aferra la violencia. Se transforman, a causa de su mera existencia, en puntos de referencia, en símbolos de resistencia para los que los construyen, y de victoria para los que los derriban. Y sin embargo esta historia nos susurra el verdadero significado de su construcción: el miedo. Es el pánico el que los construye, el que se imbrica en el tegumento de sus piedras. Es el miedo, y no la fortaleza, el que levanta alambradas y barreras. Resulta sintomático del desmoronamiento de algunos valores de nuestra sociedad el hecho de que dirigentes que se encumbran a base de mostrar una fortaleza y decisión impostada frente a los múltiples conflictos que nos asedian se lancen con encono a la construcción de muros de miles de kilómetros. Es una sociedad dominada por el miedo la que los construye, una sociedad que destapa su debilidad en cada piedra que amontona, en cada alambrada tras la que se parapeta, en cada zanja en la que cava sin saberlo su propia tumba.

Ser crítico, pensamiento crítico, copia y pega.

Ser crítico:
Se propone analizar o evaluar la estructura y consistencia de los razonamientos, particularmente opiniones o afirmaciones que la gente acepta como verdaderas en el contexto de la vida cotidiana. Tal evaluación puede basarse en la observación, en la experiencia, en el razonamiento o en el método científico.
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El pensamiento crítico es un proceso que se propone analizar, entender o evaluar la manera en la que se organizan los conocimientos que pretenden interpretar y representar el mundo, en particular las opiniones o afirmaciones que en la vida cotidiana suelen aceptarse como verdaderas.
Se define, desde un punto de vista práctico, como el proceso mediante el cual se usa el conocimiento y la inteligencia para llegar de forma efectiva, a la postura más razonable y justificada sobre un tema.
El desarrollo del pensamiento crítico, estrechamente ligado a la expansión de conocimiento, requiere de los siguientes tres factores:
  • Tendencia a los pensamientos críticos.
  • Acceso a contenidos críticos.
  • Entornos para practicar el conocimiento crítico (en sus dos tipos, conocimiento en sí y conocimiento como instrumento para contribuir a la mejora de la vida).[1]
Ser capaz de utilizar un pensamiento crítico significa que no se acepte la opinión de la sociedad, teniendo así ideas individuales, se conocen los argumentos a favor y en contra y se toma una decisión propia respecto a lo que se considere verdadero o falso, aceptable o inaceptable, deseable o indeseable.
Este pensamiento también es un pensamiento objetivo, basado en el compromiso de las propias ideas según su entorno como creencias individuales. Lo crítico enfrenta y evalúa los prejuicios sociales constantemente.
Tener un pensamiento crítico no significa llevar la contraria a todo el mundo o no estar de acuerdo con nadie, pues esto último no sería un pensamiento crítico, sino sólo un modo simple de pensar que se limita a contrariar lo que piensen los demás. Por lo tanto un pensador crítico es capaz, humilde, tenaz, precavido, exigente. Además de tener una postura libre y abierta, por ello un pensador crítico comienza a destacarse en su medio y a ser reconocido por sus aportaciones, pero todo se conforma a lo largo del tiempo con una debida experiencia.
El pensamiento crítico es una habilidad que todo ser humano debe desarrollar ya que tiene cualidades muy específicas y que nos ayudan a resolver problemas de una mejor manera, nos hace más analíticos, nos ayuda a saber clasificar la información en viable y no viable, nos hace más curiosos, querer saber e investigar más acerca de temas de interés. Cuando se desarrollan este tipo de habilidades, también se desarrollan muchas otras capacidades del cerebro como la creatividad, la intuición, la razón y la lógica, entre otras.
Pensar críticamente implica dominar dichos estándares. De acuerdo a esto, la meta final de todo pensamiento crítico es que éste pueda ser lo suficientemente sólido como para sostenerse por sí mismo en cualquier contexto, siempre y cuando mantenga su relación con el fenómeno implicado.
El pensamiento crítico se apoya en la formulación de lo que se llama criterios de verdad.
Algunos de los efectos que tiene la formulación de conocimientos en los individuos van desde el cambio de percepción hasta el cambio de interacción social.
Derivado de las especificidades analíticas de esta forma de pensamiento, se ha desarrollado una perspectiva que tiende a inhibir el uso y sentido de la crítica porque se considera puede contravenir el orden que guarda la sociedad. 
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El pensamiento crítico es un proceso cognitivo de carácter racional, reflexivo y analítico, orientado al cuestionamiento sistemático de la realidad y el mundo como medio de acceso a la verdad.
Como tal, el pensamiento crítico es un proceso intelectual y reflexivo, que opera mediante el detenido examen, evaluación y análisis de un tema, asunto o materia para, luego de considerar y contrastar el resultado de sus observaciones, aplicar, bajo criterios lógicos, una serie de razonamientos y llegar a una conclusión válida, a una postura objetiva, es decir: razonable.
En este sentido, el pensamiento crítico es fundamentalmente racional, no fortuito ni casual, y dispone de la razón como principal herramienta efectiva para su propósito: identificar aquello que es éticamente justo, correcto y verdadero.
Para ello, además, requiere de otrasherramientas esenciales, como lo son el conocimiento, la información, la observación y la experiencia. Todo esto, articulado de manera inteligente, es fundamental para desarrollar un buen pensamiento crítico, con claridad de pensamiento, foco en aquello que es relevante, y capacidad de realizar o formular las preguntas pertinentes.
El pensamiento crítico dota al individuo de una serie de habilidades que se expresan mediante la capacidad para reflexionar y razonar de manera eficiente, hacer juicios de valor; analizar, sintetizar y evaluar información; y tomar decisiones y resolver problemas en situaciones críticas o extremas. En este sentido, también está enfocado en la acción, en la capacidad de evaluar y decidir qué hacer en un momento determinado.
No obstante, uno de los rasgos más positivos del pensamiento crítico es sucarácter cuestionador de lo establecido. En este sentido, se erige como laherramienta indispensable de la evolución del pensamiento humano, del avance tecnológico y del progreso social. La duda construye en la medida que destruye estructuras inútiles, innecesarias u obsoletas y erige sobre sus bases nuevas respuestas a las nuevas preguntas.
Como ejemplos, habría que señalar que el pensamiento crítico produjo la revolución francesa, es prácticamente la piedra basal del pensamiento científico y filosóficomoderno, devora ideologías injustas y las reformula o reemplaza por otras más justas, y es la locomotora que tira el tren delprogreso social y tecnológico de la humanidad. En definitiva, el pensamiento crítico mira hacia el futuro y propone nuevas formas de abordar la realidad.