martes, 31 de mayo de 2016

La Poligonera no sale barata, sale gratis.


 Homenaje a Natsume Sōseki, escritor budista, y a su famosa novela Botchan


    Hoy ha amanecido un maravilloso día de primavera. El cielo es azul y un viento fresco, proveniente de las últimas nieves de las cumbres pirenaicas, limpia las calles de malos augurios. He saludado a un nuevo amanecer sentado en mi cojín de meditación. Soy consciente de que tengo salud, casa, comida, agua, el amor de mi mujer y mis hijos, el sincero aprecio de mis amigos y una vida en paz. La paz interior de no tener nada que hacer ni ningún lugar a donde ir, de no ser nadie y no ir a ninguna parte. De anular la avidez, el odio, el apego y la ofuscación. De no ser esclavo de ninguna pasión, de no ser un simio trabajador-consumidor, y de agradecer a mis pocos enemigos que, con su vacua existencia, me ayuden a desarrollar mis virtudes. Soy consciente de mi cuerpo y mente en paz, y del maravilloso momento presente.
    Como cada día, cuando despiertan, soy consciente de la extraordinaria mujer con quien comparto la vida y de la inmensa felicidad de mis hijos.
    Conduciendo por las calles de Zaragoza, siento una serena alegría. Vamos a recoger a gente que da la vida por mí, y yo por ellos, cada día, y que hemos construido un lugar entre todos en el que somos felices mientras trabajamos. Y allí están, esperándonos, preparadas, con buen ánimo. Desayunamos en una cafetería de la Plaza de los Paralelospípedos, junto al juzgado. Más buena gente, con sus familias, se incorporan. Hablamos de fútbol - el Real Madrid acaba de ganar, por primera vez, la Champions league al Atlético de Madrid de forma humillante, en el minuto 93 - y saboreamos un buen café.
    Antonio, una de esas personas excepcionales que te regalan, sin saberlo, los advenedizos, nos anima a Benito y a mí a entrar en los juzgados. El guardia de seguridad me pide que le muestre cuán grande es el mosquetón en el que llevo mis llaves, y nos reímos. El ascensor nos lleva hasta una amplia sala llena de letrados y clientes. Disfruto del bullir de la compleja actividad intelectual humana. En contra de lo que esperábamos, enseguida nos llaman para conciliar. Antonio, Cucaracha - la toga negra, el pelo oscuro aplastado, su pequeñez y su cara corroboran de forma física el apodo del que se ha hecho justa merecedora con su comportamiento - y Na.di.e pasan a un despacho en el que les reciben la fiscal y la secretaria. El Parásito Familiar y un hombre gordo y calvo esperan fuera. Los mensajes de claudicación falsos han sido enviados hace unos pocos días. Sandra, abogada laboralista y prima de mi mujer, se acerca para saludar y dar ánimos, y también para contarnos que el juez que nos ha tocado es muy "prooperario". ¿Y cuál no lo es?
    No hay conciliación pero queda en vilo, ya que la Cucaracha y el Parásito Familiar quieren luchar por su tajada. Conocemos cómo funcionan los zocos de medio mundo, y sabemos que los despojos sin inteligencia que utilizan a los demás acaban convirtiéndose en carne con la que comerciar, a su vez. Y que la estupidez de Na.di.e, entendida como una natural incapacidad para comprender lo que realmente ocurre, ofuscada por la bilis, juega a nuestro favor. En muy poco tiempo, gracias a un gran abogado y a su maleta "vacía", el regateo nos favorece. 46.000...15.000...10.000...8.000... hasta llegar, sin problema, a improcedencia, retirada del mobbing para todos - con lo cual se reconoce implícitamente su falsedad, algo cierto no se retira por cuatro duros - y se acepta el finiquito ya abonado, al cual le faltan diez días de vacaciones. Y hacemos cuentas: todo lo que ha perdido - y nosotros ahorrado - por las sanciones, la reducción de jornada como intento de presión -y que hemos ahorrado -, perder el módulo presencial, el tiempo y esfuerzo invertidos en redactar mentiras con la Cucaracha, en engañar a psicólogos y psiquiatras, en peritajes y traslados de ordenadores para elaborar pruebas estúpidas, en escuchar audios de forma obsesiva, en convencer a posibles testigos - alguna de las cuales siempre ha puesto a caer de un guindo -, en no dormir, en tensionar la vida familiar, los meses sin ingresos, los honorarios de la Cucaracha y adláteres, el aldaManazo del peritaje, fregar el suelo con su orgullo, por el cual ha perdido trabajo, amigos y un futuro amable - lo triste de las personalidades psicopáticas es que son su propia y continua condena; perder personas les da igual, no nos diferencian de los objetos, y su entorno toma nota -, proteger a un gran equipo profesional y humano y nuestra bendita vida feliz. Y ahorrarnos un sueldo que estábamos dispuestos a mantener, desde que cerramos el otro centro de trabajo, por sincera amistad y cariño. Me hago una simple pregunta: ¿cuánto dinero cubre una reputación y unas referencias arruinadas por siempre en un sector pequeño en el que todo el mundo se conoce? Las alimañas pelean por las migajas que ellas mismas han ido perdiendo por el camino. Cuando se las das, los buitres que les flanquean las devoran y la alimaña continúa alimentándose de odio, orgullo y sonrisa huidiza para ocultar su profunda necedad. Utilizamos la psicopatía con la que nos ha agredido en nuestro beneficio. Tal y como le explica un senador romano al César en Gladiator, la anguila permanece quieta en el fondo del mar, impasible incluso cuando la muerden, para descargar un sorprendente golpe eléctrico inesperado en el último momento. Nos enrocamos y resistimos el asedio para dar un jaque mate fulminante con un par de piezas.
    El Parásito Familiar se revuelve y quiere imponerse en los tiempos de pago. Último estertor infantil y de virilidad capada. Nos negamos y, con la Cucaracha agachada tocando las rodillas de Na.di.e y Parásito, aceptan. La Poligonera no sale barata, sale gratis. Cuando nosotros queremos. A los nueve meses de comenzar un conflicto de niñata mimada egoísta que, solucionado a nuestra manera, le hubiera reportado más dinero, paz y amistad. Cuando nosotros hemos decidido que lo poco que pagamos y la miseria que le llega no cubre la sangre, sudor y lágrimas que se ha dejado para conseguirlo. Habiendo rechazado coacciones, amenazas, manipulaciones y mentiras. Habiéndola obligado a que todo el mundo conozca a su Mr. Hyde. En esta ocasión, Patricia Highsmith no ha conseguido que el talento de Mr. Ripley, A pleno sol, manipule a los grupos de personas que mantiene compartimentados para satisfacer su ego patológico.
    Hemos disfrutado mucho y marchamos serenos y contentos de nuestra madurez y nuestras pocas - o muchas - luces. Mientras, firmando, la Cucaracha, haciendo honor a su nombre, humilla a Na.di.e - a su propia cliente - delante de la fiscal, la secretaria y Antonio - y por tanto, delante de todos nosotros -, diciéndole que una parte es para ella. Antonio afirma asombrado que lo de la Cucaracha amenazándole con que cuidara su espalda y esto, no lo ha visto jamás. Na.di.e, prolongando un ridículo papel que no le interesa más que a los calzonazos que se lo quieran creer, lloriquea ante desconocidos que eso no cubre su sufrimiento, tras haber firmado. La humillación continúa cuando Cucaracha, en un aparte, excitada, le pide el teléfono a Antonio, y éste se lo inventa. Él la suele llamar La Inmunda, la Colega del Inframundo.
    Uno de los despojos que aguarda abajo, Esmeralda, será alcanzada por sus deudas.
   Un montón de buena gente nos espera en la calle, dispuestos a darlo todo. No hace falta. El mayor Arte de la Guerra consiste en vencer sin luchar, Sun Tzu dixit. No era un alma barata, era una desalmada gratis.
   Continúa haciendo un maravilloso día de primavera. Lo celebramos con una buenas jarras de cerveza, en una terraza, todos juntos. María relata la anécdota de una mujer de su pueblo que, insultada de hecho y palabra por una vecina de manera reiterada, le soltó un buen puñetazo. Resultó condenada a pagar diez mil pesetas y, cuando tuvo que aportarlas, puso otras diez mil más, por la siguiente torta que la iba a soltar cuando saliera. Disfrutó tanto que le parecía barato.
    Luego, tarde, nos damos un homenaje en un restaurante vasco. Y después, un gin-tonic al atardecer, con la ciudad a nuestros pies. Hablamos y reímos, de lo divino y de lo humano, y saboreamos los detalles. Disfrutamos siendo conscientes de esa íntima sensación que sabemos que le ha quedado al atontado que sabe que ha perdido en todo y le han hecho creer que ha ganado. Como le pasa en Nueve Reinas a Ricardo Darín. El timador timado por un buen grupo de amigos a los que había tratado como a objetos de usar y tirar.
    Ha sido un gustazo defendernos de una mala persona, la Poligonera y su banda de secuaces, durante los últimos meses. Nos ha ayudado a conocernos mejor a nosotros mismos y a encontrar gente nueva maravillosa. También a saber que tenemos amigos de verdad, que frente a la adversidad nuestra gente es una piña y responde. A defender con serenidad nuestra independencia y nuestra identidad, por las que siempre luchamos, frente a desequilibradas que pretenden imponernos sus decisiones. A digerir la traición y el hostigamiento de un ser cruel, arrogante y dictatorial, bajo su máscara. Una persona vengativa frente a un simple no de esta forma, pero sí de esta otra, arrogante y orgullosa, no sabemos muy bien de qué. El egoísmo y la altivez, pruebas concluyentes de una personalidad mal construida, falta de cariño y rebosante de inseguridades, residen en las entrañas, situadas muy por debajo del corazón y la cabeza. Frente a personas violentas y podridas por su ponzoña interior, hemos opuesto serenidad e inteligencia. Frente a despojos que tratan de imponer sus egoístas deseos al sentido común y al bien colectivo, resistencia. Frente a parásitos de la sociedad, de sus progenitores, de su marido y de sus inocentes hijos, trabajo, esfuerzo, honestidad y buenas intenciones. Frente a la rapiña, valores. Como dijo Ghandi, un gran resistente, la violencia es el miedo a los ideales de los demás. Yo añadiría que el sostenimiento de esos ideales es el espejo que sitúa a los indeseables frente a su podredumbre. Y que no soportan verla, no se soportan y por eso huyen hacia adelante con los ojos vendados y el entendimiento nublado. Ante semejantes seres no sentimos pena ni odio, sino Compasión, con mayúscula. Y un profundo y sincero agradecimiento por ayudarnos a ser mejores personas y mejor equipo.
    Nuestros hijos nos reciben en casa con un torrente de alegría y nuestro hogar nos arropa. Sentado en mi cojín, en la serena noche de primavera, medito acerca de las sencillas y claras enseñanzas de un gran maestro zen: the way out, is in. Si no comprendes esto, jamás hay salida.
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