viernes, 18 de mayo de 2018

El susurro




    Qué bien peinado va el Doctor. Su raya a la izquierda. La coronilla domada y el flequillo ordenado y reluciente, gracias a la mascarilla de Purita Pasión. Su frente despejada, tan bonita, contorneada por un pelo que la invade como lo hacen los pinos en una playa del Mediterráneo. La curva de la nariz, suave y armónica. Su boca alegre, serena, con ese toque infantil que le da la ausencia de los incisivos. Una piel de aceituna, cultivada por las caricias y los besos. Y esa mirada de paz, de alegría, algo turbada ahora, algo más resistente, algo más madura. Con ese brillo que siempre prende la chispa del mío.
    Levanta sus manitas sabias el Doctor, y forma un cuenco con ellas, las palmas hacia arriba. Me mira y se ríe con todo el cuerpo. Mete su cara en ellas y deja caer un susurro sobre la piel, una voz suave y divertida que cala en las líneas del destino y alimenta las huellas de las yemas de sus dedos apacibles.

Es un cuento, me dice.

    Lo sujeta con delicadeza, no vaya a ser que se derrame. Me pide que me agache y lo vierte sobre mi oreja. Fluye por las curvas de luz y sombra de mi cartílago rojo y transparente, como si un torbellino lento pudiera existir. El Doctor se me acerca suave y pega su boca a mi oído y me susurra en el idioma de los niños. Es el empujón que necesita el cuento para terminar de hacer su viaje.
    Arrodillado, abrazo al Doctor Babitas y le beso en la mejilla. Él ríe divertido, es otra de sus bromas. No sabe ­─o sí─ que yo ahora tengo su cuento dentro. Que habita en mí, crece silencioso y a su ritmo y manera, sin que nos enteremos. Y que, cuando menos lo espere, sus susurros decidirán transformarse en palabras que espero ser capaz de comprender. Palabras que depositaré, con mucho cuidado, en una cama voladora hecha de papel, que a veces viaja a visitar a otros.




miércoles, 9 de mayo de 2018

La señal



    Recibimos una señal rudimentaria e identificamos el origen. Para nuestra sorpresa, no estaba demasiado lejos. Provenía de un planeta muy pequeño, el tercero de un sistema coronado por una estrella insignificante, en el borde de una galaxia poco masiva que habíamos ignorado siempre, pese a estar relativamente cerca. Como en otras ocasiones, nuestra sociedad tenía miedo. Las malas experiencias anteriores aconsejaban una prudencia extrema. Invertimos décadas en observar aquel amago de civilización, formada por individuos que, básicamente, eran unos sacos de vísceras de los que erupcionaban cuatro tentáculos, coronado todo por una quinta prominencia que contenía un gran ganglio director, sin lugar a dudas defectuoso. Consideramos aquel órgano como una aberración evolutiva, que parecía generar una especie de imagen falsa y obsesiva de sí mismo en cada individuo, en diferentes grados, además de algún tipo de engaño colectivo que les hacía creer que pertenecían a grupos inexistentes enfrentados entre sí. Esta especie había conseguido una alta tasa de reproducción y había colonizado su diminuto planeta, aplastando a los demás seres vivos y parasitando toda la superficie seca. Su diferenciación evolutiva era muy reciente y nuestras proyecciones vaticinaban una pronta desaparición por autodestrucción, primero individual, en fase muy desarrollada en el momento de nuestra observación, y posteriormente colectiva. Decidimos ignorar la señal y evitar a toda costa una posible respuesta. Se intensificaron las medidas de camuflaje frente a sus dispositivos de búsqueda. Los hechos acontecidos recientemente en aquel planeta nos confirman lo acertado de nuestras conclusiones y reafirman nuestra política de extrema prudencia frente a especies de baja calidad evolutiva.