domingo, 14 de julio de 2013

Doc, relax, walk with me

   Hace mucho, mucho tiempo...que no necesito despertador. Ya se ocupa el señor Arroyo, el panadero del pueblo, de despertarme.Todas las mañanas, igual da que sea martes o domingo, agarra la aldaba cromada y la golpea sin tino contra la madera de encina de mi puerta. Son las ocho y él ya ha hecho todo el pan del día. Se toma un descanso y de camino a la cafetería me baja una hogaza con pasas, esponjosa y humeante. Siempre me destruye algún sueño y se lo agradezco,  pues son los únicos que consigo recordar un rato.  
-¡Señor doctor, señor doctor!¡su pan, recién hecho!
    Me hace gracia que no utilice mi nombre y sí esa doble titulación desde hace tantos años. El retintín es evidente. Se lo disculpo porque le sirve para desahogar sus complejos y hacer ver a gritos a los vecinos su rebeldía al servilismo. Y, qué narices, es gracioso, trabajador y un buen hombre. Me cae bien.
  Me levanto de la cama y pongo el pie sobre El libro del desasosiego, de Pessoa. Buena forma de empezar el día,  me digo. Pisoteando el desasosiego. El señor Arroyo ya se ha metido en mi casa y contempla con un mohín mi incipiente barriga.
-¡Esto es por culpa de su pan, señor Arroyo! Además, si esperara fuera como todo el mundo, no tendría por qué verme así..Gracias, señor Arroyo...Que tenga un buen día.
   Riego las plantas del patio interior, me ducho canturreando y bebo mi pócima de Asterix, café tan negro como un abismo. Siento la tentación de salir desnudo a la calle y ver qué pasa, pero desisto tras imaginar a varias ancianas infartadas en plena acera y a mí mismo tapando mis partes con un trapo tras las rejas de la comandancia de la guardia viril, digo civil.
El calor es ya denso y seco a estas horas de la mañana. Giro la esquina por el callejón empedrado que enmarca el lateral de mi casa. Es umbrío y estrecho, recorrido siempre por una refrescante corriente de aire. Además, acorto de camino hacia la clínica. Paseo calles de casonas de piedra, encaladas de blanco, de dos plantas, con ventanas y puertas sencillas. Disimulan, no hacen alarde. Esconden hogares acogedores repletos de tesoros, la mayor parte de ellos inmateriales. Mis pasos reverberan en el silencio de la mañana. No circulan coches. Alguna anciana de lento caminar me dedica un buenosdíasdoctor, sin levantar la vista, al que correspondo con un buenosdíaseñoratal y un asentimiento.
   Al abrir la puerta de la clínica encuentro una jovial laboriosidad. Las chicas, vestidas con sus uniformes blancos de cuello lila, revolotean de acá para allá, preparando el consultorio para atender a los pacientes. Tina parlotea sobre su gato mientras teclea el ordenador. Andrea pasea esforzada su embarazo mientras prepara su gabinete. Ruth comenta su enésimo viaje de fin de semana con la escoba en la mano y Mar maldice a su prometido un mes antes de casarse, gestualizando amenazadora con un bisturí.
   El Dr. Sánchez-Salado, es decir, Jesús -Chus para los amigos, dice siempre-, entra en la clínica tras de mí con cara de haber visto al mismísimo belcebú. Nos cuenta que la pasada noche, mientras charlaba con su mujer al fresco, fue agredido por un grupo de gamberros que vaciaron contra ellos una escopeta de perdigones, con la fortuna de no acertar ni con uno sólo. Su mujer quedó pálida como teta de monja y sollozando y haciendo hipitos y él reconoce que mojó los calzoncillos. Llamó a la guardia civil, que pasó unas horas ojeando los caminos, sin suerte. Pero él sabe quién son. Los hermanos Torralba, esos hijos de mala madre. Sólos les dejan, los padres de viaje bañados en turismo alcohólico, gastando el dineral que le dejaron a deber por los implantes de ella. Bien estará comiendo y bebiendo la Ramona con las prótesis que le hizo y no le pagó. Ahora, salta a la vista que la denuncia se les ha atragantado, y que de aquellos polvos vienen estos lodos. Pero si creen que van a timar y amedrentar a un Sánchez-Salado, van listos. Listos. Chus entra al despacho a cambiarse. Nos partimos todos de risa y a su vuelta el recochineo es monumental. "A mí no me hace ninguna gracia", dice con una sonrisa calléndose por el labio.
   Entro a mi gabinete y Ruth me pasa al primer paciente. Joy camina tranquilo y seguro de sí hacia mí y estrecha mi mano con fuerza, torciéndomela hacia abajo. Viste pantalón corto caqui y camiseta negra de tirantes. Calza chanclas de playa y lleva una pulsera que reza catholic en la mano izquierda. Hombre negro de Nigeria, tengo la fortuna de que acuda a verme todos los años, ya que casi con seguridad soy el único dentista que habla inglés en toda la Siberia. Sospecho que es un mafioso, con sus fajos de billetes y sus ademanes. Me mira con sus ojos inyectados en sangre y se deja caer en el sillón. Siempre me hace recordar la escena de Los intocables de Elliot Ness en la que el barbero corta a Al Capone mientras le afeita. Tengo miedo. Joy me explica que quiere que le quite dos muelas que están completamente sanas. Frente a otro paciente me habría negado con rotundidad, pero a él le hago una leve advertencia. Sin escucharme, responde como el que está acostumbrado a que le obedezcan, como si jugara a tener paciencia conmigo:
- Doc, relax...walk with me.
    En ese preciso momento sé que no puedo negarme. Le imagino cortándome las piernas con un machete largo, sus dos muelas no extraídas a cambio de mis dos miembros seccionados. Me veo como a Tom Cruise en Nacido el 4 de Julio, en mi silla de ruedas, lamentando el resto de mi vida no haber accedido a los sencillos deseos de Joy.
Me pide que trabaje softly. Le respondo que sí, que como en la canción, killing me softly. Me traiciona el subconsciente. Tras recibir su condescendiente enhorabuena por mi trabajo y pagar como siempre con el fajo, marcha contento con sus dos muelas en un bote para dios sabe qué, y yo decido no pitorrearme nunca más de Chus y sus desgracias. Ruth nos cuenta que antes de pasar al gabinete, Joy le ha dicho que iba al baño agitando sus manos cerradas una tras la otra frente a la entrepierna y bromea imaginando su atributo y lo que haría con él. Yo también pienso en su machete, pero de otro modo.
   Aflojo tensión asustando al técnico que arregla los sillones, Rufino, con un conejito de peluche que alguien dejó olvidado y le pregunto que si para que la turbina entre bien es mejor el aceite o la vaselina. Comienza a darnos una respuesta técnica hasta que nos ve a todos muertos de risa.
El siguiente paciente es Juan Carlos, uno de los pocos topógrafos con trabajo de la comarca. Viene nervioso de un juicio. Cuenta que uno -de Madrid tenía que ser- se acercó a verles trabajar una mañana en una obra de canalización del regadío, hallá por Herrera del Duque. Les preguntó qué hacían y él contestó con recochineo- le había picado una abeja y estaba reconcentrado- que grabando una serie para la tele. El otro, que de él no se ríe ningún palurdo y claro, le tuvieron que dar de ostias. No les dejó otra opción. Y no va el atontao, por no decir otra cosa delante de usted, doctor, y se presenta en el juicio vestido de karateka y gritando a quien quiera oir que él es inocente, hasta que el juez le interrumpe y le recuerda que es él quien acusa por la paliza recibida. Y bien recibida y merecida, debió pensar el juez, porque la cosa quedó en nada. Se ríe.
    Y es que por aquí, no entendemos casi nada, ni queremos entender. La gente anda medio loca y no sabe bien ni quién es ni cómo hay que ser, hoy en día. Eso que llaman identidad por ahí. Pues por estos lares lo tenemos muy claro.Termino mi jornada a las dos y me tomo una caña con tapa, y voy comido, con el médico y el cura. Tras la siesta, marcho para la finca. Estoy relajado y camino conmigo mismo, por el sendero que lleva a la casa de campo, junto al establo. Me recuesto en la tumbona, con una copa de Tentudía, una torta de Casar y un plato de ibérico de bellota. Y el pan con pasas del señor Arroyo. Respiro hondo, mientras veo pasar las grullas. Miro la dehesa, frente a mí. Detrás la sierra y sobre ella, el Castillo de la Puebla, lejos, señoreando. El cielo es muy azul justo antes de caer la tarde y el aire es limpio y las cosas se ven nítidas. De vez en cuando pasa una nube y me tapa el sol. Pero enseguida el viento se la lleva y vuelve la luz. Y sonrío.


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