martes, 23 de julio de 2013

El doctor Donaire y su estruendoso grito de silencio

   Encontrar la personalidad en el perderla.
   Fernando Pessoa

    Abro los ojos sobresaltado por el estruendoso grito de una ambulancia. Mi cuerpo se ha agitado con violencia al escucharla dentro de mi sueño. Soñaba que era un hombre atrapado en una ciudad asediada por la guerra, cuya familia se encuentra muy lejos. Al escuchar la potente sirena antiaérea sé que voy a morir y que nunca podré decirles cuanto los quiero. Soy incapaz de recordar ningún otro sueño anterior a este.
    Mi corazón late con fuerza mientras escucho cómo la ambulancia se aleja, tumbado en la cama. Esto me ocurre por no ponerme los tapones. Detesto vivir junto a un hospital. Esas sirenas me impiden dormir y me recuerdan la presencia de la vejez, la enfermedad y la muerte. Las persianas están bajadas. Por una ranura sin cerrar penetra la tenue luz de un amanecer de domingo en Madrid. Mi mujer duerme serena junto a mí; ella sí se puso los tapones. Permanezco un rato tumbado en la cama, boca arriba, tratando de relajarme, pero sé que es una batalla perdida: no consigo volver a dormirme. El estruendoso ruido de cientos de pensamientos asedian mi mente. Decido levantarme de la cama. El suelo está frío bajo mis pies y se me eriza el pelo de las piernas. Salgo de la habitación sin hacer ruido. Por el ventanal del salón puedo ver la calle desierta y los perfiles de los edificios recibiendo los primeros rayos de sol. El cielo está limpio hoy. Será un bonito día de invierno. Mis hijos también duermen al otro lado de la casa, lejos del estruendoso ruido de la ciudad. El aire de la estancia es gélido a estas horas. El suelo de madera cruje bajo mis pasos. En la cocina, preparo café en mi vieja cafetera italiana. Escojo un tazón grande y negro. Mitad café y mitad leche, con edulcorante. Detesto el mal café, pero tampoco me gusta el bueno. Espero de esa taza que sea un estruendoso grito para mis dormidas neuronas y mi todavía aplastado cuerpo. Soy incapaz de recordar nada en absoluto, mi mente está en blanco.
    Vuelvo al salón y me tumbo en el sofá, junto al ventanal. Tapo mis piernas con una fina manta de avión. La luz de las farolas aún encendidas pierde su sentido. No hay nadie a quien iluminar, y si lo hubiera, ya lo está haciendo el sol. Enciendo mi tableta y comienzo a trastear en la red: periódicos, redes sociales, correo electrónico... Encuentro un blog de literatura y entro en él. La primera entrada llama poderosamente mi atención. Me río solo al leer su ridículo nombre: "El doctor Donaire y su estruendoso grito de silencio". Qué chorrada. Ha sido escrito esta madrugada por un tal Dandi del Congo. Vaya nombres estúpidos que se ponen estos escritorzuelos para llamar la atención. La verdad es que conmigo lo ha conseguido y continúo leyendo. Es un texto corto. Si es malo no me va a robar mucho tiempo. Trata de un hombre que se despierta sobresaltado por la sirena de una ambulancia. De su sueño y sus preocupaciones. De como va al salón de su casa y observa el amanecer. De su café y de cómo le gusta. Explica su vuelta al salón y cómo enciende su tableta y trastea por internet, encontrando un blog de nombre estúpido y una entrada de ridículo título. Y de cómo no puede evitar leerlo. Y se da cuenta de que el texto de la entrada es infinito y que él siempre estará allí leyendo. Y comprende que es a la vez autor, personaje y lector de un relato eterno. Que no tiene sueños, recuerdos ni vida más allá de ese texto, que sólo allí posee existencia real. Detiene un momento su lectura y grita muy fuerte, pero de su garganta no sale el sonido. Tampoco nadie le escucha gritar. Y continúa leyendo.

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