martes, 16 de julio de 2013

Semilla

A Gonzalo Crooke Llop y Roberto García Plaza

    Caminan ya sin hablar, la pendiente es fuerte. Sólo se escucha el sonido de su respiración entrecortada y sus pisadas sobre la tierra seca del camino. El aire es frío y produce la sensación de limpiarle al respirarlo. Huele a bosques y a libertad. Se acercan al final del horizonte y su ilusión por ver lo que hay más allá crece a cada paso que da. Un poquito más...otro paso...arriba, el último esfuerzo...¡sí!
    Un escalofrío de emoción le sube por el cuerpo y le sale por los ojos en un brillo de ilusión. Ante ellos tienen uno de los lugares más bellos que Nuño haya visto jamás. Enormes montañas cubiertas de nieve señorean al otro lado del valle. Los vientos que azotan las cumbres hacen surgir un polvo mágico que desaparece dentro de los intensos azules celestes. La luz del sol broncea la nieve y dibuja tonos dorados sobre la blancura. Las sombras y los perfiles rocosos, negros y azulados, le dan fuerza y volumen a aquellos montes. El aire es tan limpio que todo es muy real e intenso. Más abajo, frondosos bosques de pinos perfilan el valle. En algunas zonas el verde se vuelve casi negro; en otras la nieve espolvorea las copas de los árboles. Las ráfagas de viento hacen hablar a las hojas, arrancándoles una ovación ante tanta belleza, y los espíritus que habitan la foresta - y los que vinieron a habitar las cumbres - susurran canciones que se escuchan con el alma.
    El corazón de Nuño late con fuerza y se siente pleno de vida y felicidad. Coge las manos de sus padres y les abraza con gratitud y emoción. Tiene siete años y es la primera vez que ve un lugar así. Se siente tan bien que ha decidido que continuará viniendo a ver estas montañas para siempre.

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