miércoles, 10 de julio de 2013

El Dandi del Congo

    Fue en Madrid, en una tarde de primavera, cuando sienten placer los sentidos y por un rato se puede respirar hondo. Fue en el bulevar de la calle Ibiza, junto a la casa donde nació Plácido Domingo. Cuatro amigos comiendo un menú castellano en un clásico restaurante del barrio. Uno de ellos soy yo. Un hombre desasosegado y perdido, que empieza a comprender que se ha asomado al abismo de la locura, atado con una áspera soga a todos los que quiere, porque llevaba una vida gobernada por el miedo. 
    Roberto es triatleta porque es padre de tres hijos. Como no tiene suficiente, en su tiempo libre se dedica al triatlón. Pedro hace como que trabaja porque le pagan muy poco y se dedica al deporte, al bricolaje y a la lectura. Raúl es un león de los juzgados y me ha sacado de más de una. Es él quien nos cuenta que ha sido invitado a una boda en la cual los novios se tirarán en paracaídas para acudir al banquete. Me cuesta prestarle atención porque me da la impresión de que un hombre, sentado detrás de Raúl y dándonos la espalda, nos está escuchando. Gira levemente la cabeza para oir mejor lo que decimos. Traje oscuro, barba ligera y un perfil común. Nos explica Raúl que a esta boda además hay que ir disfrazado. Una de las opciones es disfrazarse de Dandi del Congo. Jamás habíamos escuchado semejante expresión y le pedimos explicaciones. En ese momento, cuando todos mis amigos miran el teléfono móvil buscando fotos de coloridos sapeurs, el hombre de traje oscuro se levanta de su mesa, se acerca ladeado hacia mí y me susurra de paso: "No te librarás tan fácilmente de mí". Empuja la puerta de la sala y desaparece en un suspiro. Todo el mundo sigue a lo suyo, actuando como si nada hubiera ocurrido.
    El Dandi del Congo es un hombre que decide vestir de forma elegante, cara, llamativa y original en medio de la más absoluta miseria. Suele llevar bastón y un puro apagado. Viaja a París al menos una vez en la vida y muestra una conducta alegre, intachable y caballeresca. Combina vivos colores, corbatas de seda, pañuelos estampados, elegantes sombreros y la gente les llama para animar fiestas y reuniones. Las imágenes que vemos en internet me impactan por novedosas, originales y transgresoras. Nuestra comida transcurre con alegría masculina de amigos que se sacan el jugo al máximo ya que se ven mucho menos de lo que les gustaría.
    Vuelvo a casa paseando por el bulevar mientras cae la tarde. Una brisa fresca arranca música de las hojas de los árboles. Continúo pensando en los Dandis del Congo. Deciden dejar de ser quienes eran, conquistando una nueva identidad. Deciden obviar la dura realidad de su vida y su entorno y ser otros. Y ese ser otros termina por transformar dicha realidad.
    Cuando abro el portal de mi casa, el hombre de traje oscuro cae sobre mí con brusquedad. Me mira espantado mientras un elegante zapato se despega de su culo grasiento. Se zafa y huye despavorido calle abajo. Frente a mí, un hombre negro con traje rojo a rayas y bombín a juego, corbata y pañuelo rosas de seda y bastón con empuñadura de marfil, se enciende un puro y me sonríe. "Sé que lleva mucho tiempo rondándote y decidí venir a echarte una mano. Ve a un buen sastre, hazte un traje nuevo y sé el otro que ya fuiste hace un tiempo. Y transforma tu mundo". Me dio un toque cariñoso con la punta de su bastón en el hombro y salió. Le vi marchar con paso elegante y pausado, fumando su puro, calle arriba.
    Me quedé sólo en la penumbra de mi portal, observando el brillo del polvo en el aire, tocado por los rayos del atardecer, sin saber qué decir, hipnotizado, con la mente en blanco. A la mañana siguiente dejé mi trabajo y volví a dedicar mi vida a la lectura y a hacer el ridículo escribiendo. También dejé de escuchar a los que me hablan de política ó de dinero y ya no tengo miedo al futuro. Veo la vida color de rosa, literal, e intento dar y conseguir alegría y cariño.




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