domingo, 21 de julio de 2013

Vicente Ferrer y el trocito de madera

                                                                       I



         La cadencia de la lluvia era constante y formada por gotitas minúsculas que producían un sonido relajante al golpear contra el suelo. Le gustaba incluso más el golpeteo contra su propio chubasquero azul, el único trozo de cielo que habían visto en varios días y que la convertía en Campanilla cada vez que sujetaba la “varita mágica” y desplegaba su dulce sonrisa, que se encontraba aún más en sus ojos que en su boca.
    El olor a humedad la encandilaba y siempre la transportaba a su infancia, rodeada de animales y campo. Se sentía muy feliz aquella tarde...Caminando a través de densos bosques nepalíes, que rezuman aguas cristalinas, durante horas, luchando contra las sanguijuelas, afrontando el camino con vigor e ilusión. Rebosante de ideales a sus veintinueve años, plena de energía,  que regala a sus dos compañeros de viaje. 
    Judit se detiene a descansar un poco y a beber agua. Apoya su mano izquierda sobre la corteza de un árbol que se había inclinado para observar sus ojos color miel. Ella acaricia con sus dedos la vieja piel y siente la rugosidad en sus yemas, casi puede oírla. El árbol se estremece al sentir su tacto y deja caer un trocito de corteza. Judit lo recoge, lo guarda bajo su capa y sonríe.
  El alma de un príncipe de Bhaktapur recorre su savia, confinada allí por haber abandonado su palacio y entregar su vida a los pobres y los enfermos, frustrando los planes que su padre tenía para él como gran conquistador. Los monjes de palacio convocaron a los espíritus del bosque para que encerraran su alma dentro de esa vieja madera y allí se encuentra recluida, sufriendo por no poder expresar su verdadero ser.  



                                                                                II


 - ¡Judit, paaasa mujer! Ven aquí, junto a mi. Te he echado mucho de menos...             ¿dónde has estado tanto tiempo?                                      Toda esta gente debería saber quién eres...Esta chica es algo...algo especial, ¿no os parece?
  Varios padrinos rodean a Vicente mientras les firma alguno de sus libros y disfrutan de su compañía y buen humor.
- ¡Pero Vicente, no me hagas pasar tanta vergüenza, hombre!¡No seas malo! –responde Judit mientras se acerca a Vicente y se sienta junto a él.
- Mirad qué ojos...¡la providencia la ha traído hasta mí! Yo ya no soy nada sin ella.- le cuenta a sus invitados mientras coge a Judit de la mano con cariño.
- ¡No digas esas cosas Vicente, que no son verdad! Acabo de llegar de Nepal y he venido corriendo a verte...
- ¡Aaah, sí!, Nepal, Nepal...¿has estado allí para trabajar por los pobres, o has ido de turista?         Me enfadáis cuando me contáis estas cosas...
- ¡Pero no se enfade, Vicente, que además le he traído un regalito! Es precioso precioso...
- A ver, a ver...¡ja, ja, ja! ¿qué es eso tan precioso que me has traído de aquellas...lejanas montañas?
- Pues lo tengo por aquí, Vicente...¡tachán!¡Siiiiií! Es un maravilloso trozo de madera rescatado de las profundas selvas de las montañas de Nepal...¿ Te gusta Vicente?
- Pues claro que sí mujer...pero si me lo has traído desde tan lejos será que tiene algo especial, ¿no?
- Tiene mucho de especial porque te lo he traído yo, ¿no Vicente? Está llenita llenita de energía, ¡hombre!
- Pues entonces lo llevaré siempre conmigo...¿No es encantadora esta chica?- dijo Vicente dirigiéndose a sus entregados admiradores, mientras se guardaba el trocito de madera en el bolsillo de su pantalón y miraba a Judit de cerca y con una amplia sonrisa.



                                                                                 III



         Judit camina por el paseo de tierra que une el departamento de arquitectura con su casita, casi al final del mismo. El sol, a punto de marcharse a dormir, se encuentra arropado ya por las nubes, coloreando el cielo de una miscelánea de violetas, rosas, naranjas y azules. Lo que más le gusta de este momento del día es la suave brisa que sopla por unos minutos, haciéndola flotar el pelo y acariciándole la piel. Respira hondo, se relaja y deja la mente en blanco mientras pasea despacio. Las hojas de los shunkeshula se agitan con el aire y hacen ruido, expresando su temor por perder su color rojo, sabedores de que el viento quiere llevárselo a su amante.
    De repente, un gatito cruza el paseo de lado a lado unos metros por delante de Judit, desapareciendo raudo detrás de las casitas.
   “¡Era igual que mi raspita!”- piensa Judit.- “igualita, igualita. Pero la verdad es que no puede ser, últimamente la veo en todas partes, estoy un poco obsesionada. Será que la echo mucho de menos, no sé. Ay madre, cómo estoy...”
  Trata de olvidar el asunto y continúa caminando. Mete la llave en la cerradura y se dispone a abrir cuando...
- ¡Judit!¡Judit!¡Espera, no entres!- Mariana  se detiene un momento frente a ella y trata de recuperar el aliento unos segundos. – Es Vicente...
- ¿Vicente?¿le pasa algo? Dime, dime...
- La verdad es que sÍ, se encuentra muy mal...¡dice que se muere! Y...
- ¿Qué? Dime...¿Qué?
- Pues que lo único que pide una y otra vez...¡es verte a ti!



                                                                                    IV



         Vicente se encuentra postrado en la cama, rodeado de toda su familia. Su cuerpecillo parece una arruga más de las sábanas. Todos toman té y conversan en voz baja. La habitación huele a incienso y a masala. Unas cuantas velas iluminan la estancia, haciendo que las sombras cobren vida y bailen.
   Judit se acerca al borde de la cama muy asustada. Siente miedo de que le pueda ocurrir algo a Vicente. Y además no comprende qué papel le depara esta situación, ella no debería estar allí.
- Hola Vicente, ¿cómo estás?- susurra.
- ¡Hooombre!         Ja, ja, ja...mi querida Judit, has venido. Esta chica es mi inspiración... – dice Vicente mirando a toda su familia.- Tengo que hablar con ella de un par de cosillas, necesito que salgáis todos fuera.
- Bueno, nos salimos, pero no te esfuerces demasiado.- responde su esposa Anne mientras anima a todos a salir.
La noticia de la enfermedad de Vicente ha corrido como la pólvora y cientos de personas se arremolinan preocupados y espectantes frente su casa. Anne se detiene frente a ellos y observa sus caras. Los conoce a todos. Podría hablar de cada familia y cada vida durante días. No en vano, llevan allí cincuenta años luchando codo con codo junto a los dalits, los desheredados, los pobres de entre los pobres, los intocables. Juntos han sido capaces de mejorar la vida de millones de personas, con el apoyo incondicional de los ciudadanos españoles. El vínculo entre esas dos sociedades tan dispares, la de Anantapur y la española, es indestructible. ¿O no?. Vicente es sin duda ese poderoso lazo, piensa. Es fuerte y luchador, pero también es mayor y con achaques. Un escalofrío le recorre la espalda. Tiene miedo.
  

                                                                         V 


- Vicente, ¿cómo te encuentras?.- pregunta temblorosa Judit, sentada junto a la cama.
- Ahora mejor.- responde Vicente cogiendo su mano.- Te he hecho llamar para contarte un secreto...
- ¿Un secreto? Con todo respeto, no creo que sea el mejor momento para tus bromas, Vicente. Ahora lo que tienes que hacer es descansar y recuperarte.
- Sí, lo sé. Mi secreto tiene que ver con eso.          Escucha... ¿Te acuerdas del trocito de madera que me trajiste de los bosques del Nepal?. Vas a creer que me he vuelto loco pero tú llevas aquí casi un año y me conoces bien. Sabes que no creo en tonterias, sólo en la providencia de Dios y en la acción de los hombres.          Bueno, el caso es que anoche la maderita se iluminó, sí, una luz intensa fulguró en la habitación. Un hombre joven surgió de la nada, elegante como un príncipe. Y es que lo era. Era un antiguo príncipe nepalí, me dijo, castigado por los brujos de su palacio por haber dedicado su vida a los más pobres. Me explicó que su alma había estado encerrada en ese viejo tronco hasta que tú llegaste para liberarla. Me contó que eres un lazo de unión entre él y yo. Que tengo que seguir luchando contra la pobreza. Que la unión de nuestras energías liberaba su alma y fortalecía la mía. Llevo cincuenta años luchando y esta pelea aún no ha acabado...Anda, ayúdame a levantarme y salgamos ahí fuera.
         Vicente camina decidido hacia la puerta de su casa. Detrás de ella, su mujer, sus hijos y una multitud que abarrota todo el campus, rezan. A Shiva, Ganesha, a Alá. A Dios y a Buda. Todos piden a los dioses que el Padre Blanco se quede con ellos un poquito más. Judit camina detrás de Vicente, con el trocito de madera en la mano, apretándolo fuerte. Ella ha hablado con la Madre Teresa. Y piensa que la Fe y el Amor pueden con todo. También la fe de este gran hombre en la capacidad de los seres humanos para amar al prójimo y luchar por una vida mejor. Judit, como tantos otros miles, quedará marcada por la huella de Vicente, su propio Príncipe Nepalí.

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