jueves, 2 de marzo de 2017

Pedro, Sócrates, Platón y otras chicas del montón

    Pedro abre la puerta de la estancia y la cierra tras de sí. Se encuentra en una habitación amplia y poco amueblada. Una cortina blanca tamiza la luz de la calle y crea un ambiente sosegado y acogedor. Se atusa su flequillo imposible, levantado hacia el cielo a base de toneladas de laca, en un gesto inconsciente y nervioso. Frente a él, la doctora le espera sentada en una silla de diseño y le invita a sentarse en la que hay en frente.

-¡Pedro!¿Puedo tutearte? Es un honor tenerte como paciente.
- Hola. Claro que puedes tutearme. Todo el mundo lo hace, me hace sentir más joven. Gracias, no es para tanto. Según tengo entendido, esto está lleno de gente del cine y la televisión. Vengo con muy buenas referencias tuyas, Carmen.
- Bueno, me alegro de que mis pacientes se sientan satisfechos con el trabajo que hago. Pero no te quedes ahí, toma asiento por favor.
- Ah, sí, claro.

    Pedro rodea la silla que hay frente a la doctora. la punta de su zapato se engancha con una de sus modernas y retorcidas patas y va a dar de bruces contra Carmen, quien lanza su bloc de notas por los aires justo a tiempo para poner las manos sobre los hombros de Pedro y evitar que se vayan de espaldas contra el suelo. La cara de Pedro queda apoyada contra el hombro izquierdo de Carmen, y esto hace que su flequillo se meta en la nariz de la doctora y genere un cosquilleo que la hace estornudar sobre la espalda del insigne director. Está acatarrada y de sus fosas nasales ha salido disparada una masa gelatinosa y verde que se queda adherida a la espalda de la lujosa cazadora de ante de Pedro.

- ¡Lo siento muchísimo! Discúlpame por favor. Qué torpe soy, mil perdones. Menudo comienzo...- dice Pedro mientras se pone en pie azorado y se coloca la ropa.
- No pasa nada hombre, le puede ocurrir a cualquiera. Estas sillas, que son, son...bueno, sillas. ¿Tú bebes Pedro? Bueno da igual...le puede pasar a cualquiera. ¿Bebes?¿Te has atizado un carajillo antes de venir? Bueno, déjalo estar, anda siéntate y comencemos la sesión.
- Lo siento mucho Carmen.- responde Pedro mientras se atusa el flequillo y nota que tiene las puntas húmedas. Se lleva la mano al lateral del pantalón y limpia su palma en un gesto casi imperceptible.- No, no bebo. Aunque ganas no me faltan. Tan sólo estoy un poco nervioso y desorientado.
- Cuéntame.- le anima Carmen mientras imagina sus mocos restregándose entre la espalda de su paciente y el respaldo de tela de la silla en la que se deja caer.
- Pues verás, no sé cómo empezar. La verdad es que ha sido una suerte que no tuvieras pacientes a esta hora y pudieras atenderme en el momento. Vengo directo del rodaje. Verás, te lo cuento sin preámbulos: me he marchado. Sí, he tomado las de Villadiego y les he dejado a todos allí empantanados. A la francesa. Me he quedado solo un momento y es como si se me hubiera encendido una bombillita. Se me ha acelerado el corazón y, de repente, me he escabullido por detrás de una cortina. Allí me he encontrado a un señor que no conozco de nada, que me ha confesado que se estaba comiendo el bocata de un guionista y que, por favor, no le dijera nada a nadie. Me ha llenado la cara de migas, hablaba con la boca llena. La verdad es que el chorizo olía de maravilla, le hubiera pegado un buen bocado. Pero no, yo estaba a lo mío, que era huir despavorido. Así que le he dejado allí con su bocadillo y me he marchado con viento fresco. Luego te he llamado y aquí estoy.
- Bien Pedro, bien.- responde Carmen en un tono amable y aséptico.- ¿Y por qué razón querías verme?
- Pues verás Carmen. Necesito hablar con alguien que entienda de estas cosas y me las explique. Entonces me acordé de Woody Allen y de sus películas, esas en las que se pasa la mitad del tiempo con su psicoanalista. Esas escenas siempre me han parecido tan glamurosas y divertidas... y además encuentro montones de paralelismos en nuestras vidas: él ha ganado el Oscar y yo también. Sus películas residen en Nueva York y las mías en Madrid. Su familia era judía y la mía católica. Él toca el clarinete y yo la zambomba. Y qué decir de nuestro humor, tan parecido. Ambos tenemos una intensa relación emocional con las mujeres. Los dos hemos ganado el Oscar. ¿Te lo había dicho ya? Aún recuerdo como si fuera ayer cuando Penélope grito mi nombre haciéndose pasar por verdulera. Por cierto, no entiendo cómo sus padres pudieron ponerle un nombre que recuerda al falo de un dramaturgo. Bueno, que me voy por las ramas. Pues eso, almas gemelas, casi como dos gotas de agua, ¿no crees?
- ...
- Así que por eso estoy aquí. Me dije: yo también necesito terapia, como Woody. Verás la publicidad que te hago cuando los periódicos se enteren de que estoy viniendo a verte. ¿O quizá no deberían enterarse? No sé, ya le preguntaré a mi manager...Ah no, a él no...
- Bueno Pedro, menudo torrente de verborrea, permíteme que te lo diga. Pero entonces, deberías contarme por qué has huido del plató de esa forma... Si tú quieres.
- Pues claro que quiero, por eso he venido. Mira, no soporto más a mi hermano. Lleva décadas viviendo a mi sombra. Me parasita, me chupa la sangre, y luego se permite decirme todo el rato lo que tengo que hacer. ¡No le aguanto más! A ver si ahora es capaz de terminar la película él solito.
- Pero Pedro, según tengo entendido tu hermano no es director de cine...
- Pues eso mismo digo yo. Ea, que se las apañe ahora si puede. Yo desaparezco... Oye, según te estoy hablando me estoy dando cuenta de que tienes un aire a Aspasia de Mileto. Sí, sí, eres clavadita.
- ¿A quién?.- pregunta Carmen mientras decide si recetarle medicinas para un elefante o encerrarle en un psiquiátrico.
- A Aspasia de Mileto.- responde Pedro señalándola con su índice.- Eres su viva imagen. Era la pareja de Pericles en la antigua Grecia. Sí mujer, el del Siglo de Pericles, ¿no te acuerdas? El que hizo el Partenón y todos esos edificios maravillosos. Pero a mí siempre me ha interesado más Aspasia, ya sabes lo que me gustan las mujeres que están en segundo plano. La estuve investigando para basar algún personaje mío en ella, pero me encontré con que no era ninguna bonachona sentimental amargada. Pero tú, tú, eres su viva imagen.
- Pedro, creo que deberías calmarte. Me estabas hablando de tu hermano, ¿recuerdas? No sé quién es la tal Aspato ni quiero saberlo...¿Por qué no sigues con...?
- Pues mira, Aspasia fue, entre otras cosas, una hábil conversadora, como tú. Y además era filósofa, algo parecido a lo que tú haces. ¿Sabías que el mismísimo Sócrates frecuentaba su casa y buscaba su compañía? Tan sólo para hablar, claro. Igual que tú y yo.
- Pedro, creo que...
- Vamos a hacer una cosa. Imagina que estamos en un rodaje y filmamos una conversación entre Sócrates y Aspasia. Sí, imagínatelo. Vamos a improvisar... A partir de ahora yo soy Sócrates y digo: Querida Aspasia, he venido a decirte que mi alumno más aventajado, Platón, me tiene harto.- Pedro se inclina hacia adelante y hace como que toma un racimo de uvas de un cuenco y se lo lleva a la boca.- No para de anotar todo lo que digo. Inventa unos diálogos en los que pone en mi boca cosas que yo no he dicho. Se interesa por mi salud cuando yo me encuentro perfectamente, como si deseara que me muriera ¡No pienso volver a conversar con él jamás! Por cierto, ¿dónde está Pericles? ¡Él sí que sabe tratar a la gente y mostrar respeto por un anciano sabio como yo!
- ¿Pericles?
- Bueno, no te excuses, no pasa nada. Nuestra polis está en sus manos. Gracias a gente como tu marido tú y yo podemos estar aquí conversando tan tranquilos. El caso es que yo te hablaba de Platón, ese alumno que ha decidido robarme todas las ideas para tirarlas a la basura y poner en boca mía cosas completamente llenas de sentido. Que si la Belleza y el Bien, que si la Caverna... Yo no he venido al mundo para decir cosas sensatas, sino para hacer ver que mi flequillo es el hecho más improbable e interesante de toda la historia de la humanidad.
- Pedro, creo que deberías calmarte un poco. Estás muy exaltado y no sabes bien lo que dices...
- Lo sé Aspasia, lo sé, y por eso acudo en busca de tus sabios consejos. ¿Qué me recomiendas que haga con ese muchacho?
- Pues mira Sócrates.- responde Carmen algo atemorizada.- creo que mis humildes conocimientos no están a la altura de tu problema. Quizá lo mejor sería que fueras en busca de mi marido, Pericles. Él sabrá cómo dar solución a este asunto. Ahora mismo se encuentra con Woody Allen, supervisando las obras del templo de Atenea Nike. Te recomiendo que salgas ahora mismo para allá y le repitas todo lo que me has contado a mí.- dice Carmen mientras le tiende un papelito con una dirección garabateada.
- Magnífica idea. Eso haré.- responde Pedro mientras se levanta de su silla. El moco de la doctora se ha secado y emite un crujido al separarse de la chaqueta del famoso director.- Muchas gracias Aspasia. Cuídate mucho.

    Pedro abandona la habitación movido por una energía electrizante, la misma que quizá colabore al sostenimiento de su flequillo. Carmen se levanta y se acerca a la ventana que da a la calle. Ve cómo Pedro sale del portal envuelto en una de las cortinas de su sala de espera, a modo de toga griega. Pide un taxi y desaparece entre el barullo de coches de Madrid. La doctora se gira y abre un armario. Saca de su interior un limpiacristales y un trapito, y se entrega  de forma compulsiva a limpiar la mancha verdosa del respaldo de la silla.
    Mientras, Pedro llega por fin a la dirección que Carmen le ha proporcionado. Paga al taxista y se apea frente a un edificio imponente, rodeado por extensos jardines por los que pasean extraños seres. Este debe ser sin duda el templo de Atenea Nike, piensa. Empuja los pesados barrotes de la verja y se encuentra con dos personas que ya le estaban esperando.
- ¿Alguno de ustedes ha visto por aquí al ciudadano Pericles y a su amigo Woody? Necesito consultarles algo con urgencia.
- Sí, sí, están aquí mismo, Sócrates. Acompáñenos.
- Un momento. ¿No serán ustedes amigos de Platón, ese alumno fabulador y ególatra disfrazado de estudiante humilde y adulador?
- No, ni siquiera le conocemos. Acompáñenos por favor.
- Está bien, está bien. Oye, ahora que me fijo...¿no os han dicho nunca que os parecéis muchísimo a Faemino y Cansado?.- pregunta Pedro mientras se separa de ellos y encuadra sus caras con las palmas abiertas, formando un rectángulo con el pulgar y el índice de sus manos alrededor de sus cabezas.- Sois clavados. Igualitos. Vamos a hacer una cosa. Imaginemos que estamos en un plató y...

   

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