lunes, 27 de febrero de 2017

Metanoia


La habitación está vacía; reina un profundo silencio. Los muebles cumplen su papel de sedimento efímero mientras la alfombra polvorienta y sucia hace tiempo que abandonó el sueño de volar. Dos grandes ventanales emergen de la tarima crujiente y alcanzan el techo tres metros más arriba. O quizá son tres mil... Cortinas ajadas enmarcan su cristal en cuadrícula, que permite pasar una luz que transmite cierta esperanza. El cielo es azul, límpido, y el tibio calor del sol derrite la nieve acumulada en las aceras. Jeff siente la tibieza de sus rayos sobre una piel surcada por las arrugas de experiencias únicas. Porque no es verdad que la habitación esté vacía. Reposa su cuerpo consumido, retorcido como las raíces de un viejo árbol, sobre una silla de ruedas de apagados brillos metálicos. Sus exiguas piernas languidecen tapadas por una manta vieja. Su cabeza ladeada a la izquierda; su cara contraída en un rictus grotesco y atemporal. Jeff mira a través de los ventanales y la nieve evoca en su mente, lo único que funciona ya en él, recuerdos de aquellos días turbulentos y salvajes. La templada caricia del sol abona sentimientos ya casi olvidados, abandonados en el baúl de la memoria de aquel otro hombre que un lejano día fue. Aquel joven fuerte y atormentado, atrapado en un cruce de caminos cuyos destinos él creyó poder unir en uno solo.
Jeff puede oír cómo la puerta de la habitación se abre a sus espaldas pero es incapaz de girar la cabeza. Siente una enorme desazón. ¿Será ella? Una enfermera arranca sonidos de madera quebrada del entarimado, sus zuecos blancos pisando con firmeza. Se aproxima a Jeff y comprueba que todo está en su sitio. Él se viene abajo; no, no es ella, tan sólo otra persona más con la que es incapaz de comunicarse.
Fluyen sus pensamientos hacia aquella otra falta de entendimiento. Aquel padre que le tenía por un loco, una especie de hippie de las cumbres, y que tiró de él hacia uno de aquellos otros senderos. La empresa de material de montaña que fundó con Richard, quién resultó ser una carga más pesada que un macuto repleto de piedras. 
Aquella otra bella senda, Helen. Su pelo negro y su sonrisa, sus cálidas manos. Todavía siente el amor de su mirada y sus besos recorren aún su piel seca y sin vida. El fruto de ese amor le proporcionó un deleite efímero. Su hija, lo mejor que Jeff ha ayudado a hacer en la vida. La dueña de su corazón, que sigue latiendo a marchas forzadas. 
Todo lo abarcó y todo lo perdió en una cascada helada, imposible de escalar. La empresa quebró, su esposa le abandonó y la imagen de su hija se congeló en la de un lindo ángel de dos años de edad que voló hacia una ciudad inalcanzable. Los senderos se transformaron en abismos imposibles de superar. Sus paredes resbaladizas, inasibles, sin grietas ni repisas. Resbaló en caída libre hacia una sima insondable.
¿Es ese su coche? Aparca. Parece su pelo. Sí cariño, ven...Por favor, abrázame...No, no es ella...
Jeff sufre pero ya no puede llorar ni suplicar ayuda. Mendiga un cariño profesional que no pide y las manos que le acarician distraídamente le parecen bloques de hielo que queman su piel hambrienta.
Aquella depresión, aquellos dos meses de agonía y soledad destruyeron sus cadenas. Liberaron a Jeff de su temor, de sus deudas con los genes y la sociedad domesticada. Una mañana de primavera, igual que esta, emergió de su apartamento con una palabra que significaba todo, que daba sentido al sufrimiento y a la pérdida:

Metanoia.

Anduvo de vuelta por las trochas y sendas transitadas en pos de los sueños de otros y tomó por fin otra dirección: la suya. Un camino que para todos era una extraña y retorcida forma de suicidio pero que para él significaba un renacimiento explosivo, una forma de escribir una partitura única que regalara significado y alegres melodías al blues del perdedor en el que se había convertido su vida.
Decidió hacer frente al Ogro, ese monstruo suizo que había acabado con la vida de sesenta personas. Una mole de nieve y hielo de paredes pulidas como sus íntimos abismos que levantaba cuatro mil metros sobre las aguas tempestuosas de su mar interior.

Eiger.

Suena el timbre de la puerta principal y escucha los pasos de la enfermera. La puerta se abre y dos voces femeninas conversan. Es ella. Ha venido por fin... La quiero tanto. Necesito sentir su reposo, necesito poder verla una vez más antes de... Pasan los minutos y nadie entra en su salón solitario, y los fantasmas que flotan en ese aire denso se hacen cada vez más pesados y caen a plomo sobre el corazón de Jeff.
Pero Jeff no cayó durante aquellos terribles nueve días de 1991, sino que voló pegado a las paredes del majestuoso Eiger como si fuera un albatros remontando el vuelo contra las escarpaduras de un acantilado. Fueron las jornadas más duras y a su vez más felices de su compleja existencia. Ninguna de las tormentas demenciales que le aplastaron contra aquella pared doblegó su mente ni partió su frágil cuerpo humano. No importó que tuvieran que rescatarle en helicóptero de aquella cima para la historia. Las aspas de la libélula elevaron a Jeff hacia los cielos mientras observaba la nieve flotando en mágico torbellino, como si la última punta rocosa, el último filo agudo, creara brillantes estrellas blancas que viajarían con el viento helado para decirle al mundo que Jeff Lowe era el primer hombre en ascender la cara norte del Eiger. 

La vía Metanoia.

Siente una profunda emoción, una mezcolanza de nostalgia y alegría a partes iguales que le hacen sentirse vivo, encerrado en ese cuerpo degenerado y arrugado. Sin embargo, poco a poco, acompañando al lento decrecer de la luz del sol, su esperanza se apaga. Atardece y las sombras de los objetos se alargan. Penetran amenazantes por esos ventanales que dan al mundo y tiran del alma de Jeff hacia la sima de la desesperación. Hacia la única salida que encuentra para esta vida de pobreza, para esta agonía que le ha transformado en una planta marchita. Otra voz de mujer llega a sus oídos a través de las delgadas paredes de este viejo sanatorio. Tan sólo el cambio de turno de las enfermeras, alcanza a pensar mientras su alma cae en un sopor mortífero. Otro día esperándola; una nueva agonía.
 La puerta de la sala se abre despacio y unos tacones prometen bellas posibilidades. Un perfume conocido, suave, adornado con notas infantiles, despierta en Jeff los recuerdos de una niña dulce y hermosa. Siente una mano sobre su hombro, una mano que sube hasta su cuello, unos dedos que acarician su mejilla. Ella se inclina y aproxima sus labios hasta rozar la oreja de Jeff. Susurra las palabras que tanto deseaba escuchar.

Papá, soy yo. Ya pasó todo, querido papi. Olvida todos esos pensamientos oscuros. Por fin he reunido el dinero para los medicamentos y el ordenador de voz. Te vas a poner mejor y vamos a poder hablar durante toda otra vida. ¡Te quiero papá y jamás te abandonaré!
Un escalofrío recorre la columna vertebral de Jeff, el último rayo de luz de este atardecer, que parece haber viajado hasta su cuerpo a través de las caricias, los susurros y las bellas palabras de su hija. Una luz hermosa que marca de nuevo una senda no transitada, un desandar el camino y tomar un rumbo lleno de esperanza.

Metanoia.
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Metanoia (del griego μετανοῖεν, metanoien,cambiar de opinión, arrepentirse, o de meta, más allá y nous, de la mente) es un enunciado retórico utilizado para retractarse de alguna afirmación realizada, y corregirla para comentarla de mejor manera. Su significado literal del griego denota una situación en que en un trayecto ha tenido que volverse del camino en que se andaba y tomar otra dirección.

El Eiger es una montaña de 3970 m de altura de los Alpes berneses de Suiza, que forma parte del conjunto Jungfrau-Aletsch-Bietschhorn declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001. Es el pico más oriental de la cadena que se extiende cruzando el Mönch (4099 m) y la Jungfrau (4158 m). La ladera septentrional de la montaña se alza alrededor de 3 km sobre Grindelwald y otros valles habitados del Oberland bernés, y la cara meridional queda frente a la región del Jungfrau-Aletsch, cubierta por algunos de los glaciares más grandes de los Alpes.
El Eiger se menciona ya en documentos del siglo XIII pero no existen referencias claras del origen de su nombre. Las tres montañas de la cresta se llaman -normalmente de izquierda a derecha- el Ogro (Eiger), el Monje (en alemán Mönch) y la Doncella (en alemánJungfrau, que se traduce como "Virgen" o "Doncella"). El nombre ha sido relacionado con el término latino acer, que significa "agudo" o "puntiagudo", pero más comúnmente con el alemán eigen, en el sentido de "característico". Dado que es una montaña mítica del alpinismo por la dificultad de su cara norte, en la que han muerto muchos montañeros, se justifica el nombre de "Ogro".

Jeff Lowe fue uno de los más punteros alpinistas de su generación. En 1974 realizó la primera ascensión de las Bridalveil Falls (III, WI5+) en libre, una escalada en hielo de cascada inimaginable para la época, que pronto se encargó de superar él mismo al repetirla en solitario. En 1978, realizó una escalada impresionante en la arista norte del Latok I con su primo George Lowe, Michael Kennedy y Jim Donini (se quedaron a 150 m de la cima). En 1979, realizó la primera ascensión en solitario de una ruta nueva en la cara sur del Ama Dablam. Durante los años ochenta también realizó primeras ascensiones al Skyang Kangri (Pakistán), Kwangde, Kangtega y Tawoche (Nepal), además de la primera repetición –en solitario y en invierno– del Pilar Sureste del Nuptse. La escalada mixta actual le debe también tributo, pues suya fue la concepción del grado 'M' con la primera de Octopussy M8 (Colorado) en 1994.

Aunque probablemente fue Metanoia (VII, 5.10, M6, A4), en la cara norte del Eiger, su mayor creación. La hizo en un arrebato que muchos de sus amigos consideraron suicida, después de dos meses sin escalar y cuando atravesaba una serie de problemas personales. Pasó nueve días de invierno en la terrorífica Nordwand y salió indemne. La ruta sirvió de eje a un documental sobre la vida de Jeff Lowe, gravemente afectado desde hace años por una enfermedad degenerativa que lo ha relegado a una silla de ruedas.

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