domingo, 19 de febrero de 2017

Arcadia feliz

Arcadia (del griegoἈρκαδία) era una región de la antigua Grecia. Con el tiempo, se ha convertido en el nombre de un país imaginario, creado y descrito por diversos poetas y artistas, sobre todo del Renacimiento y el Romanticismo. En este lugar imaginado reina la felicidad, la sencillez y la paz en un ambiente idílico habitado por una población de pastores que vive en comunión con la naturaleza, como en la leyenda del buen salvaje. En este sentido posee casi las mismas connotaciones que el concepto de Utopía o el de la Edad de oro.
El tema es parte de mitos de la Grecia antigua y era mencionado en los cuentos populares y en los discursos de algunos sabios como ejemplo de vida.
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Paul ha nacido en una gran ciudad del sur de Inglaterra. Ha tenido que luchar desde que era un niño por hacerse un lugar en una sociedad competitiva que deja atrás a los débiles. Ha dedicado su vida a esforzarse para que su familia viviera en paz. A causa de ello ha caído en un proceso de estrés crónico del que brega por salir. Como siempre, continúa luchando, aunque ha decidido abandonar el papel que ha adquirido con los años en su entorno. Es una decisión firme.
-¿Por qué te importa tanto el dinero?– pregunta una radiante mañana de sábado su esposa Mary, nacida en Happyfluteshire, un idílico condado del norte, en el cual vivió ignorante de los problemas y preocupaciones de sus padres.
Paul no responde nada en esta ocasión. Se queda callado, ha abandonado su papel habitual, aunque siente que ni siquiera las personas por las que ha llevado a cabo tantos esfuerzos son capaces no de agradecerlo, sino de valorarlo en su justa medida. Durante las siguientes semanas, sin que nadie lo sepa y tras abandonar su estresante trabajo, se dedica a poner en venta sus bienes: sus empresas, sus inmuebles, sus acciones, todo. Después toma todo el dinero obtenido y lo dona a una organización benéfica que lucha contra la pobreza. Él se siente liberado de un gran peso y se dedica a meditar, sonreír y ser amable con todo el mundo. Es paciente, cariñoso, sabe escuchar y es tremendamente servicial. Nada le preocupa y puede concentrarse en dar todo lo inmaterial por los demás, tal y como hace un monje tibetano.
Otra luminosa mañana de domingo Paul se sienta frente a su esposa Mary, mientras los niños juegan en otra habitación, y le explica todo lo que ha estado haciendo con dulzura y cariño, su cara adornada por una enorme y sincera sonrisa. Ella al principio no entiende, le mira con los ojos abiertos como platos. Tras unos largos segundos de desubicación, a Mary le surge un único pensamiento, una única preocupación:
–¿Y de qué vamos a vivir ahora?
Paul la observa extrañado, como se mira a alguien poseído por preocupaciones nimias, y responde:
– No lo sé Mary, pero no lo entiendo. ¿Por qué te preocupa tanto el dinero?

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