domingo, 26 de febrero de 2017

Personnalité

    Personnalité es el extraño nombre de nuestro gato. Ya se llamaba así cuando nos lo entregaron. Provenía de una familia silenciosa y malhumorada, incapaz de cuidarle, y eso se notaba en su comportamiento. El pobre animal era un torbellino de actividad frenética. También era alegre y cariñoso por naturaleza.
    Es un gato precioso, de color blanco. Tan sólo una mancha negra que cubre su cabeza y parte de su oreja izquierda crea una nota discordante sobre su brillante y suave pelo. Sus bigotes son largos y su boca reposa sobre una sonrisa perenne. Es un ejemplar grande y fuerte, aunque nada agresivo. La mayor parte de su tiempo lo emplea en dormitar o en observar sereno la televisión y el deambular de coches y personas por nuestra atestada rue parisina, a través de los amplios ventanales del salón. Eso es ahora, porque cuando era pequeño ya digo, no paraba. Pero es que conseguir que un alma atormentada se aquiete y se armonice lleva su tiempo. Darle de comer por la mañana y por la noche le sentó muy bien. Crearle una rutina, ofrecerle asideros temporales. Agradeció, con el tiempo, la paciencia que tuvimos con su comportamiento arisco y veleidoso. Nuestros brazos y nuestra cara se cubrieron de sus arañazos al principio. Pero nuestro tesón dio sus frutos. Cada día le peinábamos con un cepillo de púas y le quitábamos el pelo que se le caía mientras él ronroneaba de gusto. A veces trepaba por mi cuerpo hasta aposentarse en el cogote. Se arrellanaba en mi nuca y allí se quedaba, tan diminuto como era. Otras veces se enganchaba a nuestra ropa con sus afiladas uñas, tembloroso e inseguro, hasta que le cogías y le acunabas mientras escuchaba los latidos de tu corazón.
   Destrozó el sofá y las sillas del salón. Rasgó el edredón de nuestra cama. Mordisqueaba las gomas del pelo de la niña y se comía las hojas de la planta de plástico.
    Muchas veces desaparece en busca de una soledad ansiada. Creo que es el reposo de su alma cansada. Le pierdes de vista y ni siquiera le buscas. Sabes que necesita estar solo. Aparece al tiempo caminando sereno y elegante sobre las anchas tablas del parqué y te busca. Da un salto sobre la cama en la que lees, junto a la lámpara de color melocotón. Se te acerca por un costado y trepa sobre ti, hasta posar sus patas sobre el latido de tu corazón. Al cabo de un rato duele un poco pero se aguanta. No te mira, hasta que le acaricias la cabeza y el lomo, y envuelves todo el recorrido de su cola en la palma de tu mano. Entonces posa sus pupilas verticales, las que flotan en un mar amarillo manzana, en tus ojos. Dura tan sólo unos segundos; lo suficiente para saber que te aprecia mucho. Después aparta sus pezuñas de tu pecho, aunque allí se quedan sus huellas.
    Tigre es nuestro otro gato. Personnalité cuida de Tigre como si fuera su hijo. Le enseña cómo debe ser un gato con su mera presencia. Deja que coma hasta saciarse y se reserva un poco de pienso para él. Acepta gustoso sus juegos alegres y juveniles, aún siendo él, a día de hoy, de carácter sereno. Lo hace porque le quiere y se le ve feliz, en el fondo, hecho una bola con el pequeño, mordisqueándose y jugueteando. Persiguiéndose a la velocidad del rayo por toda la casa o aceptando el reto de una emboscada. A veces se sientan juntos sobre un almohadón, junto a la ventana. Sus siluetas se recortan contra la claridad del día, como si fueran elegantes estatuillas egipcias, mientras observan el mundo en silenciosa compañía. Cuando les veo así, estoy seguro de que Personnalité se encuentra mucho mejor. La serenidad, la paciencia y el cariño que ha recibido en esta casa le han hecho mucho bien. Por las mañanas, cuando nos aseamos frente al espejo, aparece con paso tranquilo en el cuarto de baño. Trepa al retrete y, desde allí, se encarama a la encimera de mármol blanco. Se pasea por ella, sus patas esquivando con elegancia la jabonera y el cepillo de dientes. Luego se mete en la pila y se acurruca. A mí me da por pensar que esa porcelana pulida es la mitad de un huevo enorme del que él ha nacido. O una especie de nido en el que se siente en paz.
    Todos los días camina entre mis piernas, dejando que su lomo roce contra la pernera del pantalón. Después se planta delante de mí y se deja caer fulminado, de lado, mientras levanta sus pezuñas o se estira como un chicle, sujeta sus garras a la pata de una silla e inclina su cabecita hacia atrás. Quiere que me agache y le acaricie, y eso es lo que hago. Paso mi mano por su lomo, a favor del pelo. Rasco su cabeza y se la agarro. Dejo las yemas de mis dedos sobre el tacto gomoso de sus huellas y se las acaricio en un suave masaje. Entonces le veo. Realmente le veo allí, junto a mí. Quiero confesarte, aún a riesgo de que pienses que estoy loco, una percepción; no, un misterioso convencimiento. La mancha negra que cubría su cabeza ha comenzado a disminuir. Sí amigo. Al principio pensé que me estaba volviendo loco y rebusqué entre algunas fotos antiguas. No podía creer lo que veía. Luego lo justifiqué diciéndome que el gato crecía y la mancha no. Pero no puedo evitar reconocer esta realidad tan inquietante. La mancha negra se ha transformado en un solitario lunar que desaparece poco a poco con nuestras caricias. Su cabeza luce blanca y despejada y yo puedo ver cómo Personnalité es cada día más feliz.

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