lunes, 30 de enero de 2017

Él no estaba ahí

   Todo su entramado genético, su educación y su personalidad pasiva-agresiva habían construido un ser que, tras abandonar la escuela, dejó de estar ahí. Veías su cuerpo, escuchabas su voz, podías incluso tocarle, pero él no estaba ahí. Tejió una madeja de temas de conversación y  opiniones vacías de contenido, intercambiables en función del interlocutor. Era capaz de decir lo mismo y lo contrario dentro de una única frase de la forma más natural. Tan solo eran palabras, repetidas una y otra vez a modo de lugares comunes. Daba igual, porque él no estaba ahí. 
   Cumplía a la perfección con todos los papeles que le había ido asignando la vida, pasando por los lugares sin dejar huella. Él no estaba ahí. Estudiante, hijo, marido, empleado, padre, conocido, vecino, amigo... Sabía lo que había que decir en cada momento con el fin de que prosiguiera la rueda de las conversaciones y verla marchar girando acompañada del otro ser humano que había intervenido en ellas. Su único objetivo era seguir sin estar allí. Consiguió no estar en su boda, ni en el nacimiento de sus hijos, ni en veinte años en el mismo trabajo. Daba igual que estuviera en un lugar o no, porque nunca estaba. El truco más importante para conseguir no estar era mentir de forma permanente. Generó un flujo de engaños, medias verdades, frases sin sentido, respuestas evasivas o vacías de contenido y temas insulsos que le permitían no estar en ningún momento. Las mentiras no perseguían ningún fin. Simplemente mentía, en todo momento y por la más mínima tontería, en su insistente y determinada cruzada por no estar y por conseguir que los demás se convirtieran en un magma que fluyera sin que se le adhiriera ni consiguiera nada de él. Era imposible arrancar de su persona un sentimiento o pensamiento auténticos, por la sencilla razón de que en realidad no había nadie ahí dentro para generarlos. Si resultaba evidente que había mentido, reconocía su error de inmediato y proseguía mintiendo. A las pocas semanas colocaba de nuevo la misma mentira a la misma persona en su natural fluir de las cosas, en su tendencia innata a no estar nunca ahí. Cuando las circunstancias o el destino hacían que no apareciera más por algún lugar, nadie notaba nada. No recordaban nada digno de mención sobre su persona. No les había transmitido nada reseñable ni les había generado ninguna emoción o recuerdo notables. Al día siguiente les costaba recordar su aspecto y simplemente, la vida continuaba. Él ya no estaba allí. Lo que no sabían es que nunca estuvo.
    Su no estar pesaba como una roca atada al cuello cuando se le exigía que estuviera. Cuando alguien le pedía que decidiera o que actuara, convertía su no estar en una sinfonía de ausencias. No concebía su implicación en ningún acontecimiento que tuviera que ver con él ni asumía las consecuencias de ninguna de sus mecánicas acciones porque en esos momentos él era cuando menos estaba, si es que se puede no estar en distintos grados. Era incapaz de concebirse como causante de un problema o culpable de alguna desgracia porque él no estaba allí; el mundo fluía a través de su carcasa y, al encontrarla vacía, se convertía en el causante de todos los males de sus prójimos. El mundo. ¿Acaso puede ser la causa de algún mal alguien que simplemente no está? . Aunque quizá el que nunca está sea la causa de todos los males...
  Su no estar densificaba el aire de las habitaciones y convertía el tiempo en algo pegajoso y pesado. Si ya lo dije yo, decía para estar sin haber estado. Pues eso pensaba yo justo antes de que tú lo dijeras, repetía el que estuvo sin estar y pretendía haber estado antes de que tú estuvieras. Pues eso es lo que yo le dije, espetaba airado tratando de rellenar con una mentira el hueco vacío que dejó cuando hacía como que estaba en una conversación cuando en realidad no estaba. 
    Nunca estuvo. Poco a poco fue dejando de venir aunque no notamos ninguna diferencia. Realmente no vino jamás. Quizá el aire se hizo más liviano; puede que corriera algo más fresco, y a veces nos traía el olor de la tierra mojada, o de alguna flor del parque. Puede ser, no estoy muy seguro, que cuando dejó de no estar dejando de venir, escuchábamos algo mejor las risas de los niños. Creo que nos brillaban más los ojos y que mirábamos con más frecuencia hacia el cielo azul. Es posible. Me contaron que él continuó sin estar y que un día dejó de verse reflejado en los espejos. Su imagen no se veía temblar sobre las aguas de los estanques. Su cuerpo dejó de oler y no sentías nada cuando te tocaba. Sus alegrías y sus penas, todas fingidas, no conseguían alcanzar el corazón de los hombres. Mucha gente fue a su entierro aunque no sabían muy bien a quién iban a despedir; pero todo esto no produjo la más mínima extrañeza porque él jamás había estado ahí.

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