martes, 10 de enero de 2017

Autoficción

   Parece que la literatura necesita, para avanzar y estancarse al mismo tiempo, etiquetas, según la terminología globalista; géneros, la forma de denominarlos hasta hace unos ocho años. Actualmente se quiere dar la impresión de que, desde la intelectualidad, se ha decidido que algo que se ha etiquetado como autoficción ha existido, ha cumplido su función y va tocando a su fin. En mi opinión, cuando alguien consigue encasillar, agrupar, aglutinar, obras de arte creadas por una mente sensible, que por supuesto forma parte de la mente colectiva, de la que se nutre pero también a la que alimenta, destruye en parte esa creación concreta por el mero gusto de satisfacer su intelecto, o simplemente por estar haciendo bien su trabajo, sin más. Realmente qué es la vida sino una permanente autoficción. La cuestión estriba en qué historia somos capaces de contarnos a nosotros mismos y a los demás, ya sea por medio del pensamiento, la conversación, los gestos, los símbolos o la escritura. El "sigloveintiuner" occidental tiene a su disposición un colorido restaurante que ofrece una amplia carta de autoficción, en la cual el Yo es la materia prima de todos los platos. Luego la cuestión no estriba en si existe un género literario de autoficción, y si nos agrada o no, si tururú o tarará, sino, una vez más, qué demanda el lector, cuántos libros podrá vender el editor, en definitiva, qué autoficción hojea las páginas de un libro y a qué autoficción social pertenece. 
   El autor actual lo tiene más fácil que nunca: únicamente ha de abrir un editor, escribir y autopublicarse. El grado de libertad como creador es casi infinito. Tan sólo debe liberarse del intenso deseo de ser muy leído o publicado. Si lo consigue, no existen etiquetas, no hay géneros. Ni siquiera se verá obligado a que su obra, si es que la hay, tenga coherencia, sea etiquetable. Puede escribir lo mismo y lo contrario, tener buenos y malos días, construir una sesuda obra o la más ligera historia de entretenimiento. ¿No es acaso una autoficción el hecho de creer que lo que escribimos forma parte de alguna corriente?¿No resulta un triste anhelo que condiciona lo que se cuenta la creencia, el deseo, de que alguien coloque una etiqueta a lo que se escribe, y conseguir así que nuestro diminuto nombre perdure en algún artículo durante, con muchísima suerte, unas décadas? Si el autor y el lector creen ser libres cuando viven atrapados en la autoficción que la sociedad ha creado para sustituir a algo llamado realidad, toda elaborada reflexión etiquetaria adquiere el cariz de un ridículo entretenimiento intelectual, de un alambicamiento de mentes burguesas y algo inquietas, quizá como este mismo artículo. En definitiva, escriban lo que les haga felices, porque poco más importa, y lean lo que les venga en gana, porque si disfrutan, sienten, piensan, o no, que les quiten lo bailado. Y continuemos todos la hermosa y a la vez terrible tradición humana, que se pierde en la noche de los tiempos y que va in crescendo, de la autoficción; y por favor, que nadie se limite a la literatura. Sigamos engañándonos en todo, pero si es posible y les apetece, que la fábula sea bella, sana, constructiva, inteligente, sensible y empática. Contémonos algo con relleno, leamos buscando una autoficción que nos aleje, aunque sólo sea por un rato, de las alimañas.

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