domingo, 12 de agosto de 2018

Barcelona

    Encontró el lenguaje degradado a una mera herramienta de venta o convencimiento. O sujeto a reglas y técnicas para entretener al lector, mientras no daba crédito a la libertad creativa que le transmitían aquellos montones de frutas colocados sobre la estructura alienígena que Gaudí imaginó un siglo atrás.
  Veía etiquetas escritas con jugo de limón sobre cada piel sintética y todas decían lo mismo: rápido. Recordó aquellos paseos serenos por el Parque Güell, cuando los dueños de las ciudades eran los vivos y se amaban de verdad, mientras leía un texto recargado, manido y vanal. Se reencontró con un desconocido que vive su vida paralela y le quiso abrazar, porque sabía que también vivía su vida pasada. Vio su mente lejana, devorada por los sueños que enjaulan, los nervios y la médula espinal colgando de un cerebro palpitante, sanguinolentos, arrancados de un cuerpo que ya ni siquiera es animal. Y recordó la infancia de su madre en una Barcelona mágica de pura verdad y sepia, aquella que aplastó a un genio con un tranvía y le regaló el silencio, la libertad y la serenidad eterna.


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