sábado, 26 de diciembre de 2015

El fantasma de la Nochebuena

   Anoche me entregué de nuevo a mi secreto ritual cotidiano, consistente en disfrutar, en la penumbra de una habitación a oscuras, de tortilla de lentejas y de un batido de kiwi con carne picada. No hay nada que más me relaje. Sin embargo, en esta ocasión, y en fecha tan señalada como la Nochebuena, mi agradable rutina se vio truncada por la súbita aparición de un fantasma. Me pilló tratando de tragar una porción de tortilla mientras le daba un sorbo al batido. Me llevé tal susto que lo escupí de un golpe, dejando al pobre fantasma hecho unos zorros.
   -¡Pero qué haces!¡Mira cómo me has puesto!
    El fantasma llevaba un bonito atuendo de fiero pirata, arruinado a causa de los restos de lentejas esparcidos por su camisa blanca y por una mancha de kiwi adornando su tenebroso parche. Le pedí disculpas y tanteé la mesa hasta agarrar una servilleta de papel. Me levanté dispuesto a tratar de limpiarle un poco pero me despachó con cajas destempladas.
   -¡Quita! ¡Aparta tus sucias manos! Así no hay forma de asustar a nadie, narices...
   De su cuerpo emanaba una extraña fosforescencia blanquecina, y yo podía ver a través de él, lo cual me tranquilizó. Me encontraba ante un auténtico fantasma y no frente a cualquier listillo interesado en robarme la receta secreta de mi delicioso batido.
    -Permíteme un momento...
    Entonces se giró, y en un abrir y cerrar de ojos se había convertido en un famélico corredor de maratón, con su dorsal y todo, en cuya rasurada cabeza lucía un tocado de faraón egipcio y que sostenía, en su mano izquierda, una varita mágica.
-¿Está usted bien? -le pregunté
- Sí, sí. ¿Qué pasa, que no te doy miedo?Me han dicho que esto es lo último en atuendos para asustar a la gente...
-Miedo no, pavor es lo que siento ahora mismo.- respondí impertérrito.
- Bueno, vamos a ver, estoy aquí porque me han dicho que estás planeando convertirte, a partir de mañana, en una persona normal. ¿Pero es que te has vuelto loco?
-No, no. Bueno, ejem, fíjate, fíjate bien...
    Acerqué la mano a mi oído derecho e introduje los dedos con fuerza, hasta el fondo. Algo se movía y sabía que era ella. Se resistía a que la sacara de allí dentro, pero en un ágil movimiento final conseguí atraparla con tres dedos. Tiré con fuerza y el fantasma pudo ver como de mi oreja emergía una ristra de palabras que, aunque parezca mentira, conformaban una idea. Una vez fuera, y sostenida en vilo por mi mano, la idea se agitaba, como queriendo regresar al cerebro que la había creado.
-¿La ves?Es mi idea de convertirme en una persona perfectamente normal...
El fantasma hizo un mohín y mostró su disgusto ante tamaña visión.
-Aparta esa asquerosidad de mi vista.
Entonces cogí el batido con la otra mano y me dispuse a llevarlo a la cocina.
-¡Eso no, zopenco!La idea que cuelga de tu mano.- dijo mientras se recolocaba el tocado egipcio con gesto disgustado y señalaba mis palabras encadenadas con la varita mágica.
-¿No te da vergüenza hacer caso a ideas tan simples?Además, ¿no creerás que esa idea es tuya, verdad?
-Pero bueno, fantasmón-me crecí. ¿De quién va a ser si no?La tuve el otro día mientras veía por la televisión a toda esa gente tan normal. Se quejaban mucho y parecían bastante enfadados, pero al menos se les veía siempre con algo que hacer, algo que resolver. Se les ve siempre con alguna necesidad, algún deseo, siempre intentando conseguir lo que les falta, en constante movimiento. A la gente normal se les debe pasar la vida en un suspiro, siempre haciendo cosas. Así no da tiempo a pensar, debe ser un gusto. Se les ve a todos juntos, tan contentos, repitiendo las mismas cosas una y otra vez, así, muy rápido. Yo quiero ser normal. Como ellos y ellas.
- Pero muchacho,¿has perdido el juicio?¿Se te ha ido la chota?No puedo creer lo que estoy viendo. Tu abuelo tenía razón. No quería creerle pero es cierto. Y mira que me avisó. Me dijo, vete a verlo padre, ve a visitar a tu bisnieto y mira en lo que se ha convertido la degeneración de nuestros queridos genes, cuando los teníamos, claro. Yo a tu abuelo no le hago mucho caso porque allí, en el Cielo, se ha vuelto más llorica que cuando estaba vivo, y además le ha dado por amonestar a todo el mundo, vestido con una guerrera militar y un tutú de bailarina, que dice que hasta los muertos necesitamos una revolución con sonrisas. Pero en esta ocasión está en lo cierto...
    Miré al fantasma de mi bisabuelo, y no se parecía en nada a ese serio director de periódico de finales del XIX que había visto en los álbumes de fotos familiares. Mis tías me habían contado, eso sí, que había tenido fama de libertino, y que incluso había tenido el mal gusto de frecuentar, toda su vida, a artistas y escritores sin ni una sola idea política. Que había viajado por todo el mundo, habiendo desaparecido en varias ocasiones sin dejar rastro. De sus viajes tan sólo traía puñados de tierra y extraños instrumentos musicales. Es decir, una persona, ahora que lo pensaba bien, nada normal, y por tanto, muy poco de fiar.
    Mientras pensaba en todas estas cosas, ahora que podía, habiendo quedado mi cerebro totalmente vacío de esa idea para mí tan maravillosa de ser una persona normal, el fantasma de mi bisabuelo estiró su tísico brazo de maratoniano, todo sudado y brillante y, con la punta de su varita negra de extremos morados, enganchó mi idea, la enrolló en el mágico instrumento, y tiró de ella hasta arrancarla de mis dedos. Sin darme tiempo a reaccionar, absorto como estaba en imaginar a mi abuelo lloriqueando mientras su progenitor le echaba arena por la cabeza y le obligaba a tocar el sitar o un tambor africano, hizo una bola con las palabras de mi idea, la aplastó fuerte con ambas manos, y consiguió que todas las letras se entremezclaran, incluso aplastándose unas contra otras, y formando extraños símbolos y caracteres que a veces recordaban a las olas del mar, que se convertían en estilizados símbolos árabes, que se transformaban en dunas, de las que el viento arrancaba arena, que se arremolinaba formando notas musicales, que se convertían en pinceladas de ideogramas chinos y en otros extraños símbolos que casi me pareció entender, escuchar, como si Sherezade me susurrara mil historias que huelen a zoco, a rubíes, esmeraldas, y a alfanje ensangrentado.
¡Nooooo!¡Quiero ser normal!¡Noooooo!
    Abrí tanto la boca para gritar. Fue mi gran error, el cual aprovechó el fantasma para, en una ágil quebrada, colar la esfera de palabras y letras en mi garganta y, de paso, meterse él también dentro. La varita se le escapó de la mano y me acertó en todo el ojo, y todavía me sabe la boca a sudor de maratoniano y a tierra. Sentí un fuerte golpe, el de mis antepasados, en el corazón, y la cabeza me explotó en tal caleidoscopio de ideas alucinantes, mágicas y completamente inútiles para gobernar un país, que caí desmallado entre restos de carne picada, kiwi y tortilla de lentejas.
 
Esta mañana he despertado como si hubiera dormido mil y una noches. He abierto las ventanas y se han quedado así para siempre. Me he sentado frente a un papel y he comenzado a escribir:
"Anoche me entregué de nuevo a mi secreto ritual cotidiano...

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