jueves, 21 de mayo de 2020

El avión



Había hecho un gran esfuerzo por coger ese vuelo. Subí al avión, me acomodé en mi asiento y me quedé dormido de puro agotamiento. Una turbulencia me despertó con brusquedad. No podía creer lo que veía. Varios pasajeros yacían muertos en sus asientos sin que nadie les ayudara. Muchos otros tosían y les dolía el pecho. Las azafatas que les habían auxiliado agonizaban al final del avión. Miré por la ventanilla y pude ver el motor envuelto en llamas. Me asomé al otro lado y encontré la misma situación. Me extrañó la verborrea sin sentido del piloto a través de los altavoces. Abandoné mi butaca y me dirigí hacia la cabina. Por el camino me crucé con varios pasajeros muy alterados, soliviantados, siendo reducidos por un corpulento azafato. Aporreé la puerta de la cabina y nadie respondió, aunque pude escuchar encendidas disputas. Me armé de valor y decidí abrir la puerta de una patada. Ante mis ojos se desplegó un espectáculo dantesco: varios hombres armados encañonaban al piloto. Lucían brazaletes con escudos de entidades que no existían. El copiloto se había abierto la camisa y dejaba entrever una camiseta con símbolos caducos, mientras trataba de arrebatarle al piloto el control del avión. Éste, un hombre de aspecto impecable, no paraba de gritar "el piloto soy yo, yo soy el piloto, yo, yo, yo", mientras se aferraba a los mandos, dirigiendo el avión contra una montaña reseca y baldía. Cerré la puerta y busqué los paracaídas por todas partes. Alguien me gritó que no había. Rugí como un león enjaulado. Regresé a mi asiento, junto a mis hijos. Me pellizqué fuerte en el brazo y me abofeteé la cara. No era una pesadilla, estaba pasando. Miré a mis hijos, los abracé muy fuerte y ya no los solté. Un impacto salvaje precedió a la bola de fuego que acabó con todos nosotros. Después, el mundo siguió girando durante eones.





























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