domingo, 6 de noviembre de 2016

Limónov, de Emmanuel Carrère

    Ayer fue el cumpleaños de mi hija mayor y mi mujer regresó de un viaje de cooperación por tierras africanas. Hemos disfrutado de dos días de reencuentro y felicidad familiar, que hemos finalizado viendo El puente de los espías, protagonizada por Hanks, dirigida por Spielberg y escrita por los Coen. Una película situada en la guerra fría y que narra la historia de la defensa legal de un espía ruso y su posterior intercambio por espías americanos. También cuenta el triunfo de las ideas democráticas sobre las opiniones populares y el miedo. Y siempre ando yo a vueltas con esto de los ideales, las ideas y las opiniones. Me ronda desde hace años la ¿idea, opinión? de que los virus más mortíferos que existen sobre la faz de la tierra son los ideales, las ideas y las opiniones, todas o casi todas, y no sólo en las que obviamente estamos pensando. Porque también presenciamos el linchamiento de un hombre que defiende sus ideales y el de su familia por una sociedad burguesa y cínica que reacciona en base a opiniones populistas y violentas. 
    Marcho a la cama con estas y otras ideas y me acuesto junto a una mujer que ha estado en Senegal luchando por sus ideales frente a las opiniones de sus interlocutores. Me pide que apague la luz, lo cual hago con gusto. Bien merecido tiene su ansiado descanso. Yo leía Limónov, de Emmanuel Carrère, libro que relata las andanzas de un personaje, ¿persona, ser humano?, real, Eduard Limónov, y de paso, pincela la vida del propio autor. Una vida, la de Limónov, que corre paralela a la de su país de nacimiento, Rusia. Arranca en la guerra fría que describe la película y nos embarca en un viaje global por la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días. Carrère nos ofrece lo que él denomina un personaje aventurero y digno de envidia.
    A mitad del libro nos relata el encuentro del autor con un ídolo suyo, el cineasta Herzog, autor de películas que reflejan el intenso sufrimiento humano, quizá bajo el yugo de grandes ideales y opiniones. Y cómo se encuentra frente a un hombre que le desprecia y le humilla gratuitamente. Sus reflexiones sobre la entrevista recalan en un sutra budista: el hombre que se considera superior, inferior o incluso igual que otro hombre no comprende la realidad. Parece hablarnos del ego de Herzog, pero sin duda también del de Limónov, y hasta del suyo propio. Y es que Limónov se nos aparece como un ego superlativo construido sobre una montaña de opiniones chuscas. Una vida que no se me parece en nada a la de un aventurero envidiable: macarra, poeta fracasado, embaucador, llorica, lameculos, pordiosero, chapero, escritor de moda, guerrillero, político populista... una vida de mierda dirigida por opiniones ególatras. Otra existencia cuyas cenizas se llevará el viento del tiempo hacia la noche oscura que constituye el olvido. Leemos un libro ameno y cercano, entretenido, escrito en un género que navega entre la biografía, el diario, el autorretrato y la novela. Pero que a mí me ha llevado a las ciénagas de las ideas, las opiniones, los egos y los ideales. Y reflexionar sobre el daño que estos han hecho, hacen y harán a la Humanidad - no hay más que encender la televisión y ver cómo, por ejemplo, los ideales del Corán se transforman en opiniones violentas, o cómo se manipulan los inocentes ideales populares para transformarlos en peligrosas ideas populistas - pero también sobre el daño que nuestras en aparente dóciles ideas u opiniones pueden causar en nuestros hijos, amigos o compañeros de trabajo.
    Limónov vive obsesionado por el reconocimiento, porque se le distinga como alguien especial, diferente, superior. En el fondo es un esclavo de las opiniones de los demás y carece de ideales. Su ego ejerce el resto de la tiranía a la que vive sometido, obsesionado por remarcar una identidad que quizá no exista - ni la suya ni la de nadie, puede que tan sólo sea una idea más - a base de retales sucios. Y es que quizá, leyendo a Carrère, uno no coincida con la opinión de que su vida retrata la evolución de Rusia. Más bien siento, aunque esto es sólo otra opinión, que sitúa a la Humanidad frente a sus propias miserias modernas, completamente ciega, y no al modo de la justicia, frente a los pocos ideales que quizá pudieran reconciliarnos con nosotros mismos.

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