domingo, 8 de septiembre de 2019

Las banderas de Gulliver



Los España, apellido ilustre, son una extraña familia --padre, madre y diecisiete hermanos-- que ha decidido encerrarse en su casa y liarse a golpes e insultos sin salir de sus camas, bien juntitas, compartiendo con entusiasmo, eso sí, el original objetivo de suicidarse a base de fumar cuatro paquetes diarios, mientras sus vecinos hacen deporte, comen sano y disfrutan del aire freshhhhko.
Tomaron esta decisión cuando leyeron un capítulo apócrifo de Los Viajes de Gulliver, en el que el protagonista llega a una extraña isla habitada por seres con el cuello torcido hacia delante y un pulgar derecho descomunal, los cuales adoraban las banderas de colores intensos. En seguida Gulliver identificó las dos o tres que más les gustaban y construyó unas banderas gigantes que le convirtieron en su rey. Los Sallopilig --así se llamaba este extraño pueblo-- eran una raza casi sin cráneo, cuyo cerebro estaba compuesto por una capa de neuronas del grosor y la forma de un folio y que hacía tiempo que habían perdido el sentido del oído y, lo peor de todo, del olfato y del buen gusto.  Eran ordinarios y cainitas y lo único que les organizaba en grupos eran esas deslumbrantes banderas, entregados con frenesí a adorar la propia y a denostar la ajena. Gulliver agitaba desde el amanecer hasta el alba las suyas y comprobó que excitaban y atraían cada vez a más Sallopilig. Así que Gulliver se convirtió en el Emperador de los Sallopilig, que se parece mucho a ser el rey de los cerdos, lo cual te convierte en un grandísimo cerdo. Eso sí, todos decían disfrutar muchísimo. Unos disfrutones, estos Sallopilig y este Gulliver. Todos sus infantes eran dueños de un spin y los adultos, de una copia de su bandera preferida y de una sonrisa --solo una--. 
Lo malo es que las últimas páginas de este pozo de sabiduría, tan celosamente guardado por generaciones de masones, habían sido arrancadas por una mano negra que dejó impresa su huella dactilar con sabor a ketchup en la última hoja.
Los España, últimos receptores y guardianes de un saber tan peligroso y secreto, decidieron quemar este capítulo innombrable y entregarse a la noble tarea de la muerte por mano propia a base de nicotina y alquitrán, llevándose con ellos a la tumba un conocimiento tan nocivo para el común de los mortales. Eso sí, los cigarrillos, todos con sello del Estado y ultralight, que suicidarse, se querían suicidar, pero sin prisa. Además, ahora eso de ultralight ya no existe. La cantidad de veneno de las cajetillas se clasifica por colores. Colores intensos. Como los de las banderas de Gulliver.


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