miércoles, 9 de mayo de 2018

La señal



    Recibimos una señal rudimentaria e identificamos el origen. Para nuestra sorpresa, no estaba demasiado lejos. Provenía de un planeta muy pequeño, el tercero de un sistema coronado por una estrella insignificante, en el borde de una galaxia poco masiva que habíamos ignorado siempre, pese a estar relativamente cerca. Como en otras ocasiones, nuestra sociedad tenía miedo. Las malas experiencias anteriores aconsejaban una prudencia extrema. Invertimos décadas en observar aquel amago de civilización, formada por individuos que, básicamente, eran unos sacos de vísceras de los que erupcionaban cuatro tentáculos, coronado todo por una quinta prominencia que contenía un gran ganglio director, sin lugar a dudas defectuoso. Consideramos aquel órgano como una aberración evolutiva, que parecía generar una especie de imagen falsa y obsesiva de sí mismo en cada individuo, en diferentes grados, además de algún tipo de engaño colectivo que les hacía creer que pertenecían a grupos inexistentes enfrentados entre sí. Esta especie había conseguido una alta tasa de reproducción y había colonizado su diminuto planeta, aplastando a los demás seres vivos y parasitando toda la superficie seca. Su diferenciación evolutiva era muy reciente y nuestras proyecciones vaticinaban una pronta desaparición por autodestrucción, primero individual, en fase muy desarrollada en el momento de nuestra observación, y posteriormente colectiva. Decidimos ignorar la señal y evitar a toda costa una posible respuesta. Se intensificaron las medidas de camuflaje frente a sus dispositivos de búsqueda. Los hechos acontecidos recientemente en aquel planeta nos confirman lo acertado de nuestras conclusiones y reafirman nuestra política de extrema prudencia frente a especies de baja calidad evolutiva.


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