domingo, 1 de octubre de 2017

La sonrisa de la hiena

    Podría estar ocurriendo que nuestra sociedad se hubiera vuelto tan infantil o púver o estúpida que sonreír se estuviera convirtiendo en una cuestión moral. Podría estar sucediendo que comenzáramos el siglo desorientados y nos ofrecieran, a modo de asidero –más bien de espejismo–, el talante, y que, comprobada su vacuidad – o nuestra insaciabilidad o nuestra falta de conformismo o nuestra total ausencia de verdadero talante –, nos propusieran, como segundo plato y a modo de trágala, la sonrisa. Mira que es bonito sonreír, y hasta reír y carcajear, llorar de risa, doblarse en espasmos ante una ocurrencia genial, un buen chiste o un amigo con chispa. Pero desde que la sonrisa se ha convertido en un arma arrojadiza, y casi en una imposición, se le van quitando a uno las ganas de dibujarla en sus labios. Al igual que ocurre con la palabra amor, la sonrisa, de tanto utilizarla, se nos gasta y pierde todo su valor. Uno comienza a sentirse bajo la tiranía de la sonrisa, y basta que un prócer desee imponerme algo para que me niegue a obedecerle –las órdenes modernas son subliminales, puede que mucho más impositivas que las directas–. Desde lo público se anima a los compañeros o a la gente a hacer las cosas “con una sonrisa”, como si el mero hecho de sonreír tuviera valor en sí mismo. La sonrisa va unida a una palabra, pensamiento, acción o actitud que la desencadena de forma natural. Pero ahora, en una nueva vuelta de tuerca de la tiranía de los pensamientos únicos –van habiendo un par por lo menos, pero siguen siendo únicos por su exclusiva capacidad para lo imbécil y borreguil y por su voluntad excluyente–, se nos impele a sonreír como un instrumento social que divide a las masas entre los que sonríen y los que no. Y claro, la vida se nos llena de sonrisas apestosas, falsas, forzadas. Personas que cometen una ilegalidad y sonríen. Que asesinan y sonríen. Que sonríen cuando están siendo vencidos, como si creyeran que nos pueden hacer dudar así de su estrepitosa derrota, o como queriéndonos crear las sensación de que son muy listos y de que las cosas no terminan ahí. Se anima también a sonreír en las empresas, espacios pitirifláuticos donde los haya, todo sonrisas y positividad, alegría, amor y fraternidad. Sonríe en la convivencia decepcionante el monstruo larvado. Sonríe el vendedor de humo que nos cruje a comisiones. Sonríe al Universo con la mente el orador o el meditabundo. Sonríen las masas mientras dividen el mundo y actúan como robots o clones o zombis o marionetas que otros ladrones bastardos sonrientes manipulan. Sonrían, amigos. Traten de agredir con su alegría impostada. Lancen contra los ojos de los demás su podrida dentadura y sus labios descoloridos y prosigan haciendo el ridículo y mostrándonos su vacío. La sonrisa se ha devaluado tanto que se ha convertido en una señal de alerta. Cuidado si nos sonríen, porque las probabilidades de que nos quieran engañar, manipular o agredir aumentan de manera exponencial. Así que hay que andar vigilante y precavido frente a la sonrisa. La de la amante sibilina, la del amigo sutil y traicionero, la del vendedor avaricioso, la del político ególatra.
    La Razón, la inteligencia y el conocimiento, las más excelsas capacidades del ser humano, han sido las poderosas armas que la Humanidad ha utilizado para ir arrinconando la enfermedad, la ignorancia y la injusticia. La alegría es la salsa que las sazona. Vamos, con gran esfuerzo y algunos retrocesos, abandonando nuestras vísceras, que es donde residen de verdad la mayoría de las emociones. Pero han alcanzado el trono del mundo nuevas fuerzas que introducen su zarpa en esas tripas y las remueven, y gritan día y noche las mismas frases, apisonadoras monocordes, para impedirnos pensar. Todas dicen más o menos lo mismo. Siente, no pienses, sonríe y compra. Siente, no pienses, sonríe, y obedece. Siente, no pienses, sonríe, y firma aquí. Siente, no pienses, sonríe, y vótame… Lo serio es malo, lo largo es malo, lo intelectual es malo, el esfuerzo es malo, los valores son malos, la ley es mala. Túmbalo todo con tu sonrisa. Sonríe y cambiarás el mundo, que se postrará a tus pies. Arco iris, unicornios, hierba fluorescente, aguas caribeñas, paz, amor, amistad y fraternidad eternas. Sonríe.
    Sonríe la hiena, esa especie de perro gigante que recuerda a un muerto viviente que acaba de abandonar su tumba. Su cabeza es grande en relación al resto del cuerpo. Poderoso su cuello, temibles sus colmillos. Espera, serena tan sólo en apariencia, a que otros ataquen y luchen y venzan, o corran y se agoten y sucumban. Se aproxima a animales heridos y desechados por los grandes carnívoros en busca de una presa mejor, o a los restos de un festín, en natural puja con los buitres. Sonríe cuando camina despacio con la cabeza gacha, mientras otras hienas se aproximan y conforman un grupo sonriente que huele a muerte y a putrefacción. Ríe la hiena y su voz parece humana y el que la escucha sabe por qué dan tanto miedo los payasos. Aunque es posible que le hayamos robado su risa a las hienas. Hunde su hocico en la carroña y revuelve las vísceras y su hedor se pega a su cara y toda esa sangre caliente le cubre el resto hasta los ojos. Sonríe satisfecha mientras se alimenta de los despojos que otros no valoraron. Cada vez son más, y sonríen, lo hacen siempre.


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