Podría
estar ocurriendo que nuestra sociedad se hubiera vuelto tan infantil
o púver o estúpida que sonreír se estuviera convirtiendo en una
cuestión moral. Podría estar sucediendo que comenzáramos el siglo
desorientados y nos ofrecieran, a modo de asidero –más bien de
espejismo–, el talante, y que, comprobada su vacuidad – o
nuestra insaciabilidad o nuestra falta de conformismo o nuestra total
ausencia de verdadero talante –, nos propusieran, como segundo
plato y a modo de trágala, la sonrisa. Mira que es bonito sonreír,
y hasta reír y carcajear, llorar de risa, doblarse en espasmos ante
una ocurrencia genial, un buen chiste o un amigo con chispa. Pero
desde que la sonrisa se ha convertido en un arma arrojadiza, y casi
en una imposición, se le van quitando a uno las ganas de dibujarla
en sus labios. Al igual que ocurre con la palabra amor, la sonrisa,
de tanto utilizarla, se nos gasta y pierde todo su valor. Uno
comienza a sentirse bajo la tiranía de la sonrisa, y basta que un
prócer desee imponerme algo para que me niegue a obedecerle –las
órdenes modernas son subliminales, puede que mucho más impositivas
que las directas–. Desde lo público se anima a los compañeros o a
la gente a hacer las cosas “con una sonrisa”, como si el mero
hecho de sonreír tuviera valor en sí mismo. La sonrisa va unida a
una palabra, pensamiento, acción o actitud que la desencadena de
forma natural. Pero ahora, en una nueva vuelta de tuerca de la
tiranía de los pensamientos únicos –van habiendo un par por lo
menos, pero siguen siendo únicos por su exclusiva capacidad para lo
imbécil y borreguil y por su voluntad excluyente–, se nos impele a
sonreír como un instrumento social que divide a las masas entre los
que sonríen y los que no. Y claro, la vida se nos llena de sonrisas
apestosas, falsas, forzadas. Personas que cometen una ilegalidad y
sonríen. Que asesinan y sonríen. Que sonríen cuando están siendo
vencidos, como si creyeran que nos pueden hacer dudar así de su
estrepitosa derrota, o como queriéndonos crear las sensación de que
son muy listos y de que las cosas no terminan ahí. Se anima también
a sonreír en las empresas, espacios pitirifláuticos donde los haya,
todo sonrisas y positividad, alegría, amor y fraternidad. Sonríe en
la convivencia decepcionante el monstruo larvado. Sonríe el vendedor
de humo que nos cruje a comisiones. Sonríe al Universo con la mente
el orador o el meditabundo. Sonríen las masas mientras dividen el
mundo y actúan como robots o clones o zombis o marionetas que otros
ladrones bastardos sonrientes manipulan. Sonrían, amigos. Traten de
agredir con su alegría impostada. Lancen contra los ojos de los
demás su podrida dentadura y sus labios descoloridos y prosigan
haciendo el ridículo y mostrándonos su vacío. La sonrisa se ha
devaluado tanto que se ha convertido en una señal de alerta. Cuidado
si nos sonríen, porque las probabilidades de que nos quieran
engañar, manipular o agredir aumentan de manera exponencial. Así
que hay que andar vigilante y precavido frente a la sonrisa. La de la
amante sibilina, la del amigo sutil y traicionero, la del vendedor
avaricioso, la del político ególatra.
La Razón, la inteligencia y el conocimiento, las más excelsas
capacidades del ser humano, han sido las poderosas armas que la
Humanidad ha utilizado para ir arrinconando la enfermedad, la
ignorancia y la injusticia. La alegría es la salsa que las sazona.
Vamos, con gran esfuerzo y algunos retrocesos, abandonando nuestras
vísceras, que es donde residen de verdad la mayoría de las
emociones. Pero han alcanzado el trono del mundo nuevas fuerzas que
introducen su zarpa en esas tripas y las remueven, y gritan día y
noche las mismas frases, apisonadoras monocordes, para impedirnos
pensar. Todas dicen más o menos lo mismo. Siente, no pienses, sonríe
y compra. Siente, no pienses, sonríe, y obedece. Siente, no pienses,
sonríe, y firma aquí. Siente, no pienses, sonríe, y vótame… Lo
serio es malo, lo largo es malo, lo intelectual es malo, el esfuerzo
es malo, los valores son malos, la ley es mala. Túmbalo todo con tu
sonrisa. Sonríe y cambiarás el mundo, que se postrará a tus pies.
Arco iris, unicornios, hierba fluorescente, aguas caribeñas, paz,
amor, amistad y fraternidad eternas. Sonríe.
Sonríe la hiena, esa especie de perro gigante que recuerda a un
muerto viviente que acaba de abandonar su tumba. Su cabeza es grande
en relación al resto del cuerpo. Poderoso su cuello, temibles sus
colmillos. Espera, serena tan sólo en apariencia, a que otros
ataquen y luchen y venzan, o corran y se agoten y sucumban. Se
aproxima a animales heridos y desechados por los grandes carnívoros
en busca de una presa mejor, o a los restos de un festín, en natural
puja con los buitres. Sonríe cuando camina despacio con la cabeza
gacha, mientras otras hienas se aproximan y conforman un grupo
sonriente que huele a muerte y a putrefacción. Ríe la hiena y su
voz parece humana y el que la escucha sabe por qué dan tanto miedo
los payasos. Aunque es posible que le hayamos robado su risa a las
hienas. Hunde su hocico en la carroña y revuelve las vísceras y su
hedor se pega a su cara y toda esa sangre caliente le cubre el resto
hasta los ojos. Sonríe satisfecha mientras se alimenta de los
despojos que otros no valoraron. Cada vez son más, y sonríen, lo
hacen siempre.
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