domingo, 17 de septiembre de 2017

EmocioAnal, Javier Marías

    A veces uno se pregunta si resulta realmente necesario someterse a determinadas torturas. Lo es para mí lo anodino. Toda esa inercia clónica en la que se puede convertir una vida. Y no hablo tanto de lo material, que también – la misma casa, las mismas cosas, los mismos lugares –, como de la inercia a la que nos sometemos las personas. La existencia se puede convertir con suma facilidad en una obra de teatro en la cual todo el mundo lee su papel con parsimonia intelectual, aún cuando las señales, el lenguaje corporal – las sonrisas, los gestos, el tono de voz, incluso las palabras clave – traten de transmitir cierta euforia, un mar de fondo de alegría por vivir. Sin embargo, algunos actores son tan buenos que te pueden hacer dudar. ¿Será posible que sea a mí al único que decepcione toda esta desidia intelectual y emocional? ¿Puede ser que esta persona se sienta satisfecha con toda esta mecanicidad, con toda esta mediocridad del intelecto y la voluntad? ¿Con todos estos lugares comunes, encadenados uno tras otro, así, al tuntún, para rellenar el silencio? A mí se me derrumban todas las creencias a poco que me paro a observarlas un poco. Sin embargo, para muchos, conforman sus señas de identidad. Y justamente el ser humano es muy dado a no ejercer en absoluto la autocrítica. Luego si incorporo determinados credos a mi yo, no les dedicaré ni un segundo. Y por tanto, todo lo que los ponga en duda es un ataque a mi persona.
    A mí, sin embargo, no hay nada que me haga sentir más libre que criticar mis supuestas creencias. Digo supuestas porque a poco que uno abra la boca ya se le han adjudicado tres o cuatro etiquetas y se le ha colocado en un determinado bando, credo o equipo. Si no eres encasillable no eres de fiar. Al final uno opta por callar, con lo que a mí me gusta hablar. Y es que además hay que contenerse, por eso de que andar por ahí sacándole pegas o haciendo preguntas embarazosas sobre todas las frases hechas con las que mucha gente va tirando genera enormes suspicacias. Más en estos nuevos tiempos de extremismos. Te conviertes en un pollavieja.
    Me impresionan todos los mecanismos que nuestra sociedad está desplegando para que recibamos información corta –que no conocimiento –y muy teñida de emociones. Y toda esa presión que ejerce para que nos posicionemos rápido ante cualquier asunto y emitamos una o dos frases que nos sitúen en un bando. Ya te han cazado. Te tienen donde quieren. Porque parece que desdecirse en nuestros tiempos es humillante. Vivimos nuevos momentos oscuros para la Razón. A mí me llegan a insultar por mi inteligencia, de lo más normal por otro lado. El único problema es que me esfuerzo por utilizarla. Nada más. El sentido común, la observación, el análisis, la duda razonable, la escucha activa, la crítica. Todo esto molesta soberanamente. El común ha abdicado de lo único que les hace libres y que alguien se lo recuerde con sus propios actos ofende. Vivimos en la Tiranía de la Emoción y del Culto al Ego Infantil. Así, con mayúsculas, para llamar un poquito la atención. Nos hemos convertido en una raza sojuzgada por el neuromarketing. Disculpen el anglicismo, pero es que viene muy al caso. Todo es emocional. Y eso nos convierte en seres simples, estúpidos, y hasta diría que insoportables en las distancias cortas. Es fácil encontrarse con extremistas exaltados, individuos comidos por las dudas o zombies de la sonrisa, la paz y el amor. El mundo recuerda a un barco a la deriva, sin capitán y sin timonel, sometido a las tormentas, cuyas decisiones las toma la turba en base a sus emociones más primarias. Y me refiero a las emociones negativas, por supuesto, pero también a las positivas. Me da pánico pensar en los millones y millones de personas que creen firmemente que manejando cuatro o cinco emociones positivas se arregla el mundo. A mí todo esto me parece cada vez más EmocioAnal, porque nos están dando constantemente por el culo mientras nosotros mismos nos obligamos a sonreír cuando nos sodomizan. No vaya a ser que haya una cámara de fotos por ahí suelta y nos saque serios. Eso afea mucho. Y es que cada vez más a menudo tengo la sensación, seguramente errónea, de estar rodeado de personas que han pedido que les reingresen en Matrix y poder así saborear un buen filete, aún sabiendo que este, simplemente, no existe.

(Saber si este texto es de Javier Marías o no lo es no tiene importancia. Puede que sea una burda manipulación de las emociones. O no. Lo importante es que reflexiones acerca de por qué te ha incomodado, si es que lo ha hecho)


No hay comentarios:

Publicar un comentario