miércoles, 26 de diciembre de 2018

Papá Noel

    La Navidad crónica me ha arrinconado en una terraza cubierta del barrio. Miércoles por la mañana de regalos, árboles decorados, millones de mensajes prefabricados. Y de luz atemperada y cálida estrella perenne. Papá Noel no va a las casas que cenan pizza congelada y venganza infanticida. Pero los Reyes Magos están de camino y trabajan para encender la chispa de la ilusión de vivir. Aguantad, resistid, que ya vienen. Vuestra vida es magia, pasión y alegría, y borrones de tinta negra entre corchetes con candado. Me protegen el murete de ladrillo, los arbustos y la potencia de mi fuerza masculina, intacta, brillando justo delante de las bridas que la conducen. Una hora lleva Papá Noel de espaldas a mí. Le vi entrar cojeando, vestido de traje marrón oscuro, cuidado y viejo, zapatos negros y sombrero de ala ancha a juego. Todo su pelo blanco adorna una cara enjuta. Canas fluorescentes y escaroladas culebrean su espalda en busca de pesadas cargas. Fuma y bebe cerveza y no hace nada. Una mezcla de dignidad, diferencia y olvido. Su barba es cervantina; golpetea el borde de la mesa con su dedo índice mientras le grita socarrón al camarero cubano que hoy, sólo hoy, tiene mucho tiempo. La verdad es que siempre lo ha tenido: regala tiempo. Es una mezcla de ansia de soledad y búsqueda de un alma especial pero, mientras se dedica a ser eso, una enorme pérdida de tiempo, como todas las demás cosas, regala tiempo. Rodeado de mesas en las que los hombres escuchan con cara de pasmo a mujeres que dictan cómo es el mundo."¿Por qué me mientes?...¿Qué estás ganando?...No puedo tener confianza, no me fío... Qué odisea... Entiendo pero no comparto... Qué gilipollez es esa, ¿no?... No me gusta nada... Hay que hacer lo que dice ella... Haz algo, Javier."
    Violencia psicológica contra simples incautos. Inteligencia inductora legal de brazo ejecutor encarcelado. Bla, bla, bla, bla, la cerilla que prende el fuego. Pero Papá Noel va muchas veces al baño, parece que se va a ir pero siempre vuelve. Oye las conversaciones pero no las escucha; mira los carteles de azulejo sobre la pared de ladrillo, todo su tiempo regalado, su vida regalada con gusto, jamás envuelta en papel de colores, regalado su amor profundo y vivaracho, su amor activo, regalado sí, vivo y regalado su amor y su tiempo y sus pensamientos y actos y palabras, todo él afilado como el lápiz tras salir del sacapuntas, viejo y joven, joven y viejo desde siempre, desposeído de alma gemela y en su infructuosa búsqueda --no existe, estúpido--, entregado a la buena educación, el sentido común, la lógica y el equilibrio, la generosidad y el cariño y la alegría serena, entregado a ello y todo lo da y ellos lo reciben y florecen y son la luz, la piel tersa y las manitas que crecen y los pies que se asientan y trazan un camino que es la vida que explota y es tierna, firme, poderosa. Da gusto verle desde aquí, mi esquina de la terraza. Atemporal, discreto y con estilo. El cuerpo desnudo que disfruta su soledad y el vestido que pide a gritos una compañía digna. Y sino, salvaje. 
Papá Noel saborea su soledad , hombre en paz, satisfecho de lo que ha dado, compañero de viaje, aún, de sus amores, indiferente a sus caricaturas, a su demonización, a su injusto y salvaje escarnio. Vivo y sereno, ajeno a su estereotipo de turno, entregado a sus minutos y horas, vivo digo, en su camino firme y apasionado. Pesa el saco sin regalos. Lo dejó en casa. Él sólo lleva un sombrero marrón de ala ancha, a juego con su traje. El hueco entre sus canas y la tela está lleno de tiempo, y de ideas que serán actos de amor verdadero. Mientras, fuma, bebe cerveza y sueña con mujeres hermosas, calladas y pasajeras. Porque él es el jodido Papá Noel, el de verdad, el humano. Ese al que ya no quieren dejar estar en el mundo.

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